Osvaldo Magnasco, fiscal de la patria y gran exponente de la Generación del 80. Por Gustavo Battistoni

Mucho tiempo antes de la aparición de la magistral obra de Raúl Scalabrini Ortiz Historia de los Ferrocarriles Argentinos, donde se denuncia con estadísticas irrecusables que las inversiones inglesas no eran más que el trabajo de los argentinos acumulado y que era girado al exterior produciendo una sangría y descapitalización permanente, un brillante exponente de la Generación del 80, Osvaldo Magnasco, denunció el expolio al que éramos sometidos por quienes decían, falsamente, colaborar en nuestra grandeza.

Una crítica superficial juzga a aquella magnífica Generación que modificó la estructura social y política nativa, asociándola con el servilismo al capital extranjero, lo que es falso e injusto. El mundo vivía las primeras instancias de la consolidación del capital financiero en el mercado mundial, y la exportación de capitales comenzaba a tomar una dimensión nunca antes conocida. En ese contexto, y con la idea de desarrollar nuestras fuerzas productivas, los liberales nacionales, entendían que podían contribuir esos ahorros con la nueva Argentina. Aunar lo mejor de la tradición vernácula con los vientos de la renovación mundial en curso, era el ideario a seguir, cuya síntesis podemos encontrarla en el pensamiento de José Hernández.

Al poco tiempo de llegado el capital extranjero por estos lares, ya se podía ver que las ilusiones sobre su arribo se iban desvaneciendo raudamente, y en esto puso el énfasis un joven de 27 años de edad, de humilde origen y entrerriano, abogado de nota con una profunda versación clásica. En 1891, como Diputado de la Nación, con su oratoria implacable, defendió la derogación de la ley nacional número 2.265, que había otorgado lesivas concesiones a los capitales ingleses en los ferrocarriles. Afirmaba con certeza: ”…es sabido por todos los señores diputados que no pasa un solo día sin que tengamos que lamentar algo así como una reyerta entre los poderes públicos y las compañías particulares encasilladas en sus concesiones y en la soberbia de una audacia sin precedentes”. Y continuaba arguyendo:” ¿Han cumplido esas compañías los nobles propósitos que presidieron esas concesiones de ferrocarriles, tan prodigada en los últimos años? ¿El espíritu civilizador que animó las disposiciones legislativas, han sido satisfechas por las empresas? ¿Han servido cómo los elementos de un progreso legítimamente esperado o, por el contrario, han sido obstáculos serios para el desarrollo de nuestra producción, para la vida de nuestras industrias y para el desenvolvimiento de nuestro comercio?”. Impecables palabras que resuenan aún hoy cuando vemos la conducta de lucrativas empresas que no brindan ningún servicio real, escudándose en concesiones dolosas e inmorales.

Luego, el Tribuno de la Plebe, pasa cuenta del papel negativo sobre las economías de Cuyo y Jujuy “empeñada desde hace años en la producción de petróleos naturales”. También analiza los problemas que generan las abusivas tarifas sobre las economías de Tucumán y Santiago de Estero. Y refiriéndose a la Pampa Húmeda, manifiesta: “¡Ahí están nuestros cereales, los cereales de nuestras provincias y los ganados de nuestras provincias ganaderas! ¡Siempre le falta materia rodante! ¡Siempre alguna traba! Ahí están hacinados y paralizados en las estaciones, como se relega un material inútil en un depósito de trastos viejos”.

Y expresaba con vehemencia sobre el decreto que le dio las leoninas garantías a los ferrocarriles ingleses:”Lo grave, decía, es que vino este decreto, al que yo no le he encontrado otra calificación de derecho ministerial longo, decreto matufia”. Y prosigue: “Sí señor presidente, es-te es un decreto telaraña, en donde han quedado enredados todos los derechos del estado, en perjuicio de los intereses generales y en beneficio exclusivo de las empresas”. Más claro, imposible. Muchos opinan que esta participación parlamentaria es la clave de bóveda para entender el odio de la oligarquía mitrista al gran patriota.

Otro tema interesante de su brillante exposición, es su visión ¡en 1891!, sobre la importancia que tendrá en la economía mundial el oro negro: “El petróleo, al que me refería al principio, va a ser, sin duda, el combustible del porvenir. Está sustituyendo con grandísima ventaja con una economía del sesenta y hasta el setenta por ciento, al carbón de piedra”. Tendrán que pasar 30 años para que Hipólito Yrigoyen y el General Enrique Mosconi retomen el ideario del Federalista entrerriano desarrollando YPF.

El socialista Alfredo Palacios que era su adversario político, nos dejó esta opinión sobre uno de los grandes políticos de nuestra historia:”Era un hombre magnífico. Por ser un espíritu independiente y por ser un enemigo acérrimo de todo lo reaccionario, por la defensa de los obreros a quienes dictaba sus defensas”. Y Mario Bravo, defensor del proletariado y consumado escritor, lo valoró de esta manera:” El orador más admirable que haya conocido en mi vida”.

Osvaldo Magnasco, eminente exponente de una generación aún incomprendida, puso la lupa sobre el mito de que sólo la inversión extranjera puede sacarnos del marasmo y abrirnos paso hacia la prosperidad. Bienvenidos los capitales del mundo que deseen contribuir con nuestro desarrollo, pero siempre supeditados al interés soberano del pueblo argentino.

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