El fin del país que supimos construir y la creación del Estado Moderno. Por Elio Noé Salcedo
“Quieren reemplazar el Estado por el Mercado y la mentada “casta” política (en realidad la política nacional) por la casta oligárquica de siempre”, reflexiona el autor. Orígenes del Estado nación y su rol en países subdesarrollados.
No hay duda de que las elecciones para Presidente de la República nos pusieron frente a dos proyectos y/o modelos de país opuestos e incompatibles. Lo novedoso e inaudito es que después de exactamente 80 años -cuando una revolución militar (1943) y luego una profunda revolución nacional, popular y democrática (1945 – 1955) terminó con la Década Infame y el modelo semicolonial en nuestro país- aquel proyecto colonial de Nación ha sido reinstalado nada más ni nada menos que a través del voto popular.
Para que no queden dudas de lo que decimos, para luego entender -si aun quedaren dudas- su trágico significado, remitámonos a lo que expresa textualmente el primer punto del Plan de Gobierno 2023 – 2027 (“Reforma del Estado”) del presidente electo, presentado como “la única solución”. El texto dice así: “El Estado Argentino es la principal causa del empobrecimiento de los argentinos, por su tamaño elefantiásico y por la maraña de regulaciones que se desprenden de cada una de las oficinas estatales”. Y continúa: “La función del Estado no es entrometerse en cada aspecto de la vida de los individuos (ni para bien ni para mal). La función del Estado es proteger los derechos fundamentales de la vida, la libertad y la propiedad de los individuos”
Tal consigna denota un total desconocimiento de la historia mundial y exige un cuestionamiento: ¿Cómo fue que se constituyeron las Naciones sino a partir de la creación explícita de fuertes Estados Nacionales? Asimismo, dicho texto resulta la explicitación de un proyecto o modelo histórico opuesto al que la mayoría de los argentinos defendimos, en permanente conflicto de intereses, durante los últimos 200 años de historia nacional que desafortunadamente desconocemos.
Fue precisamente para garantizar la existencia de las naciones y sociedades nacionales y proteger al mismo tiempo los derechos fundamentales de las personas (vida en sociedad, libertades individuales, propiedad de las personas, etc.), que se crearon los Estados Nacionales, por lo que su destrucción o achicamiento furioso en cualquier parte del mundo, resulta desde el vamos una aberración y/o un reverendo despropósito, contrario a los intereses nacionales y a la existencia de la Nación. En cuanto a que el Estado resulta “la causa del empobrecimiento” de una Nación, lo desmiente tanto la historia mundial como la propia historia argentina. Otra cosa son las políticas de Estado, que pueden ser apropiadas, insuficientes, inconvenientes o directamente contrarias al interés nacional.
La creación de los Estados Nacionales en el “mundo libre”
Si reparamos en el presupuesto estatal para gastos militares de la principal potencia mundial, que supera su propio presupuesto nacional para otros rubros, sería suficiente para desmentir el preámbulo falaz del ganador de los comicios. ¿O es que para los países hegemónicos está bien tener un Estado fuerte y para nosotros, no?
Al producirse la Revolución de Mayo, sus principales protagonistas se alarmaron por la inexistencia de una burguesía nacional capaz de consumar aquella primera revolución nacional y la consecuente creación de un Estado Nacional, como había sucedido con las grandes potencias de aquel momento: Inglaterra y Francia.
Como fundamenta Andrés Solís Rada, en nuestro caso, “la posibilidad de ayuda externa era inexistente -sino totalmente inconveniente y contraproducente, como lo sigue siendo ahora- ya que todas las potencias extranjeras estaban ávidas por reemplazar a España en el saqueo colonial de la región”. En consecuencia, “la única posibilidad residía en encontrar los recursos indispensables dentro del territorio, mediante un Estado empresario que sustituya a la inexistente burguesía propia”, como había sucedido en la creación de los Estados Nacionales en Europa e incluso en Estados Unidos.
En el caso de la potencia del Norte, el Estado de la Unión -representante del Norte industrialista y anti esclavista- enfrentó una sangrienta guerra por la existencia y el modelo nacional contra el Sur agroexportador, esclavista y secesionista. Tanto en el caso de Europa o de Estados Unidos, como en el nuestro, para lograr el desarrollo nacional “había que desarrollar un Estado centralista y planificador, que cohesione a las regiones dispersas y desarrolle vínculos solidarios de comunidad y proyectos de interés compartido”. No es extraño al desarrollo yanqui la creación de los Estados Unidos de Norteamérica, mientras que aquí -debido al triunfo de los intereses particulares de las oligarquías portuarias- fuimos los Estados Desunidos de Nuestra América.
Resultan proféticas y totalmente ajustadas aquellas palabras de Jorge Abelardo Ramos: “No estamos desunidos porque somos subdesarrollados, sino que somos subdesarrollados porque estamos desunidos”. ¿Y quiénes serían si no, los propios Estados Nacionales de América Latina los que podrían encarar la unidad nacional y la integración latinoamericana? El triunfo de la opción anti estatista, anti latinoamericana y anti multipolaridad en las elecciones presidenciales resulta más trágico aún.
Pues bien, aun cuando las burguesías eran preexistentes a la creación del Estado Nacional en Europa, no obstante, fue el Estado Nacional de los representantes de la burguesía (el bonapartismo en Francia y la monarquía en Inglaterra), los que impulsaron el desarrollo capitalista industrial en sus respectivos países y en Europa, transformando en poco tiempo a esos Estados -otra que pequeños…- en poderosos Estados Imperialistas (¡Estados elefantiásicos!), cuyos aliados nativos hoy pretenden que nos despojemos de esa herramienta vital para el desarrollo y la propia existencia de las Naciones cual es el Estado Nacional. Existen las naciones desarrolladas porque existen Estados Nacionales implicados en ese desarrollo.
El Estado Moderno
Fue “el Estado Nacional, preparado por el absolutismo, instaurado por enérgicas revoluciones o por guerras nacionales” -como dice Ramos en el capítulo XV de “Historia de la Nación Latinoamericana”- el que “daba paso al progreso general y facilitaba un amplio desarrollo del capitalismo (contrarrestando las fuerzas centrífugas de la aristocracia feudal). La centralización del poder económico (no la anarquía individualista o los intereses particulares de empresarios aislados) y la aparición de la democracia política burguesa no era menos importante que la cohesión del nuevo proletariado engendrado por la flamante sociedad y el despliegue correlativo de la lucha de clases en el vasto escenario del Estado Nacional”. “Si para Cromwell -primer ministro plebeyo británico que le cortó la cabeza a Carlos I- la unidad del Estado y la supresión del absolutismo real asumía la forma de un mandato de la Divina Providencia y una bendición para el comercio inglés -insiste Ramos-, para Robespierre constituiría un triunfo de la Razón en la realización de la humana felicidad” frente a la irracionalidad feudal y la casta aristocrática.
En la Argentina, el liberalismo nacional de Julio Argentino Roca, de Miguel Juárez Celman y de la generación del ´80 -fundadores de la federalización de Buenos Aires y creadores del Estado Nacional, la Moneda Nacional y la Educación Pública– desmiente también la tesis libertaria y cambiemita. Y 65 años después de Roca, fue el peronismo el que llevó adelante esa política de consolidación de la industria nacional y de la existencia y organización de un poderoso proletariado industrial, como en los grandes países desarrollados, pero con una particularidad: la armonía entre el capital y el trabajo. Por eso, el cometido de los enemigos de la Nación y del pueblo -aliados al codicioso interés extranjero- durante toda la historia argentina y en particular en estos últimos 80 años, fue achicar al mínimo el Estado Nacional, echar abajo la industria nacional, destruir el movimiento obrero y eliminar los derechos sociales adquiridos por los trabajadores y el pueblo argentino para convertirnos en una colonia barata de explotar.
Quieren reemplazar el Estado por el Mercado y la mentada “casta” política (en realidad la política nacional) por la casta oligárquica de siempre, casta por definición, primaria, arrendataria, intermediaria, rentística, financiera, especuladora y entregadora de los recursos del país y sus potencialidades. Eso es lo que escandalosamente se ha votado.
Sin un Estado Nacional fuerte no hay posibilidad de Desarrollo Nacional y bienestar para las mayorías nacionales. Solo hay que ser consecuentes con esos principios y objetivos. Seguramente, después de la destrucción del Estado y de la Argentina que supimos construir con Roca, Yrigoyen, el general Perón y el peronismo hasta el 10 de diciembre de 2023, deberemos empezar de nuevo, como sentenciaba el mismo Hipólito Yrigoyen después de su derrocamiento y el comienzo de la nefasta Década Infame (1930 – 1943). Debemos prepararnos fuerte e inteligentemente para comenzar de nuevo, pero la próxima vez, con una profunda, enraizada y fundamentada conciencia de los objetivos, intereses y necesidades nacionales, que nos permita dejar el doloroso pasado definitivamente atrás.