La Internacionalización de la Educación Superior. Por Elio Noé Salcedo
Historia de la Universidad Latinoamericana (Sexta Parte)
En el prólogo a “Condición del Extranjero en América” -libro que contiene la última campaña periodística de Domingo Faustino Sarmiento de 1886, orientada a lograr la “nacionalización de los que se mantienen extranjeros” en suelo argentino-, el santiagueño Ricardo Rojas rescataba el “espíritu unificador de nuestra nacionalidad”. Hasta el sanjuanino –no obstante ser un gran defensor de la cultura europea primero y luego la norteamericana- se oponía en esta campaña “a la peligrosa dispersión del cosmopolitismo”, fenómeno en el que no había reparado en su juvenil y errónea tesis de “civilización y barbarie” de 1845.
Según el diccionario de la RAE, “cosmopolita” es una palabra proveniente del griego que significa “ciudadano del mundo”, apelativo que designa a una persona que “se mueve por muchos países y se muestra abierta a sus culturas y costumbres”. Esa parece ser la doctrina y la nacionalidad que promueve el proyecto de “internacionalización de la educación superior (IES)” impulsado por la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) a través de las Conferencias Regionales de Educación Superior (CRES) de América Latina y el Caribe, que desde 1996 –en el contexto global del “Consenso de Washington” y del pensamiento único– reúne a todas las universidades de la región en este nuevo capítulo de su larga historia.
Cosmopolitismo es un término equivalente a extranjerismo, carácter que en un extranjero responde a su condición natural, pero en un nativo no es sino sinónimo de colonialismo –cipayismo-, carácter que está en la base del paradigma de la “internacionalización” disparado en la década del ’90, en el contexto de la globalización unilateral y asimétrica hegemonizada por Estados Unidos, todavía vigente en nuestra región aunque totalmente a contramano de la paz, el desarrollo y el bienestar de las naciones y los pueblos del mundo.
La “internacionalización de la educación superior” ha sido definida por sus impulsores como: Un “proceso de transformación institucional integral, que pretende integrar la dimensión internacional e intercultural en la misión y las funciones sustantivas de las instituciones de educación superior, de tal manera que sean inseparables de su identidad y cultura”, y cuyo alcance es “el fomento de una perspectiva y conciencia global de las problemáticas humanas en pro de los valores y actitudes de una ciudadanía global…”.
¿Nueva u otra identidad, nueva u otra cultura, nuevas u otras funciones de las instituciones educativas en nuestro territorio?
No parece haber mucha diferencia semántica ni de fondo entre aquel paradigma cosmopolita de fines del siglo XIX y este paradigma internacionalizador y/o globalizador de comienzos del siglo XXI, si reparamos en la definición que nos depara el mismo diccionario, que define “internacionalismo” como la “actitud que antepone la consideración o estima de lo internacional a la de lo puramente nacional”. Y si faltaran argumentos, lo confirma el capítulo primero del libro preparatorio de la CRES 2018 –“La internacionalización de la educación superior. Significado, relevancia y evolución histórica”.
Aunque reconoce que “uno de los retos actuales de la educación superior consiste en reinterpretar su función, releyendo su pasado, lo que inevitablemente conducirá al regreso a una época de convergencia…”, no obstante, advierte sobre las dificultades que existen para alcanzar ese propósito, debido –nada más ni nada menos- al “predominio en las universidades de marcados intereses nacionalistas, que se reflejan en su organización y currículo”. ¡Nos advierte de nuestro posible patriotismo!
Cabe preguntarse entonces: ¿Acaso debemos renunciar a nuestros intereses nacionales tras un ideal, ciudadanía y nacionalidad internacional o global? ¿Es eso lo que auspicia el proyecto de internacionalización educativa, que no es latinoamericanismo ni nada que se le parezca? ¿Resulta conveniente ese proyecto para los intereses de América Latina y el Caribe, más allá de que las universidades y los universitarios y universitarias de la región le puedan sacar algún provecho particular, individual y/o parcial?
El primer Documento de política para el cambio y el desarrollo en la educación superior basado en el paradigma de la “internacionalización” que la UNESCO lanzó en 1995 –en plena época del Consenso de Washington y de la instauración de un orden mundial pretendidamente unilateral y a la vez asimétrico e injusto-, fue considerado como “brújula intelectual” en el proceso de preparación de la Conferencia Mundial sobre Educación Superior llevada a cabo en París en octubre de 1998.
Así planteaba la cuestión: “La internacionalización cada vez mayor de la educación superior es en primer lugar, y ante todo, el reflejo del carácter mundial del aprendizaje y la investigación”. Ese carácter mundial se va fortaleciendo gracias a los procesos actuales de integración económica y política, por la necesidad cada vez mayor de comprensión intercultural y por la naturaleza mundial de las comunicaciones modernas, los mercados de consumidores actuales, etc. El incremento permanente del número de estudiantes, profesores e investigadores que estudian, dan cursos, investigan, viven y comunican en un marco internacional es buena muestra de esta nueva situación general a todas luces benéfica”.
Por lo que se ve –por ese y otros conceptos que emanan de dicho “proyecto” suscripto por el conjunto de las universidades latinoamericanas y del Caribe reunidas en las CRES (entre 1998 y 2018 inclusive)-, en los claustros universitarios de nuestro continente no solo estamos lejos de otorgarle predominio a “los intereses nacionalistas” sino que –lo que es su grave consecuencia- estamos lejos de tener una idea cabal de lo que es América Latina.
Al fin y al cabo, estamos lejos de entender la cuestión nacional latinoamericana, desde el momento que al más alto nivel de una Conferencia Regional de Educación Superior se omite que el conjunto de los países latinoamericanos y del Caribe (que por ubicación e intereses geopolíticos pertenecen a Latinoamérica) constituyen una unidad y/o totalidad –es decir una misma y grande Nación y no “naciones” ni bloques separados (como si no fuera ya suficiente fragmentación); y que su objetivo o estrategia principal como entidad geopolítica, antes que cualquier otro, debe ser reconstruir la Patria Grande de los Libertadores y Unificadores, finalmente derrotados en ese intento integral, aunque no militar (hasta el momento) sino político, económico y cultural (a través de una “política de la historia”, educativa y cultural ad hoc y a posteriori), y muy a pesar de ellos.
La currícula y el ideario de la universidad latinoamericana no registra esa realidad histórica –como la proyectaba Saúl Taborda para la “Universidad (Latino) Americana” , sino, por el contrario-, impugna el nacionalismo y los “intereses nacionalistas” de América Latina y el Caribe, en lugar de reivindicarlos como base y fundamento para “reinterpretar su función”, “releer su pasado” y proyectar su futuro, tal como lo han hecho y lo hacen todas las Naciones que hoy se precian de tales, que –con su nacionalismo o patriotismo mediante- valoran su historia y se valoran a sí mismas. A aquella verdad de que “somos subdesarrollados porque estamos desunidos” (J.A.R.), habría que agregarle que estamos desunidos porque no tenemos conciencia nacional de lo que realmente somos.
El proceso de unificación (uniformidad) global bajo el signo capitalista/imperialista/concentración financiera, a partir de 1989, no por ello ha impedido sino por el contrario, agudizado ese proceso-: que el mundo siga dividido en países dominantes y países dominados, países centrales y países periféricos, países ricos y países pobres, países desarrollados y países no desarrollados o subdesarrollados, países explotadores y países explotados.
En definitiva, ese sistema global y la ayuda inestimable de una clase social nativa, que ha actuado y sigue actuando como socio interno de esos intereses extranjeros, es la razón de nuestro atraso económico, científico y tecnológico. Y sin resolver ese problema político nacional, vano será ir a buscar la solución de nuestros problemas seculares entre nuestros explotadores, competidores internacionales, favorecidos con nuestro atraso y falta de soberanía y amor propio.
¿Es que volvemos torpemente a plantearnos las mismas preguntas que Sarmiento se hacía en el Facundo, todavía obnubilado por la civilización europea?
“¿No queréis, en fin -decía el escritor-, que vayamos a invocar la ciencia y la industria en nuestro auxilio, a llamarlas con todas nuestras fuerzas, para que vengan a sentarse en medio de nosotros, libre la una de toda traba puesta al pensamiento, segura la otra de toda violencia y de toda coacción? ¡Oh! ¡Este porvenir no se renuncia así no más!”.
Dicho “porvenir” –es hora de saberlo- bajo la tutela europea o del imperialismo norteamericano en el último siglo de nuestra vida histórica y principio de éste, nunca nos trajo ni la ciencia ni la industria extranjera en nuestro auxilio; tampoco permitió que tuviéramos ciencia ni industrias propias; una vez sentados esos intereses “en medio de nosotros”, desconocieron y omitieron tanto la ciencia como la industria y hasta el pensamiento nativo, e incluso ¡la salud! y ¡la propia educación!, pretendiendo dominarnos por la propaganda o por coacción, para que renunciemos a todo, incluso a la Defensa Nacional ¡Y con parte de nuestro territorio todavía ocupado por una potencia europea!
¿Seguiremos estudiando la versión europea de nuestra historia en el marco del dominio neoliberal y concentrado de la economía? Después de ser repetidores seriales de esa versión, ¿ahora las universidades latinoamericanas y del Caribe actuarán como sucursales de dicho pensamiento cosmopolita, global y/o internacional, aparentemente “democrático”, “pluralista” y “progresista”?
El cosmopolitismo en la educación y la cultura
Para Ricardo Rojas –a la sazón prologuista del libro referido de Sarmiento y reconocido autor de un destacado Informe Educacional de principios del siglo XX publicado con el título de La Restauración Nacionalista (1909)-, el cosmopolitismo –o el internacionalismo, tal cual lo hemos definido- comporta, además de un “problema moral”, “una forma de barbarie que, al romper la cohesión de la conciencia nacional en la Patria”, deviene en “anarquía espiritual de una sociedad” y conlleva “el empobrecimiento de sus fuerzas históricas”.
En el sentido señalado, “un pueblo que aspira a realizar una obra de cultura –y la educación superior lo es, sin duda-, debe superar el cosmopolitismo por un ideal nacional”, máxime si en vez de tratarse de extranjeros emigrados, como sucedía durante la campaña nacionalizadora de Sarmiento, se trata de educandos nativos, a quienes la educación debería dotarlos de un ideal nacional, confirmados en ese ideal que, está a la vista, la educación superior en nuestro país y América Latina y el Caribe desafortunadamente no provee, como corolario de un orden educativo general desnacionalizado y deslatinoamericanizado.
Pensamos con Rojas que “el nacionalismo en los países de necesaria inmigración” como ha sido la Argentina y de tremenda colonización cultural e intelectual, como sucede con todos los países de nuestra América, resulta “una disciplina ideal en defensa de la (propia) civilización”.
Hasta Bolivia, país de mayoría indígena, gobernado hasta no hace mucho por representantes directos de los pueblos originarios antiguos, hubo de caer víctima de un golpe de Estado antinacional, llevado a cabo seguramente por los formados –o deformados- en un sistema educativo que no comienza, desde su base, por nacionalizar sus conciencias ni quitarles su racismo y clasismo intrínseco tradicional.
Por el contrario, lo que caracteriza a las universidades actuales en América Latina y el Caribe –y una muestra de ello son los proyectos de “internacionalización de la ES” (IES) y el de “integración académica con la Unión Europea”, entre otros-, es la internacionalización y consecuente desnacionalización de los contenidos de enseñanza, situación de colonización pedagógica y/o colonialidad epistemológica de la currícula y/o de los contenidos de la enseñanza en todos niveles, frente al cual protestan, desde hace muchas décadas, los más grandes pensadores nacionales latinoamericanos, desde Alberdi (el segundo Alberdi) hasta el presente.
Para empezar, Juan Bautista Alberdi lo planteaba de esta manera: “No hay una filosofía universal, porque no hay una solución universal de las cuestiones que la constituyen en el fondo –razón para no tener que imitar a nadie o adoptar el modo de ser de “otros-. Cada país, cada época, cada filósofo ha tenido su filosofía peculiar, que ha cundido más o menos, que ha durado más o menos, porque cada país, cada época y cada escuela han dado soluciones distintas de los problemas del espíritu humano”.
Si en nuestras universidades priman los intereses nacionalistas, como protesta uno de los representantes de la CRES, no queremos pensar qué sería si fuera lo contrario. Pero las cosas, en “puridad de verdad”, como diría Saúl Taborda, son al revés y hay que desenmascararlas y encararlas. Nos preguntamos entonces, en medio de un ambiente espiritual sin raíces, sin historia propia, sin identidad y sin ideales nacionales -que es el caso del ambiente internacional globalizado que nos depara el proyecto de “internacionalización de la ES” de la UNESCO-, ¿puede haber acaso educación y/o formación y cohesión de la conciencia nacional -que es lo que la educación implica o debería implicar- en el contexto occidental de un orden mundial unilateral y asimétrico, dominado por el pensamiento único, que se nos propone como marco para la educación superior del futuro inmediato y posterior?
Cuando una pandemia letal puso de cabeza ese sistema global, demostrando lo nefasto que puede ser en materia de salud no actuar bajo estrictos intereses nacionales –como contra la corriente lo hizo la Argentina a pesar del permanente boicot de que fue víctima por los que todavía “se mantienen extranjeros” en su propia Patria-, cabe preguntarse si no conviene proceder también en materia de educación, de acuerdo a nuestros propios intereses y necesidades nacionales y latinoamericanas.
Resulta doloroso y frustrante que el proyecto conjunto y/o colectivo más importante de las universidades latinoamericanas en el Centenario de la Reforma Universitaria de 1918 haya sido el proyecto de Internacionalización de la Educación Superior (IES), que es la antítesis del proyecto latinoamericanista y espiritualmente emancipador de la Reforma.
Si con la pandemia global del COVID 19 en materia de salud ha estado y estuvo en juego nuestra vida, igualmente, con ese proyecto internacionalizador en materia de educación se pone en juego nuestra conciencia, nuestro espíritu y nuestra personalidad colectiva e individual, objeto de estudio de la ciencia pedagógica, a fin de dilucidar el dilema que se nos plantea. El contexto en el que se lanzó el proyecto de “internacionalización de la educación superior” resulta otra clave importante para entender nuestros problemas.
Contexto e internacionalización
El contexto define las circunstancias que rodean una situación, sin lo cual no se puede comprender la realidad correctamente. He aquí las circunstancias que rodearon la internacionalización de la educación superior, proceso que, en el actual contexto, debe ser revisado.
En 1995, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) lanzó el primer Documento de política para el cambio y el desarrollo en la educación superior basado en el paradigma de la “internacionalización”. Ese documento sería considerado por uno de los autores del libro de la CRES 2018, como “brújula intelectual” en el proceso de preparación de la Conferencia Mundial sobre Educación Superior llevada a cabo en París en octubre de 1998. En el medio de esos dos sucesos, se realizó en Cuba (1996) la primera Conferencia Regional de Educación Superior de América Latina y el Caribe -organizada por UNESCO-, que avaló en general la orientación dada por el organismo internacional.
El citado documento de 1995 planteaba así la cuestión: “La internacionalización cada vez mayor de la educación superior es en primer lugar, y ante todo, el reflejo del carácter mundial del aprendizaje y la investigación”. Ese carácter mundial se va fortaleciendo gracias a los procesos actuales de integración económica y política, por la necesidad cada vez mayor de comprensión intercultural y por la naturaleza mundial de las comunicaciones modernas, los mercados de consumidores actuales, etc. El incremento permanente del número de estudiantes, profesores e investigadores que estudian, dan cursos, investigan, viven y comunican en un marco internacional es buena muestra de esta nueva situación general a todas luces benéfica”.
Sin reparar en la falacia del “carácter mundial del aprendizaje y la investigación”, “reforzado” sí por los “procesos económicos” concentrados de la época –para nada beneficiosos para los países periféricos y/o dependientes-, por influjo del “pensamiento único” (y la subordinación de los países “periféricos” por “derecha” y por “izquierda” a los países “centrales”), y no por “la necesidad de comprensión intercultural”, como se declama, en 1998, la Declaración mundial sobre la educación superior para el siglo XXI (generada por la UNESCO en París) “destacó la internacionalización de la educación superior como un componente clave de su pertinencia en la sociedad actual, subrayando que se requiere a la vez, más internacionalización y más contextualización”, o sea más alineamiento en las condiciones de subordinación dadas.
Resulta necesario reparar atentamente en estos documentos, a la luz de la contextualización solicitada, pues es evidente que hoy –en la tercera década del siglo XXI- el contexto mundial evoluciona y estamos ante un contexto diferente a nivel global que aquel de la década del 90. De hecho -como decía un experimentado analista internacional como Enrique Lacolla-, el viejo orden mundial “parece estar condenado por la emergencia de actores globales –China, Rusia, Irán, India- que no lo soportan”, a la que suman hoy muchos más países en el mundo, como podemos suponer por el éxito de los BRICS.
El contexto global de la década del 90
En efecto, si hacemos un poco de memoria –no siempre estimulada apropiadamente-, aquel documento de la UNESCO surgía apenas seis años después de la caída del Muro de Berlín en 1989, hito histórico que puso fin a un mundo bipolar (en realidad tripolar, con un Tercer Mundo emergente, aunque siempre en un segundo lugar para las potencias dominantes) y en nuestro caso, como preveía el General Perón, desunidos y dominados. El acontecimiento de 1989 dio por concluida la Guerra Fría (política, ideológica, económica y cultural) entre las grandes potencias de signo contrario, que habían sido aliadas durante el conflicto armado inter imperialista de 1939-1945 (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, la Unión Soviética y otros países europeos y no europeos) contra Alemania, Italia y Japón.
De esas circunstancias, por desaparición de su contrincante y debilidad del Tercer Mundo –en particular de Latinoamérica-, Estados Unidos de Norteamérica emergió como la potencia hegemónica a nivel global, con derecho a reinar en forma unilateral y asimétrica, imponiendo en todo el globo –y de modo particular en las casas de estudio de todo el planeta- el pensamiento únicoy la dictadura económica neoliberal del mercado financiero internacional. En ese contexto –no en otro-, nació y se impuso el paradigma de la “internacionalización de la educación superior”.
Dicho contexto marcó todos los procesos y acontecimientos de la época, e imprimió su sello a los organismos internacionales mediante, entre ellos las Naciones Unidas como la UNESCO, el FMI, la OMC, e incluso otros organismos internacionales aparentemente humanitarios como UNICEF, liderados y hegemonizados por la potencia triunfante –más allá de ciertas disidencias internas que no cuestionan globalmente el sistema único-, marcándole el rumbo a través de ellos a la globalización operante, ayudada por los adelantos tecnológicos de la época que, por supuesto, le impusieron ritmo y profundidad a la nueva colonización, disfrazada de “modernización” e incluso de “democratización”, “interculturalidad”, “ecologismo”, “progresismo”, etc.
Cabría mencionar y describir, de la mano de otro pensador y político de finales del siglo XX, cuáles son las características de ese pensamiento “global”, resultado de la revolución tecnológica operada, al mismo tiempo que caía el Muro de Berlín y se imponía el Consenso de Washington y el actual orden mundial unilateral y asimétrico, comandado por la potencia hegemónica, en una guerra sin enemigos a la vista (inventados a designio) guerra y sistema injusto, mas no paz (ni dura ni blanda), con que se nos quiere asociar detrás del proyecto de internacionalización de la educación superior y otros proyectos derivados de ese paradigma globalizador y/o internacionalizador.
El pensamiento del nuevo orden en crisis
Así como la revolución industrial burguesa de los siglos XVII y XVIII se desenvolvió unida al pensamiento moderno –señalaba Alberto Guerberoff– “la nueva revolución industrial generada alrededor de la robótica, la informática, la biotecnología y la cibernética se manifiesta asociada al pensamiento posmoderno”, es decir el pensamiento de cuarenta años a esta parte, nacido prácticamente junto con la nueva democracia de los 80 – 90.
Se trata, como se ha visto, –argumentaba Guerberoff-, “un pensamiento, sin sujeto, que repudia la historia (“el fin de la historia”) y reniega de los grandes proyectos de emancipación nacional y social (a los que denosta como “populismo”), que exalta el hedonismo, el híper individualismo (incluso de militantes progresistas), y sobre todo, el acatamiento al sistema establecido”, en muchos casos bajo la máscara de una democracia ambigua o de lo políticamente correcto.
De esa manera, sostenía el político y pensador de la izquierda nacional, “el capitalismo de los chips y los microprocesadores, envuelto en una crisis colosal, necesita de los teóricos imbuidos de este tipo de pensamiento, que difuminan desde los centros imperiales hacia los países dependientes, una espesa niebla de conformismo y resignación”. Aparecen desde Europa los Bobbio, los Touraine, los Eco, los Sartori para darnos cátedra.
El resultado no es otro que un giro de tuerca a nuestra ya centenaria colonización pedagógica. En efecto, “en las capitales periféricas –y en sus grandes universidades- el mensaje lo recogen, como siempre, los núcleos colonizados de tecnócratas, licenciados y cientistas debidamente irrigados por el financiamiento de organismos y fundaciones internacionales…”.
En ese sentido, vale transcribir las palabras de Abraham Nuncio (director del Centro de Estudios Parlamentarios de la Universidad de Nuevo Léon, México), en un artículo aparecido en un matutino cordobés el 8 de julio de 2022, “La universidad que América Latina necesita”. Allí Nuncio plantea hasta dónde hemos llegado: “Las Universidades de América Latina y el Caribe no pueden atenerse a las decisiones de los organismos polinacionales que dominan a Occidente. Los suyos son problemas que esos organismos no han podido resolver a lo largo de tres cuartos de siglo”: de otra manera, “la Unesco no habría convocado en mayo pasado (2022) a la Conferencia Mundial de Educación Superior con una temática indudable sobre sus propósitos: “Reformular los ideales y prácticas de la educación superior”.
Queda a América Latina tomar el toro por las astas y resolver sus problemas de educación y conciencia nacional, que son nada más ni nada menos que la causa y la consecuencia a la vez de su dependencia política y económica de las grandes potencias y poderes hegemónicos en nuestro suelo.
Internacionalización vs. misión de la educación
¿Se puede integrar, de manera que sean inseparables, la “dimensión internacional e intercultural” (de varias, extrañas y hasta disímiles culturas) con “la misión y las funciones sustantivas de las instituciones de educación superior” de América Latina? ¿Cuáles son las misiones y funciones sustantivas de la educación en general de un país y de la educación universitaria en particular?
¿La “internacionalización de la educación superior” que propone la UNESCO, y a la que adhieren las CRES, es un proceso de transformación institucional integral favorable o perjudicial para América Latina y el Caribe? ¿Nuestra propia identidad y cultura pueden ser manipuladas en su naturaleza y esencia para hacerlas “inseparables” de otras identidades y de otras culturas? ¿Se puede concebir una sociedad global sin alguna de sus partes “realizadas”, y aceptar sin más una sociedad del “conocimiento” que ignora la historia, la naturaleza y las características de una de sus partes, como de hecho ocurre en forma flagrante con América Latina?
Intentemos obtener respuestas a tan cruciales dudas y a tan necesarios interrogantes.
Al internacionalizar la educación superior y con ello pretender “integrar la dimensión internacional e intercultural en la misión y las funciones sustantivas de las instituciones de la educación superior”, se está negando nada más ni nada menos que la propia misión de la educación nacional, su misión esencial: el conocimiento, fortalecimiento y enriquecimiento de la identidad nacional y el desarrollo formativo (la formación) de la personalidad y la conciencia nacional.
Al pretender que la identidad y la cultura de nuestro sistema educativo –y por ende nuestra identidad y cultura nacional, por la íntima relación que existe entre educación, identidad y cultura en general- sean “inseparables” de la identidad y cultura “internacional” (término por otra parte muy general y ambiguo), se está negando el desarrollo de la propia identidad y de la propia cultura en el marco apropiado de la realidad concreta donde nacimos, crecemos, existimos y nos debemos realizar como personas y como comunidad singular.
Al querer integrar en una misma cultura “internacional” la cultura particular y original de un pueblo –que es de la que se nutre la educación como proceso formativo de la identidad, de la personalidad y de la conciencia-, se está dando la espalda y negando a su vez la propia cultura y la propia misión educativa de una Nación.
Sin valorarnos como Nación y como cultura nacional particular y original, no podemos estar en condiciones de recrear la cultura “universal” desde una nueva perspectiva histórica, desde la propia visión original como pueblo y/o como nación. No al precio de entregar nuestra soberanía educativa, cultural e intelectual –dejar de ser genuinos- y “aguarnos” en otra, adulterando no solo nuestra “denominación de origen” sino nuestra propia identidad y personalidad.
Para “internacionalizarnos” sin más, habría que haber desarrollado suficientemente la propia identidad nacional (como puede ser el caso de la integración internacional europea entre países que tienen un largo y profundo desarrollo de su nacionalidad y/o personalidad nacional), y, en ese caso, no tener que negarla, desconocerla o renegar de ella sino complementarla a la existente.
Esa actitud –de “internacionalización”, “globalización” o de “integración intercultural”, siendo negadora de la identidad propia y común del pueblo latinoamericano –no asumida como tal todavía-, es paradójicamente también negadora de las “culturas originarias”, pues una u otras se diluyen o se diluirían en esa cultura internacional que se pretende asumir de aquí en más como componente inseparable de nuestra “identidad y cultura” -¡tremendo despropósito!-, desde aquí en más integrada a la dimensión internacional e “intercultural”, de tal manera que sean inseparables de nuestra identidad y cultura!!! La “movilidad internacional” es una de las herramientas elegidas para llevar adelante semejante proyecto.
El valor educativo de los viajes
Si de calidad e intercambio se trata, ya entrando en uno de los ejes principales del proyecto de internacionalización de la educación superior cual es el de la “movilidad internacional” (estudiantil, docente, profesional), ¿no deberíamos preguntarnos con criterio metódico, tratándose de conocimiento académico o de estudio, y de estudios superiores: ¿para qué viajar? ¿con qué objetivo? ¿por qué? ¿con qué fundamentos? ¿cuándo? ¿dónde? ¿a qué lugar específico (convenientemente seleccionado, de acuerdo a un objetivo y un plan de trabajo que resulte necesario, útil y conveniente desarrollar)? ¿cómo? ¿con quién? ¿según qué plan de trabajo trazado de acuerdo a intereses y prioridades particulares, individuales, grupales, colectivas y nacionales?
Viajar –coincidimos en esto con el francés Montaigne-, resulta “un ejercicio provechoso”, pues “el alma adquiere en él una ejercitación continuada, haciéndose cargo de las cosas desconocidas y nuevas”. Después de todo, “el cuerpo, en los viajes, no permanece ocioso, sin que tampoco trabaje, y esta agitación moderada le comunica alientos”. A propósito de la importancia de los viajes, se preguntaba Montaigne: ¿Viajo “tan solo a fin de ponerme en movimiento, por pasearme”; o lo hacemos como “los que corren en pos de un beneficio, o de una liebre”, que “hacen lo mismo que si no corrieran”, o que “solamente corren que sólo se proponen ejercitar su carrera”? ¿Qué sentido y/o valor tiene un viaje a determinado lugar y en determinadas condiciones?
Es bueno preguntarse, como se preguntaba el pensador francés, si el designio de viajar, en el fondo y también en cuanto a nuestras motivaciones personales, ¿se fundamenta “en esperanzas grandes”, “solamente por el disfrute de otros climas”, “por capricho” o “por el placer que la variedad procura”?
¿Lo hacemos por conocer costumbres “que no valgan lo que las nuestras valen”, o acaso “solo la variedad me satisface y la posesión de la diversidad”? “Yo bien sé –termina admitiendo el autor francés- que interpretándolo a la letra este placer de viajar es testimonio de inquietud e irresolución”.
Sin duda, resulta diferente la naturaleza de un viaje académico, de estudio, iniciático, de conocimiento o de iniciación en alguna disciplina, que la de un viaje solamente de placer, turístico o de paseo.
En sus Investigaciones Pedagógicas, incluso Saúl Taborda le daba la derecha a Descartes y Montaigne –reconocidos como padres de la pedagogía a nivel europeo- en lo que significan los viajes al extranjero como “fuente de conocimiento y como ocasión de trabar relaciones con gente de otras tierras, ampliando en el contacto con el forastero el horizonte mental y afirmando la conciencia de la propia persona…”.
Sin embargo, a poco de analizar los propósitos y objetivos concretos, aquí y ahora de la movilidad internacional universitaria, se cae en la cuenta de las falencias y lagunas teóricas y prácticas que ella tiene en el marco de la integración y cooperación regional, o sea en lo que al presente y futuro inmediato de América Latina y el Caribe se refiere; regiones que en los documentos de la UNESCO aparecen separadas, sin una mínima explicación histórica, cuando en realidad forman parte de una misma unidad y totalidad nacional y geopolítica, no lo suficientemente dilucidada todavía, al tiempo que se la pretende embarcar en un proyecto global del que la “movilidad internacional” es una de sus herramientas básicas.
La “Movilidad” internacional y sus propósitos
Con la “internacionalización de la educación superior” y la “movilidad” estudiantil, docente, de investigadores y profesionales, ¿se propende acaso una nueva identidad y cultura internacionalizada o global común a todos los países del orbe? Jocelyne Gacel Avila –una de las principales ideólogas de ese proyecto de la UNESCO, no cuestionado suficiente y convenientemente por las universidades latinoamericanas-, nos dice que “Internacionalización” es un “proceso de transformación institucional integral, que pretende integrar la dimensión internacional e intercultural en la misión y las funciones sustantivas de las instituciones de educación superior, de tal manera que sean inseparables de su identidad y cultura” (1999).
Pues bien, dicha internacionalización tiene como acciones a llevar a cabo: a) Actualización de planes de estudio; b) Internacionalizar el currículo; c) El dominio de idiomas extranjeros; d) Internacionalización de la investigación; e) Cooperación entre las diferentes instituciones nacionales y extranjeras; f) Internacionalización de la extensión, es decir vinculación administrativa y académica de todos los eventos y proyectos de la universidad; g) Movilidad (viajes de formación e intercambio).
Con ese criterio y con dicho plan de acción, según el relevamiento realizado en varios espacios universitarios virtuales, la movilidad tiene como objetivos para el educando los siguientes:
“Obtener nuevos conocimientos en áreas muy poco o nada conocidas, realizar prácticas que enriquezcan aún más los conocimientos de quien se moviliza, conocer nuevas personas y a sí mismo (las capacidades con las que cuenta para realizar ciertas actividades por sí misma); conocer nuevas modalidades de enseñanza y aprendizaje, interactuar con gente de otros Estados y países, conocer su cultura, lograr independencia y autonomía(¿?); lograr crecimiento profesional, crecimiento de los propios horizontes, construir nuevos propósitos y metas personales, obtener aprendizajes personales que marcarán para siempre la vida del educando, obtener puntos de vista totalmente diferentes en cuestiones relacionadas con la carrera, mejorar el manejo y control de las propias emociones”.
Sin ir más lejos, una de las universidades del centro del país expone públicamente las razones de dicho proyecto en la red. Entiende que el proceso de movilidad o intercambio internacional, en lo Personal: “permite conocer diferentes culturas, genera gran capacidad de tolerancia a la diferencia, permite el perfeccionamiento de idiomas”; en lo Académico: “brinda acceso a nuevas tecnologías y sistemas educativos, complementa la educación recibida en la UNVM, es la oportunidad perfecta para establecer vínculos que permitan realizar investigaciones o posgrados a futuro”; y en lo Profesional: “otorga la capacidad de adaptación a situaciones nuevas y complejas, necesarias en cualquier trabajo, mejora el currículum ya que demuestra una formación más completa, y es una excelente oportunidad para establecer contactos profesionales”.
De acuerdo a este criterio del proyecto de internacionalización de la educación superior en marcha, la movilidad permite: “reconocer otros contextos y otras formas de pensar por lo que se generan nuevos conocimientos, la interacción de saberes, ampliar las opciones académicas y profesionales, romper las fronteras físicas y se traspasa las fronteras psicológicas de la distancia, reforzar la identidad nacional, regional y local (¿?), generar una conciencia real de las necesidades de su entorno (¿?), promover valores de integración, tolerancia y respeto y adquirir capacidades interculturales”.
En definitiva –según los criterios enunciados-, “la movilidad permite crear redes; la movilidad es conocimiento, en tanto el conocimiento no puede mantenerse estático; la movilidad de estudiantes y académicos fomenta la creación de redes nacionales e internacionales, que en su conjunto pueden crear fortalezas para responder a los grandes retos globales; las redes deben incorporar diversos actores (universidades, empresas y gobiernos) y fomentar la cooperación para favorecer el desarrollo de nuestros países” (¿?). No se entiende cómo, si la ideología de semejante proyecto es la subordinación política y económica a los países hegemónicos, sin mayor o ningún beneficio para los nuestros, como está a la vista después de años de dependencia.
Un análisis necesario
Para empezar, el problema se presenta cuando los educandos carecen de identidad nacional, no la conocen o no la reconocen (lo que revela una alarmante falta de conciencia nacional), debido a un proceso de colonización pedagógica y epistemológica padecido por decenas y hasta una centena de años, que mantiene el proceso de la Reforma Universitaria inconcluso y, por lo tanto, pendiente de realización en sus aspectos sustantivos.
Si bien esta “movilidad” puede favorecer el crecimiento personal y profesional individual, no creemos que permita “lograr independencia y autonomía”, “reforzar la identidad nacional, regional y local”, “generar una conciencia real de las necesidades del entorno” y “promover valores e integración” estratégicos a nivel regional ni, por lo mismo, “favorecer el desarrollo de nuestros países”. Todo lo contrario.
Estamos ante un verdadero problema, porque no se trata de acceder a cualquier conocimiento y a cualquier tipo de relaciones sino de aquellos conocimientos y aquellas relaciones que resultan esenciales a una sociedad “en desarrollo” o a una Nación inconclusa como es América Latina junto al Caribe.
Porque no se trata de “ampliar nuestro horizonte mental” sino de definirlo y alcanzarlo, porque no lo tenemos.
No se trata de “afirmar nuestra conciencia” sino de formarla o reformarla, además de rescatar o aquilatar las propias tradiciones culturales, fortalecer la propia identidad, despertar nuestra mente a las actividades del pensamiento original y dotar a nuestra personalidad individual y social de criterio propios, ideales educativos a los que deberíamos aspirar si queremos llegar a realizarnos como sociedad.
Ante la falta de esos presupuestos, requisitos u objetivos, ¿puede la mera “movilidad” estudiantil o docente a nivel global, como plantea el paradigma de la “internacionalización” de la educación, alcanzar los ideales educativos trascendentales que nuestra propia realidad demanda?
Ante la falta de esos presupuestos, requisitos u objetivos, ¿resulta conveniente la movilización administrativa de las universidades latinoamericanas y caribeñas hacia objetivos que no nos son propios ni propicios?
Ante la falta de esos presupuestos, requisitos u objetivos, ¿es oportuna la “internacionalización de la investigación” y la “cooperación” entre las diferentes instituciones nacionales y extranjeras, y no, en cambio y preferentemente la regionalización (latinoamericanización) de la investigación y la cooperación específica y decidida entre las diferentes instituciones académicas y gubernamentales de América Latina y el Caribe, antes de iniciar cualquier otro proceso y proyecto de “internacionalización”?
Ante la falta de esos presupuestos, requisitos u objetivos, ¿no resulta un despropósito la “internacionalización del currículo” y la “actualización de planes de estudio”, con otro propósito que no sea el interés nacional de América Latina y el Caribe, concebidos como una totalidad geopolítica y nacional?
Tengamos en cuenta que la “internacionalización del currículo” y la “actualización de planes de estudios”, no en el sentido que necesitamos sino en sentido contrario, resulta de la falsa perspectiva que nos da la falacia de la “universalidad” del conocimiento y de la “cientificidad” de algunas teorías “universales” de las ciencias sociales, y en particular de la economía; teorías que no son “independientes” de la geopolítica y la “ideología global”, en el marco de un orden mundial todavía unilateral, y sobre todo asimétrico e injusto.
¿Resulta prioritario “el dominio de idiomas extranjeros”, sin dominar los propios idiomas de la mayoría de los latinoamericanos (el castellano y el portugués) y los principales idiomas nativos de las comunidades bilingües de nuestro extenso y rico continente, o sea los idiomas de nuestra definitiva integración?
No deberíamos aprender otro idioma –de niños o ya de grandes- hasta no haber aprendido bien el propio, ya que hablar es pensar también, y deberíamos aprender a pensar en nuestro propio idioma, porque de no hacerlo corremos el riesgo de terminar pensando en esos idiomas e ideologías extranjeras, y teniendo una actitud y/o una conducta y una conciencia imitativa, repetitiva y reproductiva despersonalizada.
Creemos que todos estos temas e ítems requerirán un análisis, una revisión y una respuesta mejor pensada de parte de la próxima Conferencia Regional de Educación Superior (CRES) de América Latina y el Caribe (y otros Congresos Universitarios programados), si además pretendemos tener en cuenta el pensamiento de nuestros grandes reformistas nacionales, pues parafraseando al mismo Saúl Taborda, “debemos forjar una comunidad política que, ajustándose a la idiosincrasia nativa, sea humana y universal y no instrumento al servicio del capitalismo internacional transeúnte en todas las patrias”.
“Hay razón más que suficiente para suponer –diría a su vez otro gran pensador nacional de Córdoba como Alfredo Terzaga-, que tras la bandera del internacionalismo “civilizado” se esconde la defensa de los intereses imperialistas y de los intereses nativos aliados a aquellos”.
La internacionalización de nuestra educación superior significa lisa y llanamente la institucionalización de la “colonización pedagógica” en nuestro continente, en tanto formaliza la “fuga de cerebros” por otros medios, entendiendo por tal en este caso, ya no el destierro físico fuera de América Latina y el Caribe de nuestros científicos, investigadores, profesionales y estudiantes, sino sobre todo su enajenación y/o extrañamiento intelectual definitivo en su propia patria, en tributo y a favor de los patrones, paradigmas e intereses de un orden mundial perimido y ajeno a nuestros intereses y necesidades nacionales más urgentes e importantes.
¿La cultura es “universal”?
¿La cultura es universal? ¿En qué sentido puede serlo? ¿Qué es lo “internacional”, qué es lo “universal”, cómo se pueden sustantivar la identidad y cultura internacional?
“La aparición de nuevos pueblos en la historia –expresa José Juan Hernández Arregui tratando de responder estos interrogantes- anuncia la renovación misma de la filosofía europea”, y con la renovación de la filosofía, anuncia a su vez la actualización del pensamiento y la cultura, pero “desde aquí –desde nuestra América- no desde Europa” ni tampoco desde esa otra América que no es la nuestra.
Ciertamente, renovar la cultura y el pensamiento desde el mismo Viejo Mundo no comporta ninguna novedad. Además, “es imposible que un pueblo–el latinoamericano en este caso- se conciba a sí mismo a través de otras culturas”.
Apelar a otras naciones o “copiar sus filosofías”, comporta “ancianidad prematura”, reflexiona el mismo autor. Porque una filosofía –un sistema de pensamiento- es la culminación de un proceso histórico y cultural, es decir que responde a un lugar, una época y circunstancias determinadas. Fuera del espacio y del tiempo, la filosofía, las ideas, el pensamiento, son solo abstracciones o racionalizaciones (cuando no excusas) y no expresión subjetiva de una realidad objetiva, que debería ser la condición para que cualquier tipo de pensamiento sea útil y enriquecedor para la vida concreta.
La generación de pensadores y de pensamientos
Si América Latina no ha dado más, o no sigue dando más pensadores eminentes, no es porque sea estéril, no tenga o no pueda tener grandes talentos o no tenga nada que decir al mundo, sino porque la colonización cultural y pedagógica –aparte de la supeditación y dependencia económica que nos ha retaceado los medios- nos ha privado de la suficiente autoestima y nos ha convencido de que ese pensamiento necesario ya existe –y es el de los países europeos o de los ahora más avanzados-, y que, por lo tanto, nuestra misión, tarea o destino no es pensar ni pensarnos, sino aprovechar lo que otros ya pensaron, piensan o pensarán por nosotros.
El error de las “capas intelectuales ajenadas a Europa” –refirma el autor comentado- es pensar nuestra realidad semicolonial “a través de sistemas de pensamiento germinados en otros ámbitos históricos”: “la traducción del espíritu europeo a América”, como pretendía “el Maestro de América” … Tal vez por ello se pretenda con tanta insistencia que aprendamos inglés o los idiomas extranjeros, en lugar de aprender primero, y bien, los propios: el castellano, el portugués y los idiomas originales principales de nuestra cultura nacional bilingüe y mestiza, como son el guaraní, el quichua, el náhuatl, el maya y el mapudungun, araucano o mapuche. Por el contrario, ¡nada original, nada propio, nada personalizante! Todo lo contrario, supone un despropósito o una impostura fenomenal.
En primer lugar, porque los sistemas de pensamiento de las “naciones avanzadas”, que ya han cumplido un ciclo histórico, pero que a la vez responden a una situación y a una condición opuesta a la nuestra en el ajedrez geopolítico mundial –países dominantes y países dominados, avanzados y atrasados, ricos y pobres, centrales y periféricos, imperialistas y coloniales o semicoloniales-, “son inaplicables a una situación histórica divergente” como la nuestra.
En segundo lugar, porque adoptar el sistema de pensamiento de los países avanzados, dominantes, hegemónicos o imperialistas, a la realidad de los países atrasados, dominados o semicolonizados, “es carencia de sentido histórico”, o, dicho de otra manera, un suicidio histórico.
En tercer lugar, porque no se puede cuestionar un sistema de pensamiento adoptado hace bastante más de un siglo sin resultados favorables, con los mismos presupuestos y paradigmas de ese mismo sistema de pensamiento. “La filosofía que interpele a Europa –o a los países hegemónicos de un orden mundial injusto e inocuo- debe ser (latino) americana”, propia de “la identidad nacional de un pueblo”.
En cuarto lugar, porque no solo se trata de distintos o diferentes sistemas de pensamiento –el sistema latinoamericano y los sistemas europeos o anglosajones- sino, en muchos casos, de sistemas de pensamiento antagónicos debido a las propias razones, condiciones y situaciones históricas. De hecho, una potencia europea, con apoyo de la OTAN, usurpa nuestro territorio.
Tampoco se puede transitar la existencia –tengámoslo por quinto- con ideas prestadas, ojos ajenos, oídos extraños, mentes enajenadas y miembros trasplantados, como el monstruo de la novela de Mary Selley. En ese sentido, si América Latina y el Caribe no han dado más grandes pensadores, amén de que desconoce los que tiene y su enriquecedor pensamiento –tengámosla como sexta razón de dicha improcedencia-, es también porque el pensamiento no es un órgano que sea posible trasplantar de otros seres vivos o naciones, sin que sea compatible con el paciente y dentro de un marco de colonialismo cultural asfixiante.
En séptimo lugar, es un despropósito o una impostura improcedente pensar lo de acá con categorías de allá. No obstante, si bien el pensamiento “es la forma más excelsa y, a la vez, la más alusiva de la conciencia nacional de un pueblo”, América Latina carece hoy por hoy de una vívida conciencia nacional que, salvo excepciones, se encuentra dormida o adormecida, sobre todo en el ámbito educativo superior, donde debería cultivarse, potenciarse y prodigarse en la generación de conocimientos, en la formación de sus educandos y por extensión en la transmisión a su pueblo.
Finalmente, los sistemas de pensamiento, aparte de responder mejor y más eficientemente a determinados momentos, lugares y circunstancias, también envejecen y se vuelven obsoletos: tienen una vida útil; y Europa, e incluso Estados Unidos que es más joven que Europa, en tiempos de guerra han sido responsables de millones de muertos, y en tiempos de paz, como estos de pandemia, no han sabido enfrentar sabia y lúcidamente el letal flagelo sanitario, por lo que no representan ni los mejores ejemplos ni los mejores socios para transitar “una cultura de paz” (que tampoco han respetado nunca en América Latina, incluso en nuestros días), como promueve el paradigma de “internacionalización” de la UNESCO.
Sin ningún tipo de cadenas, alianza o compromisos, sugiere Hernández Arregui desde un pensamiento nacional experimentado y enriquecido en una larga batalla cultural que todavía no tiene término, “el aporte del pensamiento europeo debe asentirse, pero amoldado al entorno singular de estos países que aspiran tanto a la independencia económica como cultural, ecuaciones interdependientes de un proceso histórico único”. Aunque. eso podrá ser posible cuando nos hayamos independizado tanto económica como espiritualmente y podamos comunicarnos en igualdad de condiciones
En última instancia, no se puede pensar la realidad ni pasar la vida o la existencia con un sistema de pensamiento ajeno o prestado, porque además de no sernos útil para lo que lo queremos o lo necesitamos, dicho sistema de pensamiento no puede ocultarnos eternamente nuestra propia verdad ni quitarnos nuestra voluntad, esencia e identidad nacional, so pena de no ser lo que queremos ser o en su defecto, llegar a ser NADA.
Pasado, presente y futuro de Política internacional y Educación
El tema no es nuevo para nosotros. Lo decía el gran líder popular y estadista argentino reconocido a nivel latinoamericano y mundial, Juan Domingo Perón: “Será preciso que comencemos a hacer nuestra propia historia continental, como lo señalaron nuestros libertadores, y no como lo pretenden los mercaderes” o las potencias extranjeras o, en su defecto, los organismos internacionales, hechos a medida de esos intereses desde la creación de la Sociedad de las Naciones al final de la primera Gran Guerra.
“Ningún país-decía el general Juan D. Perón- podrá realizarse en un continente que no se realice. Los países deben unirse progresivamente sobre la base de la vecindad geográfica y sin imperialismos locales y pequeños”. No obstante –advertía- “tiene que tenerse presente que el mundo en su conjunto no podrá constituir un sistema sin que a su vez estén integrados los países en procesos paralelos. Construir el mundo en su conjunto exige liberarse de dominadores particulares. Mientras se realice el proceso universalista, existen todavía dos únicas alternativas para todos los países del Tercer Mundo: neocolonialismo o liberación”.
¿Podemos considerar a nuestros países y a nuestro continente “realizados”, para pensar, por ejemplo, en un proceso de “internacionalización de la educación superior”, como se plantea en nuestros días? ¿Están integrados o en vías de integración nuestros países? ¿Han desaparecido los dominadores particulares? ¿Estamos transitando la etapa universalista? ¿Estamos haciendo nuestra propia historia, o la que quieren los mercaderes y/o los organismos internacionales? ¿La “internacionalización de la educación superior” o la globalización de la economía, no está más cerca del neocolonialismo que de la liberación?
Tampoco deberíamos dejar de lado esta otra advertencia: “Si esa integración universalista la realizara cualquiera de los imperialismos, lo harían en su provecho y no en provecho de los demás”. Por eso, el Tercer Mundo –en este caso en particular América Latina y el Caribe- “no dejará en el futuro que los imperialismos puedan resolver el problema de la Organización Universal en su propio provecho y beneficio y en perjuicio de todos los demás”, ya se trate de economía, de salud o de educación. Por el contrario, el general Perón preveía que el Tercer Mundo, una vez unido, fortalecido, emancipado y realizado, organizaría “un sistema cooperativo de gobierno mundial” que conduciría a “la anulación de todo dominio imperialista y donde nadie será más ni menos que nadie”.
¿Estamos acaso en esa condición o situación de unión y fortaleza como para encarar irreflexiva e irracionalmente un proceso de “internacionalización de la ES” o de “integración académica” con la Unión Europea? ¿Dicha “internacionalización” y/o integración internacional, coordinada por los organismos internacionales y hegemonizada por los países dominantes y aventajados, será en nuestro provecho o, una vez más, en provecho de ellos? ¿Dejaremos que los países imperialistas resuelvan nuestro futuro, cuando durante doscientos años de dominio económico y cultural sobre América Latina y el Caribe no han resuelto nuestro pasado ni nuestro presente y han dilapidado el propio? ¿La “internacionalización de la educación” nos asegurará la “igualdad” por arte de magia o por voluntad de alguien, sin que eso signifique nada más que una frase o una abstracción? ¿Están los países capitalistas centrales -actualmente en crisis y en franca decadencia-, en condiciones de brindarnos la educación que necesitamos? ¿Necesitamos el sistema internacional para educarnos? ¿Es esa la mejor opción?
En vista a aquel sistema mundial “cooperativo”, el general Perón preveía, aparte de la Soberanía Política y la Independencia Económica que son las bases fundamentales de la Justicia Social, “en lo Socio-Cultural, desarrollando un profundo nacionalismo, como única manera de preservar el ser nacional, la identidad como Nación; y en lo Científico-Tecnológico, preservarnos ecológicamente y construyendo la base científica y técnica de la comunidad liberada”.
¿No son precisamente los “intereses nacionalistas” que nos favorecen como Nación, los que cuestionan e impugnan cualquier iniciativa internacionalizadora, y por eso son tan criticados por los impulsores de la “internacionalización de la educación superior”? ¿La educación primaria, secundaria y superior no es acaso una misión o función nacional, y no precisamente “internacional”, más aún, tratándose de una Nación inconclusa?
Demostrando que su nacionalismo abarcaba la dimensión continental y/o latinoamericana, Perón señalaba las siguientes consignas: “La Comunidad Latino Americana y su Mercado Común sólo podrán alcanzar el destino que les concierne sin son capaces de constituir una integración real, que no solo piense en el futuro, sino que también anhele realizarlo. Para ello será preciso que comience a hacer su propia historia, como lo soñaron nuestros libertadores y no como pretenden hacerlo nuestros mercaderes. Si una Comunidad Latinoamericana aspira a realizar su destino histórico no puede terminar en una integración económica, es preciso que además piense en el mundo que la circunda, para evitar divisiones que los demás puedan utilizar para explotar a sus pueblos, elevando el nivel de vida de sus doscientos millones de habitantes (hoy más de seiscientos millones), para dar a Latinoamérica, frente al dinamismo de los “grandes” y al despertar de los continentes (u otros bloques o países emergentes), el puesto que le corresponde en los grandes asuntos mundiales pensando ya en su integración política futura, si no quiere sucumbir a la prepotencia de los poderosos”.
El gran estadista era más optimista que nosotros, tal vez porque confiaba en el conocimiento que le proporcionaba la historia. Por eso aseguraba: “Ya hemos afirmado que la historia de los pueblos desde los fenicios hasta nuestros días, ha sido su lucha contra los imperialismos, pero el destino de éstos (de los imperialismos) ha sido siempre el mismo: sucumbir. Es que su existencia que les señala una parábola de su fatalismo: como el hombre, nacen, se desarrollan, dominan, envejecen y mueren”. Hay muchos indicios de que el orden imperialista mundial que reinaba hasta nuestros días, está en franca decadencia.
No se trataba ni se trata tampoco de un nacionalismo xenofóbico, como podrían pensar los internacionalizadores, que por oposición necesariamente defienden -consciente o inconscientemente- el nacionalismo imperialista, disfrazado de universal o global por los países opresores.
“Nuestra lucha –aseguraba Perón, y coincidimos- no es, en el orden de la política internacional, por la hegemonía de nadie, sino simplemente y llanamente la obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo que conviene a la gran región que encuadra al país, y, en tercer término, lo que conviene al resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones y de nuestras concepciones”.
Llegado a este punto, tenemos que preguntarnos: ¿No deberíamos comenzar por nuestra propia historia continental, como señalaron nuestros libertadores y unificadores, y no “internacionalizarnos” sin habernos liberado ni realizado, como pretenden otras voluntades ajenas a nosotros? ¿Conviene a la Argentina, a América Latina y el Caribe la “internacionalización de la educación superior”? ¿No equivale esa opción a alejar de nosotros y de nuestra soberanía decisiones estratégicas para nuestro futuro inmediato en materia educativa, y comprometer decisiones políticas y económicas?
¿Podremos realizarnos “internacional” o “globalmente” los latinoamericanos sin habernos realizado todavía como Nación y ni siquiera tener conciencia de lo que ello significa? ¿No debe la educación latinoamericana coadyuvar a crear primero una conciencia nacional? ¿Podremos constituir un sistema educativo internacional sin que antes esté integrado nuestro sistema educacional latinoamericano? ¿Podrá América Latina y el Caribe integrarse en lo educativo sin haberse integrado primero en lo económico y político, al menos en forma paralela?
¿Puede ir la educación por un lado y la política y la economía por otro?
Si todavía faltaren razones o argumentos para adoptar una política no solo educativa sino integral, en línea con lo nacional latinoamericano antes que con lo “internacional”, el general Perón advertía: “El año 2000 nos encontrará unidos o dominados. La lucha de un mundo superpoblado y súper industrializado será por la comida y la materia prima. El mejor destino futuro estará en manos de los que tengan la mayor reserva de ambas. Pero la historia prueba que, cuando los “grandes” han necesitado de ambas cosas, las han tomado de donde existan, por las buenas o por las malas. Nosotros los latinoamericanos, disponemos de las mayores reservas porque nuestros países están todavía vírgenes en la explotación, pero también por eso el futuro se nos presenta más amenazador”.
¿Hemos olvidado esta advertencia, que se cumplirá como se cumplió aquella del año 2000? ¿En esas condiciones, sin reparos, marchamos hacia la “internacionalización de la ES”?
“Y si se piensa que en pocos años más, todos los medios de subsistencia y la materia prima serán pocos para mantener la subsistencia de la humanidad, no para enriquecerse ni engrandecerse ficticiamente, sino para comer y vivir con cierto grado de dignidad –pensaba el general Perón-, este hecho nos hace pensar en todos estos tontos que hablan del desarrollo tecnológico. ¡Vamos! El desarrollo tecnológico puede ser cualquier cosa, menos la imitación de lo que han hecho los otros que están ahora en la encrucijada”, y que en realidad nos necesitan a nosotros como recursos humanos y a nuestros recursos naturales.
¿Nos asociaremos a ellos y los seguiremos ciegamente, sin pensar antes en nuestras propias conveniencias e intereses, en nuestros propios y grandes recursos y en nuestro propio destino como Nación?
“Nada hay hoy más importante en la política internacional que eso, porque si no nos organizamos y preparamos para defendernos –y nos entregamos a sus brazos como lo hacemos-, nos lo van a quitar todo… por teléfono, si es necesario”, decía categóricamente el líder nacional.
¿No debería ser nuestra prioridad tanto a nivel político, económico, cultural como educativo, la integración nacional latinoamericana? ¿Cabe entonces destinar recursos, gastar esfuerzos y energías, poner nuestro corazón y nuestra materia gris -al arbitrio de decisiones extranjeras (o compartidas), con lo que eso significa- en otro proyecto que no sea nuestra realización integral como Nación y Sociedad? ¿Es oportuna la asociación o alianza con países que siempre han tenido una injerencia en nuestros asuntos, sin ningún beneficio definido ni definitivo para nosotros, y hoy sufren una aguda crisis a todo nivel, visto además la decadencia del orden mundial perimido que sustentan?
“Nuestra política internacional–en lugar de la “Internacionalización de la Educación Superior” y la “integración académica” o económica con la UE- ha de estar dirigida a la unidad latinoamericana y a la conformación de un Continente unido, solidario y organizado, para defenderse”. Porque no olvidemos que “América Latina fue en un día no muy lejano nuestra patria grande”, que “ningún país puede realizarse en un Continente que no se realice”, y que “América Latina no se encuentra dividida porque es “subdesarrollada” sino que “es “subdesarrollada” porque está dividida”.
Detrás de ese proyecto nacional continental –no de ningún proyecto divisionista, fragmentador, neocolonial ni recolonizador- debe estar alineada toda la Nación, y detrás de ella, asimismo, la Universidad y la Escuela Latinoamericana.