La generación del ´18 y la parábola del pensamiento nacional latinoamericano

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Por Elio Noé Salcedo

Casi al promediar la segunda década del siglo XX comenzó en Córdoba la que se conoce como la Reforma Universitaria de 1918, revolución estudiantil que tuvo gran repercusión no solo a nivel universitario sino también a nivel político y cultural en toda América Latina.

Sin duda, una de las grandes banderas y uno de los grandes sentimientos de la Reforma Universitaria de 1918 fue el latinoamericanismo, traducida dicha bandera y los sentimientos que despertó como lucha por la unidad y la reconstrucción de la Patria Grande desgarrada, expresión a su vez de una identidad y una cultura genuina, original, propia, mestiza -aun con sus particularidades-, común a todos los pueblos de Nuestra América.

Desde el Manifiesto Liminar (junio de 1918), en todos sus documentos históricos y en el pensamiento fundacional de sus principales ideólogos –Deodoro Roca, Saúl Taborda, Gabriel Del Mazo, y el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre- estuvieron presentes esas banderas y ese sentimiento latinoamericanista que comprometía a aquella generación, no solo con un lugar y un paisaje sino con una cultura continental y sus valores intrínsecos.

Para caracterizar históricamente a la generación del ´18, digamos con Roberto A. Ferrero en “Historia del Movimiento Estudiantil de Córdoba”, que la Reformano era hija del unitarismo porteño, mitrista y europeísta, sino del federalismo democrático y popular de los caudillos, del liberalismo nacional mediterráneo de Juárez Celman y Cárcano (el mismo liberalismo nacional que fundó la educación pública en 1884), y de las ideas de la unidad latinoamericana que había alentado la generación del 900”. En este caso se trataba de aquellos escritores, intelectuales y/o pensadores que a fines del siglo XIX y principios del XX tenían “la voluntad de dar forma en el reino del espíritu a lo que corrientemente designamos con el nombre de Patria Grande”. Así lo manifestaba Manuel Ugarte, uno de los protagonistas principales de la generación del 900, antecesora e inspiradora de la generación del ´18.

Los jóvenes del 900 concebían e impulsaban “una reestructuración de la ideología continental, con vistas a actualizar la esperanza del movimiento de 1810”. Con evidente consustanciación y continuidad histórica, ambas jóvenes generaciones -la literaria e intelectual del 900 y la universitaria del ’18– se inspiraban en la joven generación militar de la Independencia, encarnada principalmente por los Libertadores José de San Martín, Simón Bolívar, Bernardo O´Higgins y Gervasio Artigas, entre otros. Años más tarde, las tres generaciones anteriores inspirarían a otra joven generación de intelectuales y pensadores nacionales latinoamericanistas que tendría una larga vigencia entre la década del 30 y la de 1970, representada en la Argentina por Saúl Taborda, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Jorge Abelardo Ramos, el mismo Juan D. Perón, Alfredo Terzaga y José Juan Hernández Arregui, entre sus principales figuras.

El golpe de 1976 no solo sentenció a la hoguera del terrorismo de Estado a una parte de nuestra generación -30 mil asesinados y desaparecidos-, sino que condenó a millones de argentinos, y a la Argentina misma, a la derrota del Estado de Bienestar y de la Movilidad Social Ascendente. Al mismo tiempo, y como si eso fuera poco, condenó hasta hoy al ostracismo a ese pensamiento nacional que, heredero de las generaciones nacionales anteriores, se había ido formando sin solución de continuidad a partir del golpe oligárquico de 1930, que había atravesado la década gloriosa del peronismo, el golpe nefasto del ´55, la dictadura del ´66 y la larga resistencia peronista (obrera y popular) entre 1955 y 1973, período en el que tendría gran protagonismo el Movimiento Obrero Organizado y su expresiones sindicales.

Pues bien, las reivindicaciones democráticas que la Reforma de 1918 lanzó (participación del estudiantado en el gobierno de la Universidad, autonomía, concursos docentes, asistencia estudiantil libre, libertad de cátedra, extensión universitaria, etc.) –explica Enrique Rivera en el prólogo del libro del peruano Ramírez Novoa- “estuvieron ligadas a la concepción de que un nuevo ciclo de civilización se iniciaría en América Latina, cuya forma política consistiría en federar sus estados, en constituir la verdadera nación”.

Con el tiempo, y en la medida en que dominaba la reacción y la contrarreforma oligárquico-imperialista en la Argentina y en otros países de Nuestra América, “esas reivindicaciones quedaron desvinculadas por completo de aquella concepción, de su base nacional legítima, y se diluyeron en las expresiones democráticas comunes a Occidente”, permitiendo a los imperialismos dominantes en América Latina –inglés, yanqui y europeo- “utilizar los ideales democráticos de la Reforma para movilizar al estudiantado en favor de sus intereses económicos y políticos”: en 1930, 1945, 1955, en incluso en el golpe del ´76, que contó con un factor poco mencionado y analizado por los historiadores y politólogos actuales: la prescindencia de las clases medias en general en la defensa irrestricta del gobierno nacional, popular y democrático encabezado por Isabel Martínez de Perón después de la muerte del general Perón el 1º de julio de 1974.

Aquella situación no era del todo extraña, pues a partir de 1930, al tiempo que la Reforma quedaba circunscripta a sus aspectos técnicos, profesionales y meramente institucionales, el estudiantado reformista apoyó el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen; se adhirió al bando “democrático” del Imperialismo que nos dominaba políticamente y nos asfixiaba económicamente y se alineó tras la consigna de “fascismo o democracia” (cuando la consigna en un país semicolonial era y sigue siendo “Patria o Colonia”); integró la Unión Democrática y brindó su apoyo al embajador Braden contra el General Perón, líder de los trabajadores y del frente nacional antiimperialista, signándolo como fascista o nazi; fue parte de la oposición permanente durante el gobierno peronista (aunque éste hiciera realidad uno de los más caros propósitos de la Reforma, como la gratuidad de la enseñanza superior y el consiguiente acceso irrestricto a las universidades); y otra vez fue protagonista y cómplice en un golpe salvaje y reaccionario contra un gobierno nacional y popular en 1955, llevando al estudiantado a otro callejón sin salida.

Como hemos apuntado en “Elpidio Torres, Cordobazo y Movimiento Obrero”, después del Cordobazo (mayo de 1969), un pequeño sector de la clase media optó por la “solución foquista”, a espaldas del pueblo, y terminó enfrentando al gobierno popular de Perón y su esposa, en lugar de defenderlo. La generación de a pie que militábamos en el campo nacional y popular en los ´70 (obreros, empleados, estudiantes, profesionales y, en suma, argentinos y argentinas que hoy tenemos más de 65 años), terminamos siendo una generación frustrada en la militancia y en los sueños que las generaciones de 1810, del 900, de 1918 y de 1930-70 nos habían legado y que el golpe de 1976 dejó truncos.

Al avizorarse a fines de 2023 una nueva y joven Argentina, advertimos con Enrique Rivera que “la Universidad será escenario repetido de una lucha entre sectores, uno aparente progresivo, otro aparentemente reaccionario, pero ambos, en fin, sujetos a intereses extraños a los del propio estudiantado latinoamericano”, si en lugar de volver a las viejas banderas nacionales de aquellas jóvenes generaciones mencionadas, nos entregamos a las modas ideológicas y a la “globalización” de la información, del conocimiento y de las comunicaciones, adoptando proyectos educativos que nos son ajenos (como el de la “internacionalización de la Educación Superior”) y que nos desvían, nos apartan y nos alejan de la vuelta a nuestras mejores tradiciones intelectuales y, en particular, de las banderas principales pendientes como aquella de la generación reformista de 1918: la autonomía espiritual y la unidad de América Latina.

Después de haber estudiado en varias universidades de Europa, y después de contrastar lo aprendido afuera con lo experimentado adentro, Saúl Taborda (1895 – 1944) escribía: “La ciencia, observada en su más íntimo proceso, no es más que una constante y reflexiva rectificación de la experiencia; y si América quiere edificar su porvenir sobre los sólidos y firmes cimientos que aquella (la experiencia) proporciona, es preciso apurarse a revisar, corregir, desechar o trasmutar, según sea conveniente, los valores creados por Europa. Revisar, corregir, desechar o trasmutar los valores europeos, así cueste lo que cueste… es a mi juicio, la misión que nos compete en este instante decisivo de la historia”.

Esas palabras del pensador nacional de Córdoba siguen teniendo total vigencia en esta crucial y joven nueva hora argentina y latinoamericana.  

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