De Don José Gervasio a Washington: “Esto es, general, así está mi Uruguay”. Por Fabián Restivo

El viernes 2 de junio, Marina había olvidado poner el despertador, o no lo oyó, o algo pasó, pero el asunto es que cuando abrió los ojos entraba luz por la ventana. O sea que era tarde.

De un salto llegó al baño, abrió la ducha y se bañó, despotricando una vez más contra los fabricantes de shampoo que hacen los envases iguales a los del acondicionador con las letras chiquitas y así una se confunde y esta cosa no hace espuma y los rulos me van a quedar un desastre todos empastados y así salió, apurada por el reloj, deseando que no hubiera tanto transito desde la Placido Ellauri hasta su trabajo en Pocitos. Hoy no habría cafecito mañanero en el barcito de la playa Buceo. Y menos con el pelo así.

Nunca pensó que había agarrado el envase correcto y que la culpa era del agua salada que salía por las canillas.

Lejos de ahí, el mismo 2 de junio, en el barrio Cordón del mismo Montevideo, la mamá de Claudia había llegado en horario a cuidarle a la beba, así que salió con tiempo, caminando despacio por Roxlo hasta Tacuarembó, y mientras espera el 116, piensa en qué estará haciendo mal, que la niña hace tres días que está escaldada.

Cuando el colectivo arranca mira el cartel en las oficinas de OSE, Obras Sanitarias del Estado, y piensa “Sanitarias…caraduras, por lo menos podrían dejar de cobrar el agua, porque en la factura dice “potable” y ahora resulta que es “bebible” no tienen vergüenza, el vinagre también es bebible”. Cuando llegue a su trabajo en la Requena, por parque Rodó, y hable por teléfono con el pediatra, este le dirá que el agua no solo es intomable de salobre, sino también abrasiva para las pieles más sensibles. Que lave a la nena con agua de botella, y ella se imagina a sí misma llevando a OSE las boletas de la compra de los bidones, pidiendo a gritos que se lo descuenten de la factura, porque la plata no alcanza para tanto.

Y todavía falta poco más de un mes para que Uruguay arribe al día cero.

Hoy a la mañana, Washington amaneció de buen humor, pero algo preocupado por las noticias sobre el agua. Tan hipertenso como renegón, miró -con el ceño fruncido- el cielo nublado por la ventana y se rio de su propio chiste: “somos tan agrícolas que hasta para tomar agua dependemos de que llueva”. La gracia le duró hasta la chupada del mate que escupió gritando “¡esto parece guiso. Con este gobierno ni tomar mate se puede, ¡carajo! ¡donde se ha visto mate salado!?”. Y cuando puso el noticiero de la mañana se enteró que hubo un terremoto ahí nomas, en la costa de Atlántida, en Canelones y el asombro fue tan sorpresivo que ya no pensó nada más. Quedo en blanco con los ojos abiertos de incredulidad. Todo era mucho.

Washington, viejo vecino del Cerro, agarra por la calle Grecia hacia Estados Unidos para buscar el auto, mientras sigue renegando con el tema del agua, mascullando para sus adentros “es que tengo razón, viejo, esto se veía venir desde el 2019. Ahí estaba todo. ¡todo! Tabaré entregó el proyecto de agua terminado, hasta con financiamiento! El gobierno del Frente venía haciendo el trabajo desde el año 2015. Todo, desde lo del río Santa Lucia hasta el tratamiento de residuos, ¡incluida la represa del Casupá! Hay que joderse…”.

Abre la puerta del Fiat, se sienta y antes de poner la llave lo reta:” Y vos mejor que arranques!” y vuelve a reírse pero fuerte. Pone rumbo hacia el centro y ya no habla solo, ahora le habla al auto mientras va saliendo “¡pero claro!, el proyecto de Frente Amplio costaba ciento cincuenta palos verdes y era guita propia, nacional, nuestra para nosotros ¡y este se pasó el proyecto por el apellido! Él lo quiere privatizar ¡y ahora resulta que el proyecto Neptuno, que casualidad, cuesta doscientos cincuenta palos!”.

Washington mantiene la costumbre de mirar a la derecha para ver la planta de ANCAP:” esta también! ¡Un día se prende toda esa nafta y chau picho, volamos todos!”. Más allá ve la Iglesia del Cerrito de la Victoria, con sus cupulas terracota terminadas en grandes crucifijos de hierro, que lejos de darle paz espiritual, le da un ataque de memoria: “¡es que estos son una cruz, viejo! El hijo igual que el padre. El viejo Lacalle ya había querido privatizar el agua en el noventa y dos, me acuerdo, quería hacer como Menem en Argentina. Igual que este ahora quiere ser como Macri, son del mismo palo, o el cree que son del mismo palo. Pero al viejo lo sacamos carpiendo con el referéndum y no pudo. Me acuerdo bien…”. Entonces pone la radio para escuchar algún tanguito y escucha al investigador Eduardo Gudynas, diciendo que Uruguay es el primer país en el mundo en lograr algo que ningún país había alcanzado: superar el día cero. Esto es, que Uruguay se queda sin agua en cualquier momento porque ya se pasaron todas las alertas y los límites, y compara la situación con la crisis de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, que se salvó por poco, gracias al control y la planificación, mientras en Uruguay la “solución” del gobierno a la crisis de Uruguay, fue cambiar la palabra “potable” por “bebible”.

Washington decidió agarrar por la rambla, mirar el río y de nuevo se montó en la bronca “ ¡y encima hay que escuchar a los pelotudos decir que cómo puede ser que con tanta agua no tengamos agua! ¡esa agua no sirve! Esta llena de cosas, tiene hasta trihalometanos. ¡Eso da cáncer! Para que vine por acá! Tendría que haber ido por adentro, total que el Arroyo Miguelete Ni lo miro…”

En la radio seguía el investigador Gudynas: “Mire, cuando ya estábamos en esta crisis, el ministro del ambiente estaba preocupado por alquilar nuevas oficinas y armar una expoferia. Y nosotros nos quedábamos sin agua”. Entonces Washigton no se aguanta, le toca bocina al que se quedó parado delante de el con el semáforo en verde y a los gritos “Daleeee, ¡por gente como vos estamos! ¡No saben ni distinguir los colores! ¡Encima se hacen los opas! Igual que con la planta para desalinizar el agua, que la iban a traer en ese avión que compraron y resulta que después de anunciarlo descubrieron que a la planta ¡le sobras quince centímetros y no entra! Entonces la mandan en barco, ¿y cuando llega? No saben, ¡depende del viento! “ y por ahí siguió haciéndose mala memoria. Se acordó de casi todo. De cuando la vicepresidenta de OSE dijo que había mucha gente que podría dejar de comprar Coca Cola y comprarse agua, y pensó que todo esto era porque el gobierno quería privatizar, que de hecho ya era prácticamente privada, porque hasta para el mate había que comprarla. Recordó que cuando él decía que Lacalle Pou era como Macri, algunos compañeros de trabajo le decían que hacia falta un cambio, y volvió a pensar en voz alta:” la próxima vez que quieran un cambio que vayan a la peluquería y no nos jodan a todos…”.

Mientras pensaba en tirar el auto atrás del teatro Solís, alguien dijo en la radio que el gobierno agradeció pero rechazó la ayuda ofrecida por el gobierno argentino: una planta potabilizadora que da 1700 sachets de medio litro de agua potable por hora, más un buque cisterna móvil, de 300 toneladas de capacidad. Ahora hablaba con la radio. “¡Si, ya lo vi eso! Que agradecen la oportunidad pero quieren ver como evoluciona todo. No quieren porque quieren privatizar y eso es todo, ¡solo les importa plata de ellos!.”

Cerró el auto y se fue por la Buenos Aires moviendo la cabeza en un “no puede ser” permanente. Cuando cruzó hacia la plaza lo alcanzó un viento frio, y con las manos en los bolsillos se quedó un minuto mirando la estatua de Artigas.

Washington, que no era adepto a los panteones, no sabría explicar que le pasó, porque fueron muchas imágenes y recuerdos de tantos años. Solo se acomodó para ver la cara de Don José Gervasio y -por primera vez en toda la mañana- dijo en voz baja: ”esto es, general, así está mi Uruguay…”

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