Elecciones: la sociedad argentina afronta una hora decisiva. La mirada de Alberto Lettieri
Durante la última semana, la célebre frase de Napoleón: “Si el enemigo se está equivocando, no lo interrumpas”, fue replicada infinidad de veces por los medios que respaldan la candidatura de Sergio Massa.
Imprevistamente la mirada histórica se introdujo en la campaña de cara al ballotage, no sólo por esta referencia, sino también por la absurda pretensión de Patricia Bullrich de tratar de justificar lo injustificable apelando a antecedentes históricos que sistemáticamente contradicen sus decisiones y posicionamientos. Si ya de por sí la comparación de su “reconciliación” con Javier Milei con el abrazo Perón-Balbín del 19 de noviembre de 1972 en Gaspar Campos parece responder a la categoría del realismo mágico, su cita de otra frase no menos célebre, “Cuando la Patria está en peligro todo está permitido, excepto no defenderla”, para tratar de explicar ese contubernio, demuestra que no es Javier Milei el único desequilibrado dentro del circo a contramano montado entre La Libertad Avanza y el pozo ciego del PRO.
A la ex candidata de JxC –y a la sociedad argentina en general, por las dudas- debería recordársele que el reencuentro entre esos dos grandes referentes argentinos –uno peronista, otro radical- significó un gesto mutuo de altruismo extremo entre dos adversarios que, tras una vida de confrontación y desencuentros, asumieron que la Patria estaba primero, y que cualquier esfuerzo para tratar de conseguir una salida democrática y pacífica para una Argentina convulsionada y con sombrías perspectivas a futuro debía primar por encima de los egos y de los pases de factura personales.
Sabemos que, finalmente, la candidatura compartida no llegó a concretarse, y también cuáles fueron las consecuencias que se cosecharon algún tiempo después.
Bullrich, que ahora pretende apelar a ese gesto democrático extremo, terminó participando del secuestro de los hermanos Born, que comenzó a planificarse poco tiempo después –en enero de 1974- y se concretó el 20 de junio de 1975, en el que una de las víctimas mortales fue nada menos que el propio tío de la candidata de JxC, Alberto Bosch Luro, gerente de la empresa Molinos Río de la Plata. Patricia tuvo así su debut en la lucha armada participando del asesinato de un familiar. Los argentinos terminamos sufriendo los estragos de la violencia que concluyó en el Terrorismo de Estado y el saqueo de la nación.
Para el momento del abrazo histórico entre Perón y Balbín, Bullrich era una de los tantos alienados que veían con espanto la posibilidad de que la reconciliación y la democracia finalmente pudieran encaminarse en la Argentina, e hicieron todo lo posible para impedirlo. No es muy diferente, por cierto, de la posición que adopta –por ahora de manera encubierta- el contubernio entre el macrismo y La Libertad Avanza.
Mucho más que la elección de un presidente
Se ha explicado hasta el cansancio –y no dejaremos de hacerlo- que la sociedad argentina se encuentra, una vez más, ante la alternativa entre democracia y autoritarismo, y que la actual definición presidencial implica mucho más que la elección de un presidente. Lo que se juega es nuestro futuro: de un lado un plan económico de privatizaciones y reparto de las empresas públicas entre los “amigos” –no por casualidad Mauricio Macri exigió que se le entregue Vaca Muerta como parte del trato con Milei y también el área económica del próximo gobierno, para instalar allí a los responsables de la catástrofe económica actual: Guido Sandleris, Nicolás Dujovne y el “Toto” Caputo-; del otro, un programa de producción, crecimiento económico, desendeudamiento y redistribución de los ingresos.
En un caso nos llevaría indefectiblemente a la guerra civil; en el otro, a tratar de reparar la deuda social que nos desgarra. En síntesis: un programa financiero de saqueo que liquide el sistema productivo, acompañado de políticas represivas para acallar la protesta social frente a un programa de crecimiento económico y desarrollo productivo con justicia social.
Las imprecisas propuestas de mercantilización de la vida lanzadas por el candidato libertario y su entorno de marginales y fracasados, y que iban desde contradictorias explicaciones sobre “dolarización” y denuncias a la “casta”, hasta la venta de órganos y de niños, la privatización del mar, la destrucción y contaminación de los ríos, un ajuste de 15% del PBI a descargarse sobre los más vulnerables y las clases medias, el fin de las obligaciones de los padres o la ruptura de relaciones con el Vaticano, adquieren ahora un riesgo mucho mayor con el golpe de mano al que apeló Mauricio Macri para apropiarse de la candidatura de Milei.
Ya no se trata de un desquiciado en busca de popularidad y riqueza, con escasas posibilidades de mantenerse en el gobierno en caso de una victoria electoral. El ex presidente cuenta con una estatura política muy diferente y con estructuras y alianzas mucho más temibles.
Con paciencia y habilidad fue destruyendo la coalición que fundó, deshaciéndose de todos aquellos que, inocentemente, pretendían competirle internamente con las reglas de juego de la democracia.
No sólo fueron María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich: también se llevó puestos a la UCR, la Coalición Cívica y al informe universo del “peronismo republicano”. Ahora también convirtió a Milei en un muñeco de estopa, desencajado e impotente para contener sus propios desequilibrios psíquicos y emocionales y sometido a la exigencia vergonzante de desdecirse de todas sus afirmaciones previas para suplicar por que la “casta” real del establishment no termine de jubilarlo.
Y no sólo es Mauricio Macri el problema. Milei ya había incorporado a lo peor del negacionismo y de los reivindicadores del Terrorismo de Estado a través de su candidata a vice, Victoria Villarruel. Su reproducción, palabra por palabra, de los argumentos del genocida Emilio Massera en el Juicio a las Juntas en el Segundo Debate Presidencial significaron cruzar un límite que, hasta ahora, los anticuerpos del consenso democrático habían impedido. Pero una vez abierta la puerta, aparecieron las repercusiones. El “Tigre” Acosta, condenado por secuestros, violaciones, torturas y demás yerbas, difundió desde su celda una carta en la que nos advierte que “se aproxima la hora del conocimiento de la verdad, pero no la que se dice que es la verdad que surgió de juicios manejados por la ‘patria socialista'”.
El riesgo colosal
La magnitud del riesgo es colosal y no deben hacernos bajar los brazos, a quienes estamos comprometidos con la democracia, argumentos tales como que los posicionamientos de la UCR o la Coalición Cívica, dejando en libertad de acción a sus votantes, o bien que la biblioteca confirma que resulta casi imposible revertir una diferencia de 5 o más puntos en un ballotage.
Si bien Sergio Massa proclamó la “muerte de la grieta” en caso de llegar a la presidencia, todavía falta un paso decisivo: hay que ganar la elección. Y, por más que comunicadores que como Jorge Lanata o “Baby” Etchecopar: políticos como “Lilita” Carrió, Gerardo Morales o Martín Lousteau; o varios legisladores de JxC –tanto Senadores como Diputados- e, incluso, otros recientemente electos por La Libertad Avanza, hayan salido a condenar abiertamente el contubernio con Mauricio Macri, deberíamos preguntarnos si, en las actuales condiciones, no deberían hacer un esfuerzo mayor y en lugar de presentarse como oposición a cualquiera de los candidatos que se imponga, inspirarse en aquél histórico esfuerzo de Perón y Balbín para salir a respaldar públicamente la causa de la democracia e integrarse a la propuesta de “Gobierno de Unidad” que ha reiterado hasta el cansancio Sergio Massa.
Para todo el arco político, y para buena parte de la sociedad, queda muy en claro que Sergio Massa no es el “cristinismo” ni el “kirchnerismo”, como interesadamente postula el contubernio Macri-LLA. Pero no se advierte en los discursos de los referentes democráticos una explicitación de esta diferencia.
La magnitud del desafío parece exigir la adopción de posiciones más terminantes, como por ejemplo la que adoptó Antonio Cafiero, como Presidente del PJ, el 16 de abril de 1987, acompañando en el balcón de la Casa Rosada a Raúl Alfonsín, en aquella Semana Santa en que las rebeliones carapintadas pusieron en jaque al sistema democrático, sin evaluar los costos personales que podría causarle.
Si bien hay muchos elementos que permiten auspiciar una victoria de Sergio Massa –hasta los portales de apuestas lo consagran vencedor 60 a 40-, la magnitud de las consecuencias de una eventual derrota para la democracia argentina no autorizan a mirar para otro lado.
Mientras tanto, Sergio Massa hace lo que debe hacer: negocia acuerdos con gobernadores e intendentes, elabora un programa económico con un equipo que encabeza Roberto Lavagna, intenta mantener la economía a flote y realiza anuncios que permitieron bajar la cotización de los dólares alternativos y tranquilizar el avispero de los mercados.
Con inteligencia el oficialismo ha adoptado el consejo de Napoleón y evita involucrase en el conflicto interno de Juntos por el Cambio. Por lo pronto, y después de muchísimo tiempo, el resultado de las elecciones del domingo pasado generó una sensación de calma, tranquilidad y cierta previsibilidad de la que los argentinos carecíamos, incluso a pesar de las tempestades que pretendieron descargar Mauricio Macri y su séquito.
La sociedad argentina afronta una hora decisiva. Y es aquí donde los argentinos de bien debemos asumir la sentencia del Padre de la Patria, el General José de San Martín, no por casualidad cuestionado y desacreditado con argumentos falaces por un contubernio opositor que no sólo promueve la entrega de Malvinas sino también reprocha la gesta patriótica de la Revolución de Mayo y la Independencia de España: “Cuando la Patria está en peligro todo está permitido, excepto no defenderla”.
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