El Movimiento Nacional en una encrucijada histórica. Por Elio Noé Salcedo
No hay duda de que desde hace varias decenas de años a esta parte, al menos en lo que atañe a Occidente, el mundo ha cambiado mucho y para mal. Claro, no es extraña a dicha situación la política llevada a cabo por los imperios ganadores de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo Estados Unidos y Gran Bretaña. No obstante, a pesar de ello, por esa misma época, países como la Argentina supieron zafar del dominio imperialista que esos países de Occidente, ganadores de la contienda en Europa, pretendían imponerle. Con una Argentina neutral, la industrialización creciente desde antes de la guerra y más aún durante ella, le dieron a nuestro país cierta ventaja para salir airoso de la nueva situación mundial. Las divisas acumuladas durante el conflicto inter imperialista y la industrialización obligada producida durante los años previos, dio nacimiento, a su vez, a la clase obrera industrial.
Se abrían dos posibilidades: o el país se sumaba como furgón de cola de los imperios triunfantes, o aprovechaba a fondo esas condiciones internas favorables para independizarse económicamente y desarrollar a la Argentina. Esto último fue lo que hizo la generación militar de 1943 y la generación obrera de 1945, con el liderazgo de uno de los coroneles que había sido cabecilla del Grupo de Oficiales Unidos (GOU), que habían propiciado, impulsado y llevado a cabo aquella revolución que dejó atrás la “década infame” (1930 – 1943) y le dio a nuestro país -aun en esas circunstancias política internacionales difíciles- soberanía política, independencia económica y justicia social.
Es importante destacar que, en 1946, la situación internacional -el mundo exterior objetivo- no resultó un impedimento para desarrollar una política revolucionaria nacional según nuestras necesidades y conveniencias. Primó por el contrario en esas circunstancias, el patriotismo de esa generación militar y obrera, que supo enfrentar las condiciones históricas externas y aprovechar las condiciones históricas internas. Todo lo contrario de lo que ha sucedido en la Argentina de 2023 – 2024.
La actual generación no ha sabido aprovechar, dados los recursos naturales con los que cuenta nuestro país y las condiciones favorables que se abrían para la Argentina a nivel internacional (BRICS, Brasil, América Latina, acompañamiento de los países emergentes, posibilidad de exportaciones industriales, de energía y de productos primarios, incluso con valor agregado, etc.), las oportunidades que se nos presentaban a nivel internacional fuera del marco estricto de Occidente, más allá de los inconvenientes internos que soportamos desde hace largo tiempo. ¿Falta de patriotismo o de conciencia nacional?
En verdad -ante la creciente debilidad del movimiento nacional en crisis, se había terminado de imponer un sistema político, que desde 1955 a la fecha nunca dejó de ser manejado por los poderosos “detrás del trono”: dominio imperialista, poder económico concentrado nativo y extranjero, monopolio de los medios de comunicación, uso impune de las redes sociales y, consecuentemente, creciente despolitización y desaparición de la conciencia nacional, aparte de los propios errores cometidos. Como si todo eso fuera poco, un método fraudulento -como la suma de las minorías para derrotar de una manera u otra a la primera mayoría, le permitió llegar al gobierno a un personaje que se reivindica “anarco-capitalista”, o sea contrario a todo “desarrollo nacional ordenado y/o planificado” (como en definitiva se desarrollaron los países avanzados del mundo); “anti casta”, es decir contrario a todo lo que suene a estirpe nacional o argentina; y para colmo, “libertario”: encadenado a intereses financieros y de privilegio extranjeros, con las ya conocidas extensiones nativas. Más que la derrota de un frente o de un partido, ello constituyó lisa y llanamente una verdadera derrota nacional.
¿A qué se debe que hayamos caído tan bajo o hayamos retrocedido tanto en nuestra conciencia de Nación y patriotismo? Ciertamente, ya que “el estudio de lo pasado enseña cómo debe manejarse el hombre en lo presente y porvenir”, como decía Manuel Belgrano, para comprender en profundidad el presente, necesitamos recurrir necesariamente a la historia. Hemos señalado los intereses que han estado y siguen estando detrás del trono para no permitirnos avanzar, impedir desarrollarnos e incluso quedarse tarde o temprano con la Argentina. Permitámonos reflexionar sobre las posibles razones políticas internas -objetivas y subjetivas- que han imposibilitado contrarrestar semejante política de impedir, hasta haber logrado y/o estar a punto de logar la destrucción de la Argentina que supimos construir.
En verdad, esta nueva derrota no ha sido ajena a la profunda crisis del peronismo, que la antecedió. Aunque tampoco ha resultado simplemente la expresión de los errores o “tibieza” del gobierno de Alberto, de los paradigmas “progresistas” y omisiones del kirchnerismo o de la “capitulación” neoliberal del menemismo. Hay algo en el fondo que debe explicar las derrotas electorales de 1983 a la fecha y la falta de profundización de aquella revolución nacional que quedara inconclusa en 1955 y luego otra vez tras la muerte del general Perón. Hay quienes exigen tener en cuenta en esta reflexión la revolución tecnológica que se viene operando en el campo laboral, pero que de ninguna manera es excluyente ni tampoco nos debe privar de pensar, antes que nada, en esa revolución nacional que hace tiempo realizaron los países hoy desarrollados y que en los últimos años -a pesar de la presencia de la Tercera Ola entre nosotros- vienen realizando con éxito países como China, Rusia, la India, Irán, Israel, Turquía y varios países emergentes.
Sin duda, las condiciones históricas objetivas que dieron nacimiento al peronismo ylo sostuvieron durante su primera década gloriosa, han desaparecido. ¿Las condiciones subjetivas también? Acaso, ¿la inexistencia de las condiciones históricas del 45 impugna per se la imprescindible existencia de un Movimiento Nacional en lucha decidida por una patria justa y soberana y la consecución de la revolución nacional inconclusa? ¿Ese movimiento nacional está hoy vigente? Y si no es así, ¿es posible recuperar el movimiento nacional histórico del ’45? ¿En qué medida las condiciones objetivas y subjetivas presentes son la causa del fracaso de los gobiernos nacionales y populares, si reparamos en las varias derrotas electorales padecidas? Será que aquel movimiento nacional que se conformó en 1945 ¿ha cumplido su ciclo histórico y hay que crear un nuevo y vigoroso movimiento nacional, con una nueva conciencia, para poder librar las luchas que vienen? ¿Por dónde empezar para recuperar lo perdido, reconstruir lo destruido y no volver nunca más atrás? ¿O nos conformaremos con tener, en el mejor de los casos, una democracia sin Nación, si eso es posible?
La historia que tuvimos
Como sabemos, aquel movimiento nacional de mitad de siglo XX se había conformado sustancialmente con el sector preponderante de las Fuerzas Armadas que habían hecho la revolución de 1943; el Movimiento Obrero, que había convertido esa revolución militar en una revolución popular el 17 de octubre de 1945; la Iglesia Católica, que prestó su apoyo espiritual e institucional; y el liderazgo político de Perón, que había sido el más lúcido de los coroneles cabecillas del golpe del ’43, acompañado por su compañera de vida –Eva Perón, llamada por el pueblo Evita– y el conjunto de las mujeres trabajadoras y amas de casa que se plegaron al movimiento.
Dada su natural condición y capacidad, Perón supo organizar -aunque verticalmente, dada su formación militar- un movimiento político y un gobierno con presencia y apoyo también del empresariado nacional, y dio inicio a una verdadera revolución nacional(política, económica y social), que lograría alcanzar en una década “la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria”, no sin advertir que esa felicidad y esa grandeza no podían conseguirse acabadamente con una Argentina aislada, sino en conjunto con América Latina. Esa fue la razón del lanzamiento del proyecto ABC (Argentina, Brasil y Chile), que Perón puso en marcha junto a los gobiernos de Getulio Vargas y del general Carlos Ibáñez del Campo, presidentes de Brasil y Chile respectivamente. El suicidio inducido de Getulio Vargas y el golpe imperialista y oligárquico del ’55 frustraron esa posibilidad.
El golpe de 1955 constituyó un primer gran golpe a esa alianza nacional multisectorial y poli clasista esencial y el comienzo de una larga resistencia y lucha por la recuperación de lo perdido, en condiciones políticas internas para nada favorables. Ya sin el apoyo ni la anuencia de las Fuerzas Armadas, sino por el contrario, con su oposición, y con la Iglesia y el empresariado alejados del peronismo, el único sector que sobrevivió a aquellos avatares históricos fue el poderoso movimiento obrero organizado (la CGT),con sulíder político desterrado y a 11 mil kilómetros de distancia. En ese período, la clase media universitaria, hasta entonces anti peronista, iniciaría el camino promisorio y provisorio de su “nacionalización” y rescate de la unidad obrero-estudiantil -unidad estratégica, por cierto- durante las jornadas históricas del Cordobazo, que otras circunstancias históricas volverían a disipar.
Así,desde 1955 en adelante,el movimiento nacional sobrevivió durante 18 años con su líder en el exilio, mientras que el movimiento obrero organizado (la CGT), frente a esta nueva situación, debió transformarse de “columna vertebral” en la cabeza de hecho del movimiento nacional, en la lucha diaria contra el sistema oligárquico. Y así fue que llegamos a 1973 –resistencia peronista y Cordobazo de por medio-, con la vuelta a la Patria del líder y conductorde la gran década y el comienzo de una nueva etapa política. Desafortunadamente, esa nueva etapa nacional no tendría posibilidad de consolidarse, esta vez por la “resistencia” desde un comienzo de sectores internos de esa clase media no suficientemente “nacionalizada” ni peronizada; también por la muerte de Perón un año después de su vuelta al país (1º de julio de 1974); y finalmente por la debilidad en la que quedó el gobierno peronista de entonces, atacado a diestra y siniestra por las fuerzas e intereses que se oponían siquiera a la existencia de un gobierno nacional y popular. Como en 1955, el Movimiento Nacional volvía a estar en una debilidad extrema.
Las bases en las que se había asentado el Movimiento Nacional del 45 eran, como hemos dicho, la industrialización, el rol propulsor central del Estado, un avanzado sistema de leyes económicas proteccionistas, sociales y laborales avanzadas y el desarrollo de la energía nuclear, entre otros, que -con su “Modelo Nacional” bajo el brazo-, el general Perón apenas pudo desarrollar en su tercera presidencia, porque su muerte y la acción de los enemigos internos y externos de la Argentina, no le dieron tiempo. Tampoco la dejaron a su esposa terminar, bien o mal, su mandato. Seriamente resentido y disminuido, sin sus apoyos históricos, salvo el de la Clase Trabajadora y la de su representación social, la CGT, una vez más, el Movimiento Nacional había sido derrotado, a través de otra dictadura oligárquica (como la del 55), que esta vez se proponía desmantelar las bases de aquel desarrollo nacional alcanzado -de la que daba muestra todavía en los comienzos de la década del 70 la movilidad social ascendente-, creándose a partir de 1976 –sin que toda esa destrucción pudiera ser reparada integral y definitivamente hasta hoy- las nuevas condiciones económicas, sociales y políticas totalmente desfavorables con las que vio la luz el nuevo siglo.
A excepción de la clase trabajadora argentina y la de un sector del peronismo y la izquierda nacional de Abelardo Ramos y Jorge Eneas Spilimbergo, que defendían el gobierno nacional, popular y democrático, se produjo una conjunción de fuerzas contra el gobierno popular que, en esencia, todavía no ha podido ser ideológicamente desmantelada, integrada en esta nueva disyuntiva histórica de 1975/1976 por la oligarquía, el empresariado, las clases medias en general, los partidos políticos, las juventudes políticas, las organizaciones armadas y las Fuerzas Armadas, que se enfrentaron y finalmente derrotaron por segunda vez al gobierno peronista. De esa manera llegó el 24 de marzo de 1976, con su plan oligárquico y anti nacional, cuyo fin era terminar con las propias bases del peronismo para un país soberano y justo, objetivo político antinacional que prosiguió prácticamente sin solución de continuidad hasta la crisis del 2001, cuando todo estalló, y que el actual gobierno pretende restablecer hasta sus últimas consecuencias.
Dada la desaparición de sus bases materiales históricas, la derrota del 76, pero también más tarde la de 1983, su transformación en peronismo neoliberal -un flagrante contradicción en sí misma- y luego su derrota ante la alianza demoliberal de De la Rúa y Álvarez, y la pérdida de la conciencia y el impulso de los años peronistas históricos y revolucionarios que convocaban a las mayorías nacionales y a los sectores fundamentales de la Argentina, el Movimiento Nacional -ya sin la consistencia y la cohesión de sus mejores épocas- se encontró frente a nuevos y muy fuertes desafíos, teniendo en cuenta semejante retroceso y las nuevas circunstancias históricas nacionales e internacionales, entre ellas, la salvaje desindustrialización operada y consecuentemente la disminución de la clase obrera industrial, ahora disminuida, y su representación gremial debilitada por la gran disminución de sus representados.
Hace apenas unos días, un viejo militante de la JP Lealtad, hoy analista político del peronismo -Aldo Duzdevich-, manifestaba en una entrevista de la Agencia Paco Urondo: “El peronismo en los años 90 dejó de ser un movimiento nacional para ser una confederación de 24 partidos, cada provincia con su partido peronista”. Pues bien, así llegó el 2003, con el peronismo dividido en tres sectores políticos compitiendo entre sí en las elecciones de aquel año. No podía ocultarse ya por entonces una división profunda a nivel del abultado sector político, mientras disminuía la estructura del frente de clases y de los sectores fundamentales necesarios para retomar la revolución industrial, social, científica, tecnológica y educativa, que el peronismo había dejado inconclusa, primero por el exilio obligado de Perón y, en definitiva, por no haberle quitado el poder -que siguen ostentando y ejerciendo- a las minorías anti nacionales locales y extranjeras.
Un nuevo intento
Los gobiernos de Néstor y Cristina, si bien pudieron reencaminar un país en bancarrota y a la deriva, lo que no era poco para una sociedad que había sido devastada (deuda externa, desindustrialización, alta desocupación, altos índices de pobreza, marginalidad, mortalidad infantil, etc.), no obstante, y a pesar de todo, aquellos tres importantes gobiernos kirchneristas terminaron en una nueva derrota electoral en el 2015. Al finalizar el segundo mandato presidencial de Cristina, la Argentina había alcanzado los niveles de cobertura jubilatoria más altos de América Latina, aparte de recuperar el sistema jubilatorio para los argentinos y argentinas y tener los salarios (equivalente a dólares) más altos de América Latina. Un informe del Banco Mundial destacaba la política de protección social, al señalar que el haber jubilatorio mínimo era equivalente a 442 dólares, en tanto se habían incorporado al sistema previsional más de 2,5 millones de personas que hasta entonces estaban excluidas de la cobertura. En diciembre de 2015, al terminar su mandato, las pensiones por invalidez ejecutadas eran 1.034.743. La re estatización de YPF y Aerolíneas Argentinas -dos empresas emblemáticas y estratégicas- y la puesta en marcha del complejo Vaca Muerta, además del desarrollo científico y tecnológico nacional y la creación de nuevas universidades nacionales a lo largo del territorio nacional, entre otros adelantos económicos y generales, junto a las políticas de derechos sociales y civiles obtenidos (con énfasis puesto en los derechos de las mujeres y la igualdad de género), completaban una gran labor de gobierno.
Sin embargo, poco después de ser elegida por segunda vez presidenta, la mandataria y conductora del peronismo, “rompió relaciones” con el dirigente sindical Hugo Moyano, principal dirigente de la Confederación General del Trabajo, sector esencial para la consecución de cualquier política estructural de transformación estratégica en la Argentina. Moyano había acompañado muy de cerca el gobierno de Néstor Kirchner, permitiendo con su decidido y decisivo apoyo salir del “infierno” en el que estábamos. Sin duda, esa decisión equivocada de la presidenta expondría al movimiento nacional a un verdadero déficit, que a la larga o la corta (como sucedió) demostraría ser un error estratégico tremendo para la cohesión y la eficacia política del propio gobierno nacional y popular: se habían roto relaciones con el único sector histórico que se mantenía dentro del Movimiento Nacional y que a la vez sostenía en pie al Movimiento Nacional originario. Tampoco la política militar del kirchnerismo terminó de recomponer las relaciones con ese sector que había resultado fundamental en la revolución nacional del ‘45 y que, naturalmente, seguía y sigue teniendo a su cargo la Defensa Nacional, en un país con parte de su territorio ocupado por una fuerza extranjera y necesitado de sus Fuerzas Armadas para la defensa de su soberanía nacional en todos los campos.
A partir de 2019, después del nefasto retroceso del gobierno de Mauricio Macri, el gobierno de Alberto Fernández ratificaría, sin investigación previa, la fabulosa deuda externa contraída por el gobierno antinacional de Juntos por el Cambio, y se bajaría de la estatización de Vicentín, empresa fraudulenta y en convocatoria de acreedores, que el Estado Nacional podría haber convertido en una empresa insignia para regular el comercio de granos y alimentos en la Argentina, y así comenzar a resolver los problemas de alimentación de los argentinos y de financiación estatal para un desarrollo nacional sostenido. Aunque mantuvo una línea económica coherente con la defensa del aparato productivo nacional y una política internacional independiente y soberana, renovando e intensificando los lazos con toda América Latina, el gobierno de Fernández no terminó nunca de dar respuesta suficiente a los requerimientos atrasados del pueblo argentino, acosado a la vez por los problemas históricos que hemos mencionado, y por los poderes anti nacionales que, en todo momento, tratándose en definitiva de un gobierno peronista, pusieron piedras en el camino de principio al fin de su gobierno, echándole la culpa a su gobierno, al kirchnerismo y al peronismo en general de todos los males de la República.
Hora actual y próximo futuro
Dadas las nuevas condiciones históricas -y la debilidad del propio peronismo-, hoy resulta un imperativo histórico reconstruir y/o recomponer el Movimiento Nacional (que excede al propio Justicialismo), esta vez para enfrentar la etapa que viene, recuperar el poder nacional y reconstruir la Patria a través de un proyecto profundamente nacional, que convoque a las mayorías del país y que recobre el impulso histórico de sus mejores épocas. A pesar del consabido cambio de época y de las nuevas condiciones históricas y políticas existentes, ese nuevo o renovado Movimiento Nacional deberá resolver de una vez por todas los grandes problemas de la Patria y de la sociedad argentina, so pena de volver, tarde o temprano, a la condición colonial de la que nos independizamos hace 200 años y cuya posibilidad todavía no hemos dejado atrás en pleno siglo XXI.
Por eso y para eso, deberemos realizar y concluir -como lo hicieron los grandes países avanzados del mundo- aquella revolución industrial, científica, tecnológica, social y educativa todavía inconclusa, reconquistando el poder, desalojando definitivamente de él a los que lo han usufructuado en contra de la Nación durante dos centurias, y abriendo el camino -también inconcluso y pendiente- de la unidad nacional latinoamericana, que fue el proyecto de los padres de la Patria, de Perón y de nuestros grandes pensadores nacionales.