Pasado, presente y futuro de la “Comunidad Organizada”. Por Elio Noé Salcedo
Hace 75 años (1949), en la clase magistral que inauguraba el Primer Congreso Nacional de Filosofía en la ciudad de Mendoza, al presentar su tesis filosófica sobre la “Comunidad Organizada”, el presidente Juan Perón resumía así la realidad que el mundo experimentaba en ese mismo momento de la historia: “La sociedad y el hombre se enfrentan con la crisis de valores más profunda acaso de cuantas su evolución ha registrado”.
Algunas reflexiones a lo largo de la disertación daban cuenta de las posibles causas o razones de esa crisis de valores. “Es posible -decía Perón- que la acción del pensamiento haya perdido en los últimos tiempos contacto directo con las realidades de la vida de los pueblos”.
Es posible también, advertía el general, “que el cultivo de las grandes verdades, la persecución infatigable de las razones últimas, hayan convertido a una ciencia abstracta y docente por su naturaleza (la filosofía, y dentro de ella la filosofía política) en un virtuosismo técnico, con el consiguiente distanciamiento de las perspectivas en que el hombre suele desenvolverse”. En cualquier caso, “en ausencia de tesis fundamentales defendidas con la perseverancia debida, surgen las pequeñas tesis, muy capaces de sembrar el desconcierto…”.
Consignemos antes de proseguir, que esas “pequeñas tesis capaces de sembrar el desconcierto” han crecido de tal manera en el presente (tal vez alimentadas por el propio retroceso y/o vacío dejado por las grandes teorías), que hoy dominan no solo en la Argentina y gran parte de América Latina sino en el mundo hasta ayer “libre” de esas ideologías retrógradas, anti sociales y falsamente liberadoras.
Continuando con el desarrollo de su ponencia, Perón cuestionaba la actitud individualista del ser humano: “Es de temer -señalaba- que no consiga establecer la debida relación entre su yo, medida de todas las cosas, y el mundo circundante, objeto de cambios fundamentales”. Y citando a Aristóteles, fundamentaba desde la filosofía clásica su tesis sobre la “comunidad organizada”: “El hombre es un ser ordenado para la convivencia social; el bien supremo no se realiza, por consiguiente, en la vida individual humana, sino en el organismo súper-individual del Estado; la ética culmina en la política”.
Sin embargo -recapitulaba el jefe de Estado- “la humanidad necesita fe en sus destinos y acción, y posee clarividencia suficiente para entrever que el tránsito del yo al nosotros, no se opera meteóricamente como un exterminio de las individualidades, sino como una reafirmación de éstas en función colectiva”. En esa línea, adelantaba: “al pensamiento le toca definir que existe, eso sí, diferencia de intereses y diferencia de necesidades, que corresponde al hombre disminuirlas gradualmente, persuadiendo a ceder a quienes pueden hacerlo y estimulando el progreso de los rezagados”.
No obstante, en aquella misma disertación advertía puntualmente: “El problema del pensamiento democrático futuro está en resolvernos a dar cabida en su paisaje a la comunidad, acentuando sobre sus esencias espirituales, pero con las esperanzas puestas en el bien común”, pues, también percibía, que “si la historia de la humanidad es una limitada serie de instantes decisivos, no cabe duda de que, gran parte de lo que en el futuro se decida a ser, dependerá de los hechos que estamos presenciando”.
En definitiva, al final de su exposición, el general Perón instaba hacer realidad “esta comunidad que persigue fines espirituales y materiales, que tiende a superarse, que anhela mejorar y ser más justa, más buena y más feliz, en la que el individuo puede realizarse y realizarla simultáneamente”, y que -así confiaba-, “dará al hombre futuro la bienvenida…”.
Recuerdos del futuro
Pues bien, ya conocemos los hechos y sabemos que, en sentido contrario al de esas previsiones, el mundo y la Argentina en particular han acrecentado su “crisis de valores”, y el pensamiento individualista gobierna por encima del pensamiento y sentimiento de “comunidad”, por el que el reduccionismo libertario culpa a los movimientos nacionales de toda nuestra historia, al peronismo en particular e inclusive al Santo Padre. Por razones que deberemos esclarecer, estamos una vez más al comienzo del camino.
Habiendo pasado tres cuartos de siglo de aquella intensa y extensa reflexión, y conocido ya “el futuro” al que Perón aludía en aquella clase inaugural, hoy podemos despejar la incógnita que el autor planteaba en su tesis filosófica sobre la “comunidad organizada”.
Ya sabemos lo que la humanidad “se decidió a ser”, transitando, como estamos, la tercera década del siglo XXI: en muchos planos de la realidad reina “el desconcierto”, y no por exceso de “comunidad” sino por carencia de ella; los hombres no lograron “establecer la debida relación entre su yo y el mundo circundante, objeto de cambios fundamentales”; avances y retrocesos mediante, aquel “futuro” de 1949 no fue resuelto de la manera que se esperaba; y aquella profunda “crisis de valores” no ha hecho otra cosa que acentuarse, mientras que la incógnita planteada por el general Perón en el Congreso de Filosofía de Mendoza no pudo ser todavía resuelta de manera aceptable para el hombre y la sociedad, tampoco en gran parte del planeta, incluida la Argentina y América Latina.
No la resolvieron los “Aliados”, que se repartieron el mundo casi en partes iguales; ni los actores y los años de la Guerra Fría; no la resolvió en nuestro país la llamada Revolución Libertadora (ni revolución ni libertadora), ni los gobiernos pseudo democráticos o dictatoriales subsiguientes; tampoco la resolvió la caída del Muro de Berlín en 1989, ni el nacimiento de un mundo unipolar hegemonizado por el imperialismo triunfante bajo el signo del neoliberalismo mercadista y deshumanizante, devenido en “libertario”; ni estos últimos cuarenta años de democracia formal, que no alcanza para liberarnos de semejante pesadilla…
Por el contrario, en el presente, la sociedad y el hombre vuelven a enfrentarse a esa profunda “crisis de valores”, puesta en evidencia esta vez por la caótica y trágica experiencia libertaria. Tampoco es dable entrever la posibilidad de persuadir a quienes en realidad no quieren cambiar el mundo para bien de los más rezagados y para bien de todos y mal de ninguno, sino solo para el bien de ellos mismos: los mismos de siempre, cada vez menos.
1974: un nuevo intento
Todo eso Perón lo sabía al volver a la Patria y al Gobierno. Por eso intentaría actualizar el ideario de la Comunidad Organizada en su Proyecto Nacional de 1974. “En nuestra patria -señalaba poco tiempo antes de pasar a la inmortalidad- se han perdido –y se siguen perdiendo– muchas vidas procurando la organización nacional. A la luz de este hecho, resulta claro que hemos llegado a cierto grado de organización del Estado, pero no hemos alcanzado a estructurar la comunidad organizada. Más aún, muchas veces los poderes vertidos en el Estado trabajaron para que no se organizase el pueblo en comunidad”.
“La comunidad -demandaba el líder popular- debe ser conscientemente organizada. Los pueblos que carecen de organización pueden ser sometidos a cualquier tiranía. Se tiraniza lo inorgánico, pero es imposible tiranizar lo organizado. Además, como una vez expresé, la organización es lo único que va más allá del tiempo y triunfa sobre él”. Ahora bien, “todo fundamento de estructuración debe prescindir de abstracciones subjetivas, recordando que la realidad es la única verdad”.
En definitiva, “la organización de la comunidad implica una tarea ardua que requiere programación, participación del ciudadano, capacitación y sentido del sistema para su orden y funcionamiento…”.
Efectivamente, cuando hablamos de “comunidad organizada”, hablamos de una concepción concreta de comunidad: “organizada” -no librada al azar, al mercado y, en definitiva, al arbitrio de los monopolios, corporaciones asociadas al interés extranjero y poderes concentrados-; y tampoco hablamos de una abstracción o una entelequia (que se repite como una muletilla) imposible de hacer realidad y de obtener en términos concretos, ya que, como admitía el mismo general Perón en 1974, esa tarea está todavía inconclusa.
A esta altura de la historia y de nuestra experiencia vital, no nos caben dudas de que en una comunidad “que anhela mejorar y ser más justa, más buena y más feliz”, el individuo solo puede realizarse realizando la comunidad en la que vive y realizándose en ella, y de que “el mundo debe salir de una etapa egoísta y pensar más en las necesidades y las esperanzas de la comunidad… Una comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general…”. Y como sabemos -y esto es filosofía práctica-, para hacer una tortilla, hay que romper varios huevos. Si no, seguiremos matando de hambre al pueblo argentino e impidiendo su realización personal y comunitaria.
La crisis argentina reclama responder no solo con palabras o abstracciones sino con hechos a esa “necesidad histórica” mencionada por el mismo general en 1949 y reafirmada en 1974, que resulta la antítesis del relato libertario y el discurso anarco-capitalista e individualista de Davos.
No obstante, a pesar de todo y del retroceso evidenciado, rescatemos la esperanzada convocatoria del general Perón a la realización de la persona en sociedad,“en la que el individuo puede realizarse y realizarla simultáneamente”, pero arremanguémonos para reactualizarla y diseñarla en términos concretos para un futuro inmediato, con todo lo que ello implica.
Para empezar, la experiencia de los propios gobiernos del general Perón son nuestros mejores ejemplos y modelos a seguir para reconstruir y a la vez terminar de construir la Patria inconclusa. Contamos, además, con la gran ayuda del pensamiento nacional latinoamericano de todas las épocas.