Nada que celebrar. Por Elio Noé Salcedo
Parece una obviedad, pero el 24 de marzo no hay nada que celebrar. La observación viene a cuento del carácter relajado y hasta festivo, de domingo de plaza, con familiares e hijos, de reencuentro con amigos y compañeros, de auto complacencia, muy a tono con la cultura de época, tal cual se vivió este 24 de marzo que acaba de pasar. Contrasta esa actitud con la situación patética que vive el pueblo argentino, que se pone como fundamento de lo multitudinario de la marcha, sin que se salga de los lugares comunes de otras conmemoraciones, cuando esta vez -dada la gravedad de la situación política, económica y social- debería haber tenido consignas políticas unificadas para producir un hecho político contundente y no la consabida conmemoración de todos los años. No deberíamos conmemorar otro 24 de marzo que no tenga un objetivo político que determine un cambio en la situación del país (que no sea cómodo ni para el gobierno ni para los participantes de la marcha), porque solo un cierto vacío y un cierto desvío en la conciencia política nos puede hacer pensar que estamos para conmemoraciones sin que esa conmemoración produzca un hecho político contundente. Claro que, para que eso ocurra debemos afilar y unificar las consignas, dejar de lado ese transversalismo u horizontalidad de la marcha y encontrar con urgencia una dirección política que pueda conducir ese proceso hacia la recuperación de lo que perdimos aquel 24 de marzo de 1976, pues de eso se trata. Deberíamos entender y reconocer que más allá de todas las truculencias, el objetivo de aquella dictadura oligárquica cívico-militar de 1976 era hacernos llegar al punto en el que estamos hoy, aún después de 40 años de democracia. No es “democracia para siempre” lo que estamos necesitando con urgencia sino la prosecución de aquella “revolución nacional” que el 24 de marzo de 1976 dejó trunca e inconclusa, pues de continuar con esta “democracia para siempre” pronto dejaremos de tener un país. La consigna del momento no puede ser “más democracia” sino “revolución nacional”, que es lo que el país reclama con urgencia. Y estamos transitando el camino contrario, sin que este 24 haya quedado suficientemente claro que no se puede seguir un solo día más así. Sin embargo, hoy 25 todo volvió a la “normalidad”, a pesar de la multitudinaria y bulliciosa marcha.
La llegada al gobierno de los intereses y la política que produjeron el 24 de marzo de 1976, nos habla de que en algo hemos fallado. Hemos juzgados a los sicarios por el terrorismo de Estado, por los crímenes de lesa humanidad, por los secuestros, por las torturas, por las violaciones, por los robos de bebés e identidad, y seguimos poniendo énfasis en ese aspecto de aquella nefasta dictadura, pero no hemos juzgado a los ideólogos y autores intelectuales de aquel proceso iniciado el 24 de marzo de 1976. Hemos juzgado la metodología criminal de aquel régimen (juicio que la película “1985” nos ha mostrado con bastante elocuencia), pero nunca juzgamos las políticas que se implementaron para destruir al país, para endeudarnos, desindustrializarnos y empobrecernos, para quitarles a los argentinos el Estado de Bienestar, para dejarnos sin la conciencia nacional lograda hasta el 24 de marzo de 1976, que hoy ha vuelto a gobernar la Argentina con los mismos paradigmas de 1976. Entre otros déficits de la memoria, verdad y justicia reclamada, se desconocen los prolegómenos de ese proceso, que comenzó durante el propio gobierno peronista, con Perón vivo, y continuó después de su muerte con tanta o más saña, a través de una infinidad incalculable de problemas “creados” -no todos generados por los “errores” o la “debilidad” del gobierno popular-, como también habrán podido constatar los que son más jóvenes que ha sucedido con cualquier gobierno nacional y popular en los últimos tiempos. Es una ley histórica. Aunque no ha faltado ni faltará quien quiera justificar con argumentos de izquierda la caída de aquel gobierno en aquel nefasto día.
Nunca más un 24 conmemorativo. El próximo 24 deberá ser de lucha y por la restitución de todos los derechos políticos, económicos, sociales y culturales que perdimos como país, como sociedad y como argentinos a lo largo de los últimos 48 años.