La Argentina: entre la vida o la muerte. Por Elio Noé Salcedo

De tratamiento urgente

Después de preguntarnos y respondernos de una u otra manera y muchas veces, ¿de qué nos sirvieron cuarenta años de democracia?, ¿cuál fue nuestro error?, ¿qué poder tiene nuestro enemigo histórico?, ¿qué fue lo que no hicimos?, recorriendo otra vez el camino de los nueve círculos del infierno entre la vida y la muerte, nos preguntamos una vez más: ¿cómo lograremos salir de “esta caverna de mal piso y escasa luz” a la que volvimos a caer en vísperas de la que debió ser la Navidad más esperanzadora desde 1955 a la fecha?

En principio, no será fácil reconstituir esa Argentina que, desde hace 70 años y hasta la llegada de sus nuevos liquidadores, fue progresivamente desmejorada y que, aun así, seguía viva y con grandes posibilidades de vivir mejores momentos. Una nueva derrota la ha puesto en manos de sus nuevos verdugos e ideólogos de siempre, esta vez solo civiles (los civiles que nunca juzgamos, empeñados como estábamos en juzgar y condenar solamente a los verdugos del golpe oligárquico de 1976).

Aunque más difícil que revivirla (solo hay que mirar la propia historia para darnos cuenta qué hacer), será detener y echar para siempre a los que están dispuestos a matarla y enterrarla con 47 millones de argentinos adentro. Para eso hace falta mucha conciencia nacional, espíritu patriótico, voluntad popular y decisión política, ante la acefalía de hecho que tiene el movimiento nacional en su conjunto, y cuya conducción hay que reconstituir en forma urgente, aunque no a la manera de los últimos años (solo con o desde la rama política) sino con la representación de los sectores fundamentales de nuestro país, en el que la clase trabajadora (compañeros y compañeras) deberá tener un lugar preponderante.

Deberemos hacerlo en forma urgente, porque la Argentina, después de la llegada al poder de esta camarilla de alucinados destructores, y de las medidas que entrarán en vigencia, a partir del mismo día en que Herodes ordenó la matanza de los inocentes hace ya dos mil años, será plenamente destruida y quedará en estado de coma a la espera de una muerte anunciada. 

Un proceso tortuoso

Mientras los enemigos de la Patria le bajaban el precio a lo que supimos construir con un propósito de grandeza nacional en aquella década decisiva de 1945 a 1955, poco a poco, desde nuestro campo, le quitábamos valor a lo que hicimos, ora por falta de conocimiento y/o memoria histórica, ora por falta de convicciones profundas y/o conciencia política, que fueron mermando el espíritu nacional de civiles y militares (falta de espíritu nacional) sobre las razones que produjeron aquella gesta nacional a nivel político, económico y social. Eso nunca se terminó de entender, aprender, transmitir e incorporar como valor nacional (de hecho, fuimos y vinimos de nuestras posiciones históricas sin emularlas con la misma grandeza). Es que aquella revolución nacional, era el único tratamiento para que la Argentina tuviera vida, creciera saludable y pudiere realizarse como sociedad y como país, y con ella realizarnos cada uno de nosotros.

Como hemos dicho ya, si como lo habían hecho ya en su revolución industrial los países desarrollados (por eso fueron países desarrollados), sin esa plena industrialización como se hizo en aquella década gloriosa de la historia nacional (de la que participaron militares y civiles), no habría plena ocupación, y sin plena ocupación, tarde o temprano caeríamos en la pobreza y la indigencia, males que el enemigo utilizaría para culparnos del abandono del “paciente” (metáfora con la que el gran Jauretche solía llamar a la Argentina).

En alguna medida, fuimos culpables, más por omisión de lo que no hicimos o no supimos hacer, que por lo que hicimos a favor del pueblo; mientras ellos, cada vez que llegaron al poder empujaron la pobreza y la indigencia a grados insoportables: desindustrializando el país, creando una desocupación estructural creciente y abriendo las puertas al abismo, siempre con el mismo programa que hoy intentan poner en práctica, aunque esta vez en forma más profunda y rápida, es decir de manera “revolucionaria” (en realidad contrarrevolucionaria), manera o modo revolucionario (estructural y estratégico) que nosotros no supimos o no nos animamos a asumir para poder restablecer aquella Argentina de la década del 40 y 50, que nos supo poner de pie como sociedad y mantuvo la movilidad social ascendente por muchos años, incluso durante gobiernos anti nacionales y anti populares.

Necesidad de una doctrina nacional

En 1945, al concluir la segunda guerra mundial entre los bloques imperialistas de aquel momento, con gran lucidez y conocimiento de causa, el propio general Perón advertía en el marco del Consejo Nacional de Posguerra creado a tal fin: “El problema argentino no solo hay que penetrarlo, sino que es menester sentirlo y solamente pueden sentirlo los verdaderos patriotas, a quienes el tiempo no haya marchitado el corazón ni las tentaciones les hayan sumido en la ruindad de una entrega”.

Con gran visión y previsión de las necesidades políticas con qué encarar la revolución que se iniciaba después del 17 de octubre de 1945, Perón señalaba: “El actual momento exige formar una conciencia colectiva sobre los aspectos más destacados de los problemas que pueden afectar al país, como consecuencia de las repercusiones de la guerra (1939/1945), pero solo será posible si, a los organismos y autoridades que tienen confiada la misión de velar por el ordenamiento social y económico, llegan las auténticas inquietudes y aspiraciones del pueblo argentino”. Esas inquietudes y aspiraciones del pueblo argentino se han visto postergadas por distintas razones, y a veces en diametral medida, en los propios gobiernos peronistas de hace unos años a esta parte después de la muerte del general Perón.

No obstante, anticipaba el general, ninguna acción gubernamental “puede consolidarse y afianzarse en sus postulados si no cuenta con una doctrina claramente expuesta”. Es lógico pensar que no se puede recorrer un camino oscuro, por más voluntad que se tenga, sin la suficiente luz que lo ilumine. Ese es el papel que juega la doctrina.

En efecto, no se trataba entonces -ni se trata ahora- de las “20 verdades peronistas” (que servían y pueden servir de código de honor hacia adentro de un partido político), ni de las “Máximas del general San Martín para su hija Merceditas”, sino de una verdadera y profunda doctrina nacional que Perón expondría a lo largo de su dilatada vida política a través de discursos, textos periodísticos (con el seudónimo de Descartes en el diario “Democracia”), mensajes grabados durante el exilio y también en libros, pero sobre todo, a través de su praxis gubernamental al frente del Estado Argentino, que en su conjunto conforman y exponen el pensamiento revolucionario de Perón y del peronismo, desconocido, omitido y apartado de la formación militante y académica en un país joven y todavía no realizado, que requiere de la formación profunda de una conciencia nacional para liberarse.

Ese valioso pensamiento nacional conformado por toda la experiencia teórica y práctica del peronismo histórico, pero también por el valioso aporte de los grandes pensadores nacionales en los que se había inspirado Perón o que lo antecedían o convivían con él y su época, fue dejado de lado, omitido, olvidado, subestimado, degradado y finalmente sustituido por versiones menores o secundarias durante estos últimos 50 años después de la muerte del general Perón.

Al vaciamiento del Estado (achicamiento del Estado, privatización y venta de sus grandes empresas) y al vaciamiento del aparato productivo nacional (cese del proteccionismo industrial, liberación de importaciones, desregulaciones, etc.), creado y protegido en la época del peronismo, se sumó el vaciamiento de la conciencia nacional, construida a partir de las gloriosas jornadas del ´45. Precisamente, en ese período se desarrolló una revolución nacional por diez años; después del ´55 hubo una larga y dura resistencia, conducida por el Movimiento Obrero Organizado, que tuvo su clímax en el Cordobazo y la retirada de la dictadura de aquel momento; culminó en la vuelta de Perón a la Patria, su candidatura presidencial y su llegada al poder después del plebiscito popular en las urnas del 23 de septiembre de 1973; y que finalizó con el intento, aunque frustrado, de implementar un proyecto nacional que retomara los lineamientos generales de la revolución nacional de 1945.

La caída por segunda vez de un gobierno peronista en 1976, con la complacencia y complicidad de unos y la indiferencia y funcionalidad de otros, inició una época de pérdida acelerada de aquella conciencia nacional lograda. En 1982, la recuperación de nuestras Malvinas y la lucha por defender su soberanía en forma efectiva revitalizó aquella conciencia nacional latinoamericana que habíamos perdido o permanecía en forma latente, pero nuevamente la desmalvinización de las conciencias -fruto más que de la derrota militar, del derrotismo intelectual de muchos políticos y civiles de la época- nos devolvió la democracia, pero sin aquella conciencia nacional, ahora perdida. Y como ya dijimos, no se puede recorrer un camino sinuoso y muchas veces oscuro, sin la luz, la brújula o el GPS que nos permitan reconocer el camino que transitamos y enfilar nuestros pasos o rumbo a la meta que buscamos. A partir de entonces, las formas democráticas cumplieron un papel funcional al sistema oligárquico y semicolonial argentino, hasta llegar a ser derrotados por ellos electoralmente varias veces sin atenuantes, cumpliendo nosotros varias veces solo el rol de oposición democrática de “su majestad”.

De allí la necesidad de esta autocrítica, por un lado, y la renovación de la crítica profunda al sistema oligárquico, a punto de exterminar a la Argentina que supimos construir en estos últimos 70 años. Por eso mencionan tanto esa cifra. De eso se trata: de la Argentina justa, libre y soberana de hace solo 70 años, que las minorías sociales y económicas privilegiadas abominan. El ingreso obligado a terapia intensiva de nuestra Patria con diagnóstico fraguado, demuestra a lo que están dispuestos y lo que los argentinos y argentinas les importa. Como decía también Jauretche en otra gran metáfora: “No quieren salvar al paciente sino matarlo”. No debemos permitirlo.

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