Que aurora siga sonando. Por Sara Liponezky

En esta mañana de febrero, del país convulsionado por la amenaza de una disgregación nacional, con signos que inevitablemente movilizan nuestra memoria hacia los procesos más dolorosos del siglo XX, resulta muy difícil tener la templanza y lucidez para entender y sostenerse. Sin embargo, hace pocos minutos comenzó el acto de inicio del ciclo lectivo en la escuela púbica de mi barrio, a la que asisten tres nietos. Entonces vuelvo a escuchar a través del balcón esas voces virginales que entonan la marcha Aurora. Siempre me ha parecido maravillosa. Y desde hace siete años, he disfrutado esa rutina saludable casi todas las mañanas.

Pero precisamente hoy, en esta Argentina sufriente, bastardeada desde el propio gobierno nacional, despreciada y  sumida en la crispación y el miedo, me emociona.  Al escuchar “la bandera de la Patria mía” me conmueve pensar que ese valor supremo está en riesgo de vaciamiento en contenido y patrimonio. Recuerdo la letra de nuestra Constitución Nacional que es expresión del acuerdo entre las provincias y la Nación tras un tiempo de luchas fratricidas. Pienso en Artigas y su magnífica inteligencia de la democracia “mi autoridad emana de vosotros y cesa ante vuestra presencia soberana” (ante el pueblo reunido en Tres Cruces). En su gesta y la de nuestros caudillos para defender los intereses de cada territorio ante el autoritarismo porteño. En esa norma constitucional que reconoce la preexistencia de las provincias respecto de la Nación. Es que ellas son constitutivas por Historia. Solo desde la ignorancia sobre nuestro pasado, la colonización mental adquirida y practicada, la vocación apátrida y cierto desequilibrio psíquico, puede pensarse al Estado nacional como una abstracción. Es la encarnadura formal de un universo conformado por personas que habitan un territorio extenso, potente y vigoroso desde La Quiaca a Tierra del Fuego. En comunidades diferentes, con paisajes diversos en lo humano y ambiental, con aptitudes naturales que favorecen actividades variadas, con identidades históricas que abonan su sentido de pertenecía y defensa del espacio que habitan. Pueblos y compatriotas que ejercen como soberanos el derecho de elegir y ser electos para representar su voluntad en el Ejecutivo y la legislatura provincial, así como en el Congreso nacional. Recuperar la Democracia no ha sido gratuito, ni una gracia divina. Establecer un sistema federal y sostenerlo tampoco.

Es evidentemente una epopeya que sigue latente, que no ha terminado. Porque hay sectores del privilegio, siempre admiradores y amigos de lo externo, que a veces acceden al gobierno, empecinados en volver a la etapa más reaccionaria del siglo XIX.

Pero gracias a Dios a y a nuestra empecinada argentinidad, Aurora sigue sonando y las infancias de hoy la cantan. Que sea con convicción. 

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