Carta de un funcionario al Gobernador de Córdoba

Adíos, compañeros. Me voy. Les dejo mi triste despedida. Al compañero Martín. Retomando una antigua costumbre (solicitar una conversación pública sobre el devenir de nuestro movimiento ante el desconcertante y sospechoso silencio de nuestra dirigencia) recurro a esta modalidad buscando formular algún debate ante la preocupación ya evidente entre nuestros compañeros del peronismo cordobés.
Ratifican esas observaciones el desaliento notable que se evidencia en el peronismo respecto a la situación actual, al que –según una tendencia en crecimiento- un sinuoso y errático accionar de la actual dirigencia no hace sino alimentarlo. Por cierto no cabe formular imputaciones tan severas sin considerar como graves condicionantes, al menos en tu caso, a las responsabilidades como gobernante, que ciertamente impiden un enfrentamiento pleno y principista con el presidente. Pero se percibe una sobreactuación en las posturas que exceden la necesaria prudencia en el ejercicio del poder, para no hacer referencia a la equivocada cesión de independencia a manos de Milei desde incluso antes de las elecciones generales. Ya en ese entonces podía entreverse una lectura desmedidamente acomodaticia, en el peor sentido (es decir, excediendo un razonable pragmatismo) aunque es cierto que en tu caso era más pudorosa que la desvergonzada conducta de Schiaretti que paulatina y perseverantemente abandonaba el peronismo.
La disputa entablada por Schiaretti con el kirchnerismo, y a la que las circunstancias o tus convicciones te obligaron a adherir, válida por lo demás como cualquier otra dentro del movimiento, derivó –debido a la ceguera política y espurios intereses personales- en un desviacionismo tan equivocado como, a la postre, infame. Y no porque le faltaran taras al kirchnerismo, sino por la felonía con que se lo enfrentó.
El caballito de batalla para tal contienda, el cordobesismo, fue la malversación de una estratagema táctica de José Manuel para esquivar los embates en su disputa de poder con Néstor, que llevó, en su intencionado mal uso posterior, a que la desvirtuaran de manera notoria hasta convertirla no sólo en la fuente de debilitamiento del frente común que debería haberse intentado sino, lo que es más grave, a ir diluyendo nuestra identidad como peronistas, deserción enmascarada en una supuestamente virtuosa ampliación del propio espacio político.
Seguir aferrándose a ese error conceptual llevará más pronto que tarde a la esterilización del histórico movimiento peronista de nuestra provincia, ya que no sobrevivirá indemne al apoyo sumiso y vergonzante de alguna dirigencia a un gobierno encabezado por un desquiciado mental, alegre operador de intereses anti nacionales y, finalmente, mamarracho notorio e irredimible. De ninguna manera es excusa para un andar político mendicante -dispuesto a soportar humillantes claudicaciones- el hecho de que lo haya votado una mayoría del electorado, porque ello no es óbice para defender –dentro de la ley- lo que se entiende justo y honorable, que, por lo demás, fue votado por la otra mitad de nuestro país.
Tampoco es argumento válido para legitimar la rendición ante el gobierno nacional la necesidad de conseguir “excepciones” al programa de la “motosierra”, en la medida que ello significa acordar con la política de arrasamiento de la nación, brindándole sustentabilidad al oprobio.
La situación es gravísima, puesto que se encuentra en riesgo no solo nuestro espacio político sino la nación tal como la concebimos y soñamos. Ante la pregunta, legítima, que expresa un temor cierto sobre qué sucedería si enfrentamos a alguien que tiene apoyo electoral y resultamos perdidosos, conviene tener clara la respuesta. Si Milei gana, entendiendo por tal que logre sus propósitos, Argentina pasará a ser un país invivible, con todas las consecuencias que acarrea una derrota del proyecto nacional: injusticia social plena, con apenas un 25 % de su población en condiciones de vida digna, su bagaje cultural -construido históricamente- difuminado y con un asedio geopolítico con desintegraciones eventuales o concretadas. Y si Milei pierde, es decir no alcanza sus objetivos, el castigo furioso caerá, antes que en cualquiera de los ejecutores del estropicio, en los cómplices vergonzantes que no tuvieron agallas para hacer política en condiciones en general desfavorables. Y cuidado: la firma del llamado Pacto de Mayo será el símbolo de la rendición definitiva e irrevocable, cubriéndonos de vergüenza.
Ello hace imprescindible desde la política y obligatorio desde la moral y la ética, enfrentarlo con decisión.
A quienes no están dispuestos a encarar esa lucha le pedimos que, al menos, no disfracen ni busquen esconder su defección con el nombre del peronismo.
Recibe un abrazo peronista, si eso aún conserva sentido.

Adolfo Siqueira

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