La distopía mileista. Por Elio Noé Salcedo
Si cada sociedad se plantea en algún momento de la historia su propia utopía -ideal, proyecto de perfeccionamiento, modelo que funciona como horizonte para esa sociedad-, los argentinos estamos al final de nuestra utopía nacional, que llevamos poco más de 200 años intentando hacer realidad.
Tal vez decepcionados por no avanzar clara y decididamente hacia ese horizonte nacional y social, y/o muy desorientados y cansados de caminar hacia un horizonte cada vez más borroso (en parte responsabilidad de quienes debían sostenerlo con claridad desde la política, la escuela, la universidad y la cultura en general), una gran cantidad de argentinos ha reemplazado dicha utopía por una sociedad contraria a ese ideal y a ese modelo, es decir, la ha reemplazado por su antítesis, que por definición resulta ser una distopía(“una sociedad indeseable en sí misma”): la distopía mileísta.
Si en La República, Platón (siglo IV a.C.) se plantea a través de sus diálogos cómo debería funcionar una sociedad para alcanzar la perfección, no obstante, es Tomás Moro (1516), religioso, jurista, filósofo y político inglés, quien acuña el término Utopía (término de origen griego), que es el nombre que Moro le da a una isla imaginaria y a la comunidad que la habita, cuya organización política, económica y cultural contrasta con la sociedad inglesa de su época.
Las sociedades distópicas aparecen en muchas obras de ficción y representaciones artísticas modernas, particularmente en historias ambientadas en el futuro. Algunos de los ejemplos más famosos son 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.
Utopía vs. distopía
Según la define Wikipedia, distopía o anti utopía, además de ser lo contrario o la antítesis de utopía, es “una sociedad indeseable en sí misma” que “a menudo se caracteriza por su deshumanización”; en muchos casos se trata de “sociedades en un estado avanzado de colapso”; y muchas veces funciona como “un llamado de atención sobre la sociedad” que ha abandonado su utopía.
En forma coincidente, señala “Enciclopedia Significados”, además de ser un término opuesto a utopía y un tipo de mundo imaginario que se considera indeseable, “la distopía plantea un mundo donde las contradicciones de los discursos ideológicos son llevadas a sus consecuencias más extremas”, y cuya consecución “podría derivar en un régimen totalitario -como sucedió en la Alemania de Hitler y como ha sucedido varias veces en nuestra propia historia-, que reprime al individuo y cercena sus libertades en función de un supuesto bienestar general”. En el siglo XX, sin ir más lejos -siempre apelando a la falta de conciencia política y social de la mayoría de sus sostenedores-, han tenido lugar las dictaduras totalitarias y/o “liberales” de 1930, 1955, 1966 y 1976, como así también gobiernos pseudo democráticos o incluso considerados democráticos, de igual signo o muy cercano, que han plasmado en sus gestiones sendas distopías.
De una u otra manera, “la distopía toma la base del planteamiento utópico y lo lleva a sus consecuencias más extremas”. De esa manera, sus “planteamientos utópicos disciplinantes, que a primera vista podrían parecer sistemas ideales, en la distopía se convierten en realidades indeseables, donde las doctrinas erigen sistemas totalitarios, injustos, espantosos e insoportables…” para la mayoría de la comunidad, que muchas veces toma conciencia de su error cuando ya es demasiado tarde.
En lo que a nosotros concierne, América tenía una gran utopía nacional (proyecto nacional) expresada por sus dos más grandes generales de la Independencia: al norte el general Bolívar y al sur el general San Martín. Derrotados por la distopía separatista y/o divisionista del imperio británico y de las oligarquías locales, terminamos siendo más de veinte naciones desunidas y dominadas (hoy 33). Entonces, a falta de aquella utopía común, cada “Nación” independiente tuvo su propia utopía: ser una Nación políticamente soberana, económicamente independiente y socialmente justa e igualitaria, sostenida desde la revolución de mayo hasta el 19 de noviembre de 2023 en lo que hoy es la Argentina.
Esa utopía nacional la sostuvo el Plan de Operaciones de Mariano Moreno durante la Revolución de Mayo contra la distopía absolutista española; el federalismo nacional de José Artigas contra la distopía exclusivista de “Buenos Aires”; el federalismo defensivo y democrático de los caudillos provincianos contra la distopía rivadaviana; las presidencias provincianas después de la distopía mitrista; la generación nacional provinciana del ’80 con Julio Argentino Roca contra la distopía porteña y oligárquica de Mitre y Tejedor; y en el siglo XX, Yrigoyen y Perón, con sus respectivos proyectos nacionales contra la distopía de la oligarquía anti democrática y antinacional, hoy nuevamente en el gobierno. Esa larga utopía ha sido derrotada por esta nueva distopía,falsamente liberadora, con todo lo que ella implica.
Comparto el criterio de esos compañeros que piensan que hay que renovar la utopía y crear en forma urgente un instrumento político de transición para enfrentar esta grave coyuntura (que luego podrá transformarse en el instrumento futuro de liberación), y que también consideran absolutamente necesario el debate sobre las causas o razones que nos trajeron a la actual situación, como única forma de plantear con fundamentos profundos, surgidos de ese debate, las bases de salida a esta grave distopía terminal.
Para superar este momento de la historia, creemos, se hace necesario descubrir las raíces del mal. Introduzcámonos en ese intento.
El huevo de la serpiente
¿Qué fue lo que nos hizo perder la utopía y/o la hizo desaparecer de nuestras vidas o la disipó o no supo conformarla o mantenerla en la mente de tantos argentinos?
El anti peronismo se venía fortaleciendo a partir de las propias “omisiones” del peronismo: del abandono de sus banderas históricas en algún momento; de su consecuente debilitamiento ideológico, filosófico y espiritual; o de su encerramiento en los paradigmas setentistas, cuya “agenda de minorías” conformó a un sector de la sociedad argentina (cada vez más encerrado en sí mismo), pero no a la inmensa mayoría del pueblo argentino que, por adentro o por afuera del peronismo, comenzó a alejarse de sus premisas y utopías.
Al mismo tiempo, la distopía mileista emergente utilizó los errores, lagunas u omisiones del “kirchnerismo” e incluso sus aciertos (desprovista en el fondo dicha parcialidad de aquella utopía nacionalista y mayoritaria del peronismo histórico que habían sostenido militares, trabajadores / trabajadoras y amas de casa en el ‘45), y la usó para atacar al peronismo histórico y a sus paradigmas utópicos positivos, sentando así las bases políticas e ideológicas (culturales) distópicas de su plataforma. Todo ello ocurrió en el marco de una globalización de la cultura, aceptada -a diestra y siniestra- por los medios de comunicación, la universidad en general y la política en particular, que no pudo, no supo o no quiso impugnarla y ponerle fin, ganada a su vez, por derecha o por izquierda, por los paradigmas propios de la globalización.
Sin la utopía patriótica sostenida por 200 años, ni la utopía peronista del ‘45 (continuidad de aquella a través del tiempo), el propio peronismo se fue alejando en cuerpo y alma de las mayorías, y las mayorías de esa utopía histórica. Entonces ese vacío –porque “la naturaleza aborrece el vacío”- fue ocupado paulatinamente, desde el mismo comienzo de la democracia, por la distopía globalista (tema ya desarrollado), que terminó corporizándose finalmente, después de varios intentos, en la actual distopía libertaria o anarco-capitalista.
En efecto, a poco de andar -defendida solo en su formalidad y superficie-, la democracia dio muestras de que con ella no alcanzaba para “comer, trabajar ni educarse” ni tampoco para liberarnos de los problemas que arrastrábamos del pasado mediato e inmediato, que se fueron acumulando sin plantear, más allá del “que se vayan todos”, todas las soluciones que hacían falta para resolver los pleitos históricos pendientes.
Para colmo de males, esa democracia juzgó solo a los verdugos de la dictadura oligárquica, pero jamás se planteó juzgar y condenar de por vida a los ideólogos y ejecutivos del plan económico-social oligárquico y distópico del ’76. Esos ideólogos (nunca juzgados y nunca condenados) y esos planes distópicos subsistieron de una manera u otra a través de todos los gobiernos democráticos y terminaron imponiéndose nuevamente, particularmente en 2015 y 2023, como flagrante demostración de lo que afirmamos.
Los representantes del “demos” representaban cada vez menos al “demos” y se representaban cada vez más a sí mismos, y las elecciones internas -muchas veces “a dedo”- resultaron una rifa, a cuyos números accedían los más allegados. Y los “allegados”, desprovistos de toda utopía y menos de esa utopía histórica y patriótica en la que no habían sido formados ni confirmados, no traían convicciones colectivas sino ambiciones particulares, como ha podido demostrar la mayoría de Legisladores de ambas Cámaras en la discusión de la Ley Distópica que arrasará con la utopía de lo que alguna vez llamamos la Argentina.
Una nueva generación de enriquecidos, clase media y pobres con trabajo y sin trabajo fueron “orientados” por las opciones sin utopías existentes. Sin amor por la Patria en todas sus dimensiones (y no solo en la dimensión individual y ahistórica del “otro”); sin conocimiento de la propia historia nacional; y ganados por la “política oficial de la historia” a través de los medios de comunicación y las redes sociales, como única opción para la formación de las conciencias, esas conciencias fueron ganadas por la alternativa distópica apolítica, ahistórica, individualista, culturalmente globalista, indiferente a todo lo argentino, latinoamericano y tradicionalmente criollo (o sea, nuestro), frívola, deshumanizada e indiferente al porvenir de la Patria.
Corolario
Hoy se hace necesario no solo pensar en la patria, sino pensar o repensar la patria, es decir pensar una nueva etapa de esa utopía nacional que solo tiene 200 años de existencia y cuya sociedad hoy está en su crisis de identidad más profunda desde su nacimiento, a punto de desaparecer como tal.
Porque hay quienes piensan en nuestra sociedad y comunidad nacional ya no como Patria sino como colonia, como mercado, como enclave, como oportunidad de negocio, o, como en la época del Centenario y años subsiguientes (reivindicados no casualmente en estos días desde el poder), ya “no como hogar sino como oficina”. Estamos a punto de cambiar la utopía de una “comunidad organizada” por la distopía de la “comunidad anarquizada”.
Ése, no solo será el fin de nuestra utopía como Nación y como sociedad, sino como personas que quieren para sí, para sus hijos y descendencia un porvenir cierto; porque semejante distopía –“Ley Bases” y “filosofía libertaria” mediante-, a no dudarlo, pone en riesgo hasta nuestra propia existencia.