Un entrerriano en los cimientos de la dramaturgia nacional. Por Rubén Bourlot
Según Ricardo Rojas, Francisco Fernández fue el primer dramaturgo gauchesco por su obra Solané de fines de 1872. Después vendría Ricardo Gutiérrez con su Juan Moreira, Hormiga Negra y otros. En simultáneo José Hernández daría a luz el exitoso Martín Fierro, pero en otro formato.
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Francisquillo Fernández fue uno de esos raros personajes que se deslizó por los márgenes, que anduvo por caminos tortuosos cultivando las artes de las letras y la política, una mezcla tóxica. Más aún, en política anduvo por el lado de las rebeliones jordanistas, fue opositor del mitrismo, se arrimó al roquismo y en la provincia al racedismo. Ingredientes indigeribles para los historiadores que quieren todo servido sin complicaciones: por un lado, los buenos y, por el otro, los malos. El problema es que Fernández resulta inclasificable. Y para colmo escribe un drama como Solané, la épica de un bandido de los peores.
El poeta Juan Carlos Jara lo califica como un “maldito”, silenciado por su oposición a la política de Bartolomé Mitre que además era dueño de medios de difusión y panegirista de la versión oficial de la historia, tanto de la que se difundía y como de la que aún se difunde.
La obra literaria
La obra literaria de Francisquillo comenzó en los ratos libres que le dejaba su tarea de secretario de Urquiza. En 1864 representó su drama Un ángel bueno, un ángel malo, en Concepción del Uruguay. Al año siguiente, alejado de Urquiza, inició el camino de la dramaturgia de carácter histórico y dio a luz El 25 de Mayo de 1810, dedicada “al héroe inmortal y al distinguido patriota (…) general D. Ricardo López Jordán”.
La obra salió impresa por el diario El Porvenir de Gualeguaychú. Luego siguen varias obras más que 1881 son publicadas bajo el título Obras dramáticas, la mayoría de carácter histórico. Pero la piedra del escándalo sería La Triple Alianza, un drama anticipatorio escrito en diciembre de 1864 “referente a la diplomacia brasilera, mitrista y florista en la revolución oriental de 1864” según la portada impresa en 1870. La investigadora Ana María Barreto escribe en “Francisco Fernández. La pluma de la revolución jordanista”, que anunciada la representación de la obra “un grupo de vecinos se presentó pidiendo que se prohibiera su representación porque: ‘(…) iba a causar conmoción en los ánimos y quizá producir un sangriento conflicto (…)”. Sin dudas, detrás de esos “vecinos” estaba la sugerencia del propio Urquiza.
Tras la ruptura de Fernández con su mentor Urquiza se plegó al movimiento jordanista.
Fernández fue el enérgico redactor de El Obrero y El Obrero Nacional, periódicos de Paraná, clausurados sucesivamente por Urquiza. El estallido de 1870 y el consecuente asesinato del “Señor de San José” envolvió a la provincia en la tragedia de la intervención federal y el enfrentamiento armado que tuvo a Francisquillo con la espada y la pluma en sus manos. Intervino en la primera campaña de López Jordán en 1870 y fue quien defendió su inocencia frente a las acusaciones de haber sido autor del magnicidio.
El drama gauchesco
Tras la derrota de la revolución jordanista se exilió en Salto (Uruguay) y luego se trasladó al Paraguay. En estas circunstancias dio a luz su obra más importante y pionera: Solané.
Raúl H. Castagnino sostiene que “Solané, escrito en Concordia (Entre Ríos), a fines de 1872, a poco de la aparición de la primera parte de Martin Fierro y rotulado como ‘drama histórico contemporáneo’ con alguna justificación, fue reeditado por el Instituto de Literatura Argentina, en 1925, precedido por un volumen complementario en el cual Ricardo Rojas estudió personalidad y obra del autor (…)”. Esta reedición, ya muerto su autor, es una versión “ampliada y corregida” de su original.
La rebelión de Tata Dios
El drama Solané está inspirado en uno de los tantos bandidos rurales que dieron origen a varias obras literarias como Juan Moreyra, Mate Cocido o Vailoreto. Una crónica relata que Gerónimo G. Solané, paisano devenido en curandero, de origen impreciso (entrerriano, santiagueño, boliviano o chileno), conocido como Tata Dios o Médico Dios, el 1 de enero de 1872 partió desde la estancia donde prestaba servicio junto a una banda de forajidos rumbo a Tandil al grito de “¡Viva la Patria!, ¡Viva la Religión!, ¡Mueran los gringos y los masones!” y “¡Maten, siendo gringos y vascos!”. Se dirigieron a la carrera hasta la plaza central y allí rodearon a Santiago Imberti ―un italiano que era organillero y vivía en la plaza― y lo degollaron.
Luego cruzaron al galope los campos aledaños para matar a los “gringos” arguyendo que atacaban a la Patria y a la Iglesia. La banda de forajidos continuó con la matanza de vecinos “extranjeros” y también a peones de las estancias de la zona.
La represión no se hizo esperar y en uno de los enfrentamientos con la policía cayeron abatidos una decena de los seguidores de Tata Dios. Otros pudieron escapar. En tanto, Solané fue tomado preso junto con siete de sus adeptos.
Cinco días después ―el 6 de enero de 1872― Gerónimo G. Solané fue asesinado en el calabozo del juzgado local.
Con este personaje, Francisquillo elaboró su drama romantizándolo y elevándolo como arquetipo del bandido rural que lucha contra las injusticias. Pero también apeló a revertir la antítesis de “civilización y barbarie” sarmientina, al proponer que esa “barbarie” que Sarmiento personifica en el gaucho, el criollo, Fernández la ubica en la ciudad como lo sostiene Fermín Chávez, en los inmigrantes y en la masonería.
Fuente: www.eldiario.com.ar