Pueblo, FF. AA. y Nación: Soberanía y Defensa Nacional. Por Elio Noé Salcedo
El autor analiza el rol de las Fuerzas Armadas en la conciencia nacional y la defensa del país.
En 1944, la Universidad Nacional de La Plata creaba la cátedra de Defensa Nacional. A la luz de esa experiencia y más recientemente de la gesta de Malvinas, cabe preguntarse si no es conveniente que en todas nuestras universidades se recree dicha cátedra de Defensa Nacional con espíritu malvinero, y del mismo modo se cree tanto en las Universidades como en los Colegios Militares la cátedra de Revisionismo Histórico Nacional. En ambos casos, creemos, resulta necesario para los intereses nacionales, según intentamos fundamentar aquí.
El intento de trasladar las FF.AA. a Seguridad Interior durante el gobierno antinacional de 2015 a 2019 en la Argentina, aparte de comportar un despropósito, resultó otro intento más –el más serio tal vez- de dejar un país sin Defensa Nacional, con la gravedad que esto supone. Despropósito por varias razones, pero en primer lugar porque Defensa Nacional es equivalente a Soberanía Nacional y viceversa. Si la pretensión de reprimir al pueblo resultó un propósito nefasto, el dejar a un país sin Defensa Nacional lo es tanto y más, porque el verdadero sentido y propósito, en ambos casos, no es otro que imponerle al país una indefensión tal que lo entregue atado de pies y manos al enemigo exterior no solo en lo político, militar y territorial, sino también en lo financiero, económico y cultural, sin cuyo dominio integral no puede haber verdadera y genuina soberanía nacional.
Una vez más debemos apelar al Gral. Perón para entender que en la moderna concepción de Defensa “entran en juego todos sus habitantes (o sea el propio pueblo), todas sus energías, todas sus riquezas, todas sus industrias y producciones más diversas, todos sus medios de transporte y vías de comunicación, etc., siendo las fuerzas armadas únicamente… el instrumento de lucha de ese gran conjunto que constituye “la nación en armas”. Y eso no quiere decir que no apostemos por la paz, aunque a esta altura de la historia no podemos caer en ingenuidades, en un mundo en guerra ya no solo por los territorios sino por sus recursos, como sucede en nuestras Malvinas.
De allí que el respaldo fundamental de “una verdadera soberanía política” en tiempos de paz sea “la industria pesada”, y que en los países soberanos en desarrollo sea el Estado el que sostiene la industria y el aparato productivo interno, respaldado por un ejército nacional como en tiempos de Perón. Porque no hay duda tampoco, de que Defensa, Economía y Cultura, entre otros, son los órganos vitales de un mismo cuerpo nacional.
Un país es más indefenso cuanta menos energía, riquezas, industrias y producciones diversas tiene y cuando su pueblo está menos preparado y consustanciado con el espíritu soberano de la defensa nacional. De hecho, las doctrinas de seguridad interna que pretenden reprimir al pueblo se contradicen de plano con esa concepción moderna de Defensa Nacional y Soberanía Integral.
El concepto de “Nación en armas” o “guerra total” resulta la teoría más moderna de la defensa nacional, por la que las naciones buscan encauzar en la paz y utilizar en la guerra hasta la última fuerza viva del Estado y de la Nación con el fin de conseguir su objetivo político, objetivo que hubiéramos alcanzado como país durante la Guerra de Malvinas (que peleamos gloriosamente, como lo reconoció hasta el enemigo), de haber utilizado todos los instrumentos de defensa y ataque en lo político, financiero, económico y cultural. En cambio, sin adoptar una política económica profundamente nacional, la rematamos con una derrotista y autodestructiva desmalvinización que todavía padecemos.
De hecho, el “intervencionismo estatal” se revela indispensable en la guerra como en la paz en un país que quiere liberarse de sus ataduras y de su atraso económico y social, máxime si, en términos relativos, es más débil que sus enemigos o competidores. De allí también nuestra propuesta de latinoamericanización de Política, Economía y Educación, aunque también en lo que atañe a la estrategia de recuperación de nuestro territorio usurpado en el Atlántico Sur, cuyo reclamo en términos continentales de conjunto adquiriría así una fuerza contundente.
El mundo que vivimos, altamente competitivo y por lo mismo tremendamente conflictivo, impone un mentís categórico a quienes abominan del Estado protector de la economía y de la población, y que encima pretenden utilizar a las Fuerzas Armadas para otros fines que no sea la defensa nacional. Tal vez no terminan de entender que “si quieres la paz debes prepararte para la guerra”, ¿o solo piensan en sus negocios y quieren rendir o vender el país al mejor postor?
En un mundo todavía unipolar, regido por los “intereses” de los poderes hegemónicos, al menos en Occidente, es necesario saber y advertirle a los que desconfían naturalmente de las Fuerzas Armadas, que “en los países semicoloniales o independientes –como nos enseñaba Jorge Abelardo Ramos-, “un sector del Ejército asume cíclicamente la representación de los intereses nacionales”, como lo hizo en México el ejército de Lázaro Cárdenas, en Brasil el ejército de Luis Carlos Prestes, en Guatemala el de Jacobo Arbenz, en Colombia el de Gustavo Rojas Pinillla, en Chile el ejército de Carlos Ibáñez del Campo, en Bolivia el de Juan José Torres, en Perú el ejército de Francisco Velazco Alvarado, en Panamá el ejército nacional de Omar Torrijos, en la Argentina el de Juan Perón y en Venezuela el de Hugo Chávez “ante la debilidad manifiesta de la burguesía nativa o la descomposición de los viejos partidos”. En el seno de las Fuerzas Armadas se traducen los intereses de toda la sociedad, porque sus integrantes forman parte de las clases sociales que habitan en la sociedad civil. No son extraterrestres. Más lo parecen las clases medias y los empresarios que votan y accionan contra sus propios intereses.
Se debe entender, además, que “la diferencia entre naciones opresoras y naciones oprimidas, debe extenderse a las oposiciones entre los ejércitos de los países opresores y los ejércitos de los países oprimidos”. Eso explica también “el papel dual desempeñado por nuestras fuerzas armadas en los momentos de crisis”: en 1930, 1955, 1966 y 1976 a favor de la oligarquía; entre 1943 y 1955 a favor del pueblo; y en 1982, por las razones que sea, dirigiendo los cañones -que hasta el día anterior apuntaban al pueblo argentino-, hacia nuestro enemigo bisecular: el Imperio Británico y sus aliados. Por eso, nuestro decidido y convencido apoyo a esa gesta. Y por eso resulta necesario defendernos y prepararnos para ello también académica e intelectualmente.
La guerra social o grieta que padecemos no es sino un reflejo de los intereses en pugna que existen, para cuya solución no basta con plantearnos objetivos respecto a las formas democráticas o republicanas –fáciles de aprovechar por el enemigo, como está visto- sino amplios y profundos objetivos nacionales que tienen que ver con la fortaleza para poder sobrevivir en un mundo tremendamente competitivo, cuyos intereses están respaldados por las políticas de Estado de los Estados dominantes.
Aspirar a nuestro natural engrandecimiento, desear vivir en paz y querer ser el pueblo más feliz de la tierra cuando la naturaleza se ha mostrado tan prodiga con nosotros, resulta totalmente legítimo y posible; pero, en un mundo tan competitivo, resultará imposible si no tomamos las previsiones del caso y no nos ponemos a trabajar con todos los sectores de la Nación (trabajadores, profesionales, FF.AA, intelectuales, empresarios, académicos, comerciantes, religiosos, etc.) y junto a nuestros hermanos latinoamericanos, en un proyecto nacional viable, teniendo en cuenta que el bienestar de una Nación es un problema integral que abarca todas sus actividades e instancias y todo su precioso capital humano, técnico y material, por lo que una política de devastación de la Nación como la llevada a cabo por los gobiernos neoliberales y antinacionales, debería estar totalmente descartada.
El futuro está entre nosotros y no hay escapatoria: “Unidos seremos inconquistables; separados, indefendibles”, como decía el general Perón. Ello conlleva la inteligente decisión de combinar “la fuerza de la política” (Unión y Desarrollo Nacional, Unidad Latinoamericana y Soberanía Integral) con “la política de la fuerza” (Defensa Nacional).
No fortalecer una política integral de Defensa Nacional, sustraer a las FF.AA. de dicha misión y desligarlas del desarrollo de la industria pesada nacional, como así también no entender que en ello nos va nuestra soberanía e independencia nacional, implica traicionarnos a nosotros mismos y a nuestra historia y despreciar nuestro futuro como pueblo de una gran Nación todavía inconclusa y en pleno proceso de realización.