Crónica de un luchador. Por Elio Noé Salcedo
(Basado en hechos y documentos reales)
Seguramente coincidiremos en que no todos los que han vivido una niñez con carencias, con limitaciones para educarse, con limitaciones sociales y culturales terminan siendo gremialistas ni grandes dirigentes sindicales. Tal vez podamos encontrar la clave de esa persistencia de luchador en las difíciles situaciones de su infancia y su insobornable voluntad de superarlas junto a los suyos… su familia, su esposa, sus hijos, sus vecinos, sus amigos, sus compañeros de trabajo, el sindicato…
Había nacido el 2 de agosto de 1929, durante el comienzo de la gran crisis mundial, un año antes del inicio de la conocida “Década Infame” (1930 – 1943). Poco tiempo después de su nacimiento, su familia emigró desde la ciudad capital a una activa ciudad cercana, donde su padre había encontrado la forma de ganarse la vida en ese momento crítico de la Argentina.
Era “muy inquieto y aspirante” … y “hasta bien entrado sus últimos años, se notaba que hubiese deseado acceder a una educación superior. El sentía que tenía condiciones…”, testimonia su hijo. Pero el hombre apenas pudo completar el tercer grado de la primaria, situación que muchas veces motivó las desavenencias con su padre “porque no le proveyó, al decir de él, de la posibilidad de concretar las aspiraciones que cualquier niño o joven podría haber tenido”. Sin embargo, como aclara otro de sus hijos “procedía de una familia muy buena intelectualmente hablando”: los hermanos de su padre eran prominentes profesionales del Derecho y dirigentes radicales. Proveniente de esa destacada familia radical, debía su nombre de pila a uno de los principales hombres del radicalismo.
Según lo transmitido a los hijos por su propia madre (que por el contrario provenía de una familia demócrata-conservadora y se haría militante peronista al lado de su esposo), era “muy aspirante”y “tenía una clara visión pese a las circunstancias que él vivía de limitaciones económicas y sociales, el entorno político de la época (la década infame durante toda su niñez y preadolescencia), las clases humildes relegadas (falta de trabajo y trabajos mal remunerados) y el conservadurismo en plena vigencia”. Los primeros trabajos descriptos por él mismo en su autobiografía fueron como peón de campo, lustrabotas, canillita, empleado de panadería y peón jardinero.
Su esposa, que tenía una “gran comunión de ideas” con su cónyuge y lo consideraba “un luchador”, descubrió la gran responsabilidad laboral de su esposo cuando él ingresó como peón jardinero en la Municipalidad: “Cuando éramos novios, me iba a visitar a la casa de mi hermana, lo acompañaba hasta la puerta y me decía:
– No han apagado las luces de la plaza…
– Yo le respondía: está el sereno…
– Y él me contestaba: no, porque en una de esas no ha venido el sereno… Entonces se iba y apagaba las luces de la plaza. Así era él”.
Al mismo tiempo, “era un hombre muy orgulloso, le gustaba conseguir todo con esfuerzo propio, sin deberle nada a nadie. No quería que lo señalaran, yo te debo o vos me debés. Si te doy es porque quiero y no porque me lo pedís”. Contrariamente a lo que dice y concibe el odio antiperonista sobre los trabajadores argentinos, como buen peronista que era -“mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”- no soportaba el ocio o “la dejadez en las personas”. Por el contrario, “consideraba que algo siempre había que hacer, no se quedaba quieto, y lo supo transmitir en cierta manera a sus tres hijos”.
Había hecho tantas cosas durante su adolescencia y juventud, que le había quedado una cicatriz en la mano como recuerdo de un accidente que tuvo en una de las máquinas de la panadería en la que trabajó. Llegaría a ser secretario de actas del sindicato de panaderos. Después también le quedaría un rastro evidente en su rodilla derecha, que lo dejó rengo y con bastón, azuzado por sus guardianes al subir al avión que lo trasladaría como preso político y sindical a las cárceles de La Pampa y Neuquén durante la dictadura de Onganía.
Por lo mismo, dado su carácter combativo y a la vez jovial, “al haber correteado aquella ciudad desde niño, tenía relaciones en todos los ámbitos”, aunque “también tenía algunos que lo ponían a un costado: era el “cabecita negra”, peronista…”. No obstante, si sus hijos ya estaban “como templados” por el destrato primero, la comprometida misión asumida por su padre, y luego por las persecuciones y allanamientos a la casa familiar, su esposa era una sola con él: “Soy peronista hasta que me muera -manifestaría ella-, hasta que me muera; no concibo otra cosa…”. Era su gran apoyo, sin duda, a la par que él lo era de sus compañeros del sindicato, que lo elegirían ocho veces su conductor desde su ingreso en 1958 hasta su retiro de la actividad gremial en 1971.
“Mi papá era un militante de siempre -refiere uno de sus hijos-, para el 45 él tenía 16 años, era imposible para una persona de esa condición humilde que no viera la aparición del movimiento peronista en el escenario nacional como la soga de dónde agarrarse. Fue la resultante para mucha gente. Fue militante, fundador junto a otros de la Unidad Básica de la Juventud Peronista y Delegado Regional del Movimiento”.
A los 16 años, cuando ya militaba en la causa de los trabajadores, fue despedido de su trabajo en una pensión de la ciudad por asistir a la manifestación en apoyo al coronel Perón el día después de la histórica movilización y concentración obrera en Plaza de Mayo.
En 1952, a los 23 años, reingresó a la Municipalidad. Allí fue ocupando distintas responsabilidades, desde oficial mayor hasta jefe del Registro Civil. Según cuenta su hijo, “al decir de mi madre, mi padre le escribía los discursos al Intendente”. Él era como la mano derecha del funcionario y “dirigía” la obra pública, mostrando ya desde entonces una gran destreza de conductor.
Aunque los dos eran militantes peronistas, la casa que habían construido con el Plan Eva Perón, la había conseguido su esposa -docente-, porque a él no le gustaba pedirle nada a su propio gobierno, consustanciado seguramente con aquello de “primero la Patria, después el Movimiento y, por último, los hombres”.
Uno de sus hijos refiere que su padre “tenía mucho conocimiento además… era tan gravitante la calidad de los datos que tenía que cuando decía algo muy pocas veces se equivocaba”. En las etapas iniciales de creación del sindicato, “conocía al dedillo la situación y la vida de cada uno de los cientos de operarios de la fábrica y caminaba la línea de montaje, en tanto que la mitad era de la misma ciudad”, pues allí habitaba una inmensa cantidad de trabajadores y afiliados al sindicato (incluso muchos gerentes de la fábrica vivían allí), tanto que, durante los días de cobro y días posteriores, el centro comercial de la localidad se movilizaba mucho económicamente. Allí contaba con una gran base de compañeros afiliados y vecinos que lo seguían.
De la Municipalidad a la fábrica, de la fábrica al Sindicato
Trabajaba en la Municipalidad y tenía ya 25 años cuando vino el golpe del ´55. Cuenta su esposa que entró al municipio un milico que se había hecho cargo de la ciudad y le dijo a su esposo:
– “Baje ese cuadro (el de Perón)”.
– Él le contestó: “Yo no lo bajo”.
Nuevamente le ordenó que lo bajara.
– Y él respondió: “Yo no lo bajo. Bájelo usted si quiere”.
Se lo llevaron preso a la Cárcel de Encausados. Desde septiembre de 1955 a marzo de 1956 estuvo preso. Esa experiencia lo afirmó en sus convicciones. Al salir de la cárcel, estaba en la calle.
Ya sin el trabajo municipal, comenzó a trabajar en la pizzería de su hermana en la misma ciudad donde vivía. En ese mismo momento, fruto de la política peronista anterior, se había radicado en las cercanías una gran empresa automotriz. Dada la proximidad de la empresa, muchos de sus gerentes, capataces y operarios vivían o fueron a vivir en la pequeña ciudad.
Pues bien, como el hombre trabajaba en la pizzería de su hermana y a ella concurrían a comer, almorzar o cenar algunos miembros de la jerarquía de la empresa, se le ocurrió a su hermana entusiasmarlo para que hablara con ellos e intentara ingresar a la fábrica, motivo principal de las conversaciones de ese momento en el lugar. Uno de los directivos que concurría a la pizzería le sugirió que presentara la solicitud de ingreso, y así pudo ingresar a la gran fábrica un 19 de octubre de 1956. Lo mandaron a barrer canaletas y a recoger papeles del perímetro fabril para después quemarlos. Su esposa le aconsejó que agarrara lo que le ofrecían y aguantara, “después adentro ya veremos qué pasa”. Y así fue.
Al poco tiempo, los mismos compañeros lo eligieron delegado. “Veían en él una polvorita”, expresa su esposa. “Él era así, y así me salieron los dos hijos más chicos: polvoritas”. Pero, además, como dice uno de sus hijos, sin atinar a considerarlo una virtud o un defecto, “era polémico…siempre fue así, era blanco o era negro” y, por lo mismo, jugado por lo que él creía justo. Además, sus compañeros lo veían dinámico, activo, y los muchachos de su sección lo eligieron delegado de la comisión interna de reclamo.
Ahí empezó su accionar. Los mismos compañeros que lo conocían del lugar reconocían lo que era. Además, sabían que había estado desde chico en la Municipalidad, conocían todo. Ellos mismos se movilizaron en su apoyo y fue avanzando a otros departamentos de la fábrica. Era uno de ellos. El mejor de ellos. Así se lo reconocieron.
En 1958, apenas dos años después de haber ingresado a la fábrica, trabajando ya junto a sus compañeros en la línea de montaje,fue elegido secretario general del sindicato por primera vez. Con el voto de sus compañeros le ganó a la comisión que estaba en ese momento, cuando se empezaba a formar el gremio. En forma previa se había conformado la agrupación sindical que los representaba, y que le tocó presidir y lo condujo a su primera victoria sindical. Allí comenzó a manifestarse el carácter, pensamiento y valores que había adquirido durante su joven vida. Para su hijo, su padre “era nacionalista, cristiano y peronista. Esa era su concepción, era eso”. Tenía 29 años.
Comenzaba su gran etapa sindical, que duraría catorce años, y en cuyo transcurso, como recuerdan sus propios compañeros de la fábrica, sus vidas se vieron altamente enaltecidas y dignificadas con su lealtad hacia ellos: “Aparte de nuestra relación en la lucha -testimonian sus compañeros- teníamos contactos personales. Por eso para nosotros siempre fue más que un dirigente gremial. Ha sido una buena persona y un buen compañero, un buen amigo que se ha jugado por nosotros… A Él le debemos todo: el gran sindicato, su amistad, la lucha de trabajadores y los tiempos de conquistas gremiales, como cuando se jugó entero porque nos querían sacar el Sábado Inglés…”.
En 1967, en plena actividad sindical en defensa de sus compañeros, y estando próxima una elección sindical que volvería a ganar, sufriría un atentado en la propia casa familiar: pusieron una bomba “en la ventana, al lado de la cama”. Afortunadamente, esa noche se encontraba ausente, pues solía quedarse a dormir en el sindicato, pero la vivienda quedó destrozada, aunque la pudo reconstruir con la ayuda de sus compañeros del gremio.
En aquellas elecciones -a pesar del atentado-no solo “logró un triunfo contundente” sino que redobló la apuesta: policlínico del sindicato, servicio de farmacia, banco de sangre, servicio de ambulancia; subsidio en lo social, préstamos, seguro de vida, asesoría letrada; y en lo patrimonial, salón de actos. Así también, la casa para la sede la compró la comisión directiva que él lideraba, al igual que el camping recreativo y deportivo, además del vehículo del sindicato. A todo ello se agregó: proyecto de sede para la Seccional de la ciudad de sus primeras luchas, capacitación, periódico sindical, biblioteca sindical y convenio de trabajo discutido cada 4 meses sin techosalarial y por categoría, ropa de trabajo y salubridad. No pararía nunca. Y sería elegido dos veces secretario general de la CGT Regional.
Al descubrir el secreto del odio y de la falta de reconocimiento de sus adversarios en el sindicato, que lo llevarían impiadosamente a renunciar a la secretaría general del gremio en 1971 después de catorce años, sus compañeros lo explicarían así: “La contra lo odiaba por su situación política (siempre fue peronista). Estaba aquella Lista muy antiperonista, pero como nosotros teníamos mayoría siempre les ganábamos” … “La gente y la historia le deben una explicación, un reconocimiento… Fue nuestro secretario General, el hombre que realmente significó el mayor aporte a nuestra lucha y la del Movimiento Obrero…”.
Aquel hombre encabezó la columna de 10.000 trabajadores de su gremio, que un 29 de mayo de 1969, como corolario de la larga resistencia peronista, dio inicio a la rebelión obrera y popular más grande de la historia argentina del siglo XX después del 17 de octubre de 1945. Se llamaba Elpidio Torres.