Carta abierta a las “swifties”: América, Hollywood y Jerusalén. Por Pablo Sartirana
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Ningún imperio ha logrado introyectar sus valores al resto del mundo como Estados Unidos. Para corroborarlo, no hace falta más que hojear el Nuevo Testamento para conocer las relaciones del Imperio Romano en su apogeo con Jerusalén, un polvorín. Ni hablar cuando el emperador Calígula sugirió levantar su propia estatua de oro en el Templo.
Hollywood sigue siendo la maquinaria de exportación de cultura más exitosa del planeta, podríamos decir, que comenzó con el pionero David Griffith y su Birth of Nation, considerada hoy la película más racista de la historia, donde los negros en la película son pintados (literalmente) como perversos y criminales. Tuvieron que pasar 24 años hasta el estreno de Gone whit the wind para que los negros fueran retratados en el cine como buenas personas con debilidad mental. Un gran progreso para completar la cosmovisión inocente y pura de blancos anglosajones protestantes.
Steven Spielberg es otro de los grandes cineastas con mentalidad imperial que ha llevado la cultura de Estados Unidos a lugares insospechados. En el otro polo podríamos ubicar a Martin Scorsese, artista irreverente con la tradición, capaz de sugerir que a John Kennedy lo mataron unos mafiosos italo-americanos o que Nueva York fue fundada por pandilleros irlandeses.
El genial Sipelberg ha dicho que su vocación por el cine despertó en una sala donde se proyectaba Lawrence of Arabia, película que relata la vida del teniente Lawrence, el gran traidor a la causa árabe. Un diplomático o espía británico de cuarta categoría que logró reunir a los clanes beduinos de Medio Oriente con la promesa incumplida de una gran nación árabe. Este legendario personaje logró derrotar a los turcos en Aqaba y Medina, hechos que proporcionaron una victoria clave a los Aliados durante la Primera Guerra.
De la antigua Roma al protectorado británico en Palestina; de Jerusalén a Hollywood: el mundo es un pañuelo.
Particularmente, me indigna que Estados Unidos le haya robado ocho estados a Méjico, que haya invadido Cuba, Filipinas y Panamá. Lo mismo siento con respecto a la devastación de Haití, Iraq, Siria y Afganistán, sumado a los crímenes inconfesables de Corea y Vietnam. Pero lo que más me molesta, lo que realmente duele, ahora que lo pienso, es que nos haya robado la palabra “americanos”.