La ausencia del General. Memoria de un país en crisis. Por Elio Noé Salcedo
Para los que hemos vivido estos últimos setenta años de historia argentina, la realidad nos resulta una especie de deja vú trágico (suceso que se siente que ya se ha vivido), en el que la historia vuelve a repetirse sin solución de continuidad y sin consuelo. Una nueva derrota (para colmo electoral) -verificada en cada medida que toma este gobierno- ha vuelto a sacudirnos, sin que parezca que hayamos aprendido mucho de los doscientos años de vida transcurridos. Algo anda muy mal en la Argentina.
En verdad, lo que está ocurriendo en y con nuestro país por estos días, ya lo vimos y vivimos. Dábamos testimonio de ello en un libro que escribimos al iniciarse el siglo XXI. De haberlo escrito en esta nueva época, agregando solo los detalles del presente, podríamos haberlo titulado igual: “El general ausente. Memoria de un país en crisis” … aunque su nombre nos suene cada vez más lejano…
¿Qué es lo que nos hace tropezar una y otra vez con la misma piedra? Intentemos buscar en esa “actualidad del pasado” las razones de lo que ya parece ser una enfermedad crónica o cíclica de la sociedad argentina, que se ha transformado en un verdadero círculo vicioso. Siempre decimos que la memoria histórica -como conciencia de lo sucedido– puede ayudarnos a dilucidar nuestro drama histórico.
Decíamos en aquel momento, mientras nos ilusionábamos con el gobierno de Néstor Kirchner y volvíamos a tener esperanza de salir definitivamente del infierno padecido casi sin descanso con la dictadura… con la vuelta a la democracia… a pesar de la democracia… con algunos gobiernos “democráticos” pero antinacionales… hasta esos nuevos días que en 2003 nos deparaba un nuevo amanecer… como nos sucedió también con los gobiernos de Cristina y Alberto…
Decíamos entonces, retrotrayéndonos algunos años: “La muerte del general Perón no fue solamente un doloroso acontecimiento humano y social de trascendencia pública y nada más. Por el contrario, la desaparición física del líder nacional no solo dejó huérfano al pueblo argentino e inconcluso un proyecto de Nación, sino que además sumió al país en una profunda crisis política que derivó finalmente en la caída del peronismo por segunda vez en su historia, a manos de los mismos sectores económicos y sociales que habían derrocado a Perón en 1955”.
Hoy nos preguntamos: ¿será esa orfandad –física, política e ideológica– una de las causas de nuestro infortunio? ¿Existe alguna duda de que ese proyecto sigue inconcluso, a mitad de camino entre lo que era en tiempos de Perón y deberá ser necesariamente en el futuro, porque si no, no seremos nada? Aquella situación ha vuelto a ocurrir (una vez más en los últimos cuarenta años), aunque esta vez bajo otras circunstancias formales. Tal vez recordarlo pueda servir también como una suerte de autocrítica sobre nuestros propios errores, déficits y omisiones.
Con la misma intención de dilucidar las causas del drama histórico, político, económico, social y cultural del pueblo argentino -esa siempre fue nuestra razón militante-, después de que las movilizaciones activas y las cacerolas del pueblo hicieran conocer su veredicto en 2001, encabezábamos el prólogo de aquel libro con este título: “De la ciudad del llanto al reino de la verdad”. No era para menos, dada la gravedad de aquel momento, que hoy se repite quizá con mayor énfasis y con la misma receta de un pasado ignominioso y siempre cercano que nos arrastra como si fuera imposible dejarlo atrás.
Lo describíamos así: “Si el poeta Dante Alighieri hubiera llegado en 2001 a la Argentina, habría preguntado a su guía: “Maestro, ¿qué es lo que oigo y qué gente es ésta que parece dominada por el dolor?”. Entonces, el maestro le hubiere respondido, igual que en la obra literaria: “Esta miserable suerte está reservada a las tristes almas de aquellos que vivieron sin merecer alabanzas ni vituperio; están confundidas entre el perverso coro de los ángeles que no fueron rebeldes ni fieles a Dios, sino que solo vivieron para sí”. ¿No ha habido de eso también entre nosotros en estos últimos años?
“Hemos llegado al lugar donde te he dicho que verías a la dolorida gente que ha perdido el bien de la inteligencia”. En este lugar, “bajo un cielo sin estrellas, resuenan suspiros, quejas y profundos gemidos, de suerte que no se puede dar un paso sin ponerse a llorar”.
Pues bien, seguíamos diciendo, para desandar el camino que nos llevó a esa situación de marginalidad y pobreza nacional que padecimos, es necesario admitir que la Argentina aún no ha salido de esa “caverna de mal piso y escasa luz” donde la condujo el liberalismo menemista (se trataba de una real autocrítica), junto a los libertadores del ´55 y los “reorganizadores” del ´76, entre otros “guías non sanctos” que la hicieron transitar y descender desde las puertas del infierno hasta el último recinto de su noveno círculo. No obstantes, aún “cansados” y “jadeando”, como en la Divina Comedia italiana, los argentinos comenzamos a sentir que “es preciso partir de esta mansión del dolor” sin esperar el próximo milenio.
Ciertamente -proseguíamos-, “la Argentina ha sobrevivido a la peor pesadilla de su historia: su casi autodestrucción como país. El Gobierno y los hombres de buena voluntad que vendrán después de esta pesadilla (entre los que no se encuentran los espectros de esa Argentina que murió y que no tiene buena voluntad en sus críticas destructivas), tendrán la oportunidad que el cielo nos regala, “a pesar de haber estado condenados”, para salir definitivamente de los círculos de ese infierno al que nos llevaron sucesivas tragedias políticas de todo signo en los últimos 50 años, y en particular en las últimas tres décadas después de la muerte del general Perón”. Lo intentamos sin lograrlo.
Esa Argentina no estaba muerta ni había sido juzgada como debió ser juzgada también. Se juzgó solo a los verdugos y no a los autores intelectuales del crimen contra la propia Argentina, constituyendo el error y la omisión más grande que cometió una democracia demasiado satisfecha de sí misma, sin resolver los problemas de fondo que nos siguen aquejando, y que siguen siendo, sin solución de continuidad, una gran piedra en el camino. Por ello -insistíamos en el prólogo de aquel libro que pretendíamos fuera aleccionador-, “como en el viaje del Dante, necesariamente recorreremos infierno, purgatorio y paraíso de nuestra propia “comedia argentina” (más trágica que divina); sobre todo, esos lugares donde “el bien de la inteligencia” y el “pensamiento, suprema dignidad del hombre”, jugaron un papel fundamental en la creación de una Argentina iluminada por “la alta luz que tiene en sí misma la verdad de la existencia”. Esa Argentina iluminada ya no figura en la mente y la memoria de la gran mayoría de los argentinos, incluidos muchos que votaron como nosotros.
Entendíamos, entonces como ahora, que el conocimiento y recuperación de ese pensamiento -el pensamiento nacional- para la política y para la acción gubernamental, cuya pérdida hiciera de nosotros ciudadanos sin sentido de su existencia e identidad histórica y comunitaria, es el primer paso para recuperar nuestra conciencia política perdida, y con ella, recuperar nuestro destino.
Tal vez no haya mucho para agregar. Solo pensar que esas palabras que escribimos con voluntad y pasión militante, hace ya veinte años, siguen teniendo vigencia desgraciadamente y pueden servir de disparador para nuevas y necesarias reflexiones.