Argentina sin miedo al ridículo: relaciones diplomáticas en punto muerto. Por Pablo Sartirana
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La era Milei inauguró un nuevo paradigma en las relaciones internacionales. Del principio de no intervención en los asuntos internos de los países, ha pasado a encabezar una cruzada contra el socialismo global. Los resultados están a la vista: cierre de embajadas alrededor del mundo, amenazas del gobierno terrorista de Hamas y sus aliados de la Yihad Islámica, enemistad con países de la región, desconfianza de China, enfrentamiento con España y Francia; entre otros episodios recientes.
Atrás quedaron los días donde Argentina aspiraba a formar parte del bloque comercial de los BRICS a través del Mercosur y lograba el reconocimiento de su reclamo por la soberanía de Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur en los foros internacionales, demanda que comenzó hace 190 años.
Para el presidente, estos retrocesos diplomáticos pueden transformarse fácilmente en victorias personales, como lo demostró su exitoso raid mediático que lo llevó a la Meca de la tecnología en Occidente. Su entrevista con Sam Altman, CEO de Open AI y creador de Chat GPT, a quien el mundo mira como al nuevo Gutenberg, podría darnos una pista al respecto. Altman también está detrás de la polémica empresa que escanea el iris de las personas a cambio de criptomonedas: Worldcoin.
Mientras Milei encandila a Silicon Valley, en el resto del mundo se cuecen habas. Y si en política internacional es bueno aprender de los errores propios, mejor resulta aprender de los errores que cometen los demás.
Sin miedo al ridículo
El error de Julián Assange pudo haber sido creer que después de WikiLeaks, es decir, después de filtrar por internet los crímenes de guerra y las infames mentiras de los demócratas norteamericanos, nada volvería a ser igual. Durante su prisión domiciliara en Inglaterra, Assange se reunió con el entonces CEO de Google, Eric Schmidt. A través de libros y reportajes posteriores, Assange confirmó que la empresa Google mantenía relaciones diplomáticas con China por fuera de los canales oficiales.
Resulta interesante sobre todo el contexto de estos encuentros: la prehistoria del enfrentamiento actual entre China y Estados Unidos. Los norteamericanos se empeñarán en su política proteccionista de subir los aranceles a las importaciones e impugnarán a la empresa de tecnología Huawei con el argumento de que recoge datos sensibles para el Partido Comunista de China. Luego de las revelaciones de Assange, los chinos podrían responder en perfecto lunfardo: “¿y por casa cómo andamos?” ya que Google se encargaría de algunas relaciones diplomáticas en nombre de la Casa Blanca.
Ninguna de las potencias involucradas en el conflicto orina agua bendita. La historia del siglo XX en Argentina enseña que en el plano de las relaciones internacionales una tercera posición equidistante resulta incómoda, pero necesaria. La tentación del presidente Milei de alinearse automáticamente con Estados Unidos e Israel, de adherir a nobles causas foráneas, embanderarse detrás de propósitos altruistas que involucran a la humanidad entera, tiene riesgos inminentes. Uno, quizá el más doloroso para su desproporcionada vanidad, sea el ridículo.
Cuenta el historiador y diplomático argentino Jorge Abelardo Ramos que muchos intelectuales mexicanos de principios del siglo XX se autoproclamaban “hijos de la gran guerra” que nunca pelearon: la Primera Guerra Mundial. En cambio, ellos mismos habían sido testigos miopes y sordomudos de la Revolución Mexicana que había puesto a la sociedad patas para arriba. Esta tilinguería de las elites intelectuales de Latinoamérica la conocemos muy bien, es parte constitutiva de su desarraigo cultural. Y el sustrato ideológico del que se nutre históricamente la clase dominante en Argentina.