Del dolor a la especulación sin límites. Por Sara Liponezky
Hace varios días que las argentinas y argentinos estamos bajo el impacto de la denuncia sobre actos de violencia que habría perpetrado el ex presidente Alberto Fernández contra la madre de su hijo y ex pareja ; Fabiola Yánez. Se trata de una estafa a la confianza pública que agravia a buena parte de la sociedad, sinceramente identificada con las normas y políticas de prevención y condena a la violencia de genero. Para los peronistas, es una dolorosa decepción, un sacudón tremendo. Y una traición a la Historia del Movimiento que habilito la ciudadanía de las mujeres, valorizo su trabajo marginal, asigno al Estado su protección ante situaciones de vulnerabilidad social, fijo las normas más avanzadas en orden a la equidad y el único que las consagro presidentas. Precisamente, entre las innumerables opiniones leídas ayer accedí a la de Cristina Kirchner. Una mujer tres veces electa por el voto popular (dos como presidenta y una como vice) con quien compartí un tiempo como diputada nacional, a la que respeto en el marco de diferencias que varias veces exprese.
Debo rescatar el tono de genuina preocupación y prudencia en su referencia al caso. Muy distinto a la de algunas y algunos cuzcos que dicen hablar en su nombre. .. Rescato una impresión muy fuerte que me interpreta, dijo que estos hechos “revelan la condición más sórdida del ser humano”. Puso una carga significativa que nos hace pensar en algo brutal pero oculto, que estaría en la base de una persona insospechada en su conducta publica de semejante atrocidad. Pero ella agrego lo más importante: una firme defensa de todas las políticas conquistadas y plasmadas en nuestro país por impulso de las propias mujeres organizadas movilizadas y consecuentes.
Sin embargo, en el escenario mediático y digital que nos invade, la denuncia ha desatado una catarata de reacciones contradictorias. Que simulando hacerse eco del escándalo aprovechan para vomitar su misoginia, revictimizar obscenamente a la víctima, denostar genéricamente al Peronismo y fundamentalmente deslegitimar las normas y políticas virtuosas que permitieron hacer visible esta situación. Son actitudes que también revelan lo más sórdido y miserable del ser humano. Hay límites éticos que a esta altura del siglo xxi deberían ser de tal obviedad que ni siquiera amerite un encuadre legal. Pero lamentablemente no es tan sana nuestra convivencia. Porque nadie que se precie de “bien nacida/o y bien criada/o “utilizaría evidencias que afectan tan gravemente a una y todas las mujeres para especulaciones de semejante bajeza. Con un nivel de hipocresía que da nauseas. Porque casualmente son las mismas voces que siguen devaluando a la mujer como objeto, subestimando su inteligencia, liquidando toda posible respuesta del Estado ante su indefensión, , celebrando el despido de madres jefas de hogar y burlándose de su solidaridad ante la pobreza en comedores comunitarios y organizaciones sociales donde las mujeres son ejes A los que , por inoperancia, perversidad y patológica negación de la realidad , se los priva de comida y abrigo.
Ante hechos repugnantes a la dignidad humana, agravados por la entidad pública del eventual autor, es saludable y alentador que la ciudadanía “de a pie” reaccione severamente. Y la Justicia actué conforme al Derecho, evaluando pruebas y si correspondiera dictando una condena ejemplar. En cuanto mostraría que no rigen privilegios en un poder fuertemente cuestionado por su parcialidad y connivencia con intereses ajenos, del cual depende la vida y el patrimonio de las y los argentinos.
Mientras tanto, las que hicimos camino en esta lucha cuando la violencia de género no estaba en la agenda colectiva, no era visible social ni institucionalmente, seguiremos acompañando y celebrando que nuestras hermanas más jóvenes sean protagonistas de una marea imparable y gigantesca. Que trascendió desde la resignación, el anonimato y el silencio, a la construcción de una comunidad más plena, más justa, más sana y solidaria. Y no se quedaron en la retórica, plasmaron leyes que movieron los cimientos de nuestra cultura patriarcal y abrieron puertas que ya ningún autoritarismo mezquino podrá cerrar.