La luz postrera que alumbra a los vencidos. Sobre Eneas, Wado y la absurda épica de la derrota
Por Pablo Sartirana
Eneas es un caudillo troyano, personaje secundario de la Ilíada y protagonista de la Eneida de Virgilio, el poeta romano. En los tiempos del emperador Augusto y de Mecenas, Virgilio escribe aquel poema nacional y elige entre todos los héroes homéricos a un troyano, el hijo de una generación diezmada que en una sola noche ve desaparecer su civilización junto a todo lo que ama: describe incendios, saqueos, asesinatos, mujeres y niños cautivos. Eneas, en el furor de su dolor, frente al avance del ejéricito aqueo, proclama su derrota: “Escuderos, traigan la armas. Postrera luz llama a los vencidos”.
Gracias a los favores de una diosa, Eneas sobrevive al asedio de la amurallada Troya y logra escapar con un grupo reducido de compatriotas para luego fundar Roma. Eneas es para Virgilio y para los romanos su caudillo y aquí viene una pregunta clave para los estudiosos de la historia: ¿Por qué el imperio más grande de la tierra elige como héroe mitológico a un troyano que pierde la guerra? ¿Por qué no mejor erigirse como sucesores de Aquiles, Menelao o Agamenón, todos guerreros victoriosos en la Ilíada? La respuesta, si es que existe alguna, es tan simple que parece absurda: Eneas es parte de la cultura griega, por lo tanto los romanos son sus descendientes. La Roma de Augusto y de Virgilio es un imperio en auge que no necesita justificar su poderío militar, sino su linaje.
Siguiendo la tradición de Vidas Paralelas de Plutarco, podríamos afirmar entonces que Wado de Pedro es Eneas el troyano, un candidato que viste sus mejores armas para la derrota. Un mensaje en sí mismo que apela a la nostalgia por una civilización perdida para volver a emerger gloriosa en algún punto del futuro nebuloso. Como Grecia en Roma. Sin embargo, la estrategia utilizada fuera del contexto apropiado en nuestro caso revela un hecho político inédito como es la voluntad de perder las elecciones del 23, mucho más firme que la del año 15. La épica de la derrota, inventada por Augusto, Mecenas y Virgilio para cautivar a la sociedad y legitimar su cultura, se implementó en tiempos de notable abundancia y prosperidad, no de fracaso económico y decadencia.