La clase media: Entre el hambre, el odio y su final. Por Gabriel Sanchez
La clase media tiene una compleja crisis existencial, su identidad bambolea entre lo que jamás va a ser y lo que le aterra ser. La eterna aspiración de ser clase alta y el terror de ser clase baja y así es que naufraga entre el apoyo y el rechazo a los gobiernos con matices populares.
“Piquetes, cacerolas, la lucha es una sola”, fue un fogonazo momentáneo, un manotazo de la clase media cuando se vio cara a cara con su más profundo miedo: Ser clase baja. Pos 2001, rápidamente la clase media volvió a sus aspiraciones de clase alta y volvieron a mirar con desdén a los de abajo, pero lo que no saben es que las clases altas los miran con el mismo desprecio que ellos miran a la clase baja, es por eso que en la más pequeña oportunidad rápidamente vuelven a ser expulsados y tienen que volver a ver a los pobres a los ojos, como ese espejo que refleja todos sus miedos y paranoias.
Si pensamos en términos económicos clásicos sólo existe el dueño de los medios de producción y el obrero, que presta su fuerza de trabajo porque es lo único que tiene para ofrecer. Algo tal como “clase media”, es inclasificable en una definición puramente económica.
En su libro “No Sociedad”,Christophe Guilluy dice: “La desaparición de la clase media occidental no se mide sólo mediante indicadores económicos y sociales, sino también y sobre todo por la pérdida de un estatus, el de referente cultural”.
Cuando las políticas neoliberales avanzan, como lo viene haciendo hace más de 40 años, el establishment en principio suelta el discurso de las futuras bonanzas, después de un largo sacrificio llegarían las mieles de la prosperidad. Y para apelar a ese espíritu futurista primero las clases dominantes deben darle un culpable de las actual crisis, señalando a las clases bajas y las políticas públicas como el mal que hay que eliminar.
La primera gran víctima de la ideología neoliberal es el bien común, se destruye el estado de bienestar, acusándolo de ser el culpable de la crisis y el deterioro de la sociedad. Así la clase media rápidamente es contaminada por estas ideologías que apelan a la autorrealización individual.
En tiempos de enorme crisis, como la actual, las clases medias pegan el volantazo al totalitarismo y la intolerancia. El sociólogo alemán Wilhelm Heitmeyer, acuñó el término “burguesía cruda”, refiriéndose a ese sector social que bajo una fina capa de buenos modales oculta actitudes intolerantes cada vez más visibles. Heitmeyer dice que hay estratos burgueses que abandonan la idea de solidaridad social y lo sustituyen por la ideología de la dureza, que se articula mediante el fetiche de la responsabilidad personal, la eficiencia, el rendimiento y la utilidad, dentro del marco de una lógica economicista, que deriva en el desprecio por los más débiles: “El pobre es pobre porque quiere”.
Cuando se sacraliza la visión economicista se pierde de vista la equidad, el bien común y hasta la justicia y como dice Heitmeyer, la burguesía cruda expresa un autoritarismo seguro de sí mismo y consciente del poder que ejercen a través de instituciones y medios de comunicación.
La destrucción de la clase media, no sólo en Argentina, sino en todo occidente está dando paso a la destrucción de todos los vínculos sociales, porque empuja la ideología de ghetto, atomizando más y más a los grupos sociales, se fomentan ideas identitarias y se reivindican ideas sectoriales y el bien común desaparece. La clase media se inunda de ideas paranoicas, mientras mira con desconfianza no sólo al pobre, sino al inmigrante o cualquiera que tenga algún mínimo de rasgos diferentes. Mientras esa misma clase se hunde cada vez más en la pobreza y tienen que hacer filas con los pobres para poder comprar comida al mayoreo. Como dice Guilluy, ya no existe la vieja sociedad de clases, existe un mundo de arriba y un mundo de abajo; y los de abajo son mayoría.