Crítica de la razón europea. El origen de la “leyenda negra latinoamericana”. Por Elio Salcedo
Si hacemos un poco de historia, caemos en la cuenta de que los beneficios materiales del descubrimiento y conquista de América se trasladaron rápidamente a las naciones que habían comenzado su proceso de industrialización y acumulación capitalista (Inglaterra, Holanda y Francia principalmente, e incluso Italia y Alemania en formación), de las que España se convirtió en tributaria, comprando a esos países lo que necesitaba sin producir gracias al oro de América.
Fue en forma paralela a ese proceso de enriquecimiento y adelantamiento de Europa y de retroceso y empobrecimiento de España -el oro pasaba a manos europeas sin detenerse en España-, que la explotación de nuestro territorio y de los pueblos nativos adquirió consecuentemente una justificación filosófica en la pluma y en la voz de pensadores, filósofos, teólogos y científicos europeos, creadores de aquella “leyenda negra” que le negaba a España y a sus herederos todo mérito, autoridad moral y envergadura intelectual con argumentos falaces e interesados.
Fueron precisamente esos mismos países europeos que, en cualquiera de los casos, le negaron el derecho a la vida a los pueblos que ellos colonizaron (Estados Unidos, África, la India, etc.), universalizando la idea de la superioridad de Europa y la inferioridad física, material en intelectual de los pueblos dominados y oprimidos, condición que trasladaron a Nuestra América, convenciéndonos, por las buenas y por las malas, de la inevitabilidad de nuestro destino subordinado al Viejo Mundo primero y luego a la moderna Norteamérica.
Los argumentos y justificaciones para denigrarnos tanto en lo que atañe a nuestros antecedentes históricos más antiguos (la sociedad prehispánica) como así también en lo que atañe a nuestra herencia hispánica, cuya suma y/o fusión es en definitiva nuestra original cultura y civilización latinoamericana, han corrido parejos con la necesidad y el interés de explotar nuestros recursos humanos, naturales y técnicos por parte de los países coloniales, hoy “desarrollados” gracias a dicha explotación, pues de España, como sabemos, hace más de 200 años que nos independizamos.
La evidencia patética de lo que señalamos -aun después de 200 años de nuestra Independencia- es nuestro atraso y subdesarrollo, sin compensación alguna para ninguno de los pueblos antiguos (muy presentes siempre en la mente y el corazón de nuestros Libertadores) ni de los pueblos modernos del continente biocéanico.
A más de eso, se han asegurado y se siguen asegurando de que no pensemos por nuestra propia cuenta y según nuestros propios intereses comunes y estratégicos. Si no, no se explica que las universidades y la educación en general estén abarrotadas de bibliografía en su inmensa mayoría de origen europeo y norteamericano; y que, en los últimos tiempos, sin cuestionar suficientemente aquellos textos extranjerizantes y reemplazarlos por un enraizado, profundo y a la vez visionario pensamiento latinoamericano, se hayan puesto de moda a nivel educativo teorías que mientras propician una vuelta a la cercanía con los países coloniales y en particular al espíritu europeo -a través de la internacionalización de la educación superior, de la ciencia y de la cultura-, reivindican una imposible vuelta “al buen vivir” natural de nuestros antepasados y justifican al mismo tiempo la creación y/o existencia de nuevas “naciones”, con lo que inconvenientemente auspician mayores divisiones estaduales que las que ya tenemos, con la debilidad que ello supone para la identidad, espíritu y conciencia común latinoamericana.
Evidentemente estamos otra vez ante una verdadera encrucijada. Tremenda paradoja y contradicción no tiene explicación racional alguna, a no ser la de una nueva forma de colonización con argumentos pretendidamente progresistas, aunque absurdamente conservadores y sostenedores en el fondo -a falta de una verdadera y profunda conciencia histórica- de nuestras divisiones y debilidad históricas.
No se trata de optar entre ser colonia o volver al pasado antiguo, sino de ser nosotros mismos. Así lo fundamentaba en su “Crítica de la Sociología Académica” ese gran pensador nacional latinoamericano que fue el Prof. Blas Alberti: “Las ciencias sociales modernas”, que “en sus inicios sirvieron para enunciar y anunciar el fin de una era histórica de la humanidad, luego fueron, en una segunda etapa, una de las más poderosas armas de justificación de las potencias dominantes sobre los pueblos oprimidos”. Y esa justificación incluye la leyenda negra sobre nuestros antepasados indígenas, pero también la leyenda negra de nuestros ascendientes hispánicos, leyendas que, juntas, han dado lugar a la terrible leyenda negra latinoamericana, que a la vez que nos pretende “inferiores” por derecha, impugna por izquierda nuestra identidad mestiza común latinoamericana, pues de hecho somos hijos originarios y legítimos de España como de los pueblos nativos de América.
Debemos decirlo y denunciarlo antes de que sea nuevamente tarde: ese pensamiento con el que consciente o inconscientemente comulgan los auspiciantes de la internacionalización de la educación superior y de cierto indigenismo estatalista, resulta funcional a los intereses del colonialismo moderno, que pretende acabar con todo lo que somos y hemos construido en conjunto en los últimos 500 años. De ello deducimos que defender a los “pueblos originarios” y a la vez auspiciar esa idea de “internacionalización de la Educación Superior”, que asocia a las universidades latinoamericanas a sus antiguos saqueadores y explotadores –saqueo y explotación todavía vigente-, es una flagrante contradicción, sino a la vez una traición a los mismos principios que se dice defender, aunque están muy mal defendidos.
El inconveniente no está en defender a los pueblos antiguos en sus reivindicaciones económicas, sociales y culturales. Eso está muy bien, si bien poco se ha conseguido a raíz de separar las reivindicaciones particulares de las del conjunto, dada la realidad común que nos liga inexorable y definitivamente a todos los nacidos en América desde hace ya cinco siglos. El problema está en querer volver a un pasado, a un modo de vida y a una “cultura natural” imposible de hacer realidad en un mundo ya muy tecnificado; y en el caso de América Latina y el Caribe, sobre todo, necesitados no de mayores fragmentaciones y separaciones sino de todo lo contrario: unidad política, unidad económica e identidad nacional de conjunto, única manera de liberarnos definitivamente de nuestros opresores, imposible de lograr si estamos divididos, fragmentados, separados y aislados unos de otros por las razones que sean.
Y eso empeora si a ello le sumamos -por un prurito “naturista”- la falta de un gran desarrollo consistente y sostenido de la industria, la ciencia y la tecnología propias, cuya impugnación directa o indirectamente, tal como quieren nuestros enemigos de adentro y de afuera, es incompatible con nuestro desarrollo soberano.
La multiplicación de “naciones” inconducentes, inviables e irrealizables en términos actuales (lo que significa mayor división y menor fuerza), y con ello la falta de unidad política, por un lado, y la falta o debilidad industrial, científica, tecnológica y unidad económica, por otro, obstruyen nuestro desarrollo autónomo y soberano e impiden nuestra realización como Nación común de todos y cada uno de los pueblos de América Latina y el Caribe.
No entendemos cuál es la lógica de querer volver al pasado (por idílico que parezca) si con ello perderemos el presente y el porvenir -como otrora se perdiera el pasado- en un mundo altamente agresivo y competitivo a nivel político, económico y tecnológico.
Debemos tener en claro que, en el saqueo de las viejas y nuevas culturas, tuvieron parte decisiva los mismos imperios que nos denigraron primero y luego nos dividieron y debilitaron, sepultando nuestra identidad común y mestiza indo-ibero-americana. Uno de esos imperios usurpa nuestro territorio desde 1833; el otro, con la excusa del inter americanismo o panamericanismo (y la OEA jugando como “Ministerio de Colonias”), pretende seguir dominándonos junto a sus aliados europeos.
Dada la globalización de las comunicaciones, de la información y del conocimiento que impone a todo el mundo el pensamiento hegemónico, su “espíritu” globalizante (su encerrona geopolítica, su economía monopólica y su tecnología superior, sin una respuesta equivalente de nuestra parte) amenaza una vez más la integridad de nuestra cultura madre latinoamericana –dividiendo para reinar, como en épocas pretéritas (antes, durante y después de 1492)- y pone en peligro el presente y nuestro prometedor futuro y destino nacional.
De allí la necesidad también de conocer e interpretar convenientemente nuestro pasado histórico de acuerdo a los intereses de ninguna minoría sino de las mayorías nacionales y continentales.