San Juan y la gesta de Malvinas. Por Elio Noé Salcedo

Evidentemente, marzo de 1976 y abril de 1982 representan dos caras opuestas, aunque se trate de la misma moneda: después de todo, hablamos de la misma Argentina, con sus profundos altibajos, contradicciones, glorias y tragedias, avances y retrocesos: una historia inconclusa y compleja que todavía espera la solución profunda de sus problemas de fondo.

En verdad, tanto el nefasto golpe de Estado de 1976 contra un gobierno nacional y popular, como la recuperación de nuestras Islas Malvinas fue concretado por el mismo poder de facto. En el caso del golpe de 1976 el poder detrás del trono no era otro que el de la vieja oligarquía antinacional y antipopular, representada en los primeros años del gobierno militar por José Alfredo Martínez de Hoz. Por su parte, la recuperación de Malvinas, dado el enfrentamiento que significaba contra el viejo imperio británico, aliado de la oligarquía argentina, fue una decisión militar -por dispares y distintas razones-, que apuntó los cañones hacia los seculares enemigos extranjeros del pueblo argentino, a pesar de que el día anterior apuntaban hacia adentro. El 2 de abril de 1982 apuntaron hacia el lado correcto.

A pocas horas del desembarco en Puerto Argentino -rescatamos la crónica de Diario de Cuyo en homenaje a la gesta malvinense-, se organizó un acto a estadio repleto en el Aldo Cantoni. Estuvieron referentes de distintos espacios políticos, organizaciones sociales y la propia Iglesia como parte del convite”. Asimismo, “hubo donaciones, infinitas muestras de apoyo a los soldados de una ciudadanía que supo separar la paja del trigo y colaborar con su granito de arena a que la estadía de los soldados sea lo mejor posible”. Esa fue verdaderamente la reacción de toda la patria ante la recuperación de nuestras Islas Malvinas.   

No hay duda de que el poder político de los gobernantes de facto estaba debilitado y en retirada. Pero, si algo demostró Malvinas, por el apoyo popular masivo que concitó, es que el pueblo argentino estaba dispuesto siempre a recuperar nuestras Islas y el ejercicio pleno de su soberanía en todos los terrenos, y para ello no escatimaba medios ni esfuerzos para hacerlo, aunque fuera a través de una dictadura en el gobierno. No era el pueblo el que se rendía ante la dictadura, que lo había castigado hasta dos días antes, sino la dictadura, al recuperar nuestras Islas Malvinas, la que reconocía de alguna manera, enfrentando al imperialismo anglosajón, los derechos soberanos del pueblo argentino. Más allá de que la dictadura e incluso muchas expresiones civiles estuvieran o no en condiciones de reconocerlo, esos derechos, lógicamente, no eran solo territoriales sino políticos, económicos, sociales y culturales, que las clases oligárquicas del país semicolonial aliadas al Imperio Británico, a lo largo de toda nuestra historia, le habían arrebatado a cada tanto al pueblo argentino durante el siglo XIX y el siglo XX: en 1930, 1955, 1966, 1976 y a través también de los gobiernos pseudo democráticos y demoliberales.

Un hecho cultural resulta demostrativo del cambio contundente que dio el país por aquellos días. La guerra por Malvinas trajo aparejada la prohibición de pasar música anglosajona por las radios, los programadores del momento debieron recurrir a las grabaciones previas en existencia de artistas argentinos, muchos de los cuales volvieron de su exilio o debieron salir del ostracismo al que habían sido condenados por la propia dictadura. Por esa razón (y más allá de las intenciones o previsiones del gobierno militar), el público joven de aquella época conoció esas expresiones musicales que la dictadura también había marginado.

Efectivamente, el 16 de mayo de 1982, aquellos que habían sido perseguidos y habían combatido con sus letras y su música a la dictadura de 1976, participaron del Festival de la Solidaridad Latinoamericana en el Club Obras Sanitarias de la Nación para juntar ropa y alimentos para nuestros soldados que combatían en Malvinas. Más de 60.000 personas estuvieron en el estadio y muchos más siguieron la transmisión en vivo del concierto de Gieco, Spinetta, Mestre, Rada, el gran Charly García y Lebón. La era de la popularidad para el rock nacional había llegado de la mano de la defensa de nuestros intereses territoriales y nacionales en el Atlántico Sur. 

A pesar de la dictadura y del retroceso nacional y popular que significó el llamado Proceso de Reorganización Nacional, algunas de cuyas leyes siguen vigente en nuestros días, a través de esa guerra nacional de abril – junio de 1982, la Argentina se reencontró con nuestra Patria Grande y sus grandes ideales nacionales, recibiendo incluso el ofrecimiento de apoyo militar concreto de gobiernos latinoamericanos como el de la República de Perú. E incluso congregó, además del apoyo fraternal de toda América Latina, la solidaridad y el apoyo de Fidel Castro, del gobierno sandinista de Nicaragua y del líder libio Muammar Khadaffi, enrolados en las antípodas del régimen militar.

La bicentenaria semicolonia, al menos por dos meses y dos días gloriosos, se alzó contra el Imperio que la había conformado como tal, y la dictadura que se había instaurado para imponer el mandato de los imperios dominantes, se vio obligada –las intenciones o razones terminan siendo secundarias ante la contundencia de los hechos- a enfrentar al Imperio Británico a sangre y fuego. Pero, en contraste con la inmediata intuición del pueblo, la mayoría de los políticos, intelectuales y periodistas de entonces estaban lejos de comprenderlo.

Participaron de la gesta de Malvinas 479 sanjuaninos.De ellos, 23 murieron defendiendo el territorio nacional recuperado. En el artero y criminal ataque enemigo al Crucero ARA “General Belgrano”, fuera de la zona de exclusión, perecieron 21 sanjuaninos. Los otros dos murieron heroicamente en las propias Islas.

El primer héroe sanjuanino inmolado en la defensa del territorio isleño argentino fue el cabo primero Agustín Hugo Montaño, oriundo de Caucete. Su muerte se produjo en el bautismo de fuego de las tropas argentinas, el 1 de mayo de 1982, cuando cumplía tareas de apoyo técnico de un avión Pucará. Allí fue alcanzado por una ráfaga de tres aviones Sea Harrier británicos que buscaban neutralizar las operaciones de la Base Aérea Militar Cóndor (aeródromo de Pradera del Ganso) ubicada en el istmo de Darwin.

El otro héroe sanjuanino que dejó su cuerpo en las Islas como testigo y testimonio de la valentía y dignidad argentinas, fue Oscar Augusto Silva, del Regimiento de Infantería Nº 4 de Monte Caseros, en Monte Tumbledown, entre la noche del 13 y madrugada del 14 de junio, horas antes de la rendición.

La memorable recuperación e inmediata guerra por Malvinas tuvo como protagonistas que supieron defenderlas con honor, dignidad y valentía (reconocida incluso por el enemigo inglés), tanto a militares profesionales como a conscriptos argentinos, y contó con el apoyo masivo del pueblo de la Patria, aunque también de cierta indiferencia y hasta disgusto de algunos partidos políticos, que solo atinaron a reclamar democracia. Pero la democracia que devino, al no proseguirse la lucha anti imperialista a través de la política, de la economía y de la cultura como la situación ameritaba, fue en definitiva la democracia semi colonial (de “baja intensidad” la llaman ahora) que obtuvimos.

Crisis militar y desmalvinización

La derrota y rendición militar del 14 de junio de 1982 fue seguida por una vergonzosa desmalvinización que cubrió todos los rubros y todos los campos, inclusive el humano y el social, con el olvido y abandono a su propia suerte de los combatientes y veteranos de la heroica guerra, que pareció ser para muchos que la vieron desde afuera, una afrenta a su libertad individual más que un orgullo colectivo por haber defendido con valentía y dignidad -como lo hicieron nuestros soldados- lo que nos pertenece a todos.

Después del olvido y abandono de nuestros héroes, la desmalvinización consistió, en principio, en un borrón y cuenta nueva, como si nada hubiera pasado y como si nada se hubiera aprendido del enfrentamiento a sangre y fuego contra nuestros consuetudinarios enemigos, enfrentamiento del que, al parecer, muchos abjuraban, catalogándolo de “aventura irresponsable”. Así se rebajaba la virtud de defender la patria -elevada hasta el heroísmo- al defecto de una irresponsabilidad. No es de extrañar que, para muchos, desde entonces sea más importante solo ganar elecciones (a eso llaman democracia), sin encarar resueltamente la liberación de la Patria de sus yugos políticos, económicos, sociales, territoriales y culturales centenarios.

No sería aventurado pensar que, desde 1976 en adelante, sin solución de continuidad hasta nuestros días, la conciencia nacional de los argentinos -a pesar de los avances eventuales logrados- ha tenido un retroceso sustancial, sin volver a tener aquel nivel histórico y político anterior a 1976. Llegados aquí, después de aquella tremenda derrota nacional de la que no nos hemos recuperado del todo, al no reconstituirse como una conciencia nacional integral y profunda, como la que se requiere en esta encrucijada histórica, ese déficit resulta una de las causas principales de nuestra impotencia colectiva, que no atina a dar solución definitiva y permanente a nuestros largos y hondos problemas que vienen, no desde hace cuatro o cinco décadas, sino desde el fondo de nuestra historia.  

*San Juan, su historia (1562 – 2015). Tercera Parte. Capítulo V (inédito).

Fuente: palsur.com.ar

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