De la meritocracia a la venganza. Por Gabriel Sanchez

“La economía es el método. La finalidad es cambiar el alma y el corazón de las personas”

        Margaret Tatcher

En la antigua sociedad de clases, el trabajador sabía que la condición de “pobre”, se debía al sistema y por lo tanto la culpa estaba en las injusticias de ese sistema. Michael Sandel, en su libro “La Tiranía del Mérito”, dice que pasamos de la política de la injusticia a la política de la humillación: “La protesta contra la injusticia se proyecta hacía afuera, uno se queja contra el sistema. La protesta contra la humillación tiene una mayor carga psicológica, ya que combina el rencor contra las élites (casta) con una irritante desconfianza hacia sí mismo, se trata de un potente caldo de ira y resentimiento”.

El filósofo Éric Sadin apunta a que nada marcó más la época como el eslogan de Nike: “Just Do IT”, que se traduce como “hazlo” o “sólo hazlo”, así va tomando forma el individuo autosuficiente y nace el sujeto apolítico, ya que niega el proyecto político común entre personas y da paso a la individualidad corrosiva. Sadin dice que con la llega del “mito del garage” con esos neohippies californianos y las computadoras personales, donde cada uno podría producir desde sus casas se acentúa más el carácter individualista de la época y Steve Jobs celebra sus productos bautizándolo con el pronombre personal “Yo”, “I” en inglés: IMac, IBook, ITunes, lo que se escondía detrás de todo esto es la idea de la autorrealización personal sin esperar nada de nadie.

Sandel dice que el centro del pensamiento meritocrático es que uno mismo es el responsable de sus éxitos y fracasos, que en principio es una idea empoderadora, sin embargo, el otro lado de la ética meritocrática es que mientras las personas más se creen ser autosuficientes es menos probable que nos interese la suerte de los menos afortunados. La teología de la prosperidad deja la decisión de los premios y castigos al mercado.

Sandel: “Actualmente vemos el éxito como los puritanos veían la salvación, no como un producto de la suerte o la gracia, sino como algo que nos ganamos con nuestro esfuerzo”.

Sandel se pregunta: ¿Qué hay del bien común? ¿O de las actitudes innatas de algunos individuos? ¿Por qué el mercado asigna más valor a ciertas actitudes innatas que a otras? ¿Qué hay de padres y profesores que ayudaron a cultivar esas actitudes?

Si el éxito depende de mí, quiere decir que el fracaso del otro es culpa suya. La meritocracia lo que trajo consigo fue el final de la empatía, la gratitud y la solidaridad.  “Las elites ganadoras necesitan convencerse a sí mismos de que su lugar en la cima lo tienen por mérito propio, del mismo modo que se convencen que el lugar de los relegados es el que corresponde. La meritocracia no es el remedio, es su justificación moral”, Sandel.

Después de más de 40 años de teología meritocrática que nos hicieron creer que mientras más nos valemos de diferentes técnicas, más preparados estamos para las exigencias del mercado y así incrementamos más nuestro propio valor. Estas ideas lanzaron a las personas al agotamiento y a su eventual frustración, contra sí mismos y contra todo sistema político tradicional.

“En el siglo XXI con los excesos del liberalismo, la generalización de la precariedad, el agravamiento de las desigualdades, el retroceso de los servicios públicos, el desastre ambiental y la pulsión frenética por el crecimiento. Los seres humanos abatidos por la angustia e invadidos por la ira, están dispuestos cada uno a comprometerse con la batalla de su propia opinión dentro de un paisaje atomizado, que elimina el debate de ideas en torno a grandes causas, para ser reemplazados por microideas llamadas a no conocer nunca un final. Mientras se derrumban los servicios públicos y retrocede el principio de solidaridad. En este marco de aumento sostenido de las desigualdades, se produce la gran genialidad de la nueva economía: Hacerle creer a todo el mundo que se encontraba equipado con dispositivos que le permitían aumentar el control sobre su vida personal”, Éric Sadin.

Para las élites y las izquierdas es fácil señalar a los partidos conservadores de derecha como el culpable de todos los males, pero no se habla de que la globalización dejó a miles de personas hundidas en la pobreza, al mismo tiempo que los partidos progresistas se concentraron en políticas públicas para las minorías, cosa que parece muy sensato ya que nadie se opondría a políticas de colectivos injustamente olvidados. Sin embargo, si las minorías son los únicos colectivos que dan cuenta de las injusticias vividas, quiere decir que las mayorías son los culpables de dichas injusticias (por acción u omisión) y si las mayorías son los culpables, esto los transforma en enemigos y si la mayoría es el enemigo se socava la piedra angular de toda democracia, ya que toda mayoría es cómplice y culpable de las dichas injusticias.

Tanto por izquierda como por derecha se sospecha de las mayorías, esto lleva a un estado permanente de ingobernabilidad, que exacerba las frustraciones y se acentúa más la desconfianza de todas las partes. Esos mismo dispositivos que traían emancipación personal llevaron a la fisura del espacio común y surgen las “fake news” o “noticias falsas”, que son realidad el combustible de los microrrelatos que dan identidad a la propia subjetividad, porque el objetivo de los discursos en las redes sociales no es producir significado, sino competir y ganar. Y así las personas se van atomizando más y más, hasta crear el micromundo, donde el otro es el enemigo y así llegar a la destrucción total de lo que una vez conocimos como sociedad.

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