Legado y mandato de la Generación Nacional de la Reforma. Por Elio Noé Salcedo

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Historia de la Universidad Latinoamericana (Última Parte)

Lógicamente, no podríamos terminar este estudio sin volver sobre el aporte esencial que la generación universitaria de 1918 legó a la educación continental y al desarrollo del pensamiento nacional, es decir a un modo soberano de pensar nuestra América con mirada propia y no colonizada.

Una materia pendiente en ese sentido es el conocimiento y consideración del carácter integral, nacional y latinoamericano de la Reforma, es decir su legado y su mandato, tal cual fue concebido por sus impulsores y primeros protagonistas, a fin de reconocernos en él en tanto educadores, estudiantes e integrantes de una patria común.  

No deben quedar dudas, como bien dice el historiador y pensador nacional Roberto A. Ferrero, de que la Reforma “no era hija del unitarismo porteño, mitrista y europeísta, sino del federalismo democrático y popular de los caudillos, del liberalismo nacional mediterráneo de Juárez Celman y Cárcano los dos grandes seculizadores de las instituciones de Córdoba, y de las ideas de la unidad latinoamericana que había alentado la ‘Generación del 900’”.

Cuando decimos con Ferrero que uno de los antecedentes del espíritu nacional y latinoamericano de la Reforma fue la Generación del 900, nos referimos precisamente a aquellos escritores e intelectuales que tenían “la voluntad de dar forma en el reino del espíritu a lo que corrientemente designábamos con el nombre de Patria Grande”. Así lo manifestaba Manuel Ugarte, uno de los protagonistas destacados en el rescate de las ideas latinoamericanistas de aquella generación predecesora de la de 1918.

En búsqueda de una verdad nacional que trascendía los estrechos límites de sus patrias chicas, y no contando a fines del siglo XIX y principios del XX con ningún punto de apoyo en su propia patria, intelectuales jóvenes de casi todos nuestros países latinoamericanos emigraron a Europa y se convirtieron en los más destacados exponentes de las letras y de una misma y gran cultura común sobre la base de un ideal y de una verdad que los identificaba y los hermanaba. Es que todos ellos pertenecían a una nacionalidad y/o a una misma Patria común: Latinoamérica.

Su producción literaria tuvo a partir de entonces una misma razón de ser y de expresarse, aunque Amado Nervo fuera mexicano, Rubén Darío nicaragüense, Chocano hubiera nacido en Perú, Vargas Vila en Colombia, Gómez Carrillo en Guatemala, e Ingenieros, Lugones y el propio Ugarte en la Argentina. Sin duda, influía en ellos tanto el idioma común, como la situación y “la voluntad de dar forma en el reino del espíritu” a lo que todos ellos espontánea y coincidentemente sentían y consideraban su Patria Grande.

Cuando en cada República se notaba la dicotomía entre instrucción y educación nacional, ellos concibieron e impulsaron “una reestructuración de la ideología continental, con vistas a actualizar la esperanza del movimiento de 1810”, o sea, el mismo ideal de unidad latinoamericana cuyo legado y bandera levantaría la Reforma. Mas como aquella revolución no se podía hacer en el continente, por su inmadurez política para reconocer el mandato de la historia, la lucha por esas banderas recomenzó en las universidades latinoamericanas, aunque también dejó pendiente sus más caros objetivos e ideales políticos para el presente.

Las reivindicaciones democráticas que la Reforma lanzó (participación del estudiantado en el gobierno de la Universidad, autonomía institucional, concursos docentes, asistencia estudiantil y docencia libres, etc.) –explica Enrique Rivera en el prólogo del libro de Ramírez Novoa-, “estuvieron ligadas a la concepción de que un nuevo ciclo de civilización se iniciaría en América Latina, cuya forma política consistiría en federar sus estados, en constituir la verdadera nación”.

Con el tiempo, y en la medida en que dominaba la reacción y la contrarreforma oligárquico-imperialista en la Argentina y otros países, “esas reivindicaciones quedaron desvinculadas por completo de aquella concepción, de su base nacional legítima, y se diluyeron en las expresiones democráticas comunes a Occidente”, permitiendo a los imperialismos dominantes en América Latina –inglés, yanqui y francés- “utilizar los ideales democráticos de la Reforma para movilizar al estudiantado en favor de sus intereses económicos y políticos”.

De esa manera, al tiempo que la Reforma quedaba circunscripta a sus aspectos técnicos, profesionales y meramente institucionales, el estudiantado reformista apoyó el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen; se adhirió al bando “democrático” del Imperialismo que nos dominaba políticamente y nos asfixiaba económicamente, y se alineó tras la consigna de “fascismo o democracia” (cuando la consigna en un país semicolonial era y sigue siendo Patria o Colonia); integró la Unión Democrática y brindó su apoyo al embajador Braden contra el General Perón, líder de los trabajadores y del frente nacional antiimperialista, signándolo como fascista o nazi; fue parte de la oposición permanente durante el gobierno peronista, aunque éste hiciera realidad uno de los más caros propósitos de la Reforma, como la gratuidad de la enseñanza superior y el consiguiente acceso irrestricto a las universidades; y otra vez fue protagonista y cómplice en un golpe salvaje y reaccionario contra un gobierno nacional y popular en 1955, llevando al estudiantado a otro callejón sin salida, como hemos historiado puntualmente en “Crónicas Disidentes de la Reforma Universitaria” (Ediciones del Corredor Austral, 2018).

Coincidimos con Enrique Rivera en su profética mención de que “la Universidad será escenario repetido de una lucha entre sectores, uno aparente progresivo, otro aparentemente reaccionario, pero ambos, en fin, sujetos a intereses extraños a los del propio estudiantado latinoamericano”, como parece anticipar la adhesión de las universidades latinoamericanas -sin reconocidas disidencias- al proyecto de “internacionalización de la Educación Superior” (ES).

Sin duda, esa misión y propósito extraño, desvía, aparta y aleja al estudiantado latinoamericano de sus mejores tradiciones nacionales y, en particular, de las banderas principales pendientes de la generación reformista: la autonomía espiritual y la unidad de América Latina.

¿Latinoamericanismo o internacionalización?

Sin duda, tal como hemos podido ver en la primera parte de esta historia, una de las grandes banderas y uno de los grandes sentimientos de la Reforma Universitaria de 1918 fue el latinoamericanismo, traducidas esas banderas y esos sentimientos como lucha por la unidad y reconstrucción de la Patria Grande desgarrada, y expresión de una identidad y una cultura genuina, original, propia, mestiza y -aun con sus particularidades- común a todos los pueblos de Nuestra América.

Visto el legado del pensamiento reformista, ¿podría afirmarse, sin faltar a la verdad, que la “internacionalización de la ES” tiene algún punto de contacto con el pensamiento de la Reforma de 1918? ¿No es acaso el latinoamericanismo el pensamiento que campea en las banderas y el sentimiento reformista original y manifiesto?

Aparte de percibir que el “tipo ideal de Universidad debe tender a dar un contenido científico y cultural, por el amor intelectual hacia las potencias reales y espirituales que se reflejan en el hombre”, la ideología original de la Reforma percibía que “la Universidad no puede contemplar a éste como ente individual. Debe dilatarse más su acción: trabajar para la formación de nuestra personalidad nacional y continental”. Solo el desconocimiento de la historia de la Reforma podría asegurar lo contrario.

¿No es precisamente esa una de las misiones y funciones sustantivas de la educación en una Nación soberana, y mucho más en una Nación inconclusa? ¿Podría considerarse posible, conveniente y acaso compatible con la concepción reformista, un proyecto internacionalizador o globalista, que pretende “integrar la dimensión internacional e intercultural en la misión y las funciones sustantivas de las instituciones de educación” de nuestro continente?

¿No resulta el deber de nuestra educación, conducir (e-ducare) al educando, en todo caso para “recrear la cultura satélite” y no para adoptarla o sustituir nuestra cultura por otra, con el fin de ayudar al educando latinoamericano a encontrar “el rostro y el alma de la nación despedazada” para saber primero “quienes somos”? ¿No es ese el problema de nuestra educación, y no la falta de saberes, sino la falta de saberes propios y apropiados para nuestra realización colectiva y consecuentemente también individual?

Dicho de otra manera, ¿es posible y conveniente en esta etapa de desarrollo todavía embrionario de Nuestra América, “integrar una dimensión internacional, intercultural y global en los propósitos, funciones y provisión de la educación terciaria” nacional, con el fin de lograr, no la formación de una conciencia nacional de nuestros acuciantes problemas y necesidades sino “el fomento de una perspectiva y conciencia global de las problemáticas humanas en pro de valores y actitudes de una ciudadanía global…”? (Gacel-Ávila, 2006). ¿Se puede tener una conciencia global sin tener una verdadera y profunda conciencia de la propia realidad? ¿No puede llevarnos semejante carencia a una completa despersonalización y/o abandono de nuestra identidad?  

Alejarnos de Latinoamérica y, consecuentemente de los propósitos señalados ya por el reformismo histórico, para seguir un camino incierto allende nuestras fronteras continentales, sería lisa y llanamente un despropósito y también una traición a la Reforma y su ideal pendiente de realización.

En nuestro caso, se trata nada menos que de nuestra gran Nación Latinoamericana, todavía inconclusa, que requiere todos nuestros esfuerzos físicos, materiales, técnicos, espirituales, tecnológicos y educativos para hacerla realidad, y no distraernos en un nuevo casamiento cultural y educativo de conveniencia o acomodo, con la misma o el mismo consorte con el que hemos fracasado desde hace más de doscientos años a esta parte, como advertía el pensamiento más profundo de la Reforma.

En esa aventura, no obtendremos paz, libertad, igualdad ni democracia, que son valores abstractos si no se realizan y plasman en la vida diaria y en los límites de una realidad histórica concreta. Es lo que pensaban, sin ir más lejos, los dos más grandes ideólogos de la Reforma, cuyo legado es necesario rescatar y recorrer una vez más, aunque más no sea brevemente.

¿Desaprovecharemos esta nueva oportunidad de la historia, echándonos una vez más a los brazos de Europa o Estados Unidos, que en el pasado no nos deparó más que atraso, y en el presente y futuro no nos ofrece sino más fuego –otra que “paz”-, incertidumbre y nuevas formas de colonialismo?

No solo hombre de pensamiento sino de acción (y de verdadera integración), al presentar en nombre de la “Unión Latinoamericana” de su ciudad al escritor antiimperialista centroamericano Máximo Soto Hall, Deodoro Roca condenaba la intervención estadounidense en Nicaragua y a sus aviones que “bombardean sus ciudades, ametrallando mujeres y niños”, y advertía sobre dicho peligro, que conserva total vigencia: “La América del Norte anhela también desbordarse sobre sus fronteras. En rigor se ha desbordado ya”, pues “el imperialismo del que se impregna la Doctrina Monroe seguirá proletarizando naciones y esclavizando Estados”.

Cuando decimos que el pensamiento reformista representó la encarnación y actualización del pensamiento nacional latinoamericano, no lo decimos en vano. Tanto Deodoro Roca (el primer Deodoro) como Saúl Taborda (sobre todo el segundo y definitivo), no sólo fueron los ideólogos de la Reforma Universitaria, sino los promotores, con Manuel Ugarte y la generación del 900, del pensamiento nacional latinoamericano al comenzar el siglo XX. Saúl Taborda también daría testimonio cabal de ello.

Si quisiéramos adentrarnos en el pensamiento profundamente latinoamericanista original de Saúl Taborda, tan solo deberíamos recurrir a uno de los capítulos iluminadores de sus “Reflexiones sobre el ideal político de América Latina”: “Rectificar a Europa”, que data del mismo año de la Reforma: 1918. Por el contrario, lo que propone el proyecto de “internacionalización de la educación superior” es ratificar a Europa y a los países que avalan el pensamiento global (colonial y colonizador), que no nos ha dejado ser una Nación soberana en lo material ni en lo espiritual. Nótese que lo que propone el título de esas reflexiones tabordianas es precisamente lo opuesto.

 Pues bien –reflexiona Taborda sobre Europa-, “los valores creados o adoptados por la civilización que ahora cierra un ciclo de la historia (que la reciente crisis global ha ratificado), inaptos para realizar las nuevas concepciones del espíritu, empeñándose a todo trance en sostener y cohonestar un orden de cosas anacrónico (como el actual), su Estado, su política militante (a través de toda clase de “medios”), su justicia, su régimen agrario, su ilustración, su Iglesia (hoy en un proceso de revisión y renovación a partir del Papa latinoamericano) y su moral de clase, estarán de más en más fuera de su órbita y de su tiempo porque de más en más serán incompatibles con las más altas aspiraciones de la especie”. La consecuencia decisiva que emerge del conocimiento de esa situación para Taborda, “es la que fija y determina el ineludible deber (latino) americano: rectificar a Europa”.

Europa ha fracasado –sostenía Taborda en 1918-. Ya no ha de guiar al mundo. América (Latina), que conoce su proceso evolutivo y así también las causas de su derrota, puede y debe encender el fuego sagrado de la civilización con las enseñanzas de la historia”. ¿Cómo? se pregunta el cordobés, y se responde: “Revisando, corrigiendo, depurando y trasmutando los valores antiguos, en una palabra, rectificando a Europa”. Revisando y enseñando la historia revisada, podemos completar nosotros.

Para Taborda “no entraña un desconocimiento deliberado de nuestra filiación; no es vano empeño o soberbioso desplante de mal entendido (latino) americanismo la idea de que América (Latina) debe desligarse de una vez de la tutela varias veces centenaria de Europa”, pues “si es cierto que Europa nos ha dado todo lo bueno que podía darnos también es cierto que, al imponernos su fórmula social, nos endosó sus vicios y fallas. Cerraríamos los ojos a designio, como el torpe que se esfuerza en engañarse, si al fijar y orientar el porvenir ajustáramos el pensamiento a otro orden de consideraciones que aquel que nace con espontaneidad de los acontecimientos de la historia”.

Europa (no España solamente, sino también y sobre todo los imperios dominantes de Europa a nivel comercial y económico) -continúa reflexionando Taborda-, “necesitaba colonias abundantes en productos y riquezas, y colonias abundantes en productos y riquezas fuimos hasta hoy y seguiremos siendo mientras la cultura (latino) americana no sea otra cosa que un pálido reflejo de la cultura europea”.

De este modo, explicaba Taborda, “por avaricia, por inepcia y por inopia espiritual, la influencia europea sobre América (Latina), durante el coloniato y después de él, ha hecho y está haciendo perder para la raza (latinoamericana) el momento más feliz y oportuno de la historia”. Cabe reflexionar también en qué medida la España Americana nos legó una historia, un idioma, una religión y una cultura común que, con el aporte nativo, nos distingue como Latinoamericanos, y en el decir de José Vasconcelos nos convierte en “raza cósmica, fruto de las anteriores y superación de todo lo pasado”.

He ahí –completa el pensador- por qué América (Latina), que puede realizarse, que debe realizarse según el categórico imperativo de su sino, necesita romper el compromiso que liga su cultura a la cultura europea; he ahí por qué es urgente hacer de modo que la manía furiosa de europeización que nos domina no nos impida ser originales, esto es, americanos por la creación de instituciones civiles y públicas que guarden relación con nuestra idiosincrasia; he ahí por qué es urgente hacer de modo que (Latino) América no esté circunceñida a pensar, a sentir y a querer como piensa, siente y quiere Europa”.

¿Por qué importar productos, pensamientos y formación que podemos y debemos producir nosotros?

El fundamento de dicha creación lo desarrolla Taborda en sus “Reflexiones” de 1918: “La ciencia, observada en su íntimo proceso –para no ir a buscar afuera lo que tenemos adentro, sostenía-, no es más que una constante y reflexiva rectificación de la experiencia; y si América (Latina) quiere edificar su porvenir sobre los sólidos y firmes cimientos que aquella proporciona, es preciso apurarse a revisar, corregir, desechar o trasmutar, según sea conveniente, los valores creados por Europa. Revisar, corregir, desechar o trasmutar los valores europeos, así cueste lo que cueste…, es a mi juicio, la misión que nos compete en este instante decisivo de la historia”. Esa misión educativa e histórica sigue pendiente de realización.

A contramano de la Reforma de 1918

Resulta un contrasentido sino una impostura que “los principios de renovación universitaria de la Córdoba de 1918”, como plantean los impulsores de la integración académica con Europa, puedan convertirse, solo por deseo, en principios de cooperación con la civilizacióny los valores que la Reforma repudió en la rebelión estudiantil de principios del siglo XX, y cuyas banderas siguen pendientes de realización. En una Nación todavía inconclusa, esos principios asociativos con las potencias dominantes, eran y siguen siendo contradictorios sino opuestos a nuestros intereses y necesidades como sociedad y como Nación.

En tal situación, ¿resulta conveniente, oportuno y pertinente encarar y consolidar un proceso de internacionalización de nuestra educación superior que tenga como objetivo “insertarse mejor en el contexto de la mundialización y de la sociedad del conocimiento”? ¿Puede una “sociedad del conocimiento” (global) ignorar las necesidades e intereses históricos de una de sus partes? ¿Pretenden los autores del proyecto de “internacionalización de la educación superior” o de la “integración académica con la UE”, convertirnos acaso –no ya subordinados perennes al pensamiento foráneo-, sino lisa y llanamente en una sucursal del pensamiento, de los intereses y de las necesidades europeas, norteamericanas o de cualquier país hegemónico?

Resumiendo todo lo que hemos analizado hasta aquí, podemos colegir que, con la “internacionalización” de nuestra educación superior, ese ciclo iniciado con la Reforma de 1918 habrá concluido sin concretar sus fines históricos, y comenzará otro ciclo, a contramano de los ideales, principios, valores y espíritu unificador, emancipador y autónomo (soberano) de la revolución universitaria del año ‘18, en el que perderemos definitivamente esa “conciencia orgánica de pueblo” de la que hablaba Ricardo Rojas.  

Al parecer, las autoridades universitarias que han lanzado estas propuestas o adhieren a estas opciones internacionalizadoras, no solo desconocen u omiten en sus consideraciones la historia de la Nación Latinoamericana sino también el propio proceso histórico de la Reforma. Y no se puede comprender el presente sin conocer el pasado.

Tampoco advierten que no se trata de cambiar de sede y de “civilización” sin renegar de la propia Reforma, que cuestionaba la civilización europea y proponía a Nuestra América (América Latina y el Caribe) como sede de una nueva civilización. ¿Acaso hemos decidido volver más de 100 años atrás (antes de la Reforma)?

De lo que se trata es de llevar a cabo el programa latinoamericano de la Reforma, y en particular una de sus avanzadas pretensiones: la creación de la Universidad Latinoamericana, todavía pendiente de concreción. Ese es el desafío de la terminación de la primera Reforma o de la concreción de una Nueva Reforma.   

¿Podrá cualquiera de los proyectos de internacionalización permitirnos ser originales y dejarnos pensar, sentir y querer como latinoamericanos, cuando ya la misma internacionalización nos impele a renunciar a nuestros intereses nacionales (como referíamos al principio) y a nuestra autonomía espiritual e institucional (¡“autonomía” tan defendida por los universitarios!)?

El abandono de las banderas nacionales de la Reforma ha tenido o tendrá las siguientes consecuencias en nuestras universidades: 1) la vuelta a la vieja civilización o permanencia, porque nunca dejamos de estar subordinados a ella; 2) la negación o desconocimiento de los “factores innegables” que llevaron a la generación reformista a plantear la recuperación del proyecto bolivariano y sanmartiniano de emancipación y unidad continental y la autonomía intelectual de nuestras universidades respecto a Europa y/o los países hegemónicos; 3) la pérdida de la tan declarada “autonomía”,pues mediante estos proyectos globalizadores, a espaldas de aquella revolución latinoamericana de las conciencias, quedaremos sujetos a las decisiones e intereses dominantes del poder hegemónico.

De todo ello resultará nada más ni nada menos, que la entrega formal y solemne a la Vieja Civilización -levantada sobre el sacrificio y la explotación de Nuestra América- del cogobierno de nuestro Educación Superior y el dominio definitivo sobre nuestras conciencias (por lo que la educación implica en ese sentido) y, por lo tanto, del dominio estratégico sobre nuestro presente y nuestro futuro soberano.

No obstante, la gravedad de lo señalado, dichos proyectos dan cuenta además del estado de la educación superior en América Latina y el Caribe –no menos grave- en cuanto a la falta de una verdadera y profunda conciencia nacional latinoamericana en nuestras Casas de Estudios Superiores.

Dicha situación está debidamente ilustrada y evidenciada por la falta de valoración de lo propio y común latinoamericano a nivel de carreras, planes de estudio, programas, bibliografía y generación permanente de un pensamiento propio (que no sea imitativo ni repetitivo), lo que a la vez revela una suerte de complejo de inferioridad, que lleva a confiar nuestra educación y nuestro desarrollo científico a una conflictuada y decadente Europa (y a la par de ella el Occidente anglosajón), que padece un proceso de desgajamiento integral, del que la balcanización sangrienta (bajo la dependencia de la OTAN), el brexit y las proclamas de autonomías regionales e independencias nacionales son solo una muestra.  

Pues bien, estamos en condiciones de afirmar con ese precursor del pensamiento nacional que es Saúl Taborda, que el estado de la educación y de la cultura en la Argentina, Latinoamérica y el Caribe no es el que corresponde a nuestra expresión”.   

Si detrás de la propuesta de “internacionalización de la ES” en cualquiera de sus variantes se anida la esperanza de fortalecer nuestro desarrollo y “promover sociedades cada vez más preparadas para un mundo globalizado”, cuando la globalización vigente –neoliberalismo mediante- no nos ha beneficiado en nada sustancial, va de suyo que deberíamos primero cambiar ese orden global, pues como bien dijera nuestro Papa latinoamericano: “No queremos este sistema económico globalizado que hace tanto daño”.

Se ignora, tal vez –vía colonización pedagógica-, que el desarrollo industrial, científico y tecnológico de Europa (y nuestra falta de desarrollo) fue gracias a la expoliación de nuestra América: desde la rapiña de la plata de Potosí a partir del siglo XVI, pasando por los términos de intercambio de nuestros productos primarios a cambio de los productos ya manufacturados europeos, hasta la acumulación del capital financiero en manos extranjeras a través de las condicionantes “deudas externas”, los intereses de empréstitos leoninos, la fuga de capitales y la concentración monopólica y/u oligopólica de la economía en pocas manos, generalmente extranjeras, por nombrar solo algunas maneras de la expoliación imperialista.

Como lo ha demostrado la experiencia histórica desde hace varias centurias, cada vez que se ha intentado una asociación, alianza o lisa y llanamente la entrega de nuestro patrimonio a la administración del extranjero (finanzas, comercio exterior, ferrocarriles, electricidad, aguas, YPF, Aerolíneas, etc.) hemos sido perjudicados de todas las maneras posibles.

Curiosamente, desde el proyecto de internacionalización de referencia se cuestiona el mercantilismo en la educación y el colonialismo a nivel político, pero se entrega nuestra educación superior a los padres del mercantilismo y del colonialismo (lo que llama la atención sobre los verdaderos autores de semejante proyecto).

Nuestros estudiantes, docentes e investigadores, en lugar de abrevar en las raíces del anti mercantilismo y del anticolonialismo, cuya sede reside en nuestra propia y común América y en el vasto y experimentado pensamiento nacional latinoamericano, se irán a instruir, educar y formar de ahora en más en la cuna del mercantilismo y del colonialismo político, económico y cultural, factores y fenómenos generadores todos ellos de nuestro atraso y subdesarrollo económico, científico y tecnológico, tanto en la etapa europea como norteamericana de nuestra subordinación.

La asociación con ese sistema que rige a nivel global, en lugar de traer “un cambio de los valores humanos y una distinta orientación de las fuerzas espirituales”, como demandaban los reformistas de 1918, formará la conciencia de nuestros educandos de grado y posgrado en los intereses económicos, científicos y tecnológicos de los países dominantes, que no son obviamente los de América Latina ni el Caribe, ni de los de nuestro desarrollo y real modernización, mucho menos en esta etapa histórica.

Descontando con Taborda pedagogo que “entre la individualidad y la comunidad existe una indestructible vinculación”, tampoco dudamos que la enseñanza “global” reproducirá, como hasta ahora, su ideología positivista, que “ve en la relación educativa un hacer mediante el cual el maestro ejercita la operación de llenar el espíritu del educando de datos y hechos con el propósito de imprimir una fisonomía preestablecida”, muy propia de la pedagogía del enciclopedismo de “informar” (educación “bancaria” le llama Paulo Freire) y diametralmente opuesta al sentido de “formar” al educando en los valores que la comunidad necesita de él, y que una comunidad política nacional específica pretende como perfil e ideal de sus connacionales.

Reparemos que “toda cultura –como todavía nos enseña el pedagogo y filósofo nacional de Unquillo- procede de la vida (concreta) y tiene sus raíces en el suelo común”, que inspira las instituciones y caminos (políticas, métodos, planes) para su desarrollo.   

Nuestra Nación –señalaba el mismo Taborda, dirigiéndose al futuro- posee un inventario de ideas y de notas idóneas para crear instituciones genuinas y originales al servicio del hombre (y la mujer) argentino” y latinoamericano/a, como esa idea notable que aportara Jorge Abelardo Ramos, de que “no estamos desunidos porque somos subdesarrollados sino que somos subdesarrollados porque estamos desunidos, y aquella otra, tan importante como la anterior para nuestros intereses estratégicos, que nos anticipaba varios años antes el Gral. Juan Perón: “El año 2.000 nos encontrará unidos o dominados”.

Eso pasará una y mil veces, en el 2030 y en el 3.000 también, si no escuchamos dichas advertencias y las levantamos como banderas de lucha para hacer realidad lo que ellas nos legaron y mandaron.    

Conciencia y Nación

Desde un tiempo a esta parte, hasta los organismos internacionales hablan ligeramente de América Latina y de su integración regional, pero como dice el autor de “Historia de la Nación Latinoamericana”, pocos se han consagrado “a redescubrir la identidad latinoamericana”, que era –y es- “la única capaz de permitir que América Latina, con todas sus partes”, se delimite como “un poder autónomo ante un mundo codicioso y amenazante”. De más está decir que esa tarea también está pendiente y nos corresponde a los latinoamericanos llevarla a buen fin en forma independiente de cualquier poder extranjero o global.

Siendo esa nuestra prioridad nacional, resulta extraño y una omisión imperdonable, que ninguna de las tres Conferencias Regionales de Educación Superior de América Latina y el Caribe lo haya especificado ni puesto en primer plano. Claro que, de hacerlo, implicaría poner en tela de juicio el propio proyecto de “internacionalización de la educación superior” y de su derivación o descendencia, el proyecto de “integración académica con la Unión Europea” y otras asociaciones internacionales semejantes.  

Por eso, en realidad, no nos debería extrañar, que desde el ocaso de los grandes unificadores, y hasta nuestros días, como dice Jorge Abelardo Ramos en su magnífico libro, “se reiteren políticas y emprendimientos tendientes a hipertrofiar las diferencias o ahondar las particularidades” de Nuestra América; o con la excusa de la superación de su atraso secular y el mejoramiento de nuestra educación superior -como lo hace el proyecto de “internacionalización de la ES” de la UNESCO, de “integración académica ALC–UE” o de apoyo a fundaciones extranjeras- se aleje o se aparte a nuestro Continente-Nación de esa misión estratégica para su porvenir cual es auto descubrirse como Nación –como unidad y totalidad- para poder realizarse como tal.

En eso, sí, debería cooperar la educación superior latinoamericana, para lo cual, antes que nada –muy al contrario de lo que está haciendo-tiene que liberarse de todo tipo de ataduras extranjeras e internacionales, o lo que es lo mismo, descolonizar los contenidos de sus planes y programas de estudio: no internacionalizarse sino nacionalizarse, es decir: latinoamericanizarse –identificarse consigo misma-, sin distraer ningún esfuerzo ni recursos.

En ese sentido, además de coincidir con los argumentos del historiador y pensador consultado, valen la advertencia y fundamentos de Saúl Taborda para cuestionar la intención internacionalizadora y a la vez re-europeizante de nuestra educación superior, necesitada de concluir la Reforma pendiente o de encarar con autonomía administrativa y de criterio la definitiva Reforma de las Casa de Estudios Superiores: “Europa necesitaba colonias abundantes en productos y riquezas, y colonias abundantes en productos y riquezas fuimos hasta hoy y seguiremos siendo mientras la cultura (latino) americana no sea otra cosa que un pálido reflejo de la cultura europea” … “Por avaricia, por inepcia y por inopia espiritual, la influencia europea sobre América durante el coloniato y después de él, ha hecho y está haciendo perder para la raza (latinoamericana) el momento más feliz y oportuno de la historia”.

Eso decía Saúl Taborda al promediar la primera guerra interimperialista europea, tras la cual vendrían  otras guerras entre europeos, o de europeos en apoyo de EE.UU y de la OTAN –y nadie garantiza que no haya otras en el futuro-, más allá de las apelaciones idealistas a la “cultura de paz” del mismo proyecto educativo internacionalista, en un mundo armado hasta los dientes  y con nuestro territorio malvinense ocupado con apoyo de la OTAN (Estados Unidos y Europa) por una potencia extranjera y europea que además depreda nuestros recursos.

Afortunadamente, y con independencia de criterio, en oportunidad de aquellas palabras de Taborda (1916 – 1918), los argentinos mantuvimos la neutralidad y pudimos crecer como país. Fue la época de gobernanza del yrigoyenismo, expresión genuina del pueblo argentino y latinoamericano de esa época en esta parte de Nuestra América.

En esas circunstancias, Taborda insistía con algo que tenía que ver con la economía, pero, sobre todo –porque están íntimamente ligadas-, con la educación y/o formación de la conciencia nacional latinoamericana, que vale la pena reafirmar: “He aquí que América, que puede realizarse, que debe realizarse, según el categórico imperativo de su sino, necesita romper el compromiso que liga su cultura a la cultura europea; he ahí por qué es urgente hacer de modo que la manía furiosa de europeización que nos domina –y que al parecer ha vuelto a dominarnos y encadenarnos- no nos impida ser originales, esto es, americanos por la creación de instituciones civiles y políticas que guarden relación con nuestra idiosincrasia –entre ellas, la Universidad no puede estar ausente-; he ahí por qué es urgente hacer de modo que América no esté circunceñida a pensar, a sentir y a querer como piensa, siente y quiere Europa” y ningún país extranjero.

Hasta mitad del siglo XX, América Latina quedó circunceñida a pensar, a sentir y a querer como Europa, con el ropaje y/o disfraz de la universalidad y/o universalización de las ideas y de la cultura; y a partir de entonces, con énfasis a partir de la década del 90 y de la instalación de un orden internacional unilateral y asimétrico, bajo la hegemonía de Estados Unidos y del pensamiento único, estuvimos constreñidos y circunceñidos a pensar, a sentir y a querer como pensaba, sentía y quería la nueva potencia hegemónica, esta vez con el ropaje y/o disfraz de la globalización y/o la internacionalización de la información y del conocimiento.

En ese contexto -tengámoslo claro- se lanzó el proyecto de “internacionalización de la educación superior” por parte de la UNESCO y se organizaron las sucesivas “Conferencias Regionales de Educación Superior de América Latina y el Caribe” (La Habana, Cuba, 1996; Cartagena de Indias, Colombia, 2008; Córdoba, Argentina, 2018).

Tengamos siempre presente con Taborda –pedagogo notable e inspirador de la Reforma de 1918-, que “la ciencia observada en su último proceso, no es más que una constante y reflexiva rectificación de la experiencia, y si América quiere edificar su porvenir sobre los sólidos y firmes cimientos que aquella proporciona; es preciso apurarse a revisar, corregir, desechar o trasmutar, según sea conveniente, los valores creados por Europa o por el nuevo centro de poder económico, militar y cultural internacional vigente en Occidente.

Esa rectificación, revisión, descarte y trasmutación promovida por Taborda, no es otra cosa que la descolonización o descolonialidad cultural, pedagógica y/o epistemológica impulsada con el mismo fervor reformista y patriótico por el pensamiento nacional latinoamericano, desconocido, olvidado y omitido en su importancia y trascendencia, tanto en los planes de estudio como en la bibliografía, teorías, ideas y generación de conocimientos de nuestras universidades.

Revisar, corregir, desechar o trasmutar los valores europeos”, así también como los valores hegemónicos “globales”, en línea con la necesidad de auto descubrirnos y potenciarnos, ante un mundo en crisis que nos ofrece una nueva oportunidad-es bueno repetirlo una y otra vez-constituyela misión que nos compete en este instante decisivo de la historia”.

Fin de época y crisis de identidad

Si nuestras previsiones son ciertas y hemos llegado al punto en que corremos el riesgo de perder todo lo que fuimos capaces de construir, deberemos recurrir, hoy más que nunca, a la historia -nuestra propia historia, que se identifica con la Patria- y ser fieles a ella para rescatarla de las manos de los que quieren destruirla y entregarla.

El desconocimiento de nuestra historia -que es como decir el desconocimiento de nosotros mismos como país (porque también somos historia)- y la incapacidad para valorarla y aprender de ella desde una perspectiva propia, tal vez sea, a nivel general, una de las causas profundas de nuestro infortunio colectivo.

Es por ello que, en un país a medio camino de su realización, sin una identidad nacional de conjunto reconocida y valorada como tal por todos los argentinos, que defina y determine convenientemente nuestro derrotero nacional, y a punto de caer al abismo, resulta necesario reflexionar sobre ello y coadyuvar en la búsqueda de nuestra identidad extraviada, desconocida o negada, primera condición para superar esta crisis terminal y para retomar el camino de nuestra definitiva realización como Nación y como personas y comunidad de esa Nación inconclusa que integramos.

Ese gran pensador nacional que fue Arturo Jauretche nos decía, refiriéndose a la historia -fundamento de nuestra identidad-, que es el desconocimiento de la historia y su tergiversación por parte de la cultura oficial y su “política de la historia”, la que nos impide concebir y realizar convenientemente un proyecto de Nación.

La realidad que se vive en la Argentina y en buena parte de Nuestra América, más allá de cualquiera otra interpretación coyuntural –creemos-, no es sino la representación de dos proyectos de Nación antagónicos e incompatibles en pugna (a nivel político, económico, social y cultural), cuya contradicción no ha sido resuelta ni muchos menos superada. Por eso nos encontramos en este punto.

Como señalábamos en dos libros casi marginales de comienzo de siglo (“El General Ausente” y “La Edad Mediocre”) respecto al sobrevivido modelo neoliberal de los ’90 (citando a Ana Wortman), dicho modelo “pudo haber caído en términos políticos” en 2001, pero nunca terminó de hacerlo “como modelo representacional” prácticamente bicentenario, pues “sobre ese modelo representacional se erige una cultura”.

Pues bien, si aceptamos que, en definitiva, cultura “es lo que queda después de haber aprendido y olvidado todo, en tal caso estamos ante un fenómeno inconsciente, y, como se sabe, lo inconsciente pervive por mucho más tiempo que las expresiones de la conciencia. Ambas instancias -la consciente y la inconsciente- reflejan sin duda las relaciones políticas, económicas, sociales y culturales dependientes y ambiguas propias de nuestra condición de país semi-colonial, en el marco de una gran globalización de la tecnología, los medios de comunicación y la cultura.

Aunque resulte duro traerlo a nuestra memoria, pero de eso se trata,  de explorar sin concesiones en nuestra propia vida histórica, ya que somos y estamos hechos también de historia, tanto San Martín -en carta a Bernardo O’Higgins de febrero de 1829- como Facundo Quiroga -en carta al Gral. José María Paz del 10 de enero de 1830-, pensaban que nuestros graves problemas y divisiones no se solucionarían hasta resolver esa antinomia real, que todos los países desarrollados del mundo resolvieron en forma revolucionaria, lo que les permitió imponer el modelo nacional industrialista de desarrollo sobre el modelo conservador agro-exportador asociado a los intereses de una casta aristocrática aliada al extranjero.

En lo que toca a nosotros, propiciamos una toma de conciencia sobre la necesidad de cambios revolucionarios, tal como pretenden los actuales gobernantes, pero en sentido contrario, porque no podremos realizarnos a medias ni negarnos a nosotros mismos (a no ser que estemos transitando la alienación o el delirio). Como nos advertía ya el general José San Martín: seremos lo que tenemos que ser o no seremos nada.

Reflexiones finales

Sin duda, una vez superado nuestro tremendo y trágico retroceso, no será fácil la construcción del nuevo mundo y requerirá revisar exhaustivamente las consecuencias del viejo orden en nuestra política, en nuestra cultura y en nuestra educación. Ello implicará adoptar nuevas posturas, desarrollar nuevos proyectos y crear nuevos paradigmas que tengan en cuenta la nueva “globalización multipolar” que se viene, en la que no puede dejar de estar inserta América Latina y el Caribe, so pena de no ser tal, pero no como furgón de cola o apéndice de Europa, EE.UU. o alguna otra gran potencia o nación extranjera, sino como expresión y representación genuina y soberana de nosotros mismos. Es en ese sentido que debe marchar sin demora una “nueva Reforma Educativa” que nos permita mirar al mundo y mirarnos a nosotros mismos desde una perspectiva totalmente soberana, descolonizada y personalizante.

De seguir el itinerario que nos propone la “internacionalización de la educación superior” (producto de la internacionalización del capitalismo salvaje o anarco capitalismo que se nos propone como salida a esta gran crisis mundial), el nuevo ciclo de civilización con sede en nuestra América que nos planteaba la Reforma de 1918 se habrá frustrado definitivamente sin concretarse, cediendo a la vieja civilización (levantada sobre el sacrificio y la explotación de América Latina y el Caribe) –dado lo que implica la educación en ese sentido- el cogobierno sobre nuestras conciencias, entregándole por consiguiente el dominio sobre nuestro presente y nuestro futuro

No nos parece conveniente ni oportuno cerrar algún tipo de acuerdo (económico, educativo, militar, etc.) con la UE, la OTAN o los países actualmente hegemónicos, mientras se estructura un nuevo orden mundial multipolar y más justo que el actual sistema internacional unilateral, asimétrico e injusto vigente, más aún cuando esos Estados ya no son reconocidos por los analistas internacionales como “imprescindibles” y cuya crisis y decadencia está a la vista.

Nos preguntamos: ¿La Educación en general y la Universidad en particular serán intermediarias o garantes indirectas de esos planes económicos, educativos o militares desconocidos e inciertos?

Por experiencia histórica sabemos que la neutralidad en los conflictos inter – imperialistas entre 1914-1918 y 1939-1945 fue altamente beneficiosa para nuestros intereses y desarrollo en coincidencia con la vigencia de políticas soberanas que nos depararon los gobiernos nacionales y populares de esas dos grandes épocas, de las que nuestra desconciencia nacional nos aleja cada vez más. 

Por ello resulta necesario volver sobre nuestros propios pasos, a nuestras raíces, a nuestra mirada y a nuestros propios procesos de integración, dejados de lado –como bien planteaba la generación de la Reforma-, para retomar la culminación de nuestra Patria Grande a partir de lo hecho a principios del siglo XXI con la revitalización del MERCOSUR -y en particular nuestra relación estrecha e imprescindible con Brasil-, la creación de UNASUR, CELAC y las iniciativas a nivel latinoamericano en cuanto a finanzas, energía, hidro vías, ferrovías, industrias militares, etc.

Aunque esta vez no puede estar ausente -en el marco de la descolonización pedagógica y epistemológica-, el proyecto de regionalización y/o continentalización de la Educación Superior de América Latina y el Caribe, que implica, antes que la globalización y/o internacionalización de la educación, la latinoamericanización de la enseñanza y la creación de la Universidad Latinoamericana, proyecto caro a la generación reformista, aún no concretado en sus aspectos institucionales y mucho menos en sus contenidos y programas de estudio.

En efecto, a pesar de la Reforma Universitaria de 1918, nuestras universidades no han cambiado mucho, salvo en “un perfeccionamiento técnico y metodológico anexo a una revisión de estatutos y reglamentos”, es decir solo en los aspectos específicamente académicos y organizativos, cuando “para la pedagogía lo esencial es la consideración de contenidos”, como sostenía el pensador y pedagogo Saúl Taborda en sus Investigaciones.

He ahí una de las causas del retraso y/o parálisis de la educación latinoamericana en lo que concierne al “ideal pedagógico” de un nuevo orden educativo” tanto a nivel primario, secundario como universitario, que nos represente, nos exprese y nos con-duzca (e-ducare) a la formación y realización plena como personas y como pueblo de esa Nación – Continente que es América Latina, Nuestra América, la Patria Grande.

La vuelta personalizante hacia nosotros mismos a nivel educativo será la fuente de inspiración y garantía de un proceso de integración política, económica y cultural que concluya la tarea iniciada por nuestros Libertadores y dé futuro propio, y no a expensas de alguien -y menos de países ajenos a nuestra idiosincrasia, necesidades e intereses-, a los investigadores, docentes, egresados y estudiantes de nuestra América.

Apostamos a un nuevo orden educativo. Que abarque a la educación en todos sus niveles. Que responda a las necesidades e intereses nacionales, regionales y latinoamericanos. Que contribuya desde jardín de infantes hasta el doctorado, a formar y desarrollar tanto nuestra personalidad individual como nuestra personalidad colectiva / nacional, en acuerdo y consustanciación con nuestras raíces, identidad y cultura como Nación Continente, como sociedad y como pueblo mestizo y latinoamericano. En definitiva, que tenga como Norte –dado el espacio que los estudios geopolíticos dan a la conformación de nuevos bloques regionales en un mundo rápidamente cambiante, complejo y competitivo- la reconstrucción de la Patria de nuestros Libertadores y de nuestros grandes líderes políticos, pensadores e intelectuales nacionales, lo que requiere primero de un esfuerzo y un propósito regional para formar a las latinoamericanas y latinoamericanos como tales, encarando debida y decididamente la regionalización y/o latinoamericanización de la educación.

Dicho propósito implica, lógicamente, en forma previa o paralela, la descolonización pedagógica y epistemológica en todos los niveles de la enseñanza, entendiendo que esa descolonización es requisito y condición sine qua non de nuestra autonomía intelectual y de nuestra soberanía nacional integral.

Para ello resulta imperioso e impostergable hacer realidad en todos sus postulados la Reforma Universitaria de 1918, al tiempo que establecemos un nuevo orden educativo desde un extremo a otro de nuestra propia América, desde el extremo Sur de la Argentina y Chile, hasta el extremo Norte de México, Cuba, Haití, Santo Domingo, Puerto Rico y las Indias Occidentales Británicas, pues “vistas desde una dimensión geográfica y geopolítica, como países del Caribe -como bien dice el historiador Ferrero, pertenecen indudablemente a la América Latina”.

Contra todo intento de “internacionalización”, globalización y/o recolonización de nuestro territorio a nivel político, económico, cultural o educativo, apostamos a la unidad efectiva de América Latina y el Caribe, a la autonomía  y/o soberanía política, económica, espiritual y cultural de toda Nuestra América y a la latinoamericanización de la educación, plasmada en una gran Reforma Educativa que concluya la iniciada por nuestros compatriotas de Córdoba y de toda América Latina hace más de cien años, todavía pendiente de plena realización.

Esa será la condición para insertarse en igualdad de condiciones, desde una identidad histórica y cultural revalorizada y asumida, en el mundo exigente y complejo que viene, encarándolo como sujetos y no como meros objetos de nuestro destino.

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