“Una historia de amigos que abarca la historia más grande de América del Sur”

Entrevista a Alver Metalli sobre su nuevo libro Tierra prometida. Su visión de la Iglesia latinoamericana, su vínculo con Methol Ferré y el padre “Pepe” Di Paola. Por Manuelita Manini Ríos

¿Cómo comenzó tu carrera como periodista?

Mis inicios profesionales se remontan a 1978, cuando comencé a trabajar en un semanario de Italia que se empezó a publicar ese año. Era el año de los tres papas, como se lo conoce, con la muerte de Pablo VI, la elección de Juan Pablo I y su rápida desaparición y la elección de Juan Pablo II, tres acontecimientos con sus correspondientes cónclaves que tuvieron lugar en el espacio de unos pocos meses. Fue mi bautismo de fuego. El otro es que en la organización de la revista, me asignaron América Latina, atravesada en ese decenio por fuertes tensiones y revoluciones incipientes. Así emprendí mis primeros viajes a Nicaragua en plena insurrección sandinista, a El Salvador, con el asesinato de monseñor Romero y los intentos de la guerrilla del FMLN de tomar el poder, a México con la irrupción del movimiento zapatista en el escenario nacional, en Colombia con las FARC a la ofensiva y a América del Sur, todavía gobernada por regímenes militares en Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile.

¿Y cuándo surgieron tus primeros libros?

Los libros vienen después, en los años 2000. En este sentido, puedo decir que fui un periodista precoz y escritor tardío. Publiqué los primeros artículos a los diecinueve años y escribí una novela a los 49. En el medio hay treinta años. Pero puedo decir que la exigencia que implican es la misma en ambos casos: dar cuenta de la realidad.

¿Qué significa “dar cuenta de la realidad”?

La cuestión es que la realidad de ninguna manera es “fotográfica”. La porción de mundo que de tanto en tanto impresiona la retina flota en un océano de nexos, de antecedentes, de referencias… de significado, para usar una sola palabra. Por eso, para tocar la realidad hay que transfigurarla, es decir, verla en la totalidad de su figura, en una unidad de forma y significado. Creo que en el escritor está más afinada la capacidad de transfigurar la realidad, para conocerla y hablar de ella, o, para decirlo de otra manera, en el escritor se desarrolla una dimensión más acorde con la realidad.

Sé que has vivido en diferentes países…

En Argentina, una década, hasta 1999 cuando me transferí a México con un contrato de la RAI de Italia que se renovó durante diecisiete años consecutivos. En 2002 me mudé a Uruguay, a Montevideo, donde viví cinco años. En 2007 volví a Argentina y desde Argentina colaboré con el portal de información Vatican Insider. La elección de Bergoglio como Papa, a quien veía cuando era arzobispo de Buenos Aires, fue una de las razones del nacimiento del sitio sobre América Latina Terre d’America, con su correspondiente versión en español Tierras de América, que dirigí durante cinco años, hasta octubre de 2018. Ya estaba viviendo en manera estable en esta parte del mundo, exactamente en Argentina, con la tarea de codirigir el semanario nacional Esquiú. Hoy tengo nacionalidad argentina.

¿De qué trata tu última publicación, Tierra prometida?

Es una “historia dentro de una historia”, como dice el subtítulo del libro, una historia de amigos que abarca la historia más grande de América del Sur. El libro lo escribí justamente como una larga narración que intercepta, sigue y anuda los múltiples hilos que convergieron en el impulso que llevó a echar raíces en América Latina a Comunión y Liberación, el movimiento fundado por don Giussani, de quien se cumplió hace poco el centenario de nacimiento. En el libro le dedico espacio a figuras, publicaciones, puntos de encuentro, redes de amistades, circunstancias y grandes acontecimientos políticos y eclesiales latinoamericanos del período considerado. En gran medida, las que usé son fuentes orales de personas que aún viven (alrededor de ochenta). Sin dejar de lado artículos, correspondencias, diarios y memorias desconocidas hasta ahora o poco conocidas. Aprovecho para decir que en Tierra Prometida, Uruguay y Methol Ferré tienen mucho peso.

Con Alberto Tucho Methol Ferré tuviste una larga entrevista en los años que estuviste en Uruguay, la cual confluyó en el libro La América Latina del siglo XXI.

Creo que se puede decir que La América Latina del siglo XXI es un verdadero “testamento intelectual” de Methol Ferré. Condensa su enorme cultura, aunque siendo, como él decía, un “autodidacta”, expone con gran claridad su visión de América Latina y los procesos que la atraviesan. Su pensamiento emerge airoso, vivaz, navega seguro entre los pliegues de la historia latinoamericana. Toda la fundamentación del libro se apoya en la convicción de que el presente no se puede entender si se lo considera aislado, y mucho menos con el mero análisis de la actualidad o con la acumulación de crónicas sobre el presente. En este sentido, Methol Ferré cumple un verdadero recorrido desde el hoy de América Latina hacia su pasado más reciente y el más remoto, en un viaje a las fuentes de las que surgen los fenómenos que hoy vemos, para volver al presente llevando un mayor bagaje de hipótesis explicativas con las que, de nuevo, partir para indagar el futuro. Presente-pasado-presente-futuro: si se pudiera graficar nuestro método de trabajo, estas serían sus coordenadas.

¿Qué rescata de la figura de Methol Ferré y su visión de nuestra América?

Su figura es más actual que nunca, su pensamiento tiene una vigencia extraordinaria. Pero quiero contestar con una anécdota que dice mucho de su humanidad. Al final de una larga exposición sobre los acontecimientos que marcaron el siglo XXI, Methol Ferré dijo que para él, “el acontecimiento de los acontecimientos fueron los hijos”. Sus tres hijos, Marcos, Lucas y Pedro concebidos en edad más que madura. No fue el único momento que me sorprendió en el tiempo que duró la entrevista, prácticamente un año.

En otro momento, en la mitad de un razonamiento sobre la devastación humana provocada por el “ateísmo libertino” en América Latina, Methol Ferré fue a buscar algo. Volvió después de unos minutos con una hoja de cuaderno en las manos. Era un poema, titulado “El origen de la realidad”. Me lo mostró con cierto pudor. Y me dijo que lo había escrito para un amigo, un músico que alardeaba de nietzscheano y con quien había tenido una discusión. El poema hablaba de la vida como un don, de la realidad como misterio bueno, de un Dios que danza. Después de haberlo leído con una entonación no muy adecuada para la declamación, ya que Methol Ferré tartamudea, reveló haber escrito otros poemas cuando era muchacho, algunas rimas que su padre hizo publicar. Por eso, dijo, desde aquel momento ya no pudo escribir más. Pero la consideración de la poesía como acceso privilegiado a la verdad no la perdió nunca.

De ese tiempo compartido con Methol Ferré surge también un texto titulado El Papa y el Filósofo.

En realidad, es una edición ampliada de La América Latina del siglo XXI, con un capítulo inicial que investiga las relaciones entre Bergoglio y él, tanto de carácter personal como intelectual.

¿En qué visión de Francisco se expresa la comunión intelectual de esa amistad con Methol Ferré?

Hay que decir que la relación entre Bergoglio y Methol Ferré viene de antes de la elección del primero a Papa. Se conocieron “intelectualmente” en la década de los años setenta. Cara a cara, en cambio, se encontraron por primera vez en 1978, en la onda del impulso que ambos intentaban imprimir, también en Argentina, al debate preparatorio para la tercer Conferencia general del episcopado latinoamericano a realizarse en Puebla de los Ángeles, México. En el primer capítulo del libro hay un testimonio importante del rector de la Universidad del Salvador de Buenos Aires en los años 1975-1980, que recuerda con claridad esa época. Francisco Piñón recuerda los encuentros con Methol Ferré, Lucio Gera, Luis Meyer, Hernán Alessandri, Joaquín Allende, Juan Lumerman, Carlos Bruno y otros. Se reunían para discutir el Documento de consulta de Puebla. Circulaba en ambientes bastante restringidos. Bergoglio era entonces un joven provincial de treinta y siete años, elegido como superior en 1973, que hacía todo lo posible para transferir la Universidad del Salvador a la comunidad de laicos, manteniendo en manos de la Compañía de Jesús la Universidad Católica de Córdoba.

En el libro se evoca el momento del primer encuentro entre Bergoglio y Methol Ferré. Fue un almuerzo de tres, que se llevó a cabo en el Colegio Máximo de San Miguel, sede pontificia, en aquel momento, de la Facultad de Filosofía y Teología de los Jesuitas. En el almuerzo se habló del momento histórico de América Latina y de la responsabilidad de la Iglesia en esa coyuntura. Desde una óptica católica se observaba la situación del continente en la vigilia del encuentro de Puebla. El tema de la cultura, tal como se estaba perfilando en la fase preparatoria de la Conferencia en la que Methol tenía una participación muy activa, el de la religiosidad popular, el mismo tema de la Teología de la Liberación, se plantearon en profundidad durante la conversación.

Es oportuno recordar que en Argentina se había formado un núcleo, una línea teológica que ponía el acento en lo existencial, en la religiosidad y en la cultura popular. Vale decir, más en la Historia y el pueblo que en la Sociología y las clases sociales. Formaban parte de ese núcleo, entre otros, los argentinos Lucio Gera, Gerardo Farrell y Juan Carlos Scannone, nombres conocidos y frecuentados tanto por Bergoglio como por Methol Ferré. Gera, amigo personal de Bergoglio, no aceptaba el enfoque sociológico de Gutiérrez y Boff. Trataba en cambio de incorporar el tema de la liberación en la tradición social de la Iglesia. Por su parte, el objetivo de Scannone era conjugar la línea de Gera con la de Gutiérrez; Farrell, otro argentino, especialista en Doctrina Social de la Iglesia, avanzaba entre tanto en el terreno de modernidad y liberación. Todos tenían en común el acento en el tema de la religiosidad popular, de los pobres, de la cultura, de la historia latinoamericana y de la Patria Grande y desarrollaban un enfoque mucho más comprensivo de las realidades nacionales que, en consecuencia, entraba en conflicto con esa parte de la teología de la liberación subordinada a la hermenéutica marxista.

¿Cuál era la crítica de fondo que Methol Ferré hacía a la Teología de la Liberación?

Decía que en muchos exponentes de esta corriente –no en todos– el cristianismo se subordinaba a una concepción totalizante de origen diferente y contrario al cristianismo, y no al revés. Esa amalgama se mantenía de manera forzada y precaria. Los hechos sucesivos demostraron el acierto de esta crítica. La deslegitimación histórica del comunismo evaporó la Teología de la Liberación como presencia en América Latina. Methol Ferré reconocía méritos a la Teología de la Liberación con mucha honestad intelectual. Decía que esta teología había prestado un inestimable servicio al resituar la política en función del bien común y en estrecha relación con la opción preferencial por los pobres y por la justicia. En cierto sentido lamentaba que se hubiera “evaporado”.

Volvamos a El Papa y el Filósofo

Los lazos personales entre Bergoglio y Methol Ferré se intensificaron en el tiempo. Los dos eran descendientes de italianos, entre los dos comenzaron a ponerse de manifiesto afinidades explícitas, siempre dentro de una relación cordial y muy respetuosa. En sus frecuentes visitas a Buenos Aires Methol Ferré lo visitaba a Bergoglio en su departamento de Rivadavia 415. Eran visitas que apreciaba, que se prolongaban mucho más allá de los horarios protocolares, muy poco respetados, por otra parte, por su mismo interlocutor. He sido más de una vez testigo de la seriedad de aquellas visitas, del beneficio que obtenía de ellas y de la satisfacción con la que Methol Ferré salía de la casa del Cardenal Bergoglio. No sorprenden las afinidades de pensamiento, y las concordancias espontáneas entre Bergoglio y Methol Ferré. En 2005, prologando la edición española de Una apuesta por América Latina, de Guzmán Carriquiry, Bergoglio afirma la necesidad de “recorrer los caminos de la integración hacia la configuración de la Unión Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana”. Un tema muy desarrollado por Methol Ferré, que estaba convencido de que el que no forme parte de un Estado-continente acabará, en un mundo global, al margen de la historia, donde solo es posible expresarse en términos de lamentación, de furia o de silencio.

Como lector prolífico y profesor de literatura en los años setenta, Bergoglio utilizó una imagen tomada de un libro que amaba, comentaba y aconsejaba, El Señor del Mundo del escritor y presbítero inglés Robert Hugh Benson. La imagen de un mundo unificado a escala planetaria, donde la filantropía ha reemplazado la moral y la tolerancia ha uniformado toda identidad humana. “Una concepción imperial de la globalización”, según Bergoglio, que absorbe a los pueblos dentro de una uniformidad homologadora, un verdadero totalitarismo posmoderno. Los ecos de Methol Ferré son fuertes, con su análisis del nuevo ateísmo en el que ha degenerado el fracaso de la síntesis marxista. En un mundo sin valores –afirma Methol Ferré–, uniformado y homologado, el único valor que permanece es el del más fuerte; donde todo tiene idéntico valor, prevalece un solo valor: el poder.

¿Cuál es tu relación hoy con el papa Francisco?

La mía es de un italoargentino que sigue desde esta orilla del océano el camino de un pontificado realmente tradicional en el anuncio e innovador en las formas. Lo apoyo sobre el terreno, por así decirlo, en Argentina, en la villa donde vivo, que es un mundo que el Papa conoce bien desde los años en que era superior de los jesuitas.

¿Cómo has visto el trascurso del sínodo que acaba de terminar?

Es algo de un alcance que ha sido subestimado por los medios en sus además escasos comentarios dedicados al sínodo. Al contrario es la coronación del Concilio, la afirmación de un método eclesial que tendencialmente involucrará todos los aspectos de la vida de la Iglesia, desde su modo de concebirse en relación con el mundo, hasta su modo de comunicarse, su modo de estar presente y de leer la historia.

Yo era lectora de tus columnas en el sitio Tierras de América sobre noticias y análisis de América Latina y leer tu despedida me causó mucha tristeza. ¿Cómo fue esa etapa concluida en 2018?

Las cosas, incluso las más rentables, tienen un tiempo, y Tierras de América lo ha terminado. Queda un archivo de documentos, discursos, artículos, reflexiones y análisis que se pueden consultar. Sé que muchos lo hacen.

¿Cuáles son hoy tus canales de comunicación?

Los comunes a todos: un blog, que se llama Contraluz, una página de Facebook y una de Instagram y Twitter.

Desde 2013 vivís en La Cárcova, un barrio carenciado de la periferia de Buenos Aires, trabajando codo a codo con los “curas villeros”, ¿cómo discerniste tu llamado al servicio de los más frágiles de la sociedad?

Se están cumpliendo diez años de que vivo en las villas del Gran Buenos Aires. Recuerdo perfectamente el día que me fui a vivir, un domingo a la tarde con dos valijas que contenían todas mis pertenencias. Hacía poco que habían elegido papa a Bergoglio, lo que sin duda contribuyó a mi decisión, al igual que mi historia de muchos años en América Latina. La posibilidad de construir la Iglesia en un contexto de marginalidad siempre fue una “provocación” que sentí que me tocaba de cerca. El llamado del Papa en este sentido y la amistad con el padre Pepe di Paola, cuando todavía estaba en la Villa 21 de Buenos Aires, me han permitido insertarme y colaborar con él y con el trabajo enorme que hoy realiza en las villas de León Suárez.

Agrego que el mismo Papa señala constantemente la pobreza como un lugar privilegiado para la misión cristiana, y eso ha tocado una cuerda que en mi vida ya estaba en tensión desde hace tiempo. En toda sociedad hay sectores donde la imagen del “hospital de campaña” de Bergoglio resulta especialmente actual, donde la humanidad está herida, está siendo explotada, está sufriendo, y el cristianismo es una experiencia que rescata lo humano en todas sus dimensiones. Debo decir que es apasionante ver cómo, a partir de una masa de gente disgregada como la que vive en las villas, que debe hacer frente al problema de la supervivencia, poco a poco se va formando un pueblo que mira el futuro con otros ojos y comprende que puede construir uno diferente y mejor.

¿Qué representa para vos el padre José Pepe di Paola?

Un hermano en la fe, un compañero de camino que recorre con una decisión y una generosidad extraordinarias las sendas del Evangelio. El primerísimo encuentro con él fue poco antes de las amenazas de muerte que lo alejaron de la Villa 21 y lo llevaron a Santiago del Estero, donde estuvo dos años. Y donde vuelve a vivir el próximo mes de febrero. Lo llamé y lo fui a entrevistar a la Villa 21 cuando todavía estaba allí. Fue el comienzo de una relación en la que fue creciendo la admiración por su manera de estar presente en lugares marginados y de gran pobreza material, como son las villas. Y por su método de trabajo que, desde una posición de fe, hace surgir las respuestas a las grandes necesidades de esos sectores.

La fe es la motivación explicita de una acción liberadora y de una acción educativa cuyo objetivo es generar sujetos humanos que se hacen protagonistas de su proprio rescate. Todas las transformaciones que se produjeron en estos años en las villas de León Suarez nacieron en su interior y las llevaron a cabo las mismas personas de la villa. Creo que el Papa Francisco deja muy claro lo que quiero decir cuando afirma que no puede haber un cambio real y duradero si no se produce “desde dentro y desde abajo” de una determinada situación.

Has entrevistado al cardenal confesor nombrado recientemente por el papa Francisco, Luis Dri, y ha afirmado que “desgraciadamente este pueblo ya no es pueblo y Argentina no es una nación. Cada uno piensa en sí mismo, ciego y sin tener en cuenta al otro”. ¿Qué opinión te merece esa afirmación?

Lo que pasó en Argentina con la victoria aplastante de un Milei, lamentablemente, lo confirma. Aunque no es la última palabra. El cardenal Dri también está convencido de ello y, sin desanimarse, sigue pasando sus días en un confesionario, porqué considera el perdón como “un freno contra el mal social, contra el egoísmo que desborda en un proyecto político, contra visiones que excluyen, marginan y apuntan al bienestar de unos pocos”.

Desde cierta dirigencia política argentina existe una confrontación con el papa Francisco. Por ejemplo, hay quienes afirman que la Iglesia sostiene la “Ideología del pobrismo”.

Hay una corriente de pensamiento de origen liberal norteamericano que atribuye a la Iglesia el subdesarrollo de los países de América Latina. Y como la mayoría de los pobres de América Latina son católicos y cristianos, esta opinión termina haciéndolos culpables de su propia pobreza y al mismo tiempo, de alguna manera, le quita la responsabilidad a un gobierno que debería en cambio ocuparse de ella. En Argentina es una visión que subyace en las posiciones que existen tanto en algunos círculos intelectuales como políticos. Es el caso de los nuevos dirigentes que rodean el presidente Milei. Lo cierto es que la Iglesia no crea a los pobres, los crea un tipo de desarrollo que deja atrás o margina a sectores importantes de la población. La Iglesia, es decir, la comunidad de cristianos, comparte su condición mucho más que otros actores.

Fuente: lamañana.uy

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *