Saúl Taborda y la marginación del pensamiento nacional. Por Elio Noé Salcedo

La colonización pedagógica, fenómeno que Jorge Abelardo Ramos diera a conocer en su esencia en “Crisis y Resurrección de la Literatura Argentina” (1954) y que Arturo Jauretche reconociera y desarrollara como tal en “Los Profetas del Odio y la Yapa” (1957), no ha dejado de tener vigencia. Una de las formas que adopta -entre sus múltiples manifestaciones- es el olvido, omisión y/o desconocimiento de nuestros grandes pensadores nacionales, en particular si son provincianos.

Es el caso de Saúl Taborda, ideólogo de la Reforma Universitaria de 1918 y redactor de su Segundo Manifiesto; promisorio literato nacional de Córdoba en la segunda década del siglo XX antes de la Reforma; académico y creador de una original teoría pedagógica; pensador heterodoxo, agudo y contra la corriente cultural de su tiempo; reivindicado como tal por Jauretche y como precursor de la izquierda nacional por uno de sus biógrafos (ajeno a esta línea de pensamiento); catalogado por algunos de sus contemporáneos como pensador “oscuro” y como escritor “marginal” por otros. En este último sentido, se ha dicho de él que “su marginalidad deriva de su explícito y constante propósito de ubicarse como un pensador de frontera”.

Sucede que, para algunos, equivocadamente, las fronteras de la cultura terminan en Europa, en tanto Europa representa la “cultura universal”. De ello resulta que Nuestra América está fuera de las fronteras culturales y deviene en “marginal” a la cultura “universal”. Este sería el caso de Taborda. Pero no. Saúl Taborda fue un pensador nacional “marginado” y nunca “marginal”, mucho menos “oscuro”.

En efecto, tal como lo reivindica el Dr. Roberto A. Ferrero, historiador nacional y uno de sus principales biógrafos, Taborda “intervino en todas las formas posibles en el proceso cultural de su época y trató de influirlo: publicó libros y revistas a su costa; dictó conferencias en las principales ciudades del país y en muchas de las provincias; fue orador de barricadas, de cátedra y de Consejos Académicos; escribió y presentó proyectos de reformas políticas docentes; programó una Universidad; dirigió un Instituto Pedagógico; colaboró con revistas y periódicos de Córdoba y de Buenos Aires; actuó como hombre de consulta del estudiantado reformista; suscribió manifiestos y comunicados; concedió entrevistas y contestó cuestionarios”, aparte de haber sido Rector del Colegio Nacional de La Plata y docente universitario, de promover la instalación del Seminario de Filosofía y Cultura General, antecedente de la Facultad de Filosofía y Humanidades en la Universidad de Córdoba, y de cursar estudios de especialización filosófica y pedagógica en las universidades de Marburgo, Zurich, Viena y París.

No obstante, el pensamiento de Taborda y su visión nacional de la historia y de la cultura, que comenzó a elaborar después del ‘30, no solo han sido insuficientemente difundidos sino prácticamente olvidados o suprimidos, a pesar de sus contribuciones al pensamiento nacional, a las letras, a las ciencias pedagógicas, a la historia y a la filosofía, y de estar reputado en la misma dimensión del magisterio patriótico de Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz y Manuel Ugarte.

Aparte de sus contribuciones a la literatura y el teatro, parecen haberse sepultado, esto sí en un “oscuro” olvido, sus coincidencias con Jauretche, sus afinidades con el pensador nacional paraguayo Natalicio González, sus colaboraciones en la “Gazeta de Buenos Aires”, su pensamiento latinoamericanista y su propuesta de creación de la Universidad Latinoamericana.

Digamos en forma aclaratoria, aunque no justificatoria, que en la época que le tocó vivir a Saúl Taborda -sin que haya cambiado mucho- la “cultura” de consumo se cocinaba en Buenos Aires. Lo confirman los casos de los provincianos que podríamos llamar “consagrados: el cordobés Leopoldo Lugones, el santiagueño Ricardo Rojas, el rosarino David Peña, el santafesino Manuel Gálvez. De no haber emigrado a la Capital del país, su producción literaria sería desconocida. De esa manera, la novelística y demás manifestaciones literarias del Interior “aparecían tan solo como un eco mortesino de la que predominaba en la Ciudad Puerto” una vez que los autores provincianos eran consagrados por la gran ciudad. En eso también Taborda fue una excepción a la regla.

Sin duda, el trato de los epígonos por sus actitudes de la última década de su vida –coincidimos con Ferrero- “asume la forma lisa y llana de una supresión, como si Taborda nunca hubiera existido”. Como dice Raúl Scalabrini Ortiz, “el silencio es mortífero para las ideas… Abate toda pretensión de autonomía, coarta la inventiva, impide el análisis, sofoca la crítica”. Y como si eso fuera poco–completa Ferrero-, “desvía la curiosidad intelectual hacia los autores adocenados pero que no hacen más que duplicar las ideas dominantes, falsas pero consagradas”.

La razón semicolonial

Si tuviéremos que hacer un recuento de las razones por las cuales Taborda es todavía desconocido, no reconocido o aparece como un escritor o pensador de segunda o de ninguna importancia, no sería osado responder: en primer lugar, porque era provinciano. Ser gaucho, -ser provinciano, del Interior o ser “cabecita negra”-, como profetizaba José Hernández, ha sido un estigma difícil de sortear en la sociedad y la cultura oligárquica de estos poco más de dos siglos de existencia nacional. En segundo lugar: porque pensaba, aunque no desde el punto de vista que lo hacía la mayoría de los intelectuales de izquierda o derecha, escritores o tinterillos de la época. Como afirma Santiago Monserrat, Taborda era marginado porque fue un pensador de verdad. En tercer lugar, podríamos consignar que Taborda sería marginado del paraíso oficial de la cultura y de la fama porque era original y sensato, pues como enseña el profesor Enrique Lacolla –relevante estudioso nacional e internacional, también cordobés-, “si no se piensa el mundo a partir de sí mismo es imposible comenzar a aprehenderlo comprensivamente. La consecuencia de una visión excéntrica de las cosas es la alienación de la realidad”. En cuarto lugar, Taborda resultó marginado porque era un pensador heterodoxo, no dogmático y con aparente ambigüedad o contradicción en sus ideas y pensamientos, como ha dejado dicho el filósofo Carlos Alberto Casali en su tesis doctoral “La filosofía biopolítica de Saúl Taborda”. Sucede que el pensamiento no lineal, que hace frente a la contradicción y a la dialéctica de la vida y de las cosas, como sostuviera en la primera mitad del siglo XX un famoso psiquiatra, forma parte de las mentes lúcidas e inteligentes como las de Saúl Taborda. En quinto lugar (el orden es arbitrario), porque su pensamiento rompía con el molde europeísta y sarmientino. Y, en definitiva, porque su pensamiento era nacional en su matriz y popular en su alcance. Y como nos confirma Adelmo Montenegro, otro de sus discípulos, “en aquellos años –y se refiere particularmente a la Década Infame- estaba prohibido o poco menos, hablar de lo nacional en los núcleos mejores del país”. Incluso el gobierno prohibió en 1940 la circulación de su revista “Facundo”, porque “comunalismo” –su propuesta federal- sonaba a “comunismo” (sin serlo).  ¡Ojalá nunca más volvamos a retroceder tanto!

Podríamos agregar a todas esas razones, que Taborda era marginado por el aparato cultural de su época (y de alguna manera lo sigue siendo en una cultura imitativa, repetitiva, servil y “globalizada”), por su noción de pertenencia, por la mirada y la perspectiva propia de su pensamiento, por su compromiso con el entorno y con sus paisanos -no muy del gusto de la prensa y la cultura elitista oligárquica y no nacional-, por su indiferencia hacia el aparato cultural que lo marginaba, por su independencia material y espiritual; porque se reconocía como hijo de una familia nuestra, de un lugar nuestro, de su propio pueblo e incluso de su propia época; y también por su rebeldía, espíritu crítico, disconformidad con el estatus quo, que llevó a reconocer al menos en su tumba de Unquillo, que Taborda vivió y pensó para su tierra.

La exclusión de Taborda, como señala su mejor biógrafo -el Dr. Roberto Ferrero-, “no se debió en última instancia a factores de orden personal, sino a la confluencia de fenómenos sociales y políticos de gran envergadura”. Gravitaron sobre él y la generación que inició con él la crítica a la alienación cultural, grandes fuerzas político-ideológicas locales e internacionales que dominaban la escena nacional en los años posteriores al gobierno de Alvear, cuando las clases medias habían alcanzado su objetivo democratizador en las Universidades, pero se desentendían del destino del país. Caído Yrigoyen, paradójicamente con el apoyo de esa clase media, y sin un gran movimiento nacional que los contuviera, los ensayistas, escritores y filósofos nacionales, no pudiendo resistir, se doblegaron en una u otra dirección según las ofertas ideológicas del momento –socialista, comunista, anarquista, fascista o liberal-, aunque ninguna con raíz ni savia nacional. Por su parte, la generación antipositivista y también la “de la Reforma” a la que perteneció Saúl Taborda, abandonaron sus propósitos de profundizar y clarificar los puntos de vista nacionales que habían esbozado en la etapa anterior y se adaptaron también al régimen fraudulento y entregador establecido (1930 – 1943), conformando el nuevo elenco que en los medios académicos, en el libro, en la prensa ilustrada y en los círculos culturales –sin olvidar el magisterio- reemplazó a los antiguos apóstoles del liberalismo europeo.

Los que como Saúl Taborda no se entregaron a las solicitaciones de las modas ideológicas de su época, debieron permanecer en terrible soledad y silenciamiento público, y aún están siendo redescubiertos en su figura y en su pensamiento.

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