El fin del país que supimos construir… (Segunda parte). Por Elio Noé Salcedo

.

Descastado: “Persona que se muestra desligada de sus familiares y amigos y no corresponde al afecto o cariño de ellos. Ingrato”.

Con el fin de la Argentina maldita -la derrota de los argentinos de mal y la victoria de los argentinos de bien (que abominan de la casta argentina)- la utopía oligárquica está a punto de hacerse realidad. Los descastados -con la victoria final sobre la mente de los argentinos- han derrotado por tercera vez en las urnas en 40 años al que John William Cooke llamaba el hecho maldito del país burgués. Los que siempre detestaron a la Argentina y a los argentinos, porque tenían o siguen teniendo su hogar, su negocio y su dinero fuera del país gracias a las riquezas, el país que supimos construir y a los trabajadores argentinos, han vuelto al poder para ejecutar el definitivo descastamiento de la Argentina. Se impone un repaso de lo que supimos construir hace apenas 80 años.

Peronismo, Ejército y Movimiento Obrero

¿De dónde provenían los obreros que hicieron el 17 de octubre? ¿Qué factores históricos coadyuvaron a la formación de aquella clase trabajadora de 1945? ¿Cuál era su relación con quien ya habían comenzado a llamar “el coronel del pueblo”? ¿Qué papel jugó el Ejército en aquellas circunstancias? Tratemos de responder esas elementales preguntas, que nos permitan aquilatar la memoria de esa gran etapa orientadora de nuestro derrotero histórico como país moderno.

Por aquellos años (1939/1945), dice Jorge Abelardo Ramos, “la guerra imperialista operaba como el principal factor en el desenvolvimiento capitalista del país” que, como todo proceso capitalista, a la vez que creaba la industria creó al mismo tiempo la clase obrera industrial. A dicho desenvolvimiento industrial se había opuesto siempre la oligarquía pampeana terrateniente y ganadera, tan solo productora de materias primas exportables y aliada comercialmente al Imperio Británico, convirtiendo a nuestro país en su “sexto dominio”.

No es raro entonces que, a la vez que nacía la industria, los obreros industriales y los sindicatos por industria, a los que el peronismo naciente les dio un lugar prioritario en su proyecto de país, la respuesta a ese modelo nacional y popular fuera un anti peronismo cerrado y recalcitrante, que todo el sistema oligárquico -socio de intereses extranjeros desde antes de la Revolución de Mayo- combatió desde un principio, arrastrando a las clases medias urbanas y rurales, asociadas al gran desarrollo agropecuario operado en 1880 a partir de otro gobierno nacional repudiado en su época por la oligarquía porteña: el de Julio Argentino Roca. 

En las nuevas circunstancias bélicas internacionales de 1939 – 1945 – fenómeno que había comenzado con la crisis internacional de 1929/1930-, la creciente industria nacional se vio obligada a substituir, aun con anticuados equipos, los productos industriales que las metrópolis en guerra se veían impedidas ahora de vendernos.

La guerra entre los países imperialistas y colonialistas de Europa, a la que se sumó más tarde Japón y Estados Unidos, aflojó las cadenas de la condición semicolonial argentina, por la que le vendíamos materias primas a esos países y ellos nos vendían productos manufacturados, cuyo valor agregado favorecía a su propia clase obrera, condenándonos al intercambio desigual y al atraso. El surgimiento de dos mundos antagónicos apenas terminada la guerra -el bloque demoliberal capitalista, por un lado, y el bloque socialista por el otro- le daría nacimiento a una alternativa tercermundista o tercera posición que actuaría como factor de autonomía, soberanía y liberación para los países coloniales y semicoloniales del universo como el nuestro.

En el período 1939 – 1944, en cinco años, “el producto nacional se eleva en 19,4 por ciento, mientras que la población apenas crece en un 8,4 por ciento”. Para el caso, “entre 1939 y 1945, la producción de tejidos de algodón -que con la asociación de sus obreros y obreras llegaría a conformar el gran gremio textil- aumentó en un 92 por ciento”. Otro tanto ocurría con las demás industrias nacientes, ligadas al desarrollo autónomo y soberano de un país hasta entonces dependiente de todo y en todo, aún en su cultura. En 1939 la Argentina había exportado un 5,4 por ciento de artículos manufacturados y en 1943 un 35 por ciento de productos industriales sobre el total de sus exportaciones. En 1943 se importaba menos de un tercio del volumen importado en 1937.

Durante la “segunda guerra”, la Argentina -que, al menos hasta poco antes del final se mantuvo neutral, como en la primera guerra-, llegó a exportar tejidos y otros productos manufacturados a América latina y Sudáfrica. No es casual que esos procesos internacionales fueran aprovechados en sentido nacional, y no a favor de las grandes potencias, por los dos grandes movimientos nacionales del siglo XX: el yrigoyenismo y el peronismo. Transformando el deseo popular en una verdadera revolución nacional, a partir del 17 de octubre de 1945, el pueblo ratificaría ese objetivo en las urnas el 23 de febrero de 1946, elevando al coronel del pueblo a la Presidencia.

La falta de un partido nacional

La falta de grandes sindicatos y de partidos políticos defensores reales y directos de la clase obrera industrial naciente, había creado un gran vacío en el sistema de representatividad tanto de los trabajadores como de las clases productivas. La natural adhesión de los trabajadores al coronel Perón se originó en ese gran vacío político, que los partidos existentes -radical, socialista, comunista, entre otros- no representaban.

No podía sorprender -sustenta agudamente Abelardo Ramos-, que, en tales circunstancias, el Ejército -liderado políticamente por Perón- cumpliera la función de reemplazar al partido político inexistente”. Fue así que las mayorías nacionales encontraron en Perón a su líder político y “Perón encontró su verdadero partido en el Ejército”.

No hay que extrañarse de esta conjunción de intereses, porque ya había sucedido con el general San Martín, cuando el Ejército jugaría el papel de un partido nacional en la revolución de la Independencia siendo San Martín su líder. Otro tanto ocurriría con el general Julio Argentino Roca, que con el apoyo del Ejército Nacional y de las provincias, produciría la federalización de Buenos Aires, la creación del Estado Nacional y la integración de todo el territorio nacional a la Nación, no a favor sino en contra de la voluntad de la oligarquía porteña y del mitrismo que se levantó contra esa política nacional en 1879. No obstante, se tomaría revancha de sus derrotas al derribar primero al Dr. Hipólito Yrigoyen en 1930 y luego al Gral. Perón en 1955, fusilando entre el 9 y el 28 de junio de 1956 19 militares de distinto rango -entre ellos el Gral. Juan José Valle- y 13 obreros peronistas.

Es necesario entender, para no asumir posturas anti militaristas abstractas, ahistóricas, ultraizquierdistas o anti nacionales, que “hubo siempre en el país un sector de Ejército que estuvo con el pueblo o los intereses nacionales, enfrentado a otro que defendía los intereses opuestos” (como ocurrió en 1930, en 1955, en 1966 y en 1976). Es así como, entre 1943 y 1945, “un jefe militar se transforma en cabeza de un movimiento de masas nacionalista, popular y revolucionario”, siendo el Movimiento Obrero su columna vertebral.

Una revolución nacional en marcha 

Desde 1943 en adelante, el gobierno militar comenzó a estudiar el revalúo de las tarifas aduaneras con fines de protección industrial. Creó la Secretaría de Industria con jerarquía de Ministerio en substitución de la Dirección de Industria y Comercio, que “funcionaba” con una pequeña oficina dentro del Ministerio de Agricultura de la Nación, consustanciado éste con la política anti industrialista de la oligarquía agropecuaria exportadora y anglófila.

El 4 de abril de 1944 -por nombrar solo algunas de las medidas típicas de nacionalismo económico emprendidas por el gobierno militar, antes de que el pueblo confirmara electoralmente a Perón como su líder político-, se crea el Banco de Crédito Industrial Argentino para el otorgamiento de préstamos a largo plazo para la burguesía industrial naciente en un país que debía unir a sus clases nacionales (burguesía y proletariado, militares y civiles, religiosos y laicos, clases medias urbanas y rurales, medianos y pequeños productores y comerciantes, profesionales, docentes y estudiantes) para contrarrestar la estructura política, económica, social y cultural que la oligarquía anti industrial, anti obrera, anti argentina y culturalmente colonial había impuesto.

No olvidemos tampoco la creación el 20 de octubre de 1943 del Instituto Aeronáutico (IA) con la estructura de la Fábrica Militar de Aviones (FMA) inaugurada en 1927 (durante otro gobierno popular). Sin duda, “la fabricación de aviones en nuestro país influyó decididamente en la creación de la carrera de ingeniería aeronáutica de la Universidad Nacional de Córdoba”, como afirma Juan Ignacio San Marín, nieto del Brig. Juan Ignacio San Martín, en un libro en homenaje al Ing. Norberto Luis Morchio, diseñador y creador junto a su abuelo del Pulqui I (uno de los primeros aviones a reacción del mundo) y el Pulqui II (más avanzado aun tecnológicamente, al nivel de los mejores desarrollos soviéticos, ingleses y norteamericanos de la época). Llegado a este punto -fines de la década del 40, comienzos de la década del 50- “la República Argentina estaba al nivel más alto en el mundo en el desarrollo de aviones”.

El Brig. Juan Ignacio San Martín fue el primer director del IA en 1944, gobernador de Córdoba entre 1949 y 1951 y el gran propulsor de la industria aeronáutica y el desarrollo industrial de esta provincia durante la primera década peronista. Tanto en su carácter de primer mandatario cordobés como de ministro de Aeronáutica del Gral. Perón (a pedido de él) a partir de 1951, el Brig. San Martín organiza las Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado -IAME-. Esta empresa estatal, que reunía al Instituto Aeronáutico (dedicado al desarrollo de proyectos con tecnología propia) y a la Fábrica de Motores y Automotores, comenzaría en Córdoba la producción en serie de automóviles, tractores, motocicletas y “proporcionó trabajo a miles de operarios y empresas particulares e industriales proveedores de partes”, como bien dice Roberto Ferrero en “Jalones de la Vida Cordobesa”. Cabe agregar, que el Brig. San Martín fue además un colaborador importante del Gral. Manuel Nicolás Savio –“padre de la siderurgia nacional”- en el desarrollo de la Argentina industrial en el marco de esa revolución nacional en curso.

Pues bien, fuera de las medidas específicamente económicas, desde noviembre de 1943, rompiendo con la tradición oligárquica, comienza a impartirse una nueva política laboral y una nueva orientación sindical desde la recientemente creada Secretaría de Trabajo y Previsión (antes solo Departamento de Trabajo), a cargo del coronel Juan D. Perón, emparejando la relación de fuerza entre el bloque oligárquico y el bloque nacional.

A pedido del general Basilio Pertiné -refiere Ramos- se intervinieron las oficinas de la CADE y se designó una Comisión Investigadora presidida por el coronel Matías Rodríguez Conde para estudiar los célebres antecedentes de la compañía corruptora y la legitimidad de su concesión. Fuerzas policiales intervienen las oficinas de las compañías eléctricas de Tucumán, de Electricidad del Norte Argentino y otras similares. Al cabo de una década de interrupción, vuelve a funcionar el Ferrocarril Trasandino, que unía al país con Chile, y se fletan las primeras unidades de carga para reanimar la vida económica de las poblaciones del Interior. La Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires, uno de los frutos del ignominioso acuerdo Roca-Runciman durante la “década infame”, es intervenida y nacionalizada. Asimismo, se nacionaliza la Compañía Británica de Gas y se impulsan las industrias militares. El Ministerio del Interior encomendó a una Comisión el estudio de la nacionalización de los servicios telefónicos y se adquirieron por el Estado los servicios ferroviarios de Rosario a Mendoza. En cuanto a política social, se dispuso la rebaja de alquileres en toda la República, que hoy la contrarrevolución libertaria pretende liberar.

Sin duda, desde 1943 a 1955, el complejo militar industrial -a través de Fabricaciones Militares- jugó un papel de primer orden en la política estatal del peronismo: “El Ejército (brazo del Estado nacional) -dice Ramos-, suplía el raquitismo del capital argentino. Levantaba Altos Hornos en el Norte, mientras la Marina iniciaba la explotación de cuencas carboníferas en el Sur. Esas fábricas no solo producían armas (que hacía falta para la defensa de la soberanía territorial), sino que su actividad fundamental estaba dirigida a proporcionar a la industria liviana y mediana los accesorios y materias primas requeridas para su continuidad productiva”, donde se tejía la soberanía plena y el pleno empleo al mismo tiempo.  

Haciendo un sintético inventario de lo que la creación del capitalismo de Estado legó a la Argentina, podemos mencionar principalmente “la creación de la Flota Aérea del Estado (que luego realizó su glorioso bautismo de fuego en Malvinas) y el desenvolvimiento gigantesco de la Flota Mercante Nacional, que independizó en gran parte al país del secular transporte marítimo inglés que proporcionaba a Gran Bretaña parte de sus “ingresos invisibles” … La nacionalización de los seguros y reaseguros, que vulneraba directamente las finanzas británicas y reservaba para el país una de las suculentas fuentes de ingreso (¡Ahora resulta que nos faltan capitales!) … La construcción de diques y usinas, la construcción del combinado siderúrgico de San Nicolás (Plan Siderúrgico Nacional o Plan Savio), el gasoducto de Comodoro Rivadavia, la expropiación del doloso grupo Bemberg, y la creación de un sistema estatal defensivo en los más variados órdenes…”, además de obtener la dirección del Comercio Exterior y comenzar el desarrollo de la energía nuclear (primero en América Latina y uno de los pocos del mundo en aquel tiempo). Industrias estratégicas, servicios públicos, recursos naturales y energéticos, energía nuclear, comercio exterior, finanzas, etc., se iniciaron, volvieron o pasaron a manos del Estado y de la Nación durante la Era del Peronismo, que puso a la Argentina a la altura de los demás países del mundo (por eso Jorge Abelardo Ramos, contradiciendo a Cooke, llamó a ese proceso “El hecho burgués del país maldito”).

No estaba equivocado el Movimiento Obrero, ya en plena “resistencia peronista”, al pretender volver a los auspiciosos comienzos de la revolución nacional que nos había convertido en un país moderno, al levantar como propio el programa de “La Falda” en 1957, el de “Huerta Grande” en 1962, e incluso el del 1º de mayo de 1968 (de solo un sector del movimiento obrero de entonces), que de manera consecuente repetían, continuaban y actualizaban el programa peronista de 1945. Hoy vuelve a plantearse una honda disyuntiva para esos mismos sectores nacionales: Nación o factoría, Patria o Colonia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *