Itinerario y proyecto de la casta dominante en la Argentina. Por Elio Noé Salcedo
A riesgo de ser demasiado esquemáticos, aunque con pretensiones de ser didácticos, digamos que el proyecto de la oligarquía nativa (la casta dominante a nivel político, económico, social y cultural desde el comienzo mismo de la historia argentina) -a falta de continuar siendo colonia de España-, siempre fue un proyecto semicolonial, de No Nación, autoritario en lo político, librecambista en lo económico y extranjerizante en lo cultural, es decir pro europeo y en particular pro británico (no latino sino filo anglosajón).
Son innumerables las veces que desde 1810 a 2024, la casta oligárquica intentó y logró impedir el desarrollo de una alternativa nacional a su proyecto anti nacional y de desigualdad económica y social, excluyente en términos políticos, económicos y sociales de la mayoría de los argentinos y argentinas.
Desde la misma Revolución de mayo de 1810,sobre todo después de la caída y desaparición en alta mar de Mariano Moreno, gobernó la misma oligarquía: en el Primero (1811) y Segundo Triunvirato (1812), que requirió la intervención del coronel San Martín recién llegado de España para detenerla; con el Directorio, desde 1814 a 1820, que una revolución federal provinciana debió desalojar del gobierno, sin eliminarla como clase social y casta política dominante; por eso volvió rápidamente al poder con Rivadavia desde 1821 hasta su presidencia arbitraria y anti nacional entre 1826 y 1827.
Así también, esa casta oligárquica impidió la organización nacional desde 1828 a 1852; se separó de la Confederación Argentina presidida por el entrerriano Justo José de Urquiza y el cordobés Santiago Derqui (1852 – 1861), hasta volver a quedarse con el poder y con la Constitución a través de Mitre desde 1862 a 1868; conspiró desde la oposición al gobierno de transición del provinciano Sarmiento; intentó impedir la presidencia del provinciano Avellaneda, y se enfrentó a la federalización definitiva de Buenos Aires y a la creación de un Estado Nacional moderno en 1879, hasta ser vencida por el provinciano Julio Argentino Roca; sin dejar de intentar su restauración a partir de la contrarrevolución de 1890 contra el provinciano Miguel Juárez Celman (conductor de la Liga de Gobernadores que realizó esa verdadera revolución productiva con sentido liberal y nacional a partir del ‘80); a partir de 1890 siguió intentando y logrando muchas veces durante todo el siglo XX y lo que va del XXI, impedir la realización de una gran Nación en el sur americano.
La oligarquía “argentina” -la casta por antonomasia de ayer, de hoy y de siempre- no concibe a la Argentina como un país de iguales, ni a nivel interno, donde para ella todavía rigen las “castas” sociales y económicas del pasado hispánico, ni con relación al exterior, a comparación del cual somos y deberíamos ser necesariamente un país de segunda, condenado a la subordinación y el servilismo.
Tampoco concibe a la Argentina como un país desarrollado industrialmente y competitivo con aquellos países que esa oligarquía considera su “modelo”, y ante los cuales no siente vergüenza en arrodillarse, siempre mendigando para que se la incluya como socio menor y/o satélite de esos países empoderados gracias, no a la subordinación a otros países, sino a la lucha patriótica de sus clases nacionales. Consustanciados con sus patrones de afuera, nuestra casta oligárquica repudia el patriotismo y/o nacionalismo de los argentinos y argentinas.
En esos países imperiales se encuentran sus ídolos; esos países son dignos de admirar, aunque curiosamente no hacen nada para imitarlos en su derrotero nacional y su gran desarrollo autónomo industrial, científico y tecnológico; en esos países es bueno vivir, para ellos; esos países harán por nosotros lo que nosotros no somos capaces de hacer, debido a una supuesta “incapacidad intrínseca” (pensamiento de matriz sarmientina) que los latinos tenemos de nacimiento o heredamos de España, país al que ahora admiran, cuando la potencia mundial lo ha incluido (para su explotación) entre sus preferidos de Europa, continente al que conduce a la hecatombe por el precio usurario del gas, la guerra de Ucrania y otras guerras a la vista de un imperio en decadencia.
No ha sido solamente el peronismo -a raíz del advenimiento y la integración de la clase trabajadora a nuestro destino natural de sociedad nacional con derechos plenos e “igualitarios”- el que le quitó el sueño a la “oligarquía argentina” colonizada, siempre socia del imperio de turno. Intentó antes impedir y/o frustrar nuestro destino nacional, como hemos dicho, durante todo el siglo XIX, aunque la generación del 80 -con Roca y la generación provinciana que se incorporó a la política nacional entre 1880 y 1890- la derrotó en términos políticos, si bien parcialmente, por lo que esa gran oportunidad liberal-nacional del ’80 fue frustrada por la casta oligárquica, hasta integrar progresivamente el roqui-juarismo al sistema oligárquico, y luego, definitivamente, al producirse la finalización del ciclo roquista en 1904.
Esta nueva época, inaugurada con la revolución radical de 1905 contra el “régimen falaz y descreído”, también sería frustrada en sus propósitos. Y ya con la vigencia en pleno de la Ley Sáenz Peña, la casta oligárquica boicoteó y finalmente derribó al radicalismo de Hipólito Yrigoyen, imponiendo nuevamente el fraude y la entrega al imperio de turno entre 1930 y 1943, período histórico conocido como la “Década Infame”.
Esa fue la clave y razón por la que la oligarquía del Centenario prefirió ceder en 1912 el voto universal, obligatorio y secreto (como hoy acepta y utiliza la “democracia” y las formas democráticas para su provecho), antes que permitir -ayer como hoy- una revolución nacional que nos transforme en un país definitivamente soberano y realizado en lo político, lo económico y lo social, con autonomía intelectual para encarar nuestro destino latinoamericano de grandeza.
Todavía lo estamos intentando, sin que las estrategias oligárquicas de todo tipo dejen de ambicionar -hoy como nunca- hacernos desaparecer como sociedad dueña de un proyecto y de un ideario bicentenario (aunque cada vez más difuso), ni tampoco alcancen o hayan alcanzado nuestras acciones para contrarrestar definitivamente las estrategias de los enemigos de ese proyecto de Nación.
Son numerosamente mayor los años que gobernó la casta oligárquica y el proyecto semicolonial de No-Nación, que lo que pudo gobernar el proyecto de un país políticamente soberano, económicamente independiente, socialmente justo, culturalmente autónomo, unido al destino insoslayable del proyecto libertador de San Martín, Bolívar, O’Higgins, Artigas (1810 – 1826) de una sola, grande y común América Criolla.
La inexistencia de una burguesía nacional industrializadora en Nuestra América y también en la Argentina, se debe -entre otras causas de raíz objetivas y/o estructurales-, a la falta de desarrollo de una conciencia nacional entre nuestras clases dominantes.
Poseemos inmensas riquezas naturales, materiales, técnicas y espirituales, que ellos pretenden usufructuar exclusivamente (con descaro) y entregar al mejor postor para su lucro mezquino e ilegítimo, y que nosotros -sus auténticos propietarios y beneficiarios (con derecho al “acceso universal de los bienes comunes”, como expresa la Doctrina Social de la Iglesia)-, no podemos disfrutar como nos lo merecemos y como nos lo garantiza nuestra propia Constitución Nacional: la de 1949 e incluso la de 1994.
Por eso se debe aclarar y hasta rectificarnos, cuando hablamos de “oligarquía argentina”, porque ella es “argentina” solo por su nacimiento, pero no por sus intereses, objetivos, pensamientos, ni sentimientos (y a veces ni siquiera por su residencia).
Como nos enseñara ese gran pensador político argentino y latinoamericano que fue Jorge Abelardo Ramos, en realidad se trata de una clase propietaria que usufructúa nuestras tierras y nuestros recursos, pero no de una clase nacional en el estricto sentido del término. Como tal deberíamos tratarla, antes de seguir sujetos a sus designios letales para nuestra existencia y condición de país inconcluso y con necesidad imperiosa de autorrealizarse como Nación junto a nuestros hermanos de Latinoamérica.