El nacionalismo de Patria Grande de Wilson Ferreira Aldunate

Por Alvaro Fernandez Texeira Nunes

A mediados de 1987, el último caudillo blanco, Wilson Ferreira Aldunate, pronunció un memorable discurso en un seminario internacional sobre “Nacionalismo y Liberalismo en el mundo actual”. El evento fue organizado por el CELADU y se llevó a cabo en los salones del Banco Central.

Allí, Wilson habló de varios temas, de los cuales hoy nos interesa uno: la relación de la patria chica, Uruguay, con la patria grande. En concreto, Ferreira dijo: «No hay modo de ser patriota de patria chica, si no se es simultáneamente y por eso mismo, patriota de la gran patria común latinoamericana. Quizás los uruguayos fuimos los últimos en entenderlo (…). Los uruguayos y los argentinos. Nos vanagloriábamos, pasábamos el aviso cada vez que nos presentaban a alguien diciendo: “mire que nosotros somos diferentes a los demás, allá no hay indios” (cosa que además es mentira) “nuestra población es totalmente europea”.

Tuvieron que llegar los tiempos duros –sigue Wilson– para que por la vía de las solidaridades nos reencontráramos con el viejo tronco. En Europa, el problema es un poco diferente en cuanto lo que Europa tiene que hacer, es trascender sus viejos nacionalismos. Debe construir una unidad supranacional. Nosotros, en cambio, lo que tenemos que hacer es ahondar nuestro nacionalismo para reconocernos en América Latina. Los nacionalismos de encierro, los nacionalismos de aldea, no es que sean malos: es que no son nacionalismos”.

Esto último no implica, naturalmente, que los nacionalismos deban “abrirse al mundo” de tal modo que terminen perdiendo identidad y adhiriendo al globalismo… Integrar organismos multilaterales no equivale, necesariamente, a ser “patriotas de patria grande”. Menos patriota aún, es ese grupo de gobernantes izquierdistas que se reúne en el Foro de San Pablo para planificar el futuro de Iberoamérica en clave filomarxista, pero servilmente obediente a los dictados de los burócratas de Bruselas. ¿Quiénes son esas personas, promotoras de ideologías ajenas a los intereses de nuestras patrias, incompatibles con los principios y valores fundantes de nuestros pueblos, para decirnos a los iberoamericanos cómo debemos actuar? ¿No son los mismos que otrora esclavizaron pueblos o llevaron a cabo genocidios como el de la Vendée, en nombre de la “libertad”?

Como orientales e hispanoamericanos, nos oponemos a que desde fuera nos impongan un modelo cultural hegemónico, fabricado por ingenieros sociales de espaldas a nuestras identidades, tradiciones e intereses. Hoy el dilema ya no es izquierda o derecha: es patria o globalismo.

¿Es posible despertar en las conciencias la necesidad de un “patriotismo de patria grande”? No parece empresa fácil, pero tampoco imposible. Alguna vez fuimos una sola patria; naciones de un mismo imperio, con una sola fe y una sola lengua. Aunque nos separen fronteras, accidentes geográficos y doscientos años de vida independiente, con tradiciones, comidas, banderas y acentos propios, no es poco lo que nos une.

Creemos que es posible, con esfuerzo y dedicación, lograr una integración respetuosa de nuestro origen común, y de nuestras identidades nacionales. Una integración regional por “cuencas” –la cuenca del Uruguay, la cuenca del Paraná, la cuenca del Plata…– que se vaya extendiendo poco a poco, mediante la posterior integración de las distintas cuencas. Una integración que nazca sobre todo de la iniciativa privada y de los cuerpos intermedios: de las cámaras de comercio, las asociaciones rurales, los centros culturales… Una integración lo más ajena posible a la intervención estatal –salvo los municipios–, y, sobre todo, ajena a las “ayudas” y a las “agendas” de los organismos internacionales.  

¿Qué beneficios traería esta integración? Ante todo, nos haría más fuertes al momento de enfrentar los embates del totalitarismo globalista. Si trabajamos unidos –manteniendo un gran respeto por la idiosincrasia de nuestras patrias–, quizá podamos ir recuperando poco a poco nuestras identidades y nuestros valores, que nada tienen que ver con las modas extranjerizantes a las que son afectas buena parte de los gobernantes de nuestro continente.

Sin un nacionalismo de patria grande, fuerte y sólido, basado en intereses y valores comunes –no en ideologías–, quizá no podamos sobrevivir como naciones soberanas a los embates del globalismo. Seguir como estamos, es permitir que nos dominen y nos impongan desde fuera, un estilo de vida que no es el nuestro.

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