La experticia de Massa se impuso en el debate. Las urnas tendrán la palabra definitiva. Por Alberto Lettieri
Un debate presidencial cara a cara, en una instancia de balotaje, puede resultar decisivo cuando las distancias entre las mediciones de los candidatos son acotadas. Si bien los contenidos tienen importancia, pesan mucho más otras cuestiones como la apostura, la imagen presidencial o la relación que se establece entre ambos candidatos. Y, si bien se realizan ante la mirada pública de toda la sociedad, su objetivo principal consiste en convencer a quienes no los han votado en una primera instancia de que alguno de ellos es el indicado, entre las opciones posibles, para guiar la nave del Estado durante el próximo mandato presidencial.
El evento que tuvo un encendido de casi el 50% en los canales tradicionales convocó a buena parte de los argentinos. Con ello se desmiente una primera falacia respecto del desinterés de la sociedad en la política, sobre todo cuando el destino colectivo está puesto en juego.
El debate dio la posibilidad de ver y comparar a los candidatos frente a frente. Desde el inicio Sergio Massa sacó ventaja: quedó en claro que estaba preparado para la instancia y sus exposiciones eran claras y concisas; y utilizaban exactamente los plazos pactados, a diferencia de un Javier Milei que demostró una improvisación absoluta, y cuya principal preocupación pareció consistir en no caer en desbordes o crisis emocionales.
Ya en el arranque, el candidato del Frente de Todos se instaló como dominante. Sometió a su adversario a un interrogatorio preciso en el área en la que se atribuye mayor competencia a Milei. Su antagonista aceptó esa sumisión, reconociéndole tácitamente a Massa su rol de evaluador; esto es, una instancia jerárquica superior.
De este modo, mientras que Massa evidenciaba su capacidad de liderazgo, Milei naufragaba y confirmaba su condición de advenedizo, a punto tal que no consiguió siquiera plantear lo que podría haber sido su argumento más fuerte: la endeble gestión económica del gobierno actual, en el marco de la pesada herencia, pandemia, cuarentena, Guerra de Ucrania y sequía inédita de por medio.
Con experticia, Massa recurrió a la chicana en ocasiones, como por ejemplo al plantear el interrogante sobre la discontinuación de la tarea de Milei en el Banco Central, proponerle la realización de un psicotécnico o dejar en claro su ignorancia supina en normas y procedimientos básicos del Estado. Sin embargo, ya que no le hablaba a los votantes propios sino a los indecisos, no insistió en explotar esa veta que podría haber sido interpretada como una señal de soberbia, y prefirió desarrollar algunos aspectos de su plan de gobierno, sobre todo aquellos que más podrían seducir a los votantes en disputa.
Fue por esta razón por la que insistió en tomar distancias de Milei reivindicando las políticas de DDHH que tuvieron como piedra basal al gobierno de Raúl Alfonsín; les hizo un guiño a las mujeres al comprometerse a terminar con la desigualdad laboral y salarial; insistió en la importancia de una educación pública de calidad asociada al consenso democrático argentino; y lo mismo hizo respecto a salud, inclusión social y jubilaciones.
No faltaron tampoco las señales hacia las Pymes y el sector productivo, ni su constante referencia a su propuesta de un gobierno de unidad nacional. Sobre todo reivindicó el sentimiento nacional, a través de su valoración de la integridad territorial en Malvinas; el compromiso con la movilidad social ascendente, asociada al crecimiento económico, la mejora en los ingresos, la articulación entre el Estado y la economía privada, y la continuidad de una integración multilateral a escala global.
Asimismo recordó su compromiso con la seguridad –que debió reconocer su antagonista-, adelantando su política de cooperación y sincronización de fuerzas nacionales e internacionales para combatir a los que identificó como los tres grandes desafíos: la corrupción, el narcotráfico y la trata de personas.
En cada una de sus intervenciones Massa dejó expuestas sus diferencias con Milei de manera tácita, cuando no interpelándolo sobre sus propuestas respecto de las AFJP, el cuidado del medioambiente o de los puestos de trabajo y el sistema productivo argentino.
En cada una de sus intervenciones Massa dejó expuestas sus diferencias con Milei de manera tácita, cuando no interpelándolo sobre sus propuestas respecto de las AFJP, el cuidado del medioambiente o de los puestos de trabajo y el sistema productivo argentino.
Sin embargo, juiciosamente optó por no poner el pie en el acelerador en cuestiones como el negacionismo o las reivindicaciones de la dictadura en las que suele incurrir el núcleo duro de LLA, evitando así abrir frentes adicionales de disputa que no son los que mueven el amperímetro del electorado indeciso.
Mientras que Sergio Massa consiguió desplegar toda su dimensión de estadista y de presidente confiable, Milei lució diletante e inseguro. También supo despegar a Cristina y a Mauricio Macri de la elección actual, subrayando que la decisión de la sociedad debía recaer sobre alguno de los dos, desarmando así el argumento de “exterminio del kirchnerismo” sobre el que se asentó el contubernio entre Milei, Macri y Bullrich.
En tanto que Massa se ajustó a la estrategia de tres tiempos diseñada por su equipo de campaña –no quedar lejos en las PASO; apelar al miedo para ingresar al balotaje en la primera vuelta; y mostrarse como el único presidenciable de los competidores en la instancia actual-, Milei sólo demostró precariedad e inconsistencia, esforzándose en negar sus afirmaciones tradicionales sobre dolarización inmediata o cierre del Banco Central; los vouchers educativos o la identificación del Papa como el “Anticristo”, por casos.
Finalmente, también llamó mucho la atención la ausencia de toda representación del macrismo en la instancia crucial del debate. Ya habían existido graves discusiones internas porque Macri no hizo llegar los fondos que prometió para la campaña y Dietrich manifestó no disponer del ejército de fiscales del que presumía el PRO. ¿Le soltaron la mano ante el convencimiento de una derrota irreversible?
En su interpelación final, Massa explicó por qué quería ser presidente y convocó a acompañarlos a aquellos que no lo habían hecho espontáneamente, comprometiéndose a convencerlos a través de su gestión. Milei, en cambio, nunca consiguió despegarse de su personalidad atormentada e inestable, sin animarse a rebelarse contra la autoridad que reclamó desde un principio el candidato de UxP. Es más, lo único que dejó en claro es su ausencia de programas concretos y su incapacidad para ejercer la primera magistratura.
En síntesis, Massa hizo con experticia lo que tenía que hacer. Ahora las urnas tienen la palabra definitiva.
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