El optimismo neoliberal. Por Gabriel Sanchez
A diferencia del capitalismo que es un sistema económico, el neoliberalismo tiene su propio espíritu, tiene su cultura y su propia teología. No se puede entender a la ideología dominante de la meritocracia, sin antes mirar el papel que juega el optimismo y el pensamiento positivo en la sociedad.
“Las naciones, como los credos políticos, pueden ser optimistas o pesimistas. Junto con Corea del Norte, Estados Unidos es uno de los pocos países del mundo en los que el optimismo es casi una ideología oficial. Para grandes sectores del país, ser positivo es ser patriota, mientras que la negatividad es una clase de crimen de pensamiento. El pesimismo se considera vagamente subversivo.”, dice Terry Eagleton ¿Esto qué significa? ¿Qué hay que sucumbir frente al pesimismo?
El optimismo, dice Eagleton, es avizorar un buen futuro desde un buen presente. En cambio la esperanza se construye mirando un buen futuro, pero desde un presente que no tiene elementos para sostener esa visión positiva. Es por eso que las élites dominantes están más preocupados por cultivar el optimismo, porque es un pensamiento conservador, no hay lugar para lo que puede ser, ni para lo desconocido.
Las elites tienen la obligación de ser optimistas, aunque no haya razones para serlo. De esta manera se genera la despolitización y desmovilización de la sociedad, ya que el buen presente trae un buen futuro. Pero el pueblo no debe ser optimista, ya que cuando se abandona el optimismo es cuando se empieza a generar una visión crítica del presente, y el paso que sigue es cambiar ese presente.
“No es lo mismo pensar con esperanza que ser optimista. A diferencia de la esperanza, el optimismo carece de toda negatividad. Desconoce la duda y la desesperación. Su naturaleza es la pura positividad. El optimista está convencido de que las cosas acabarán saliendo bien. Vive en un tiempo cerrado.” escribió el filósofo Byung Chul Han.
La meritocracia nace después de más de 40 años de optimismo a ultranza, de una ideología que pone al sujeto como único responsable de sus éxitos y sus fracasos. Se dejó de cuestionar al sistema y sus injusticias, para poner todo el peso sobre el individuo y su “voluntad” de progresar. El optimista acepta el sistema, no cuestiona sus abusos e injusticias, dice Eagleton. Esa visión edulcorada de la vida y del puro voluntarismo lleva inevitablemente a la desconexión con la realidad y lo que es peor se pierde la empatía, ya que si soy el único responsable de mi éxito, el fracaso del otro, es enteramente su culpa.
Byung Chul Han dice: “En el régimen neoliberal, el culto a la positividad hace que la sociedad se vuelva insolidaria. A diferencia del pensamiento positivo, la esperanza no le da la espalda a las negatividades de la vida. Las tiene presentes. Además, no aísla a las personas, sino que las vincula y reconcilia. El sujeto de la esperanza es un nosotros.”
El optimismo no sólo es conservador, es pasivo. “El culto a la positividad aísla a las personas, las vuelve egoístas y suprime la empatía, porque a las personas ya no les interesa el sufrimiento ajeno”, dice Han. En cambio la esperanza reconoce esa propia negatividad, y además, permite avizorar un mejor futuro, aunque no haya ninguna razón para serlo, la esperanza pone en movimiento las cosas y nos permite acercarnos y encarar la catástrofe, cosa que no haría el optimista.
Es curioso que en la mitología griega, Elpis, la diosa de la esperanza es hija de Nix, diosa de la noche y es hermana de Tártato, dios de las tinieblas y de Érebo, dios de las sombras. Pareciera que nos quisieran decir que los malos tiempos son casi necesarios para que la esperanza pueda surgir.