Brasil baja del pedestal a la princesa que abolió la esclavitud hace 135 años
La retirada de un premio en homenaje a la princesa Isabel, que en 1888 firmó la ley que liberó a miles de negros, reaviva el debate sobre una figura elevada a heroína por la historia oficial
Por Joan Royo Gual
Custodiado como uno de sus mayores tesoros, Brasil guarda un pergamino con letras de delicada caligrafía que dice: “Queda declarada extinta la esclavitud en Brasil’. La conocida como ley Áurea, de redacción brevísima y halo divino, la firmó la princesa Isabel, hija del emperador Pedro II, el 13 de mayo de 1888, hace este sábado 135 años. Brasil acabó de un plumazo (literalmente) con más de tres siglos de esclavitud. Fue el último país de América en hacerlo. Gracias a ese gesto la princesa se convirtió rápidamente en una heroína nacional. Da nombre a multitud de plazas y avenidas, y en Río de Janeiro tiene una estatua frente a la playa de Copacabana. Hasta no hace mucho era una figura que generaba unanimidad, “la redentora”; pero en los últimos años la presión del movimiento negro y de una nueva generación de historiadores está revisando su figura.
Hace pocas semanas, el Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva rebautizó un galardón creado en los últimos días de la administración Bolsonaro (la Orden del Mérito Princesa Isabel) como Luiz Gama, en homenaje a un abogado autodidacta que fue esclavizado durante diez años y que gracias a sus conocimientos jurídicos logró la libertad de más de 500 personas, convirtiéndose en uno de los más destacados líderes abolicionistas.
Durante años, la alargada sombra de la princesa ocultó muchas luchas, sobre todo la de los abolicionistas negros. Aunque las cosas están cambiando, en las escuelas y en el imaginario colectivo prevalece la imagen de la princesa salvadora, como reconoce la historiadora Ynaê Lopes dos Santos, autora del libro Racismo brasileño. Ella defiende que el abolicionismo fue el primer gran movimiento social brasileño: “Desgraciadamente lo que conocemos de la princesa Isabel se contó desde una perspectiva muy blanca de la historia de Brasil. Parece que un lindo día se levantó y dijo ¡se acabó la esclavitud!, dejando en un segundo plano una serie de luchas que marcaron Brasil desde 1865-1868 hasta la abolición”, remarca en un café de Río de Janeiro, no muy lejos del palacio donde residía la princesa.
Es verdad que la hija del emperador Pedro II tenía una visión progresista y simpatía por la causa abolicionista. No dudaba en aparecer en público con camelias, cuando estas flores se convirtieron en un símbolo de la causa antiesclavista, porque se cultivaban en un quilombo (un asentamiento) de Río de Janeiro que acogía a los fugitivos.
La princesa era íntima amiga de André Rebouças -el primer ingeniero negro de Brasil y uno de los principales abolicionistas- y llegó a organizar bailes benéficos para recaudar fondos para la causa. No obstante, la historiadora recuerda que firmó la ley Áurea porque “no le quedaba otra opción”. La norma supuso formalizar algo irreversible. Los periódicos de la época hablaban incluso de guerra civil. Los movimientos insurgentes, las fugas en masa o las invasiones de fincas proliferaban por todo el país. Las provincias de Amazonas y Ceará ya habían abolido la esclavitud años antes, las presiones internacionales, sobre todo de Inglaterra, ya eran insostenibles, y sobre la élite de terratenientes sobrevolaba el fantasma de Haití, único país donde la rebelión negra triunfó y desembocó en una república independiente.
En Brasil, durante mucho tiempo, el 13 de mayo fue una fecha señalada. En los primeros años tras la abolición era un día festivo en que había masivas celebraciones callejeras. Para los libertos no hubo ningún tipo de compensación económica ni reparación (tampoco para los propietarios), pero aun así “las fiestas tenían una adhesión popular inmensa”, explica Dos Santos. Todo fue decayendo a medida que la población negra percibía que la nueva República inaugurada en 1889 seguía estimulando la desigualdad racial, quizá no de una forma tan explícita como con la segregación racial de EEUU por ejemplo, pero sí con políticas que relegaban a los negros a un lugar subalterno, dificultaban su derecho a voto y buscaban blanquear la población estimulando la llegada de inmigrantes europeos, en línea con las tesis eugenésicas de la época.
En el campo de lo simbólico, el excesivo protagonismo de la princesa Isabel empieza a molestar. A partir de los años cincuenta y sesenta surgen voces que piden conmemorar el 20 de noviembre, día en que fue asesinado Zumbi dos Palmares, que en el siglo XVII batalló contra los portugueses al frente del mayor quilombo del país. “Zumbi aportaba una perspectiva de una ruptura más radical con la esclavitud, y es un protagonismo negro, frente a una protagonista blanca”, apunta la historiadora. A día de hoy, el 20 de noviembre es el Día de la Conciencia Negra, festivo en varios estados, y el 13 de mayo pasa sin pena ni gloria en el calendario.
En esa resignificación de la figura de la princesa Isabel, 1988 es un año que marcó un antes y un después. Se aprobó la actual Constitución, la de la redemocratización tras la dictadura militar, y también se celebraba el centenario del fin de la esclavitud. En todo el país, el Movimiento Negro Unificado (MNU) organizó la Marcha contra la falsa abolición. En una de sus pancartas más icónicas se podía leer “La princesa se olvidó de firmar nuestra cartilla de trabajo”. Las escuelas de samba de Río dedicaron todos los desfiles del Carnaval al centenario del hito histórico. Entre homenajes y miradas más críticas, la ganadora fue Vila Isabel, con un desfile que ignoraba solemnemente a la princesa, cantaba “gracias, Zumbi” y rendía homenaje a la herencia de Angola en la cultura brasileña.
La deconstrucción de la idea de la princesa como gran salvadora viene de lejos, pero se ha ido acelerando en los últimos tiempos. Otra escuela de samba, Mangueira, cantó en 2019 que la libertad “no vino del cielo ni de las manos de Isabel” y tuvo la osadía de presentar a la heroica princesa Isabel en lo alto de una carroza con las manos manchadas de sangre. Al mismo tiempo, reivindicaba las historias que quedaron escondidas detrás de los “héroes enmarcados”, como la de Chico da Matilde, también conocido como Dragão do Mar, el humilde marinero que en el estado de Ceará se negó a desembarcar esclavizados para repartirlos por Brasil. Su historia, como la de Manoel Congo, líder de una revuelta en el principal valle cafetero de Río, la del propio Luiz Gama y muchos otros, aún son poco conocidas por el gran público, a pesar de que en los últimos años florecen los libros, documentales y exposiciones sobre sus vidas.
Con ese movimiento de rescate de trasfondo, la princesa Isabel acaba entrando en un terreno de disputa, afirma la historiadora. “Hay una mirada antirracista que defiende que no se puede explicar la abolición a partir de la centralidad de la princesa, porque no es suficiente y porque elimina la actuación de miles de personas, sobre todo negras, y por otro lado hay un ala más conservadora que defiende el racismo como sistema de poder y que fortalece a la princesa Isabel, porque la presenta como si fuese la gran madre de los esclavizados”, explica.
La figura de la regente que nunca llegó a heredar el trono ha sido reivindicada por la derecha a medida que los movimientos sociales y los sectores políticos más progresistas la iban despojando de los excesos de benevolencia y gratitud. En una sesión en el Congreso, uno de los hijos de Bolsonaro, el diputado Eduardo Bolsonaro, la defendió frente a quienes no la enaltecen “quizá por ser blanca”. Lo dijo ante el también diputado de extrema derecha Luiz Philippe de Orleans e Bragança, tataranieto de la princesa. A finales de diciembre del año pasado, Bolsonaro, ya derrotado en las elecciones, dedicó uno de sus últimos días de mandato a crear la Orden del Mérito de la Princesa Isabel, para premiar a personas o entidades que trabajan en favor de la protección de los derechos humanos. Entre los primeros en recibir el galardón estaban él mismo y su esposa, lo que se interpretó como una de sus últimas provocaciones.
El nuevo Gobierno de Lula rebautizó el premio como Luiz Gama, y la extrema derecha lo sintió como un agravio contra la princesa. El ministro de Derechos Humanos, Silvio Almeida (uno de los pocos negros del gabinete), rebatió las críticas pidiendo dejarla al margen de batallas políticas. “En nombre de la princesa Isabel y de su importancia para la Historia lo mejor que hicimos fue acabar con ese premio, que era fruto de un desvío de finalidad”, zanjó.
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