Política e Historia: la comprensión del Todo. Por Elio Noé Salcedo

El autor reflexiona sobre la relación entre conciencia histórica y conciencia política y cuestiona los déficit en la formación de esa conciencia nacional.

Debo confesar que me gusta la Historia, ¿o será que me gusta la Política? Aprendí que es imposible comprender la Política -que es la Historia del futuro– sin conocer y entender la Política del pasado, que es lo que consideramos Historia en el presente. Tal vez por eso, entiendo, que para empezar a comprender políticamente la realidad que padecemos, debamos comprender necesariamente toda nuestra historia anterior.

Ciertamente, no se puede comprender la política del presente sin conocer y entender la política del pasado, y no se puede proyectar un futuro posible sin previamente resolver o direccionar favorablemente el presente político hacia ese objetivo.

Es tan cierto que no se puede realizar un cambio con los mismos de siempre (suponiendo que los que vienen no son los mismos de siempre), como pretender hacer un cambio repitiendo lo que ya hicimos tantas veces -como procuran los mentores y ejecutores del próximo gobierno-, con resultados desastrosos a lo largo de nuestros 200 años de historia.

Primera conclusión: sin duda, estamos dónde y cómo estamos, por no haber resuelto los pleitos de fondo pendientes como Nación, a mitad de camino de nuestra realización integral. En ese sentido, repercute más en nuestra situación actual lo que hemos dejado de hacer que lo que hemos hecho, en tanto el presente repercutirá favorable o desfavorablemente en nuestro futuro inmediato o más lejano. De eso se trata: de comprender para no repetir los errores del pasado.

A propósito de lo que decimos, señala el historiador y pensador nacional Roberto A. Ferrero “En la Huella de Abelardo” (2013) al reflexionar sobre este mismo tema: “Una foto instantánea como la que nos puede presentar el peor de los estructuralismos a-historicistas, nos dará una descripción de la realidad coetánea, pero no una comprensión de ella, que es lo que hace falta para organizar un futuro posible”. Y esa comprensión solo será posible si esa realidad que intentamos comprender, completa Ferrero, “se ajusta a los hechos y al sentido en que venía (o viene) direccionada nuestra historia” y “no a una reconstrucción arbitraria o mitológica del pasado sino a su conocimiento científico”.Para eso, y consecuentemente con ello, no podemos salirnos de la historia -como realidad ni como ciencia- para entender tanto la realidad pasada (la historia) como la presente (la política), inclusive en sus flagrantes y aparentemente incomprensibles contradicciones.

De allí “la necesidad de conocer la realidad pasada y presente en su más exacta verdad”, que no se puede conocer sino a través del conocimiento de ese proceso en el tiempo que tiene sus particularidades y sus propias metodologías de análisis para abordar su “totalidad”, susceptible de ser comprendida en su complejidad, continuidad y/o contradicciones.

Es que no podemos comprender el resultado de las recientes elecciones y la situación a la que nos vemos enfrentados, por ejemplo (derrota del proyecto nacional y recomienzo de otro retroceso salvaje como sociedad, como país y como personas), si no tenemos una visión retrospectiva y total de nuestra vida histórica, en la que estos hechos y los avances y retrocesos cíclicos que nos ha enfrentado muchas veces  se repiten y ya forman parte de nuestra historia, sin haberse nunca resuelto definitivamente a favor del pueblo y de la Patria, como lo hicieron los países desarrollados al comienzo de su historia como Naciones.

Por el contrario, para entender el presente debemos remontarnos incluso al momento de nuestra independencia política y jurídica, y, a partir de entonces, por presión de intereses extranjeros y entrega de los agentes nativos y cipayos de siempre, subordinados al mismo tiempo económica y culturalmente a los nuevos poderes imperiales (“universales” y/o globales) de turno.

Resulta necesario saber, por supuesto, que la realidad que heredamos, no comenzó en 1976 con la caída estrepitosa de un gobierno nacional, popular y democrático (de lo que sabemos muy poco), ni con el renacimiento de la democracia en 1983 y sus deudas con la sociedad, como podrían pensar las actuales generaciones, víctimas de la confusión generalizada o de modas académicas que en lugar de aclarar, oscurecen, por falta de una cosmovisión realmente nacional.

En definitiva, “el fin último de la labor del historiador -como sostenía Denís Conles Tizado en el prólogo a “Temas de Historia Nacional. Revolución y Federalismos”, de Alfredo Terzaga (1995)- no puede agotarse en la mera explicación del pasado, tal como haya sido, para entender el presente. Mediante la crítica, la interpretación y la valoración del pasado -explicaba Conles-, esa labor debería, además, permitirle al hombre actual saber lo que ha de aceptar y lo que ha de rechazar de ese pasado, no solo para comprender el presente, sino principalmente, para estar en condiciones de transformarlo. En ese sentido, “ser revisionista es militar en la historia, empujarla en una dirección u otra, influir en la sociedad”, no para impugnarla o tergiversarla ni para destruirla sino para construir con la sociedad, para ella y por ella, un futuro mejor para todos y no solo para algunos, sobre todo cuando no se trata de la mayoría de los argentinos ni mucho menos sino de intereses especulativos extranjeros y fondos buitres, que quieren arrebatarnos la Argentina y el futuro para siempre.  

Cientificismo a-histórico y apoliticismo

Con los mismos fundamentos científicos e intenciones patrióticas que, dada su importancia, nos llevan a reflexionar brevemente siquiera sobre la relación de la Historia con la Política, en “Crítica a la Sociología Académica”, el Prof. Blas Alberti reivindicaba “la tentativa por generar un sistema de conceptos que sirvan para recrear la propia realidad, transformándola y no solo refiriéndola. El todo y no la parte, o la parte en el todo… Todo esto en el lugar que la historia le ha asignado a nuestra geografía -advertía-, deben ser el punto de partida fundamental de una ciencia social que aspire a poseer una personalidad diferenciada” respecto a los científicos, el análisis y la comprensión de otras realidades distintas o que sirven a otros intereses nacionales que no son los nuestros.

Vale la pena recordar también las palabras del Prof. Alberti sobre algo que, por lo que evidencian los hechos, no se ha modificado mucho sino agravado (en todo caso por influencia y/o contagio en el pensamiento general) y da cuenta de nuestros déficits a nivel país, sobre todo en un lugar estratégico para el pensamiento como son las universidades, más allá de las circunstancias electorales: “El ámbito de las universidades de América Latina, salvo honrosas excepciones -reflexionaba Blas Alberti-, se encuentra dominado por un cientificismo a-histórico y carente de aquello que teóricamente constituye su función: propender a la comprensión del mundo real al que dice servir, y dotar de fundamentos científicos a las legiones de jóvenes que acuden a sus claustros”. La enseñanza y debate de nuestra historia en las Universidades, Colegios Militares  e incluso la Escuela Pública es una asignatura pendiente a nivel de la formación como argentinos.

No es suficiente con que las universidades sigan siendo gratuitas sino que, además de ser gratuitas, deben servir concreta y comprometidamente al interés nacional, pues hasta ahora, y cito de nuevo palabras de Alberti -que podrían ser de Taborda, Jauretche, Ramos, Terzaga o Ferrero-, “las más importantes contribuciones a la comprensión de América Latina se han realizado al margen de las universidades y sus círculos áulicos”, en la medida en que “en especial los llamados “sectores avanzados” recelan en la gran mayoría de esos aportes, adormecidos por la pedantería libresca o por el fulgurante espectro de la cultura metropolitana”, que descree de nuestros valores nacionales o que, en su defecto, confunde bajando línea con teorías aparentemente progresistas pero realmente retardatarias, divisionistas y negadoras de nuestra identidad común latinoamericana, que es mestiza en su gran mayoría a partir de la fusión genética y cultural de indígenas, españoles y criollos desde el primer siglo de dominio español en nuestras tierras.       

Saúl Taborda también, en 1934, declaraba y ponía ya en evidencia con muchos años de anticipación, este retroceso de la conciencia nacional que ahora se agudiza en pleno siglo XXI: “En vano -argumentaba el pensador nacional de Córdoba- el investigador buscará en sus programas y planes la más ligera incitación hacia las inquietudes vitales que llenan las dramáticas resonancias de las discusiones de la plaza, las páginas de los cotidianos y los afanes de los talleres y de los campos”. Al contrario, el hombre de ese “hortus conclusus” (que Taborda cuestionaba en coincidencia con el pensamiento nacional de todos los tiempos), “carece del don de la comprensión histórica, que es el único título habilitante para ser hombre de su tiempo”.

En homenaje a nuestra existencia histórica como país y como sociedad nacional que se valora, es necesario volver a la conciliación entre el espíritu y la vida, entre la historia y la política (hoy tan denostada), como planteaba ya Taborda en “La crisis espiritual y el ideario argentino (1934), pues, es importante subrayarlo, “un extraño apoliticismo -a diestra y siniestra, por distintas razones- ha hecho camino en la inteligencia argentina y la aleja del vivo contacto con los graves problemas que atañe al destino de nuestra comunidad”. Es urgente y necesario pensar y actuar en consecuencia, para el reencuentro con lo argentino de todos los argentinos. Los frutos de tal desencuentro están a la vista.  

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