En la prehistoria del conflicto eran y siguen siendo pueblos hermanos

Por Pablo Sartirana

La escalada del conflicto Israel Palestina se convirtió en un tema espinoso de la discusión pública que muchas veces promueve el odio y la negación del adversario. Opiniones y argumentos de uno y otro lado son susceptibles de ser utilizados por el antisemitismo rancio o la islamofobia ilustrada, sazonada de ignorancia y pedantería. 

Hay que recordar que en la prehistoria del conflicto, judíos y palestinos (cananeos) convivieron en paz durante siglos. El patriarca Abraham no sólo circuncidó y mezcló su sangre con la del pueblo árabe, sino que además su hijo Ismael es considerado en la tradición islámica el padre de todos los árabes. Lugares como el Monte del Templo son sagrados para ambas religiones.

En el siglo VII judíos y árabes conviven en la ciudad de Medina. El escritor rumano Constantin Virgil Gheorghiu afirma que “los clanes árabes y los judíos concluyen sus alianzas de tal manera que, en todos los combates, árabes y judíos se hallan en igual proporción, lo mismo en un campo que en el otro. Nunca ha habido guerra entre árabes y judíos”.

Es hora que líderes mundiales apelen a valores comunes entre ambos pueblos, en dos sentidos simultáneos. Reivindicando la tradición judaica, cuna de la civilización occidental, y reconociendo el papel revolucionario del Islam en la conciencia del pueblo árabe. Al terrorismo y la soberbia criminal, se oponen el compasivo Mahoma y el sabio Salomón, que entre todos los dones prefirió el del entendimiento para gobernar con justicia.

Los latinoamericanos somos deudores del judaísmo y nos reconocemos en la lucha de los árabes por su unidad nacional. Quienes apelan a la supresión cultural del adversario circunstancial ignoran el más elemental lazo social que existe entre judíos y árabes desde la noche de los tiempos.

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