La dimensión política de la Teología del Pueblo. Por Jorge Raventos

El último sábado el Papa Francisco anunció el nombre de quién en pocas semanas asumirá en Roma la Prefectura para la Doctrina de la Fe, es decir, la titularidad del dicasterio teológicamente más trascendente de la Iglesia Católica (el que ocupó, inmediatamente antes de llegar al papado, el antecesor de Bergoglio, el cardenal Joseph Ratzinger).
Francisco designó para ocupar esa prefectura a un argentino, el cordobés (de Río Cuarto) y actual obispo de La Plata, Víctor Manuel Fernández, de 61 años.
Ex Rector de la Pontificia Universidad Católica de Buenos Aires, reconocido teólogo que ha colaborado con Bergoglio en la confección de importantes textos doctrinarios, Fernández encarna la generación que continúa a la de los pensadores de la Iglesia rioplatense que, en la atmósfera del postconcilio Vaticano II, desarrollaron la llamada Teología del Pueblo.

PRIORIDAD DE LO HISTORICO-CULTURAL
A diferencia de la versión más difundida de la Teología de la Liberación, la Teología del Pueblo no usaba el análisis social marxista sino, más bien, un análisis histórico-cultural, y su práctica divergía francamente del vanguardismo que llevaría a muchos clérigos y creyentes de fines de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado al camino estéril de la guerrilla. Para la Teología del Pueblo son centrales los conceptos de cultura e historia como núcleos, que plantean la recuperación de las formas de religiosidad popular latinoamericana. Sobre esos conceptos se desarrollaría una batalla ideológica, porque la óptica cristiano marxista acentuaba una visión económico-social y la Teología del Pueblo sostenía que el concepto englobante de lo económico y lo social es la idea de cultura.
Lucio Gera, un teólogo argentino, y con él un grupo de pensadores (entre elloos, el jesuita Juan Carlos Scanone, Rafael Tello y el uruguayo Alberto Methol Ferré) serían los primeros que, junto con la “opción preferencial por los pobres”, reivindicarían las formas de religiosidad popular latinoamericana que -según Methol Ferré- habían sido negadas abruptamente en el posconcilio, por el impacto conjunto de la teología protestante, de la secularización y de la ideología marxista. ”Hay todo un sector paradójicamente en la Argentina, la sociedad más urbana y menos rural de toda América Latina -señalaría Methol-, donde va a surgir la reivindicación de las formas de religiosidad popular”.

ROMA Y LAS PERIFERIAS
Bergoglio va a estar estrechamente vinculado a este movimiento teológico y, a su turno, Víctor Manuel Fernández se sumará a esa caudal con sus propias y ricas reflexiones. Así, la designación de Fernández en la principal usina doctrinaria de la Iglesia Católica -cuyo Papa es un argentino, “del fin del mundo”- supone el establecimiento de un refinado pensar forjado en el Río de la Plata como insumo significativo de la relevante influencia espiritual del catolicismo en el planeta.
Methol Ferré consideraba que la iglesia latinoamericana fue, hasta el Concilio Vaticano II (más específicamente, hasta la primera Conferencia Episcopal Latinoamericana, en Medellín, 1968) una “iglesia espejo”, pero desde entonces y particularmente desde Puebla 1979 (Segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana) comenzó a convertirse en “iglesia fuente”; no solo para Europa, sino para todo el mundo.
Scanone ha indicado como punto significativo de ese cambio la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI que incorpora algunas de las ideas de la Teología del Pueblo (fundamentalmente el vínculo estrecho entre evangelización y religiosidad popular), que habían llegado a él, informa Scanone, “probablemente por mediación del que luego fue cardenal Eduardo Pironio”. Ese proceso, que hoy se consolida, se inscribía, según Methol Ferré, en un proceso de larga duración que tiene un primer punto de inflexión en 1945, cuando el Papa Pío XII nombra de un solo golpe 35 cardenales, y “comienza la deseuropeización del Colegio de Cardenales. Nombra -en un solo acto- 5 latinoamericanos. Antes había únicamente 2, uno en Río y otro en Buenos Aires. En el año 45 nombra del Asia, de EE.UU., etc. Y hace un discurso en el cual habla explícitamente que antes, dice, la vieja Iglesia asentada en la vieja Europa, era como el centro desde donde se irradiaba a las periferias eclesiales. Pero ahora había una nueva situación y donde el antiguo centro dejaba de ser centro. Comenzaba una interacción con lo que antes era la periferia (…) En el fondo Pío XII comprende que Europa ha dejado de ser el centro mundial y se está ante el proceso de la descomposición de los Imperios europeos; el inglés, el francés, el belga, el holandés, etc., y el surgimiento en Bandung de lo que hoy se llama el Tercer Mundo; que antes era el patio de atrás de los imperios de la Europa Occidental”. La elección del Papa polaco -Karol Wojtyla, dice Methol en la década de 1990- implica que “en la Iglesia la centralidad de Europa occidental se acaba de terminar definitivamente (la Iglesia de Europa Occidental) -a pocos años del Concilio- se ha sentido incapaz de conducir a la Iglesia universal. Ha habido una renuncia de la conducción de la Iglesia de la Europa Occidental, y han nombrado un Papa de la Iglesia de la periferia. De una de las fronteras, de uno de los dos grandes centros hegemónicos mundiales”.
La posterior entronización de Jorge Bergoglio -Francisco- sería una refirmación de esa tendencia, que ahora adquiere continuidad en el tiempo con la designación del obispo Fernández en la Prefectura para la Doctrina de la Fe.

LAS MIRADAS FILOSAS
Se trata de un hecho de múltiples dimensiones; una de ellas, sin duda, es política. El inefable Loris Zanatta no tardará en interpretar que el peronismo ha copado el Santo Oficio. Los adversarios de Francisco (incrédulos, como Zanatta o creyentes facciosos de la propia Iglesia) suelen analizar las decisiones del Papa con una lucidez desorbitada: “El Papa Francisco ha demostrado que tiene una hoja de ruta clara y la quiere llevar a término -escribe uno de esos últimos en el sitio Infovaticana-. El Santo Padre parece haber metido el pie en el acelerador para dejar bien atado el futuro de la Iglesia según el modelo que él desea. Así lo estamos viendo con la designación de los arzobispos de importantes capitales como Buenos Aires, Madrid o Bruselas en donde ha nombrado arzobispos, todos ellos menores de 60 años. El reciente nombramiento de Víctor Manuel Fernández como Prefecto de la Doctrina de la Fe sigue también este mismo esquema”.
Es cierto que en una solemne ceremonia celebrada en la Basílica de San Pedro, Francisco bendijo y entregó el palio (una faja de lana blanca adornada por 6 cruces y dos orlas de seda negra que simboliza al Buen Pastor que da la vida por su rebaño) tanto al inminente arzobispo porteño Jorge Ignacio García Cuerva (asumirá el 15 de julio) como a otros 28 arzobispos metropolitanos (la mayoría de ellos jóvenes) designados en el último año. También es cierto que García Cuerva y Víctor Fernández serán en breve convertidos en cardenales y serán miembros de la asamblea cardenalicia que, cuando llegue ese momento, será instrumento de la designación de su sucesor. En este sentido, conviene tener presente un juicio del Pontífice, que aplica su precepto de que el tiempo supera al espacio: de lo que se trata es de iniciar «procesos que construyan pueblo» en la historia, antes que de ocupar espacios de poder. Francisco sin duda está haciendo fluir procesos que “construyen pueblos” y revitalizan a la Iglesia.
La designación de Víctor Fernández fue acompañada por una carta del Papa, que enmarca las funciones asignadas al dicasterio. “Te encomiendo una tarea que considero muy valiosa. Tiene como finalidad central custodiar la enseñanza que brota de la fe para dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan”. Francisco recordó que “el Dicasterio que presidirás en otras épocas llegó a utilizar métodos inmorales. Fueron tiempos donde más que promover el saber teológico se perseguían posibles errores doctrinales. Lo que espero de vos es sin duda algo muy diferente”. Y definió lo que espera: “Se trata de aumentar la inteligencia y la transmisión de la fe al servicio de la evangelización, de modo que su luz sea criterio para comprender el significado de la existencia, sobre todo frente a las preguntas que plantean el progreso de las ciencias y el desarrollo de la sociedad. Estas cuestiones, acogidas en un renovado anuncio del mensaje evangélico, se convierten en instrumentos de evangelización, porque nos permiten entrar en conversación con el contexto actual en lo que tiene de inédito para la historia de la humanidad”.
Tres décadas atrás, Methol Ferré explicaba desde la Teología del Pueblo el legado central del Concilio Vaticano II: Se trata de “asumir desde dentro de la lógica de la Iglesia lo mejor de la Reforma protestante y lo mejor de la Ilustración-, por supuesto desde la óptica de la Iglesia (…) Si la Iglesia no asume y transfigura desde sí misma la Reforma y la Ilustración, la Iglesia sería de una inactualidad histórica absoluta y no tendría nada que decir al mundo contemporáneo. Solamente lo será si es realmente capaz de esa operación, de retomar la actualidad histórica y ser una proposición posible para para los hombres contemporáneos”.
Ese programa, desplegado desde la fe, desde la reivindicación de la religiosidad popular y las periferias y desde la opción preferencial por los pobres y la cultura del encuentro es el que Bergoglio le asigna al dicasterio que quedará a cargo de Víctor Fernández. Es también, en el plano interno, el que sumirá el obispo García Cuerva.
Vale la pena prestar atención a estos procesos, que quedan parcialmente eclipsados por las peripecias electorales o incluso son a veces desenfocados desde las pequeñas ópticas facciosas. El pensamiento teológico rioplatense consagra su dimensión mundial y acompaña la presencia de un liderazgo espiritual como el del Papa del fin del mundo.
El año próximo, con la prometida visita de Francisco, el tiempo se manifestará en el espacio cercano. Y la realidad, una vez más, prevalecerá sobre la idea.

Fuente: www.laprensa.com.ar

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