Un factor de nuestro atraso e impotencia nacional. Por Elio Noé Salcedo
Decíamos que en la Argentina actual no existe de parte de ningún sector político, económico ni social una visión de largo alcance, es decir un proyecto de Nación y de futuro, que no sea el proyecto de destrucción del Estado Nacional (con todo lo que ello implica) y la entrega del país y de sus recursos (incluso financieros) en que se empeña el actual gobierno.
Si desde 1973, con la vuelta de Perón, no existe otro proyecto nacional integral y explícito que convoque colectivamente a los argentinos como lo hizo aquel gobierno, la conducción recientemente derrotada en las urnas, mal que nos pese, está a la vista que tampoco lo tenía.
Dijimos que la naturaleza aborrece el vacío, y ese vacío nacional fue ocupado por la antipatria y el anti pueblo, en una sociedad muy castigada desde 1976 en adelante y totalmente confundida.
En ese contexto, y cuando permanentemente se achican las posibilidades de las soluciones intermedias, neutrales o indefinidas (como se observa), cabe preguntarse: ¿cuál ha sido o es la visión de quienes supuestamente son la alternativa “privada” a la del Estado Nacional en la construcción de un país y de una sociedad mejor? ¿Qué papel juega y ha jugado en nuestro destino el sector privado de la economía?
Ya conocemos el proyecto privado (en realidad el negocio) del sector agropecuario, asociado al imperio de turno (comprador de las exportaciones primarias argentinas en otra época). ¿Cuál es el proyecto de país del sector social y productivo industrial más activo (y con más activos): la llamada “burguesía industrial” argentina?
En un librito dedicado a “la traición de la burguesía industrial”, de la colección La Siringa (1959), en cuyas lecturas nos formamos muchos jóvenes argentinos de las décadas del 50, 60 y 70 (muy ligadas al pensamiento nacional, en su máximo apogeo), el autor del libro, Esteban Rey, hacía una certera reseña de este importante sector de la sociedad argentina (hoy representada por los “capitanes de la industria” y de “la patria contratista”), que, sin embargo, no ha jugado nunca el papel requerido en el desarrollo del país. Por el contrario, ese papel lo han jugado social y económicamente en su reemplazo el Estado Nacional y los Estados provinciales y las pymes, que en nuestros días se pretende confundir tramposamente llamándolos la “casta política”, con lo que de paso se denigra a la política también, que es el único instrumento con que cuentan para liberarse los desheredados en un país semicolonial, atrasado o no desarrollado.
“Carente de tradiciones, con el mostrador del tendero dirigiendo aun desde el subconsciente el rumbo más avanzado de sus inquietudes -señalaba Rey-, la burguesía industrial argentina, advenediza de la fortuna, no tuvo oportunidades para elaborar programas ni edificar grandes empresas materiales o espirituales”. Esa es la razón por la que -por una razón patriótica y con esa necesaria visión de futuro y a largo plazo- debió ser el Estado Nacional (que no casualmente ahora se quiere destruir), no solo un factor esencial de equilibrio político y social sino también y fundamentalmente el motor imprescindible de la economía y del futuro nacional, como lo fue siempre en las épocas de mayor desarrollo económico y productivo y de bienestar social. Querer destruirlo o subestimarlo como herramienta para el desarrollo nacional es la trampa que nos ponen en la actualidad los que quieren seguir dominando el mundo por la fuerza de las bestias.
Fundamentos de lo que afirmamos
Arribada con “considerable retardo histórico” (en la época de los monopolios y del imperialismo y de la supremacía económica y social de la oligarquía terrateniente y ganadera, y ahora financiera), la burguesía industrial argentina, “aprisionada entre contradicciones cada vez más agudas, se orienta con sistemática regularidad -ayer como hoy- hacia las fuerzas que tienden a negarla en su desarrollo y hasta en su propia existencia”, como son las actuales políticas de importación indiscriminada, desprotección, desregulaciones generales y competencia desleal por ley (como el RIGI), que favorecen lisa y llanamente a empresas extranjeras.
De ese modo, como advertía Esteban Rey, la “burguesía industrial argentina” termina en cada crisis nacional “como furgón de cola de sus enemigos históricos y loando, con todas sus voces, a los que vienen a postergar sus aspiraciones o a limitar sus perspectivas” de conducción de un proceso industrialista en el país, pero, sobre todo, las posibilidades de un país industrial y desarrollado -necesariamente soberano en todo sentido- que parece no importarles más que sus negocios particulares. Por eso el Estado termina siendo la única opción ante los que quieren destruirlo y los que se desentienden de él y del desarrollo nacional debido a sus mezquinos y en definitiva anti patrióticos intereses personales y privados.
El “sueño de primavera de la burguesía industrial argentina”, que pudo gobernar con Arturo Frondizi y Frigerio entre 1958 y 1962, pero que “no supo ni pudo aprender la lección de la derrota peronista del 16 de septiembre de 1955” (y luego la de 1976), no parece ser otro que el de “ganar dinero por tener dinero” y sostener sus empresas particulares y su rol de segunda “sin tantas leyes sociales y sin tantos sindicatos o delegados de fábrica”. Su aspiración más lejana, decía Rey en 1959 -profecía cumplida, con lo que ello significa para los intereses nacionales- “es la de participar como un socio menor en la explotación imperialista de Sudamérica”. De tal manera, su alianza con la oligarquía y agentes del imperialismo resultó sólida y estable, sin otro destino que seguir ligada a los intereses anti nacionales y traicioneros de la Patria que le dio existencia.
Desde 1955 y luego desde 1976 y particularmente durante los gobiernos “neoliberales” de los últimos cuarenta años, “la industria nacional, traicionada por los industriales desde que éstos se sumaron al frente oligárquico imperialista”, no tiene otra perspectiva que ser defendida por los propios obreros industriales y/o protegida por un fuerte Estado Nacional ligado a los intereses de la Patria y de la mayoría del pueblo.
Breve reseña de la aparición de la industria argentina
El proceso de industrialización nacional tuvo un desarrollo vertiginoso. A partir del año 1936 y aprovechando la crisis prebélica -coincidimos con Rey-, la economía argentina tendió a expandirse y a diversificarse. Cientos de talleres ampliaron sus perspectivas y numerosas fábricas aparecieron, casi de golpe en los arrabales de las grandes ciudades.
Desde el año 1939 el ritmo de este proceso industrializador “se acentuó considerablemente. Las Fuerzas Armadas tendieron asimismo a afianzar la defensa nacional en el plano del autoabastecimiento y colaboraron decididamente, desde la Dirección de Fabricaciones Militares, a la industrialización”.
Empresas mixtas se constituyeron por docenas y los primeros Altos Hornos para la elaboración de arrabio fueron levantados en Jujuy. Las fábricas comenzaron a contarse por miles. Paralelamente, prosigue en su reseña Esteban Rey, “el número de establecimientos con más de quinientos obreros creció considerablemente. Se trataba de una industrialización en amplitud y profundidad”.
De este modo, la “burguesía industrial argentina” se incorporaba al quehacer cotidiano de la sociedad argentina, “al calor de un ávido mercado interno y de los generosos créditos del Banco Industrial”. Y si bien “pudieron hacerse ricos, no se hicieron industriales”, sin que tampoco se “elevaran hasta una conciencia empresaria, ni llegaran a concebir siquiera sus deberes para con el progreso nacional del que resultaban sus principales usufructuarios”.
Resulta curioso, como lo ha puesto de manifiesto el economista nacional Carlos Leiva en una entrevista del periodista Luis Moro: cuando Perón armó su equipo económico en 1973 con Gelbard, Leiva y otros, “no había peronistas”; o no resultaban de la confianza de Perón.
Ya desde entonces y antes, y hasta ahora, los integrantes de “la burguesía industrial argentina” quedaron y permanecen en su mayor parte como “hombres de negocios” o “perseguidores de ganancias”, muchas veces a costa del Estado del que abominan, igualito que sus socios del campo o del sector financiero (bicicleta financiera mediante), generalmente extranjero.
Pasa que la industria, más que obra de ellos -como bien dice Esteban Rey en su alegato- “es obra de un proceso nacional que no le exigió esfuerzos (en su mayor parte) y de la que se desprendieron o intentaron desprenderse, a poco que las dificultades se hicieron presentes en el campo de sus preocupaciones”, después de enriquecerse y ligarse a otra clase de negocios (la importación, por ejemplo) u otras rentabilidades o irse del país. No es el caso de la pequeña y mediana industria nacional, que vive cotidianamente de su trabajo, de su inversión en la propia empresa y de lo que sucede con el consumo interior y el desarrollo del mercado interno, a la que en un nuevo gobierno nacional deberá potenciar.
Tal vez, la debilidad de la llamada “burguesía industria argentina” se debe a que, como sector social, nació en plena época del imperialismo y de dominio cultural de la oligarquía, lo que le impidió tomar conciencia de lo que podría ser su rol esencial en la conducción de un país desarrollado. Frente a esa debilidad y permisividad original y estructural, tomó su lugar el Estado, primero a través del Ejército en 1943, y a partir de 1945/1946 del propio Perón con el apoyo de las FF.AA. y del Movimiento Obrero Organizado, que resultó al fin la columna vertebral del nuevo proyecto genuinamente nacional de la Argentina a mitad del siglo XX.
De cara al presente y al futuro inmediato
En lugar de ser la oligarquía y el imperialismo anti industrialistas los enemigos históricos de la “burguesía industrial argentina”, por el contrario, terminaron siendo sus propios trabajadores en general y las clases medias urbanas y rurales, a los que combatieron aliados a todos los gobiernos anti industriales que hubo en la Argentina desde 1955 a la fecha. “En ese sentido y para tales fines -dice Rey- se apoyó en los terratenientes del sud y en el imperialismo, apoyando a éstos, a su vez, para toda política anti obrera, antipopular y antinacional en la Argentina”. Parece un libro escrito hoy.
Como lo hace ahora en forma más evidente, “coayuvó en la política general de subordinación del país a los intereses del imperialismo… Forma filas junto a la oligarquía y ha atado su suerte a la de las clases que la integran”, aunque la oligarquía lo rechace por su olor a latas, a fierros o a acero (y no a bosta, como decía Sarmiento) y el imperialismo desconfíe de su competencia. Algo parecido al problema de las clases medias y de sectores desposeídos, que terminan votando a quien viene a desalojarlos de las conquistas alcanzadas o posibles de alcanzar dentro de un marco de verdadero desarrollo del país en su conjunto, y no de destrucción del Estado y del aparato productivo nacional, como ocurre en estos días.
Si la llamada “burguesía industrial argentina”, protegida en sus intereses esenciales,“encontró en el complejo colonialista (o semicolonial) argentino, un cómodo lugar de beneficiaria”, tampoco ha logrado descubrir cuáles son sus deberes para con la Nación que la contiene y ni siquiera se ha dado cuenta del camino que la conduce a su desaparición. Semejante inmadurez e inconciencia suicida, termina siendo salvada por los gobiernos nacionales y populares, y en particular por los trabajadores nacionales que tanto detesta.
Sin duda, la falta de conciencia nacional de la “burguesía industrial argentina” y su absoluta impotencia política, nos impiden confiar en su errático destino. Solo un Estado Nacional, con una conciencia patriótica de sus gestores, que asuma sus tareas históricas, podrá, como sucedió en el pasado, pero esta vez a fondo, alcanzar el desarrollo argentino, no sin saber que el mercado interno principal para nuestra industria, en un mundo muy competitivo y que hay que transformar en multipolar, es América Latina. Solo junto a nuestros hermanos latinoamericanos y del Caribe podremos defender y asegurar nuestro destino como sociedad y como individuos.