Milei y las soluciones imaginarias. Por Julián Axat
El 10 de diciembre de 1896 se estrena la obra de teatro Ubú Rey, su autor Alfred Jarry presenta al rey como un rey grotesco, símbolo de la codicia, ignorancia y arbitrariedad. El término “ubuesco” será considerado sinónimo de aberrante, absurdo y ridículo. Y Jarry le inventa al rey Ubú el “lenguaje patafísico”, un lenguaje que provee la ciencia de las soluciones imaginarias.
En su clase del 8 de enero de 1975 en el Collége de France, Michel Foucault hará especial referencia a aquellos discursos, algunos con pretensión de saberes, que se presentan como discursos verdaderos pero son en sí mismos, en sentido absolutamente estricto, grotescos. Y agrega:
“(…) calificaré de grotesco el hecho de poseer por su status efectos de poder de los que su calidad intrínseca debería privarlo. Lo grotesco, o si lo prefieren, lo ubuesco no es simplemente una categoría de injurias. El terror ubuesco, la soberanía grotesca refiere a la maximización de los efectos de poder a partir de quien los produce: no es un accidente del poder, una avería de su mecánica (…) es uno de los engranajes que forma parte inherente de los mecanismos de poder (…)
¿Es Milei un personaje Ubuesco? En principio, parece serlo. No por su estética, necesariamente; sino por el arte de sus formulaciones y la manera que esos eslóganes en el aire seducen a un electorado como soluciones a sus problemas. Esa creencia que produce en la gente ha quedado cristalizada en las urnas. Hacer creer o producir creencia social es un arte que no todo el mundo logra. En el caso de lo “ubuesco” en Milei es cierta capacidad de obnubilar con su aparición. Y su arte de hacer creer, se convierte en una solución imaginaria a partir de lo grotesco. Y no porque su solución sea falsa, sino porque aspira a producir un cambio (¿psico-mágico?) que otros no han podido producir hasta ahora.
La gente tiene fe en eso, en parte porque no termina de ser explicado del todo (en Jarry Ubú no tiene que explicar su fanta-ciencia), y en parte es porque todavía queda algo de esperanza de que la formulación como promesa flotando en el aire tenga un sustento real al desasosiego cívico.
El destronamiento de la tibieza, la rigidez, la calma, la pereza, el quietismo; se entrona la adrenalina, el coraje, la frescura, pero también la locura y la farsa. La crisis de representación es también una comparación de los imaginarios sobre la imagen presidencial. De alguna manera, Milei es uno de los engranajes que forma parte inherente de los mecanismos del poder capitalista actual. No es una anomalía o un accidente. Deviene rizomáticamente.
La categoría “ubuesco” es una formulación que se adelanta treinta años al ascenso de los fascismos en la primera parte del siglo XX, como la necesidad de legitimación del capitalismo crisis a partir de 1930. Recordemos a aquel personaje de Roberto Arlt de Los siete locos (1929) “el astrologo”, ese ideólogo y cabeza de una organización política conspirativa y delirante que buscaba seducir a los jóvenes para que lo sigan. Su imagen era fascinante, y su arte las soluciones imaginaras para la política, también. Es evidente que Arlt había leído a Jarry, porque entendía que en determinados contextos históricos, cuando una forma de la política se osifica y no da respuestas (carece de fuerza de mediación), lo “ubuesco” irrumpe como la frescura de un proyecto imaginariamente posible. El mesianismo del Astrologo de Arlt formula un pastiche (cocoliche) con retazos de fascismos en boga, pero su capacidad en dar una solución imaginaria a los problemas es un verosímil que puede producir creencia.
No hay allí más que un plan de soluciones imaginaras con efecto de catástrofe, como las que el Astrólogo le exhibe a Endrorsain en la novela de Arlt para conquistar el mundo. Hacer creer que dolarizar implica recibir salario en dólares y con esos mismos verdes ir al supermercado a comprar a precios del mismo billete, es una solución imaginaria.
Recordemos que Bolsonaro, otro personaje Ubuesco, prometía en su campaña combatir el hambre con el discurso de Milton Friedman, su manojo de soluciones imaginarias que pregonaba y uso del discurso liberal se agotó en poco tiempo. Es ilustrativo cómo terminó su campaña en 2022 volviendo a dirigir los recursos que los que Lula y Dilma dirigían a las favelas, solo para tratar de recuperar el voto. Por eso una cosa es la cantidad de liberalismo que vendía al principio en su campaña -siempre acorde a las ideas de la escuela de Chicago-, y otra es el condicionamiento de la estructura militar y las presiones de los sectores más castigados le permitieron realizar. El resultado del gobierno de Bolsonaro está a la vista, fue una catástrofe.
Friedrich August Hayek (1899-1992) fue una de las voces más eminentes de la Escuela Austríaca de Pensamiento Económico, comúnmente identificada como la matriz desde la que surgieron las tendencias políticas, sociales y económicas que fueron reacción frente a las dinámicas del Welfare. Para Hayek el Estado debe funcionar como una entidad neutral e imparcial encargada de administrar la justicia y de vigilar que nada interfiera los intercambios mercantiles.
La recepción en la argentina de estas ideas ha venido de la mano de Alberto Benegas Lynch (padre e hijo), creadores de usinas dedicadas a promover y divulgar la “filosofía de la libertad” (de las cuales proviene el propio Milei) que intentaron apostar a la formación de élites que fueran capaces de engendrar, en las masas, “creencias liberales”.
Dos veces vino Hayek a la Argentina, la primera en 1957 lo trajo Aramburu para que apruebe su plan económico de gobierno. La segunda, invitado por Jorge Rafael Videla en 1977 en pleno genocidio. Entonces el pensador comprendió cabalmente que sus formulaciones para Austria no eran mecánicamente traspolable al mundo subdesarrollado, de hecho aprobó a las dictaduras como un modo de hacerlas realidad en estos lares. La cuestión motivó incluso grandes discusiones internas entre los liberales, especialmente sobre plazos, estrategias y modos (1).
De allí que las ideas del trío Hayek, Von Mises y Robert Nozick, bajo la perspectiva de los Benegas Lynch (el periodista Mariano Grondona fue parte de estas discusiones), sea una sofisticada discusión teórica, cuya contracara en una suerte de teoría de la dependencia al revés: aplicar el liberalismo a ultranza con los matices del caso de un país periférico. De allí que el programa de la candidatura de Milei (2) tome las ideas sin esas discusiones, y considere a la Argentina y su mercado como si fuera la Austria de Hayeck. Es decir, una ensalada (ubuesca) de ideas de distinta raigambre ideológica. Una melange variopinta con viejas recetas donde se mezcla a Juan Bautista Alberdi con Margaret Tatcher. Para decirlo con otro postulado patafísico: “la máquina de coser y el paraguas sobre una mesa de disección”.
Se trata de un verdadero pastiche que (doctrinariamente) no reviste ningún tipo de análisis, y –al igual que Bolsonaro- lo único que puede generar es muchísimo daño social.
La casta, otra idea del pastiche ubuesco
No estamos juzgando al personaje Milei, sino a las ideas expresadas en una posible coherencia con su propia dogmática. Voy a dar otro ejemplo con el concepto de “casta” que maneja el candidato Milei, el que –a mi entender- debe merecer una reflexión crítica. Pues “la política” es la expresión de un desencanto real dentro de la población, y con ella Milei gana adeptos cansados de ver cómo mientras unos están precarizados, otros ostentan jugosos sueldos del Estado, cada mes.
El nivel de la crisis de representación implica también el deseo de que se vayan los considerados parásitos estatales, esa nomenclatura que conforma el estamento de la “Nobleza de Estado” de la que habla Pierre Bourdieu que se reproduce como capital que lo termina haciendo indiferente (por hábitus) a las coyunturas, porque se siente segura, y porque paga su precio de permanecer en el tiempo y evitar los verdaderos cambios.
Allí pueden estar anidados desde los privilegios de jueces, funcionarios o legisladores. Pero también los cargos administrativos -medios y altos- de aquellos lugares que son prescindibles para esa otra mirada del Estado que lo busca achicar.
Ese Estado que debe ser pasado por la motosierra según Milei (aquí advierto cierta contradicción, pues el respeto de la Constitución “de Alberdi” que por programa liberal se dice respetar, debe cumplirse con un grado bastante importante de burocracia para ser ejecutado, en especial con las últimas reformas). La raviolera ministerial la podrá dibujar achicando o conglobando (Macri lo hizo en 2018), pero la burocracia para que funcione el Estado, en un sentido Weberiano, es algo inevitable. Y ello incluye áreas sociales y lugares sensibles como el CONICET cuya función de producción de conocimiento es básica en cualquier país del primer mundo.
La idea de casta es un oxímoron extraño, si no parece distinguir entre diferentes ideologías políticas; en su opinión, se trata de “todos” los políticos (¿son todos o en realidad son solo los peronistas/kirchneristas/de la campora?). Aquí advierto un matiz contradictorio, porque a diferencia del “que se vayan todos” de los 90 que apuntaba a la corrupción de la política y a los negociados de las neoliberales (La Banelco, el Megacanje, e Corralito); en Milei se busca sacar a la casta que impediría hacer de nuevo esas mismas reformas. Hay una inversión en la canalización del descontento en la solución imaginaria que ofrece.
Por otro lado, la idea de casta no parece incluir el núcleo duro del Estado: las FFAA, la Policía, o a la AFI, que también tienen a su –inevitable- casta. Es evidente que si en el programa liberal la motosierra es para mancar el lado izquierdo del estado (su lado social), intenta mantener vigente el puño de hierro y sus gastos políticos; entonces el concepto de casta está ciertamente sesgado hacia un lugar. En Hayek el Estado es uno solo, en su fase de excepción y seguridad, también lo es.
Todo esto es un botón de muestra. De allí lo ubuesco como problema simbólico. En la idea de casta, hay claramente una solución imaginaria. Y con esto no se trata de subestimar a un candidato votado por siete millones de habitantes, sino en todo caso tratar de demostrar y comprender el contenido de su figura y lo que el mismo representa. Deconstruirlo.
Solo colocarlo en la lupa para observarlo con mayor detenimiento y tratar de entender cómo ha llegado a ese lugar, y ver las soluciones que ofrece. Se trata de entender sus aristas con mayor grado de precisión, para así poder enfrentarlo.
1-Véase: Dos concepciones liberales del Estado: Adam Smith y Friedrich Hayek, Praxis Filosófica, núm. 46, pp. 61-87, 2018https://www.redalyc.org/journal/2090/209057114003/html/
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