Carta de Laura Ramos al pueblo de Despeñaderos

La intendenta de Despeñaderos, Carolina Basualdo, encabezó un homenaje al “vecino ilustre” Jorge Abelardo Ramos, quien residió con su familia en dicha localidad durante los años 1975 y 1978. Reproducimos a continuación la carta de su hija Laura Ramos que recuerda su estancia en medio de la persecusión, la solidaridad y el miedo.

Quisiera mandar un gran saludo y un agradecimiento a la intendenta Carolina Basualdo por este homenaje a nuestro padre.
Nosotros, la familia, tenemos recuerdos muy emocionantes (algunos terribles y otros muy hermosos) de Despeñaderos. Nuestra primera casa de Despeñaderos no tenía más que dos cuartos y una cocina, pero un pozo de agua que nos refrescaba en el verano. La extensión de la tierra, a la que llamábamos pomposamente el campo, no debía llegar ni a las 100 hectáreas, y era bastante árida y amarillenta, aunque el entusiasmo de nuestro padre planeó formidables emprendimientos agropecuarios. La mayoría no llegó a realizarse. La familia Navarro y la familia Ludueña, nuestros generosos Y SOLIDARIOS vecinos, debían sonreír cuando mi padre les mostraba la biblioteca donde se escondían los libros que revelaban los secretos de los sembrados infalibles, las exitosas cosechas y los millonarios negocios del tambo y la explotación porcina. Todos fueron un fracaso.
Mi abuelita Rosita Gurtman, que tenía el mismo humor chispeante de mi padre, después de conocer nuestra casa y nuestros emprendimientos agropecuarios, en vez de Despeñaderos le decía Desamparados. Y no estaba tan equivocada.
El 22 de marzo de 1976, los rumores de un golpe militar obligaron a mi padre a dejar el campo. En medio de una gran agitación, se despidió de la familia y de los dos compañeros que se quedarían con nosotros, Cafferatta y Blanco. En un pequeño auto trastabillante lo esperaba el compañero Carlos Del Campo, que esa misma noche los escondió en su propia casa, con su familia.
A la mañana siguiente prendimos la radio y una música de cuarteto nos despabiló: el golpe de Estado no se había producido. Esa noche me fui a dormir con alivio, sin saber que el campo ya estaba rodeado por decenas de elementos del III cuerpo del Ejército que comandaba el general Luciano Benjamín Menéndez. Tampoco supe que la tranquera estaba custodiada por fuerzas de la policía de Córdoba, que habían ido por su cuenta, también, a apresar a mi padre. Me despertaron en la madrugada; mientras un teniente requisaba nuestros documentos pude ver una larga fila de soldados arrodillados, con sus armas apuntando hacia el cielo, que se extendía a lo largo de la llanura. Los compañeros Cafferatta y Blanco fueron detenidos. Por suerte, tres días después los liberaron. Mi padre no regresó hasta varios meses después.
Tiempo después fue detenida Josefina, la mujer de mi hermano Víctor, mientras esperaba, junto a su jeep color verde militar, la ayuda mecánica para volver al campo. No tuvo que esperar mucho en la comisaría: Víctor llegó poco después y los dos fueron liberados.
Más allá de esos días terribles, nos quedan del pueblo y del campo de Despeñaderos los recuerdos más lindos de nuestras vidas: los asados, las lecturas, los animales, las noches estrelladas, las esperadas lluvias, las visitas al pueblo, los vecinos, los amigos. Gracias por habernos permitido conocer ese pedazo de nuestra patria. Un abrazo para todos.

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