La independencia no fue contra España. Por Rodolfo Terragno

En 1808 Napoleón invadió España, se llevó a Fernando VII a Bayona (Francia), donde lo mantendría cautivo hasta 1813, y puso a su propio hermano, José Bonaparte, como “Rey de España e Indias”. En las regiones de España no controladas por Napoleón, la resistencia española constituyó Juntas de Gobierno que ejercían el poder, cada una en su jurisdicción, hasta que se confederaron en una Junta Central Suprema (la Junta de Sevilla).

En Sudamérica se crearon Juntas de Gobierno en Cochabamba (1809), La Paz (1809), Santiago de Chile (1810), Caracas (1810) y Buenos Aires (1810), todas en nombre de Fernando VII. En Buenos Aires, el 25 de mayo, French y Beruti repartieron cintas celestes y blancas: los colores de la Casa de Borbón que habían distinguido a Fernando.

El Primer Triunvirato, a la vez, adoptó esos colores para la escarapela, y Manuel Belgrano para la bandera. En el cuadro de Goya se ve que Fernando ostentaba sobre su pecho la misma banda celeste y blanca que hasta hoy lucen los presidentes argentinos.

Nueve meses antes de la Revolución de Mayo, Belgrano había pugnado por convertir a una hermana de Fernando en Regente del Río de la Plata. Según el propio Belgrano, el propósito era que ella fuere “sostén de la insigne Casa de Borbón y la Majestad [sic] de la Soberanía Española”.

La hermana de Fernando era la Infanta Carlota Joaquina de Borbón, esposa del príncipe regente de Portugal, exiliado junto con ella y toda la Corte en Río de Janeiro desde que Napoleón también se apoderó de Portugal.

El propio Belgrano, en sus Memorias, relata: “Sin que nosotros hubiéramos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona. En efecto, avívanse entonces las ideas de libertad e independencia en América, y los americanos empiezan por primera vez a hablar de sus derechos… Entonces fue que, no viendo yo un asomo de que se pensara en constituirnos y sí a los americanos prestando una obediencia injusta a unos hombres que por ningún derecho debían mandarnos, traté de buscar los auspicios de la Infanta Carlota y de formar un partido a su favor, oponiéndose a los giros de los déspotas que celaban con el mayor anhelo para no perder sus mandos y, lo que es más, para conservar la América dependiente de la España, aunque Napoleón la dominare”.

Carlota Joaquina estaba comprometida “à defender estos Dominios de mi Hermano el Rey”. Luego de haber recibido a un enviado de Carlota, Belgrano le escribió a ella el 7 de julio de 1809: “Las expresiones con que la real benevolencia de V.A.R. [Vuestra Alteza Real] se ha dignado distinguirme, son seguramente, un premio que mi gratitud jamás sabrá olvidar, y que no creía haber merecido cuando solo ejercía actos obligatorios de mi amor, respeto y fiel vasallaje a V.A.R., única representante legítima que, en el día, conozco de mi Nación”.

El 9 de agosto, en otra carta y a la vez que manifestase a Carlota su “respeto y fiel vasallaje”, le aseguró: “Todos mis conatos, Señora, son dirigidos a lograr que V.A.R. [Vuestra Alteza Real] ocupe el Solio de sus Augustos Progenitores, dando tranquilidad a estos Dominios que, de otro modo, los veo precipitarse a la anarquía”.

El proyecto de Belgrano era compartido por Saavedra, Pueyrredón, Castelli, Beruti , Vieytes y el Dean Funes.

No habría sido impensable, en Hispanoamérica, un esquema similar al Commonwealth, donde ex colonias del Reino Unido (como Canadá, Australia y Nueva Zelanda ) tienen como jefe de Estado nominal al Rey Carlos III. El proyecto Carlota fracasó por un conflicto de intereses: la Corte portuguesa pretendía que la Banda Oriental, perteneciente al Virreinato del Río de la Plata, fuera parte de Portugal.

Fue entonces que estalló la Revolución de Mayo: un alzamiento contra la Junta de Sevilla, que gobernaba las regiones de España no ocupadas por Napoleón; y al mismo tiempo, las colonias de América, a las cuales imponía leyes ajenas, y a veces contrarias, a sus intereses. En el Río de la Plata había impuesto como virrey a Baltasar Hidalgo de Cisneros, resistido por la población. La Revolución de Mayo destituyó a Cisneros y, en nombre de Fernando, se liberó de la Junta de Sevilla. Tres años después, el enemigo sería el propio rey.

Los hombres de Napoleón fueron expulsados de España en 1813. Fernando regresó entonces a su país y al trono pero —dice el historiador Emilio la Parra López— convertido en “tirano más que rey”. Con el apoyo de la iglesia, sectores ultraconservadores y una parte del ejército, inició el “Sexenio Absolutista”. Empezó por derogar la Constitución liberal que la resistencia había sancionado en 1812 y que garantizaba las libertades públicas. Luego restauró la Inquisición, clausuró periódicos y reprimió a los disidentes.

El retorno de Fernando dividió a España en dos: una absolutista y otra liberal. En la oposición al Rey participaron también diversas facciones militares, que entre 1814 y 1819 se alzaron cinco veces sin poder destituirlo. Los ideales del liberalismo español y de las sublevaciones contra Fernando tuvieron en América su correlato en las aspiraciones de los patriotas criollos y las luchas de los ejércitos libertadores.

En 1820, el general Rafael del Riego, encabezó en España una rebelión que obligó a Fernando a jurar la Constitución de 1812, y dio origen así a un trienio liberal. En su proclama, Riego impugnó al absolutismo por llevar a los militares españoles a “hacer una guerra injusta al nuevo mundo”.

Desde 1810 a 1816 la Argentina, y hasta 1824 el conjunto de Hispanoamérica, lucharon (indirectamente) contra la invasión napoleónica y luego (directamente) contra el absolutismo. No contra lo que más tarde se llamaría “la Madre Patria”.

Rodolfo Terragno es político y diplomático.

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