Carlos Ponce de León: El apóstol que enfrentó al Terrorismo de Estado

Por Lucas Shaerer

Pateó la puerta del despacho de un coronel genocida, se instaló de prepo en un cuartel militar en plena dictadura y se metió en el allanamiento ilegal en una parroquia. Carlos Horacio Ponce de León interpela a los obispos y revela que Argentina es el único país de la región con dos obispos mártires.

El Terrorismo de Estado de la década del ’70, en Sudamerica, se planificó desde los servicios de inteligencias militares de Estados Unidos y Francia. Esto quedó comprobado en los documentos reservados del “Plan Cóndor”. Estaban en peligro los intereses estratégicos de las potencias imperialistas, por lo que utilizaron a las fuerzas armadas contra los gobiernos populares de la región. En ese plan de operaciones detectaron que la iglesia católica aliada al pueblo era el mayor peligro de resistencia. Los asustaba pero calcularon que más temerían ante el genocido los dirigentes de la organización más antigua y numerosa de occidente. Argentina fue un caso ejemplar y único en el Plan Cóndor (que incluía a Chile, Bolivia, Paraguay, Uruguay, con colaboración de Brasil y Perú) porque tiene dos apóstoles de Jesús mártires. Ambos fueron asesinados con un método particular: simularon un accidente automovilístico.

Enrique Angelelli fue el primero al que mataron en la ruta. Casi un año después, fue el turno de otro de los apóstoles de Jesús: Carlos Horacio Ponce de León. Ambos eran obispos del Concilio Vaticano II, el acontecimiento histórico eclesial más importante en los últimos sesenta años, que duró cuatro años de sesiones, con la participación de 2450 obispos de todo el mundo.

No obstante, los obispos argentinos no fueron los únicos. Corre la versión de otro asesinato, en este caso del jerarca de la iglesia monseñor Manuel Larraín Errázuriz. Nacido en una familia de élite chilena, se transformó en un pastor con olor a oveja junto al jesuita San Alberto Hurtado, que impulsó la reforma agraria y luego se destacó a nivel internacional en el Concilio Vaticano II. En aquél cónclave fue uno de los 40 obispos firmantes del llamado “Pacto de las Catacumbas”, donde abrazaron una iglesia pobre para los pobres. La fuerza del Espíritu Santo de ese tiempo los llevó a construir una herramiento para América Latina, que era unir a los apóstoles de la región, que luego se conoció como el Consejo Episcolar Latinoamericano (CELAM).

Larraín, otro de los grandes olvidados, lo impulsó junto al arzobispo brasileño, Hélder Cámara, y el teólogo belga Joseph Comblin junto al Papa Pablo VI, el primer Pontífice en pisar el Nuevo Continente. Llamativamente, el monseñor chileno murió en otro accidente de auto en el contexto de la primavera eclesial. Vale recordar que fue el periodista Miguel Bonasso quien reveló que un grupo especializado de inteligencia se había formado en la tarea de simular asesinatos en la ruta.

El Terrorismo de Estado asesinó apóstoles de Jesús y no fue sencillo. Ocurre que el sacerdote que el Papa eleva al cargo de obispo significa entregar el pasaporte al círculo íntimo de Jesús, sus amigos, los doce apóstoles, el cristianismo original.

El obispo de Roma es el Papa, el Sucesor de Cristo, y comparte con los otros obispos del mundo el llamado Colegio Episcopal. Ellos dirigen, con el Sumo Pontífice a la cabeza, los destinos de la organización que lleva 2023 años de vida y supera los 1300 millones de bautizados, con un Estado, el más pequeño del mundo, la llamada Santa Sede o Vaticano, sin ejército pero con la mayor presencia planetaria de embajadas. Entonces el cura consagrado obispo en su diócesis, lo que sería el territorio eclesial, tiene plenitud del sacerdocio, con potestad total, por la que gobierna una iglesia local o particular en comunión con el Pontífice. No es poco que el obispo en cada diócesis tenga autoridad máxima en materia de magisterio, santificación y gobierno pastoral.

Fuente: TELAM

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