Por qué la película “El francotirador” recaudó mucho más dinero que “Invictus” de Clint Eastwood

Por John Carlin

De Benjamin Netanyahu y su furia sobre Gaza por el ataque terrorista de Hamas al ejemplo de Nelson Mandela, con el Mundial de rugby como excusa para recordarlo. Si tu enemigo quiere que hagas algo valdría la pena por lo menos preguntar si hacerlo sería una buena idea. Las atrocidades que cometió Hamas me dan la impresión de haber sido calculadas con la intención de provocar una furia ciega y una respuesta violenta y masiva. Probablemente esté más allá de las posibilidades de los líderes de una democracia enardecida como Israel negar tal respuesta a Hamas, pero pienso que es una lástima.

Estas palabras, publicadas hace dos semanas, no son mías. Se las robé a un columnista del Times de Londres. Como hemos visto, acertó. Miles de bombardeos israelíes en el enclave de Gaza que Hamás controla han causado miles de muertes. Ante la probable invasión terrestre que se avecina, morirán miles más: niños, ancianos, mujeres y hombres que nada tuvieron que ver, en su mayoría, con el ataque de Hamas que detonó la catástrofe. ¿Quién sabe dónde va a parar todo esto? Quizá en una guerra que absorba a Estados Unidos e Irán.

Todo el mundo sabía que Israel caería en la trampa. La terrorífica coreografía la veíamos venir. O sea, este no es el motivo por el que cito al columnista. Lo cito por la idea implícita en lo que dice del casi irresistible poder de la venganza. La lástima es que nos cuesta tanto reprimirla. Pero parece que no hay nada que hacer.

Es que el deseo de venganza es tan humano como comer, amar o reproducir. Ejerce una atracción fatal tanto en el terreno político como en el personal. No es casualidad que sea el motor de la mitad de las películas que vemos, y de montones de cuentos desde tiempos de Homero. ¿Qué es la Ilíada sino una gran historia de venganza? Paris, el hijo del rey de los troyanos, ha seducido a Helena, la esposa del rey de los griegos. Solución: arrasar y quemar Troya. Vemos variaciones sobre el tema en ‘El Padrino’, ‘Kill Bill’, ‘Gladiador’ y casi todas las películas que ha hecho Clint Eastwood.

Confieso que en todos los casos siento satisfacción cuando, al final, se castiga al malo. No es una confesión valiente. Evidentemente no soy el único que aplaude cuando el malo cae. Las películas que menciono, y muchas más por el estilo, han sido éxitos taquilleros en todos los continentes. ¿Por qué será?

Apelan, creo, a la elemental necesidad que tenemos todos de que se haga justicia cuando todos sabemos que el mundo no es justo, que demasiadas veces los que no se lo merecen se salen con las suyas y los que sí, no. Nos ofrecen fantasías del mundo no como es sino como quisiéramos que fuera. No es casualidad que la dulce y limpia narrativa de la venganza se repita una y otra vez a través de los siglos, y que siempre resulte tan apetitosa.

Luego, cuando aparece la oportunidad de ejercer la venganza en el mundo real, la tomamos, inclusive cuando la parte racional de nuestros cerebros nos dice que es una mala idea, con consecuencias probablemente más graves que la ofensa original. La venganza sale del corazón y el corazón casi siempre vence a la razón, y con más facilidad si el corazón está caliente, como vemos ahora con los israelíes.

De poco han servido las advertencias del presidente de los Estados Unidos. Joe Biden viajó a Israel para decirle al gobierno que no cometiera “los mismos errores que nosotros”. No tuvo que explicar que se refería a la respuesta del gobierno de Estados Unidos a los atentados en Nueva York y Washington del 11 de septiembre de 2001, a las guerras en Afganistán e Irak y las consecuencias desastrosas que tuvieron para medio mundo.

Como hemos visto, como los asesores de Biden han lamentado, los consejos cayeron en saco roto. El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu ha respondido, y seguirá respondiendo, acorde con el espíritu vengativo de su dios, el del Antiguo Testamento. “Mía es la venganza, dice el Señor.” Como los romanos en su día contra el imperio rival de Cartago, los israelíes no pararán hasta que Gaza “delenda est” o al menos hasta que Hamás esté destruida. Lo cual es imposible, claro, porque lo que hará la venganza israelí es provocar un odio recíproco en millones de palestinos y de árabes en general, garantía de que el ciclo del ojo por ojo no tendrá fin, sin excluir la posibilidad a corto plazo de que Oriente Próximo estalle en llamas.

Hay pocos líderes, pocas personas, capaces de anteponer el cerebro al corazón, la visión a futuro a la rabia del momento. Pero cuando lo hacen los resultados suelen ser mejores. Se resuelven temas políticos, se evita el derramamiento de sangre. Pienso este fin de semana, en el que se ha celebrado la final del Mundial de rugby entre Sudáfrica y Nueva Zelanda, en Nelson Mandela. Perdónenme si hago referencia a un libro que escribí y, más conocida, una película basada en el libro que tuvo como escenario la última vez que estos dos países se midieron en la final de dicho torneo, en 1995.

‘Invictus’ fue una excepción a la regla de las obras de su director, Clint Eastwood. Él mismo me explicó que hizo la película porque le asombró y fascinó el mensaje que la historia contiene, la capacidad que tuvo Mandela de suprimir sus ánimos de venganza para el bien común. Aquel partido de rugby fue la consumación de la estrategia de Mandela, opuesta al clamor vengativo de multitudes de sus seguidores, de responder a la violencia del apartheid no con más violencia sino tendiendo la mano al adversario. Funcionó. Se logró la democracia y se evitó una guerra civil. Si Mandela hubiese intentado hacer lo que a el corazón le pedía, lanzar a los blancos al mar, hoy Sudáfrica podría estar viviendo un conflicto tan cruento e interminable como el de los palestinos y los israelíes.

La lección queda clara pero no le hacemos mucho caso. Vemos la película y decimos qué bonito, qué admirable. Pero ‘American Sniper’ (El Francotirador’ en castellano), obra en la que Eastwood vuelve al género de la venganza, recaudó casi cinco veces más dinero que ‘Invictus’

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