De la adolescencia a la madurez nacional. Por Elio Noé Salcedo
Si la identidad nacional o la conciencia de ser nosotros y no ningún otro país y continente, se obtiene a través de la madurez, como bien dice el profesor Enrique Lacolla, reconozcamos con él, que “no se llega a la madurez sin luchas y sin esfuerzos, es decir sin tomarse el trabajo de pasar por la experiencia feroz, a través de la cual otros países y otros continentes, a los que nuestra “intelligentzia” les rinde pleitesía, han labrado su propia identidad y su destino”.
En efecto, en la Argentina, “una clase que se desarrolló en dependencia estrecha con Europa, henchida de orgullo, pero íntimamente insegura de sí misma” (adolescente, y por eso mismo dependiente), habría de suscitar en grandes escritores formados a su amparo, y por lo mismo pro europeos, como Sarmiento o Borges, “una melancolía indescifrable, una sensación de desarraigo” equivalente a la ausencia y/o a la auto negación. Esa situación impediría la creación de una cultura nacional propia y la suficiente estima nacional que le permitiera a nuestra Inteligencia estar orgullosa de la propia idiosincrasia, de sus propios paisanos, del propio continente y de la propia historia.
A falta de la hegemonía de un pensamiento nacional en lo político, económico y social, producto además del extrañamiento del poder del propio pueblo, la intelligentzia argentina buscó afuera lo que estaba obligada a crear por ella misma, inspirada en su propio país y en sus paisanos. Sucede que, hasta ahora, los movimientos nacionales accedieron al gobierno, pero no al poder, y dejaron sin neutralizar el poder económico, social y cultural de la oligarquía, que terminó derribando o derrotando a los Movimientos Nacionales en 1930, en 1955, en 1976, en 2015 y en 2023, dejando intacta la cultura dominante y su aparato cultural. Esa es una de las razones de nuestra actual derrota nacional tanto política como cultural.
En los últimos 94 años, son más las derrotas que las victorias, y han gobernado más tiempo los “liberales” que los “nacionales” a pesar de lo que dice la propaganda engañosa del sistema cultural oligárquico. Contabilizamos 62 años de gobiernos liberales y/o demoliberales contra 32 años de gobiernos nacionales y populares, si incluimos entre estos últimos, desde 1930 a la fecha, los gobiernos de 1943 (tres años), el primero y segundo de Perón (nueve años), el de 1973 al 76 de Cámpora, Lastiri, Perón e Isabel Perón (tres años), el año de Duhalde, los cuatro de Néstor Kirchner, los ocho de Cristina Fernández y los cuatro de Alberto Fernández: en total fueron solo diez años del Gral. Perón, y veintidós sin la plenitud de la primera década peronista.
Dadas esas circunstancias, es a la Inteligencia Nacional (Lacolla dixit) a la que “le toca la función creativa de fundar, desarrollar e impulsar una visión superadora de la realidad presente, que tenga su razón de ser en nuestras propias raíces”. Y como decía Jorge Abelardo Ramos en una entrevista de 1992 en la provincia de La Rioja, “nuestras raíces no son propiamente argentinas sino (latino) americanas. San Martín no se autodefinía como argentino sino como americano”. Lo mismo podríamos decir de Simón Bolívar, de Gervasio Artigas y de Bernardo O´Higgins, a los que llamamos Padres de la Patria, pero de una Patria y una familia nacional que no valoramos como esencia y fundamento de nosotros mismos.
Las divisiones que nos impiden ser
Dicha crisis identitaria nos obliga a reorientar nuestra educación y formación política sobre una base profundamente nacional, o sea latinoamericano-céntrica, dado que los argentinos llevamos de un modo u otro, dentro de nosotros mismos, un desgarramiento fruto de “la división entre Europa y América” y también entre nuestras raíces indo-ibero-americanas y nuestra actual realidad “nacional”. Sin duda, somos hijos de esa división. Pero no es la única división que nos desgarra y cuya controversia necesitamos dilucidar.
Existe otra división que emana desde el fondo de la historia argentina, ya a partir de 1810, entre “provincianos” y “porteños”, que en realidad es más una división entre el modelo del Puerto y el modelo nacional que emanara de las provincias en el siglo XIX. Por esa misma razón, los caudillos provinciales pertenecen, con suerte, solo a la historiografía y nomenclatura catastral provinciana, en cambio, los caudillos porteños son patrimonio de la nación, es decir héroes nacionales. Así se ha escrito la historia. Y si los vencedores son quienes escriben la historia, no caben dudas -por la verdad “oficial” que rige-, quiénes han sido los vencedores hasta hoy, autores de nuestro atraso y de nuestros mayores fracasos. Ese proyecto está vigente y gobernando, no solo contra las provincias, sino sobre todo, contra la Nación (¡a no quedarnos a mitad de camino!).
Dalmacio Vélez Sarsfield calificaría a esa visión “porteñista” y “anti nacional” de la historia (no solo anti federal sino anti nacional) como “un juicio injurioso y calumnioso a los pueblos del interior”. El problema, según el abogado cordobés, es que esa historia estaba sacada de los documentos oficiales “en los que nunca aparece la verdad histórica”, en tanto “los documentos reflejan en su mayor parte los intereses de las clases altas”. Frente a ello, advertía: “Como las masas y sus líderes populares dejan pocos rastros escritos, su historia exige métodos que incluyan la leyenda, la tradición oral y los testimonios” (Teléfono para los investigadores e historiadores argentinos). Seguramente no es muy común enseñar esto en las cátedras de Historia, ni como referencia necesaria en las de Sociología, Ciencias Políticas, Ciencias de la Educación y otras. Llegado al punto que estamos, hoy resulta imprescindible reinterpretar en un sentido nacional toda nuestra historia.
De esa manera, “esta superestructura cultural -como dice Norberto Galasso-, imponiendo la historia de clase de la oligarquía dominante, genera una mentalidad colonial, ajena al país, a su pueblo y a los intereses de éste”.
Nuestro desgarramiento interior (ideológico, intelectual, cultural) no es un asunto tan sencillo de entender si reparamos que, en el medio de esa división de la que habla el Prof. Lacolla en “Reflexiones sobre nuestra identidad nacional”, además, existe otra división al interior de América, hoy muy “explotada” por la cultura “progresista” (sin demasiadas raíces ni fundamentos nacionales tampoco): la división entre nuestros ancestros precolombinos y los nacidos en América luego de Cristóbal Colón. Con esta división, incitada y aprovechada desde afuera, se desconoce que los latinoamericanos somos originariamente hijos de madre india y padre español, es decir mestizos -como lo reconocía Simón Bolívar-, que hoy conforman la inmensa mayoría del pueblo latinoamericano, cuyas raíces son sin duda indo-ibero-americanas. Como bien decía el escritor Carlos Fuentes en una entrevista con el periodista Joaquín Soler Serrano, citando a Octavio Paz, “nuestros conquistadores se llevaron todo y nos dejaron todo”. Tremenda contradicción, que los latinoamericanos tenemos que procesar para terminar de conocer nuestra identidad, valorar nuestra idiosincrasia y entender nuestra historia. Si no, como decía el Gral. San Martín -“americano” de la primera hora-, “no seremos nada”.
Memoria histórica y conciencia política
La cuestión, en definitiva, es que, según se concibe o se interpreta la historia, se actúa políticamente, en la medida en que la historia es la política del pasado, del mismo modo que la política de hoy es la política del futuro, como afirmara Arturo Jauretche en “Política Nacional y Revisionismo Histórico”. El tema es quién escribe la historia, y como decía también Jorge Abelardo Ramos, la interpretación de la historia tiene mucho de política, lo que equivale a pensar con un pie puesto en el presente, sin dejar de oír el pasado, que es su antecedente necesario, sobre todo en una Nación inconclusa.
Aunque sea para entender eso, hay que saber que cada cual piensa y actúa según sus intereses y conveniencias de sector o clase. También las clases cultas y universitarias. Ya Juan Bautista Alberdi entendía que son “esas leyes, fuerzas o intereses, en que reside la verdadera causa que produce los hechos”. Lo mismo sucede con el mundo, donde existen, no por mera casualidad, países ricos y países pobres, en el que los poderosos actúan según sus propios intereses, y en el que esas naciones “civilizadas” impiden que otras naciones se civilicen.
Nuestra educación formal y el aparato cultural en general han ayudado poco a enseñarnos todo eso y a crear una verdadera y profunda conciencia nacional que nos enorgullezca ante los demás y ante nosotros mismos. A esta altura, no podemos darnos el lujo de no pensar “en grande” (como decía y hacía el Gral. Perón), es decir, en clave nacional y latinoamericana.
No solo la historia la han escrito los “vencedores”; en la orientación “universal” y/0 “global” de la educación también han tenido que ver ellos, sin que los nacionales nos hayamos involucrado debidamente en los contenidos esenciales de la enseñanza y de la cultura para la formación de un verdadero ideal nacional que nos represente como sociedad y como Nación todavía inconclusa.
Con todo, como remarca Enrique Lacolla, “la expresión y defensa de las ideas exige una claridad, una comprensión, una interna pasión intelectual que no tienen” los que se dejan arrastrar por la corriente y por la cultura de época; sencillamente, porque la pasión deviene del arraigo o de la conciencia del trágico desarraigo, pero nunca de la indiferencia hacia lo que padecemos -la colonización pedagógica reinante- y hacia quienes nos rodean y transitan el mismo camino: todos y cada uno de nuestros compatriotas sin distinción de clase, raza, credo o pensamiento.
Como nos aconsejaba un reconocido profesor de comunicación de la UN de Cuyo por los años 70-90 -Daniel Prieto Castillo-: “Las pasiones no se inventan: o surgen de lo hondo o nos comprometen desde los huesos, o uno termina por seguir una rutina capaz de matar cualquier impulso”.
Y no hay dudas de que, además de dejar de lado ese individualismo y egoísmo tan nefastos, que nos impiden avanzar cuando se trata de intereses nacionales, aunque nos acusen de fanáticos, debemos volver a tener ese espíritu y esa pasión nacional americana que nos dio la primera Independencia de la Patria, que “fue liberada por los pobres y los hijos de los pobres, nuestros indios y los negros que ya no volverán a ser esclavos de nadie”, como lo expresara el mismo Libertador de esta parte de América al iniciar su heroica gesta de los Andes para liberar la Patria de la opresión extranjera y lograr que sea, total e íntegramente, ella misma, y no un remedo de cualquier cosa.