Mi amigo Marcelo Quiroga Santa Cruz

“Revolucionario puro y gran escritor.” Así lo define el autor de esta nota al autor de “Los deshabitados”

Por Miguel Urbano Rodrigues

Es muy raro pero sucede. Hay escritores que entraron en el Olimpo de la literatura después de publicar una o dos novelas. Un ejemplo: el príncipe siciliano Giuseppe di Lampedusa (1896-1957), autor de Il Gatopardo*, obra póstuma. Otra excepción fue el mexicano Juan Rulfo (1917-1986), pionero del Realismo mágico con la novela Pedro Páramo**. Caso similar es el de boliviano Marcelo Quiroga Santacruz (1931-1980).

Conocí a Marcelo Quiroga en La Paz en Octubre de 1970. Fuimos amigos.

El general Juan José Torres había tomado el poder después de golpe militar. Se respiraba una atmosfera de Revolución en la capital de Bolivia cuando Augusto Montesinos –El Canalla, personaje de un libro mío- me llevó a la casa de Marcelo.

-Quiero que los conozcas. Vale la pena.

Y más no dije

El vivía entonces en un apartamento muy confortable, pero no lujoso. En las paredes había cuadros de pintores bolivianos y un diseño de Picasso. El buen gusto y la sensibilidad del propietario estaban presentes en la sobriedad de los muebles de la sala.

Marcelo tenía el porte de un aristócrata español del Siglo de Oro.

Intercambiamos impresiones sobre el gobierno de Torres.

Citó a Marx durante la conversación. Su lenguaje me impresionó. Escogía las palabras cuidadosamente. Hablaba puntuando.

Lo reencontré semanas después en Santiago en una fiesta en casa del poeta brasileño Tiago de Melo. Representaba a su Partido, el Socialista, en la toma de posesión de Salvador Allende.

Esa noche hablamos mucho, sobre todo de Bolivia. El creía que Torres realizaría una política progresista, rompiendo la tradición, pero no confiaba en el frágil apoyo del ejército.

Dos años después volví a estar con él, también en Santiago. Era uno de los muchos bolivianos que pidió asilo en Chile después del golpe militar de Hugo Banzer en Agosto de 1971. Me visitó en el hotel y después me invitó para almorzar en la casa donde vivía con su mujer y sus dos hijos. Cristina era una joven muy bonita; hablaba poco, pero escuchaba al marido con devoción.

Nuestra conversación incidió sobre todo en América Latina. Marcelo encaraba con algún escepticismo el futuro del gobierno de la Unidad Popular chilena y temía la intensificación de la ofensiva del imperialismo en un contexto en que las tesis de la guerrilla rural habían perdido credibilidad después de la trágica muerte del Che en Bolivia.

Lo volví a ver en 1973, aún en Santiago. Amílcar Cabral había sido asesinado semanas antes. Recuerdo que la descolonización africana fue el tema principal de ese reencuentro. Me sorprendió su formación humanista y la bastedad inesperada de sus conocimientos sobre la Historia del África Subsahariana.

El golpe de Pinochet fermentaba en los bastidores y, cuando ocurrió, Marcelo Quiroga y su familia se refugiaron en Argentina, donde a invitación de Perón fue profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires.

En Brasil yo recibiría, enviado por un amigo, un libro suyo, editado en La Paz en 1959, Los Deshabitados***. Era una novela, lo que extrañé, pues no lo imaginaba volcado para la literatura.

Tremendo error. Tan grande que solamente hoy, transcurridos cuarenta años, tomé consciencia de que Marcelo Quiroga era desde la juventud un gran escritos, uno de los más importantes de América Latina.

No conservo la menor idea de mi reacción al leer la novela. Sí que escribí sobre deshabitados una reseña que fue publicada en la revista literaria Crisis, de Buenos Aires. Perdí el recorte. En la memoria se apagó el recuerdo de ese artículo. Más siento vergüenza al imaginar lo que Marcelo Quiroga habrá entonces pensado de mí.

El no hizo referencia a mi desastrosa reseña cuando almorzamos en su casa, en un suburbio de la capital, el día del funeral de Perón. Fue amistoso, me trató como amigo se su pueblo y camarada estimado.

Debo haber leído Los deshabitados en diagonal. No percibí que era una Opera-Prima literaria.

No volví a encontrar a Marcelo Quiroga. Se rompió el contacto cuando volvió a la La Paz en 1977, clandestinamente, para reorganizar el Partido Socialista.

LA OPCIÓN DE CLASE

Marcelo Quiroga nació en Cochabamba en una familia pudiente de la clase dominante.

Su padre, José Quiroga, fue administrador de Patiño Mines, de Simón Patiño, el multimillonario rey del estaño.

Marcelo recibió una educación de calidad en los mejores colegios. Estudio Derecho en Santiago de Chile y se formó en Filosofía y Letras en la Universidad Mayor de San Andrés en La Paz donde ocupó posteriormente las Cátedras de Ciencia Política e Historia Universal de la Literatura.

En el exilio fue también profesor de economía política en la Universidad Nacional Autónoma de México. Había adquirido como académico e intelectual revolucionario un gran prestigio en toda América Latina.

Fue uno de los fundadores del Instituto de Economistas del tercer Mundo y participó en Washington como miembro de la delegación latinoamericana en un seminario sobre política Hemisférica; en París, en la Sorbona, del Congreso de Americanistas; y en Caviat en Yugoslavia, en una reunión internacional para el análisis del Socialismo científico.

Publicó cientos de artículos en periódicos de América Latina, Europa y los EEUU.

LOS DESHABITADOS

En 1957 escribió la novela Los Deshabitados que guardó en la gaveta durante casi dos años. Cuando decidió publicarla en 1959 en una modesta edición pasó desapercibida. Ni sus amigos más íntimos tuvieron la percepción de que ese libro, aunque después de la muerte del autor, sería considerado por la crítica un clásico de la literatura latinoamericana. En la opinión de Jorge Luis Borges y de Gabriel García Márquez es una de las mejores novelas latinoamericanas de la segunda mitad del Siglo XX.

En mi primera lectura no percibí, repito, que tenía en las manos un gran libro. Es uno de aquellos en que cada página, casi cada párrafo, debe merecer una atención concentrada. Parece monótono, más no lo es.

Cuando la crítica internacional, décadas después, descubrió la importancia de Los Deshabitados, y decenas de trabajos académicos fueron dedicados a su estudio, surgieron opiniones contradictorias sobre las influencias que Marcelo Quiroga refleja en su obra.

Hubo quien citó a Camus y Sartré, y hasta Kafka. Marcelo era un lector apasionado de la gran literatura francesa y del gran checo, pero esas opiniones no tienen fundamento.

Los Deshabitados es una novela sin acción. La técnica narrativa es la de Joyce en el Ulises. En el texto de la contraportada Marcelo escribió que el libro nació de un estado de melancolía y su “contenido argumental es insignificante”.

A medida que se avanza en la lectura surgen en cadena personajes cuyo discurso revela una solidez insuperable. Son cerradas, caminan sin alegría en la frontera de la incomunicabilidad. La ciudad donde viven no tiene nombre, pero es evidente que se trata de una urbe provinciana, tal vez en Bolivia. No hay descripción de paisajes, de interiores. Lo importante es lo que pasa en la consciencia de los personajes, cómo en Proust y Virginia Woolf. El padre Justiniano sabe que pisa la frontera de la herejía. Durcot, aspirante a escritor que teme a la aventura de la escritura (nunca escribió) y María, su enamorada, se toleran con desprecio, sin amarse. Él llegó a admitir la opción por el sacerdocio para huir a la nada. Más es agnóstico, desconoce a Dios y prescinde de él.

“No nos habita siquiera una duda” –dice a Justiniano- “estamos deshabitados”.

Flor y Teresa, las dos viejas hermanas, arrastran una existencia triste, vegetativa, rumbo a la muerte. Terminan por suicidarse.

Dos adolescentes, Pablo y Luis, son la excepción en ese acuario humano de gente vacía. Intercambian el primer beso en la búsqueda aún distante e incierta del sexo y del amor. Ambos chocan con la asfixiante atmosfera envolvente.

EL REVOLUCIONARIO ÉTICO

Conocí pocos revolucionarios tan puros como Marcelo Quiroga. Ello me trae a la memoria a dos amigos maravillosos, ambos comunistas: Henri Alleg y Georges Labica.

Uno de los biógrafos de Marcelo Quiroga, el escritor Adolfo Cáceres Romero, afirmó que su vida fue “un modelo de virtudes y sacrificio”. Hago mía esa opinión.

La revolución democrática y nacional boliviana de 1952, que llevó a la Presidencia a Victor Paz Estenssoro (que luego la traicionó), contribuyó para una reflexión profunda del joven Marcelo. Más su ruptura con el medio social al que pertenecía no fue inmediata. Electo diputado por primera vez, como independiente, por el Partido Demócrata Cristiano, utilizó la tribuna parlamentaria para combatir a la dictadura del general René Barrientos. Fue entonces, objetivo de un atentado. Le cesaron el mandato, fue apresado y deportado para la región selvática del Alto Maididi.

En 1969, cuando el presidente Ovando le confió el ministerio de Minas y Petróleo, ya era marxista. Su decisión de nacionalizar la Gulf Oíl fue encarada en Washington como desafío intolerable.

Al siguiente año dimitió cuando ovando dio un viraje a la derecha; fundó entonces, con un grupo de intelectuales, el Partido Socialista, con un programa claramente revolucionario.

Apoyó desde el inicio al gobierno progresista del general Juan José Torres y luchó en las calles contra el golpe de estado de Hugo Banzer.

Solamente regresaría a Bolivia, clandestinamente, en 1977, para reorganizar al Partido Socialista.

Yo creía, con alguna ingenuidad, que Marcelo Quiroga sería un día Presidente de Bolivia. Fue tres veces candidato, la última en 1980. Más obtuvo siempre votaciones inexpresivas.

En ese mismo año, cuando resistía en la Central Obrera Boliviana –COB al golpe militar del general narcotraficante García Mesa fue bárbaramente asesinado por los paramilitares del coronel Luis Arce.

Al recibir la noticia en Portugal, recordé al amigo y revolucionario con afecto y emoción.

El descubrimiento del gran escritor tardó muchos años.

Fue prodigiosa la evolución del novelista de Los Deshabitados para el revolucionario que aprendí a admirar. Continúo teniendo dificultades para acompañarla.

En su estante fue encontrado el manuscrito de la novela Otra vez Marzo. Debería ser parte de una trilogía. Fue publicada póstumamente. No tuve posibilidad de obtenerla.

El puente entre el pesimista proustiano y joyciano y el luchador que adquiere una confianza inquebrantable en el pueblo como sujeto de la Historia es muy difícil de atravesar. Marcelo lo consiguió.

Fernando Pessoa recordó que “es posible vivir una vida desapasionada y culta, pensando en escribir, una vida suficientemente lenta por estar siempre a la orilla del tedio, bastante meditada para así nunca encontrarse en él. Vivir esa vida lejos de las emociones y del pensamiento. Sólo en el pensamiento de las emociones y en la emoción de los pensamientos.” (En el Livro do Desassossego,pág.70),

El joven escritor de  Los Deshabitados podría haber seguido por ese camino. Más él se desvío. Marcelo, consciente del misterio de la breve aventura de la vida, comprendió que, para conferirle significado y dignidad, el intelectual que rechaza al sistema debe luchar por la transformación de las sociedades modeladas por el engranaje opresor del capitalismo. Y supo hacerlo ejemplarmente.

*GIUSEPE DE LAMPEDUSA, O GATOPARDO, Editorial Teorema,256 páginas, Lisboa

**JUAN RULFO, PEDRO PÁRAMO, Fondo de Cultura Económica, México***

*** MARCELO QUIROGA SANTA CRUZ, Ediciones Los Amigos del Libro, 214 páginas, La Paz ,1980-2ª Edición

Fuente: Resumen Latinoamericano

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *