Un claro retroceso histórico. Por Elio Noé Salcedo

Está claro que la suma de dos minorías sumadas, que se impusieron a la primera minoría en el ballotage, votó a ciegas (involuntariamente) un retroceso histórico.

Cuando hablamos de ceguera, no hablamos de otra cosa que de no saber lo que se vota, salvo que el odio al peronismo o votar en contra irracionalmente sea un fundamento.

Nos referimos a la inmensa mayoría de esos votantes, y no a los que votaron a sabiendas lo que venía, que representan una verdadera minoría dentro de ese sector de votantes. No obstante, esa minoría impuso en definitiva su voluntad a la mayoría de los votantes que la acompañaron y que, solo así -por la trampa del ballotage y las “promesas” de campaña, una vez más- lograron imponerse e imponer un resultado electoral como si fuera la voluntad de todo un pueblo.

En verdad, lo que la mayoría de esas dos minorías sumadas votaron y lo que creyeron votar, son dos cosas muy distintas, como se demuestra una vez más, cuando muchos de los que así actuaron, confiesan estar arrepentidos (y serán cada vez más). Lo dicen además las encuestas, que registran a fines de enero una baja de más del 10% del electorado en el apoyo a las medidas del gobierno que votaron. Seguramente esa caída aumentará en febrero y marzo.  

¿Qué creyeron votar y qué votaron?

En primer lugar, primó un ansia de cambio profundo, que dada la decadencia de la cultura global -transmitida por los medios globales de desinformación y deformación-, se canalizó a través de una interpretación superficial y para nada profunda de lo que se votaba, rayando en lo irracional. Como nunca, creemos, se pudo ver la distancia y diferencia sustancial que existe entre lo consciente y lo inconsciente, entre lo racional y lo irracional, como si nos disparáramos en el propio pie (involuntariamente, o por un mecanismo psicológico inconsciente) tratando de cazar una liebre.

Tal vez, el cansancio de bregar permanentemente en la lucha diaria para alcanzar la estabilidad personal (que llevamos décadas intentando) y salir de esa incertidumbre cotidiana, sin lograr un país definitivamente estable, sea otra de las razones posibles. El árbol o la bruma no dejaba ver el horizonte ni para atrás ni para adelante (desacostumbrados además a levantar la vista estratégicamente o subirnos al árbol para ver más lejos), impidiendo ver el bosque o el camino de salida atrás, al costado o adelante nuestro.

La permanente puja entre precios y salarios (inflación), que el gobierno anterior mantenía relativamente controlada en su descontrol inducido por los formadores de precios -enemigos no solo del gobierno sino además del pueblo argentino-, no les permitía avizorar que detrás de los que prometían el cambio y liberación de esa incertidumbre, eran los mismos o cómplices de los que la provocaban.

En el sentido señalado, la despolitización (desconocimiento de la realidad) es un fenómeno creciente -por derecha y por izquierda- desde 1976 en adelante -desmalvinización incluida-, que se extendió sin solución de continuidad durante los últimos cuarenta años de democracia formal, que permitió varias derrotas electorales peronistas y al menos tres gobiernos neoliberales. Los que debieron también ser juzgados severamente como ideólogos de la dictadura, volvieron al gobierno en democracia para intentar destruirnos nuevamente, cada vez con más saña y velocidad.

Así, poco a poco, la política fue confundida con los que la dirigen con las mejores intenciones (aunque de “buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”), sin ver detrás de bambalinas. Esa confusión -utilizando otra metáfora- fue aprovechada por los dueños del teatro. Otra razón de la necesidad de ser dueños del teatro -o sea soberanos a nivel político, económico y cultural-, si queremos que la función termine como deseamos y los actores cumplan el papel que les marca nuestro libreto como pueblo y Nación que quieren realizarse.

La acusación a la política y los políticos identificados con ella -que Inteligentemente fue llamada la casta-, de que ella era culpable de la incertidumbre cotidiana (más allá de que las medidas del gobierno peronista nos permitieran seguir de pie en esa lucha diaria), fue decisivo para convencer a los jóvenes y viejos votantes que era necesario ese cambio, incluso un cambio de raíz para salir de esa situación, sin siquiera prever o imaginar que arrancar de raíz el árbol nos dejaría sin el último recurso para poder ver más allá de nosotros mismos.

El público solo veía a los actores en escena, sin ver a los que le movían permanentemente, desde la oscuridad y entre bambalinas, el escenario móvil para desestabilizarlos. A ello se sumó del lado del gobierno saliente la impericia, impotencia, ignorancia y/o incapacidad de decisión de los actores (¿?) sobre el desajustado escenario, que permitiera romper el estatus quo y denunciar ante el público la maniobra de la que era víctima y proceder a poner las cosas en su lugar.

Eso completaba el cuadro para un público muchos años amaestrado por la publicidad y/o la propaganda de los dueños del teatro para mirar la realidad solo en su superficie o consecuencias inmediatas y nunca en su profundidad, fondo y consecuencias mediatas, ni en las causas mediatas e inmediatas que la provocaban. 

Y hablando de medios deformantes de la realidad (desinformación, omisiones, noticias falsas, mentiras permanentes) y deformantes de la percepción (superficialidad, frivolidad, reduccionismo, simplismo, relativismo absoluto, ficto filia, irracionalidad, etc.), ellos tuvieron y han tenido desde hace mucho tiempo -y sobre todo a partir de su privatización, monopolización y hegemonía en la opinión pública– una parte importante en la despolitización, desconcientización e irracionalidad de los votantes, agudizada por el individualismo, la anarquía y subjetividad de las redes sociales, que han impuesto la dictadura del individuo sobre el prójimo y sobre la comunidad e intereses de la sociedad en su conjunto, contrario ello al ideario moral y religioso tradicional de nuestra sociedad históricamente constituida.

Por eso decimos también, que se votó ciega, inconsciente e irracionalmente un claro retroceso histórico, que nos lleva a viajar en el tiempo, al menos 143 años atrás, antes de que llegara al gobierno la llamada “generación del 80”, esa generación provinciana –liberal pero nacional, tanto en términos políticos, económicos como culturales- que, entre otras cosas, creó el Estado Nacional moderno; federalizó la ciudad de Buenos Aires, convirtiéndola en capital de todos los argentinos y no solo de los porteños y bonaerenses; integró todo el territorio nacional (incluidos la Pampa, el Chaco, el desierto y la Patagonia), en riesgo de disolución u de ocupación extranjera (como vuelve a ser hoy); logró la unidad nacional con una misma moneda nacional, un solo Ejército nacional y una educación pública para todos sin distinción, a través de la Ley de Educación común, obligatoria, gratuita y laica de 1884; modernizó toda la legislación civil y extendió el presupuesto nacional con infraestructura, erogaciones y aportes que llegaban hasta los últimos rincones de la Patria.

Hasta entonces -como dice el historiador Roberto A. Ferrero- “desde Rivadavia a Mitre, el liberalismo había fluido siempre desde Buenos Aires al Interior llevando la impronta del egoísmo portuario y el centralismo anti provinciano”.

Por eso, el liberalismo de Rivadavia, Mitre, el “centenario”, la “década infame”, la “revolución libertadora”, el “onganiato”, la dictadura de Martínez de Hoz, Macri o Milei, resulta ser un liberalismo anti nacional, en contraposición a ese otro liberalismo de cuño nacional de Roca, Juárez Celman y la generación del ’80, cuya continuidad histórica ya en su versión nacional y popular han sido hasta hoy el Yrigoyenismo y el Peronismo

La programada dolarización y desaparición de nuestra moneda nacional, la destrucción de la educación pública, el desconocimiento del Código Civil y de la Constitución Nacional de 1853 y la negación de coparticipar el presupuesto nacional y fondos nacionales con las provincias (parte esencial e indisoluble de la Nación), son una muestra palpable de lo que afirmamos.

Pero es en la programada desaparición del Estado como actor fundamental de nuestra existencia y unidad nacional y como motor de nuestro desarrollo nacional, por lo que caemos en la cuenta de que el gobierno votado por la mitad del electorado argentino, en lugar de reivindicar, como dicen sus mentores, a aquella  generación del ’80 y al general Julio Argentino Roca en particular -creador del Estado Argentino-, quieren terminar con la Argentina moderna y retrotraernos al siglo XIX, con su guerra civil entre Buenos Aires y las provincias, entre unitarios y federales, de gauchos desarraigados, perseguidos y condenados al fortín de frontera y a “trabajos públicos en contingentes forzados” (el insufrible país del Martín Fierro), y vaya a saber, si no también, como súbditos de un poder extranjero, obligados nuevamente a luchar por nuestra Independencia y Organización Nacional. Es bueno advertirlo antes de que sea demasiado tarde.

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