Pensar nacional o alienación colonial. Por Elio Noé Salcedo

Arturo Jauretche, que pensaba desde el llano, porque no tuvo oportunidad de pensar desde una cátedra universitaria -debido a que la Universidad no estaba para pensar lo nacional porque pensar en nacional era contrario al pensamiento académico-, denunciaba la conducta anticientífica practicada por los cientistas sociales de su generación, “que en lugar de ir del hecho a la ley, van de la ley al hecho”.

Lógica absurda, ya que el método de la ciencia requiere partir de la realidad observable, para extraer de su comportamiento las leyes que lo determinan, es decir: del hecho particular a la ley general (inducción), y no, partiendo de supuestos descubiertos en otros lugares y en otros momentos, para finalmente deducir cómo debería comportarse nuestra realidad.Casi siempre, sino siempre, ese resulta un camino equivocado o un callejón sin salida.

De alguna manera, como decía Juan Carlos Neyra en uno de los prólogos a “Los Profetas del Odio”, “toda nuestra historia reproduce el mismo enfrentamiento entre la ideología y el hecho”. Sin duda, había una flagrante contradicción en ese “abstracto principismo desconectado del hombre, del pueblo, del país…”.

En efecto, de no mirar la propia realidad en sus singularidades y propiedades, sucede lo que denunciaba Jauretche en “Los Profetas del odio”: “El amor por la humanidad, por la libertad, por la democracia, por la justicia, los exime del amor por el hombre, por la libertad, por la democracia, por la justica del hombre concreto de carne y hueso que constituye el contenido humano del país”. Así se llega a ser humanista, libertario, republicano, democrático y defensor de la seguridad jurídica, pero nunca un verdadero patriota ni defensor del compatriota, del argentino y del latinoamericano real que vive y sufre nuestros propios problemas de ayer, de hoy o de siempre.

Sucede, como decía otro gran intelectual de nuestro pensamiento nacional clásico -Fermín Chaves-, que “los argentinos (y por extensión los latinoamericanos) hemos sido construidos históricamente según ciertos universales”, y es por eso que “necesitamos, pues, de una nueva ciencia del pensar, otra episteme (una epistemología propia), la que viene siendo elaborada a partir de lo particular, sin subordinación a universales dominantes y que proceden interesadamente del sistema central de poder”.

Debemos entender entonces, como lo explicaba magistralmente don Arturo, que “bajo la apariencia de los valores universales se siguen introduciendo como tales los valores relativos correspondientes sólo a un momento histórico o lugar geográfico, cuya apariencia de universalidad surge exclusivamente del poder de expansión universal que les dan los centros de poder donde nacen, con la irradiación que surge de su carácter metropolitano. Tomar como absolutos esos valores relativos es un defecto que está en la génesis de nuestra “intelligentzia” y de allí su colonialismo”. De allí que el desafío y el dilema que enfrentamos sea: con nosotros o contra nosotros mismos.

El no pensar por, para y en nosotros mismos como sociedad y como Nación, como reflexiona el Prof. Enrique Lacolla, tal vez sea “la expresión de una especie de suicidio colectivo que está consumando esta sociedad por vía de su negativa a pensar”.

Y si eso ocurre en el sistema de enseñanza y en particular en la Universidad, es algo muy grave, porque se supone que la Escuela y la Universidad deberían enseñarnos a pensar (¿sino quién?), pero no en contra de nosotros mismos o con indiferencia respecto a nuestro destino como personas de una sociedad y de una Nación inconclusa, sino todo lo contrario: a favor de las mayorías y de la mayoría de los habitantes de la sociedad y de la Nación, sin ningún tipo de exclusiones, salvo de los que quieren entregarnos al enemigo colonial.

Sepamos desde ya con Jauretche, que la falsificación de la historia “ha perseguido precisamente esta finalidad: impedir, a través de la desfiguración del pasado –y ahora también del presente y del futuro-, que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional”. En ese sentido, la información diaria, manipulada a través de los medios deformantes de la realidad, es un subgénero de la historia falsificada y requiere, como en todos los rubros de la vida nacional, una verdadera reforma -como la Reforma Universitaria de 1918, pero a nivel general-, es decir, la conclusión de esa revolución nacional inconclusa que hizo grande a los países desarrollados, mas no la indiferencia, la indecisión y la inacción que nos ha conquistado.

Llegado a este punto reconozcamos las causas de esa flagrante contradicciónentre nuestra inteligencia y la realidad y sus consecuencias nefastas y contrarias a las que necesita el país de nosotros.

La causa de tanta “disociación”

Debemos saber las causas de tantos desajustes y desacoples en nuestra vida y conducta histórica. Para decirlo con palabras del Prof. Lacolla, “la desestructuración de esta sociedad y su incapacidad para darse una forma acorde a sus intereses, no cae del cielo: es el resultado, sino de planes explícitos, sí de tendencias y orientaciones impuestas desde el mundo avanzado, que contemplan centralmente su propio interés y el rol auxiliar que este país –y tantos otros- deberían jugar en ese concierto”.

Y si vemos que el efecto de esa dependencia económica, cultural e intelectual se acentúa en estos momentos, debemos colegir sin eufemismos y sin meter la cabeza en la tierra como el avestruz, que ello es “consecuencia del fortalecimiento global del imperialismo y de la ineptitud que nuestras clases dirigentes han tenido para plantearse un desarrollo sostenido, fundado y proyectado de acuerdo a una concepción geopolítica adecuada”.

Ya en 1972, el Prof. Blas Alberti denunciaba respecto al ámbito universitario (sin que en el fondo eso haya cambiado mucho, salvo por una suerte de progresismo en las ideas, pero sin verdadera raíz nacional): “El ámbito de las universidades de América Latina -la política de “internacionalización de la educación superior” en el presente lo demuestra-, salvo honrosas excepciones, se encuentra dominado por un cientificismo ahistórico y carente de aquello que teóricamente constituye su función: propender a la comprensión del mundo real al que debe servir y dotar de fundamentos científicos (con fundamentos nacionales concretos) a las legiones de jóvenes que acuden a sus claustros”.

Lo denunciaba aún antes Ricardo Rojas en su proverbial, aunque todavía no asumido, Informe de Educación de 1909, situación que ni siquiera la Reforma Universitaria de 1918 lograría cambiar: “El desarraigo intelectual que caracteriza a las clases universitarias en nuestro país, el desdén ambiente para con las cosas nativas, revélasenos ahora como consecuencia de un sistema pedagógico ajeno a la tradición y a los intereses de la sociedad que lo practica… De esta suerte, la escuela del Estado(la Educación Pública) ha sido desnacionalizada por el ambiente, en lugar de que la escuela influyese sobre la sociedad, argentinizándola” y latinoamericanizándola, antes de que quedáramos definitivamente desunidos y dominados y a las puertas de un nuevo “período colonial”, como el que hoy amenaza hacernos sucumbir.

Una de las características más importantes en la difusión de estas ideas -completa Norberto Galasso- reside en que la clase dominante las “baja” como conocimiento neutro, científico, indiscutible”.

Poco se habla en la Universidad, por ejemplo, y desde allí en extensión a toda la sociedad, de geopolítica latinoamericana actual (no la de hace cinco o más siglos atrás sino la de ahora), siendo una transdisciplina que explica muchos de los fenómenos que nos afectan hoy, y como bien dice el Prof. Enrique Lacolla, “si no se piensa el mundo a partir de sí mismo, es imposible comenzar a aprehenderlo comprensivamente”, porque “la consecuencia de una visión excéntrica de las cosas (en tiempo y lugar) es la alienación de la realidad”.

Sin duda, nuestra sociedad ha caído en esa suerte de alienación, caracterizada por una falsa conciencia de la realidad.Hay una incongruencia entre lo que somos y lo que creemos que somos, o para decirlo con palabras del personaje de Manuel Gálvez de su novela “Hombres en soledad” de 1935: “En nosotros los argentinos hay un conflicto, un grave conflicto, entre nuestra idiosincrasia de europeos y la tierra en que hemos nacido y vivimos”. Es decir, estamos alienados, fuera de la realidad, producto de que vivimos la realidad que nos muestran y nos pintan ciertos libros o algunas teorías exóticas, las redes sociales y los medios de comunicación deformantes, llegando a ser esclavos mentales de ellos.

Tal vez esa alienación explica en gran parte lo que nos pasa. El problema es que, dicha alienación conduce a desinteresarse del país y de sus compatriotas, creyendo que el goce de los derechos elementales de la mayoría es solo una ficción.

¿Qué país o qué sociedad puede realizarse o siquiera sostenerse en esa condición?

Un comentario en «Pensar nacional o alienación colonial. Por Elio Noé Salcedo»

  • el febrero 16, 2024 a las 7:20 pm
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    Muy buen analisis, pero con esta salvedad: “estamos alienados”, pero no todos, no todos, y no en todo momento. Hubo momentos de gran desalienacion general (como 19451955) y una clase obrera no alienada, lo mismo que en las corrientes seguidoras de Jorge Abelardo Ramos, Jauretche y Scalabrini Ortiz

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