De la primera frustrada Invasión Inglesa en el Río de la Plata al ejército sanmartiniano. Por Fernando del Corro
El Río de la Plata es clave para el desarrollo de la vasta región meridional de América del Sur como se lo hiciese notar en una carta fechada el 2 de enero de 1566 el primer gran economista americano, Juan de Matienzo, al rey español Felipe II dando origen a la actual Ciudad Autónoma de Buenos Aires y así lo entendió el monarca británico Jorge III.
Éste, en alianza con su par portugués José I, decidió tomar el control del estuario de manera que cerca de 261 años atrás, el 6 de enero de 1763, se produjo el intento de invasión a la Colonia del Sacramento, en la Banda Oriental, hoy República Oriental del Uruguay.
En 1762 “Guerra de los Siete Años” (1756-1763), en Londres, portugueses y británicos analizaron apoderarse del control del Río de la Plata quedándose los lusitanos con la costa oriental y los ingleses con la occidental, teniendo ésta, la hoy Argentina, la particular importancia de que era clave en el camino a Europa de los metales preciosos que los colonizadores españoles enviaban desde las minas del Alto Perú, la actual Bolivia.
Colonia había sido cedida por España a Portugal en 1701 en marco de la “Guerra de la Sucesión Española” (1700-1714) que devino en gran conflicto bélico europeo con el territorio hispánico escenario, durante la cual la corona de Madrid realizara diversas cesiones a contendientes, como el Peñón de Gibraltar a los ingleses.
Ese año, los gobiernos británico y portugués, vía primeros ministros Thomas Pelham Holles, duque de Newcastle y Sebastiáo José de Carvalho e Mello, marqués de Pombal, respectivamente, llevaron adelante el plan de ocupación de ambas márgenes del Río de la Plata y su zona de influencia. Para concretar la operación militar la Compañía Británica de las Indias Orientales organizó una suscripción de títulos por 100.000 libras esterlinas de entonces, decenas de millones actuales, para financiar la expedición.
Así, para la contratación de los soldados aventureros de la expedición se imprimieron carteles que se pegaron en las calles londinenses en las que se destacaba que para los que se enrolaron había “libertad absoluta para el saqueo”.
En julio de 1762 la flota partió rumbo a Lisboa al comando del capitán Robert Mac Namara quién en la capital portuguesa fue reconocido como jefe de la escuadra a la que, luego, se le sumaron más barcos y combatientes en Río de Janeiro desde donde se organizó el avance hacia el objetivo final aunque la decisión fue ir hacia Colonia y no hacia Buenos Aires, que era el destino inicial, o Montevideo donde hubo escaramuzas.
Esa decisión final se adoptó durante un Consejo de Guerra ya en plena navegación por considerarse que las otras dos ciudades tenían mucho más poder militar y en el caso de Buenos Aires había carencia de prácticos fluviales que los guiasen hasta la costa correctamente.
Tras partir de Río de Janeiro el 20 de noviembre y encontrándose en el Río de la Plata, cerca de Montevideo, unas semanas más tarde, Mac Namara se anotició de la toma de Colonia por Cevallos quién, al tanto de la presencia de la flota agresora preparó la defensa de la zona. Mientras, una embarcación portuguesa enviada desde Río de Janeiro llegó con un práctico que sugirió a Mac Namara marchar hacia Colonia considerando que el calado de los barcos era muy grande también para Montevideo
Luego de algunas escaramuzas el 4 de enero de 1763, el 6 al mediodía los barcos iniciaron un bombardeo desde unos 400 metros de la costa generándose un cruce con los defensores durante alrededor de cuatro horas, estimándose que desde los barcos se lanzaron más de 3000 disparos de metralla y balas que provocaron la muerte de cuatro de los soldados a las órdenes de Cevallos.
Como contrapartida desde la costa se lanzaron “balas rojas” (bochas de acero calentadas al fuego) una de las cuales, al impactar en el buque insignia agresor, el “Lord Clive”, que para entonces ya había sufrido 40 bajas, alrededor de las 16, generó un enorme incendio que provocó el hundimiento del mismo y la muerte de otros 272 tripulantes mientras que 62 fueron capturados por los defensores pudiendo escaparse 18 que llegaron a otras naves que se retiraron hacia Rio de Janeiro y una de las cuales tuvo 80 bajas en su tripulación.
En tanto algunos de los oficiales prisioneros fueron ahorcados en tanto el resto fue confinado en el territorio argentino y así, varios de sus descendientes, en 1817, complacidos por el trato recibido en el país dirigieron una carta al entonces gobernador de Cuyo, José Francisco de San Martín, quién preparaba su expedición libertadora, ofreciéndose para alistarse bajo sus órdenes. John Hefferman, W. Manahan, Timothy Lynch, John Brown, John Young, Thomas Hughes, William Carr y Daniel MacGeoghegan, señalaron que estaban agradecidos por la gran hospitalidad y llenos de entusiasmo por los derechos de los hombres ya que no podían ver con indiferencia los riesgos que amenazaban al país y estaban dispuestos a tomar las armas y dar su última gota de sangre, si fuera necesario, en su defensa.
Habían transcurrido 241 años cuando en febrero de 2004 el argentino Rubén Collado, al frente de un equipo de buceadores, halló los restos hundidos del “Lord Clive”.