La ciencia tiene razones que la razón desconoce. De Saúl Taborda a Blas Alberti. Por Elio Noé Salcedo

La ciencia no es un fin en sí misma. Tampoco es un campo neutro de la realidad. La política, las ideologías, la historia y la filosofía la atraviesan profundamente, por lo que suele ser también un instrumento de dominación y/o subyugación, o, en caso contrario, de liberación.

Sin duda, el objeto y los criterios de las ciencias sociales están atravesados en parte por la ideología dominante y la cultura de la época, en parte por la ideología y/o la condición de clase del sujeto investigador, salvo que se trate de un “contestario” o “retobao”, que, en ciertas épocas, o en países coloniales o semicoloniales, resulta sí una verdadera originalidad o excepción contra la corriente, absolutamente necesaria para fundar o refundar un pensamiento original y/o con personalidad propia. De esas originalidades se nutre el pensamiento nacional.

En ese sentido, como manifiesta el Prof. Blas Alberti en el prólogo de “Crítica a la Sociología Académica”, si de un objeto concreto y verificable se trata, el punto de partida fundamental de una ciencia social que aspire a poseer una personalidad diferenciada -es decir nacional y latinoamericana en todos los sentidos-, debe enfocar sus luces al lugar que la historia le ha asignado a nuestra geografía, es decir a la Argentina y América Latina, a su realidad concreta y -trágica o no-  a su historia verdadera.

Hasta las ciencias duras -dice un reputado analista político- sufren el impacto de la visión del mundo del investigador y de su época”. Por ello, un investigador serio de la realidad está obligado a comenzar explicando su posición ideológica -no existe neutralidad en las ciencias, sobre todo en las ciencias sociales- y debe “acudir a todas las fuentes que estén a su alcance, sin omitir aquellas que le son adversas”, y buscar “la objetividad, aun a costa de contradecir las hipótesis que fueron para él (o ella) un punto de partida”. Sucede que, y por eso se entiende la autocensura a la que ha sido sometido el pensamiento académico en la mayoría de las universidades latinoamericanas, “en el terreno histórico, la tiranía del presente -los intereses y las ideas a las que tributa un autor, le pese o no- es impiadosa, sobre todo en países como la Argentina, donde el pasado y el presente se entrelazan inextricablemente, en tanto el ayer permanece vivo por encarnar problemas aún irresueltos” (Aurelio Argañaraz. El General Roca. Historia y Prejuicio. Publicaciones del Sur, 2022).

Por definición, función y/o misión, la ciencia es un instrumento necesario para dominar la naturaleza. Esta sencilla e inobjetable afirmación se contrapone con la tesis y las teorías “naturalistas”, que promueven una vuelta a la naturaleza o la preeminencia de la naturaleza sobre el ser humano, teorías que inexplicablemente son asumidas como propias en la Universidad por docentes, investigadores, y estudiantes, en la bibliografía, en la currícula o entre los presupuestos contemporáneos de las ciencias sociales, mientras al otro extremo -en un mundo circular, los extremos se juntan- se propone la ley natural de la selva para todo un colectivo humano integrado por niños, trabajadores, pequeños y medianos empresarios, desocupados, jubilados, pensionados, discapacitados e inquilinos, entre otros.

“Laboratorios de ideas”

El problema es precisamente el punto de partida de esos paradigmas que, bajo la apariencia de originales, omiten -tal vez inconsciente e involuntariamente- el origen o la raíz de su construcción epistemológica. 

Sucede que esas teorías no son originarias de nuestras universidades y organismos científicos sino de los “laboratorios de ideas” de los países hegemónicos, que renuevan sus maneras e intentonas de dominarnos, por derecha o por izquierda, a través de la ideopolítica (como ellos mismos la denominan), de las teorías cientificistas dominantes, de las modas científicas y el apoyo de los centros científicos de poder mundial a esos paradigmas de dominación política, ideológica, económica y cultural Así ha sucedido siempre y todavía sucede -porque nada de eso ha cambiado- en un mundo dividido entre países dominantes y países dominados, o lo que es lo mismo, entre países fuertes y países débiles, no por casualidad sino por causalidad: desarrollados y ricos unos y subdesarrollados, atrasados y/o pobres otros sobre la base de la dominación (sutil o salvaje) de unos sobre otros.

En uno de los documentos ahora desclasificados de la CIA, conocido como la Carta de Santa Fe, el Comité Especial de ese organismo declaraba en 1980: “La ideopolítica se ordena por medio de programas de educación diseñados para ganar las mentes de los hombres. Las ideas que se hallan detrás de la política son esenciales para la victoria”. A confesión de parte, relevo de pruebas.

A través de la “ciencia”, de las instituciones académicas, de las modas científicas, de las nuevas “teorías científicas”, se impone la ideopolítica, que bajo la apariencia de “universal”, “global” o atenta a la “diversidad” de las culturas, esconde las intenciones verdaderas de dominación ideológica, política y, por lo tanto, económica y cultural. Sucede hoy con la “internacionalización de la educación superior”, nuevo instrumento de recolonización de los países hegemónicos y de los organismos internacionales a su servicio.

A propósito, dice el autor de “Crítica de la Sociología Académica”: “Las ciencias sociales modernas sirvieron en sus inicios para enunciar y anunciar el fin de una era en la historia de la humanidad; luego fueron, en una segunda etapa, una de las más poderosas armas de justificación de las potencias dominantes sobre los pueblos oprimidos”. Ese proceso en lugar de atenuarse se ha acrecentado, a caballo del retroceso ideopolítico de los países semicoloniales.

En la Argentina -y paralelamente en América Latina- desde la segunda mitad de los ’70, en los ’80, los ’90, e incluso a partir del nuevo siglo, el hecho de no estar unidos y seguir divididos nos mantiene dominados; y los 40 años de democracia, “desmalvinización” mediante -a pesar de lo que muchos creen o quieren entender- no ha constituido (seguramente porque es insuficiente) una valla de contención o barricada ante ese retroceso ideopolítico a nivel global, al menos en el mundo occidental, que nos ha llevado a tener que elegir entre un liso y llano colonialismo económico y una modesta autonomía en el marco de un bloque polar hegemonizado por la potencia imperial nacida después de la segunda guerra mundial y consolidada a partir de la caída del Muro de Berlín en 1989 y la instalación del Consenso de Washington y del Pensamiento Único como alternativa.

Hoy, sin embargo, la emergencia o resurgimiento de nuevas potencias mundiales fuera del mundo occidental: China, Rusia, India, Brasil, Sudáfrica, y del mundo árabe en particular -Irán, Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Egipto- e incluso de África -Etiopía-, acompañan a la Argentina y otros países de América Latina en su propósito de realizarse como países soberanos y constituir una unión de naciones o repúblicas soberanas, desarrolladas y realizadas. Esa es la razón colonial por la que los nuevos funcionarios van a impedir nuestro ingreso a los BRICS.

Unidos o dominados

La Universidad y el mundo académico no parecen reparar tampoco en que seguimos dominados porque estamos desunidos, como advertía con muchos años de anticipación el general Juan Perón, y que otro gran pensador nacional como Jorge Abelardo Ramos fundamentara con esta aguda observación: “No estamos divididos por ser subdesarrollados, sino que somos subdesarrollados porque estamos divididos”.  

No es casual que allí donde el progresismo político ha hecho pata ancha -universidades, organismos científicos, movimientos políticos, órganos de formación política y hasta algún medio de comunicación- esas ideas contradictorias y/o paradójicas entre cientificidad y naturalismo, entre historicidad y progresismo,  entre verdad histórica e ideologismo, tengan gran consenso, en la medida en que esa contradicción sin resolver impide desarrollar un pensamiento ideopolítico profundamente nacional, de acuerdo a la tradición histórica reivindicada por el pensamiento nacional clásico, hoy omitido, ignorado o rechazado en las propias universidades por considerarlo obsoleto y hasta retrógrado, o en su defecto superado, lo que implica todavía otra gran batalla intelectual, que hasta no saldar nos debilita como Nación y como sociedad frente a nuestros verdaderos enemigos actuales.

El problema no está en la existencia de un verdadero ecologismo o naturalismo ni de un genuino progresismo, sino en el uso de sus paradigmas posmodernos para mantenernos divididos y dominados, es decir subyugados a nivel político, económico, educativo, científico y cultural, para lo cual sirven en particular las ciencias humanas y sociales, cuyos paradigmas funcionan, hoy por hoy, al servicio de intereses no precisamente nacionales. ¿Qué es si no reivindicar o formar rancho aparte con RUNASUR, mientras el enemigo cuestiona organismos fundamentales latinoamericanos como UNASUR y el MERCOSUR?

La necesidad de un verdadero pensamiento original

En verdad, y a pesar de su acrecentado progresismo, o tal vez por ello mismo (fungiendo como una ideología de contención o neutralización de lo nacional), “el ámbito de las universidades de América Latina, salvo honrosas excepciones -como dice el Prof. Blas Alberti en el prólogo a su emblemático, olvidado o desconocido manual crítico de la sociología académica-, se encuentra dominado por un cientificismo ahistórico y carente de aquello que teóricamente constituye su función: propender a la comprensión del mundo real al que dice servir y dotar de fundamentos científicos a las legiones de jóvenes que acuden a sus claustros”. Cabe recordar aquí la máxima de la universidad americana de Charcas, en la que se formaron revolucionarios de aquella época como Moreno, Castelli, Tupac Amarú II y Monteagudo, entre otros: La filosofía para la vida, no la vida para la filosofía.

Llama la atención por su actualidad y porque viene al caso, la advertencia de Saúl Taborda en sus “Investigaciones Pedagógicas” de 1934: “Mientras la Universidad no consiga organizarse, o reorganizarse como contenido de cultura en conexión con un orden o un sistema de ideas de los que confieren estilo a una época, un electoralismo mero y simple solo podrá proponerse como objetivo un mejoramiento relativo y momentáneo del profesorado… cuyo objetivo consiste en suplantar hombres (autoridades o profesores) y no sistemas y orientaciones en las casas de estudios”.

Estas falencias, nos ayuda a reflexionar el Prof. Blas Alberti, “no se deben por cierto a ningún fatalismo ni malformación congénita; son la consecuencia de la situación de dependencia semicolonial a que está sometida la estructura socioeconómica en su conjunto”. Por el contrario, “nuestra ciencia social está lejos de constituir una estructura coherente” -señala Alberti-, debido al reinado de una ideología impuesta por los poderes hegemónicos como verdad absoluta a través de la “globalización” y el dominio en la cultura de Occidente del “pensamiento único” imperialista, disfrazado de “diversidad” y “pluralismo”.

A la hasta no hace mucho escasa producción literaria, ensayística o de difusión científica pública y masiva de nuestros científicos e investigadores, se sucede y superpone hoy la producción de publicaciones, libros y ensayos científicos o pseudocientíficos que reproducen el pensamiento “universal”, globalista -clásico o “moderno”- de cuño europeo o norteamericano, sin intentar desarrollar, profundizar o actualizar el pensamiento propio, es decir, de nuestros pensadores y académicos nacionales, totalmente olvidados y marginados en su pensamiento esencial.

Llama la atención -sino comporta un verdadero escándalo- que en las ciencias sociales y humanas argentinas (historia, política, sociología, antropología, filosofía, ciencias de la educación) no haya verdaderos tratados de autores académicos que rescaten el pensamiento nacional fundamental en esos campos. Autores como el mismo Simón Bolívar (sus cartas, discursos y proclamas), el general San Martín (cuya rica correspondencia todavía es ocultada o desconocida) y el pensamiento nacional del “otro” Alberdi; un sinfín de autores provincianos del siglo XIX, recientemente rescatados por el revisionismo histórico federal y latinoamericano; Manuel Ugarte, Alejandro Korn, Saúl Taborda, Manuel Ortiz Pereyra, Coroliano Alberini, José Ingenieros, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Juan Domingo Perón, Jorge Abelardo Ramos, Enrique Rivera, Alfredo Terzaga, Jorge Eneas Spilimbergo, José Juan Hernández Arregui, Blas Alberti, José María Rosa, Fermín Chávez, Eduardo Astesano, Norberto Galasso, Roberto Ferrero, no son frecuentes y ni siquiera conocidos en la bibliografía académica de las ciencias sociales.

Y a falta de estudios y difusión de esos autores fundamentales de la Nación Latinoamericana, en cambio, figuran en la bibliografía académica una gran cantidad de autores clásicos y no tan clásicos extranjeros, en muchos casos con exclusividad y/o preeminencia, y autores nacionales de segunda generación o comentaristas de un nuevo pensamiento latinoamericano que no responde a las verdaderas raíces del pensamiento nacional fundamental, prescindiendo de ese pensamiento verdaderamente nacional y revolucionario elaborado en nuestros jóvenes doscientos años de existencia como argentinos.

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