La uberización del movimiento. Por Gabriel Sanchez

Durante el gobierno de Macri el latiguillo social era el de la “resistencia política”, ahora, en los tiempos de Milei se trata de reflotar ese viejo concepto político, pero cada día que pasa el ideario de “resistencia” hace agua por todos lados, esto se debe por un lado a la voracidad entreguista y destructiva del presidente libertario y al propio error de los movimientos sociales, sindicatos y demás organizaciones que están agotando la lucha en atacar los síntomas, en lugar de las causas.

El concepto de “uberización” nace junto con las economías de las aplicaciones y tienen por particularidad la individualización de las personas, la hiperconexión constante que desemboca en la continua evaluación por medios de los aparatos tecnológicos, que trae aparejado la obligación de adaptarse sin demoras. Todo esto con el tiempo lleva a la desorientación social y la eventual frustración.

Hoy se habla constantemente que se perdió el debate político y que las ideologías desaparecieron, pero las decisiones políticas se están llevando a cabo todo el día y todo el tiempo, esto quiere decir que las decisiones políticas están y se toman, pero se hacen por fuera del consenso popular.

Esto llevó al movimiento nacional a un constante estado de alerta, respondiendo rápidamente de una causa a otra, sin llegar a solucionar ni la una ni la otra. Se pasa del Abrazo al Inadi, al abrazo a Télam, a la defensa del cine nacional, a otro abrazo al Gaumont y a la defensa de la universidad pública.

Por un lado se cumple la lógica de uberización, donde el movimiento se ve obligado a responder todo el tiempo frente a las políticas neoliberales, a un estado de defensa permanente y lo que es peor a destiempo. También se cumple la lógica individualista, donde los únicos que salen a protestar son los grupos sociales afectados.

Desde que asumió Milei se habla de que el movimiento está en “estado de alerta”, lo que en principio parece lógico y razonable. Sin embargo, el “estado de alerta” no es propio del ser humano, ni de los grupos sociales. En estado de alerta viven las bestias, que tienen que cazar y evitar ser cazados, que tienen que dormir y vigilar que otro depredador no los ataquen, que tienen que comer y vigilar a sus crías. El estado constante de alerta lleva al ser humano a su colapso psíquico, emocional y físico. Si el movimiento sigue en este camino se encontrará inevitablemente frente a un “burnout social” (El “burnout” o síndrome del quemado, es una enfermedad propia de estos tiempos, donde las exigencias del sistema lleva al ser humano a su colapso).

El colapso puede darse por implosión o explosión, si es por implosión llevará a una masa social deprimida y frustrada vagando durante los próximos 4 años entre marchas esporádicas y abrazos a instituciones caídas en desgracias o cerradas. Si es por explosión será con una gran marea multitudinaria que saldrá enojada a las calles, como ya lo hicieron los chalecos amarillos en Francia, o los indignados en España, o la primavera árabe, o los jovenes chilenos; y todos sabemos como terminaron esas protestas sociales: En nada. A la uberización del movimiento se le suma el conformismo ingenuo que es alimentado y multiplicado por las redes sociales, una especie de militancia digital que sólo expresa indignación. Ese conformismo que trae una especie de alivio después de haber expresado nuestro rechazo y enojo en las redes contra Milei, una leve sensación de satisfacción después de expresarnos con el teclado. Es lo que el filósofo Eric Sadin definió como “crítica a posteriori”, que es la crítica que viene después de los hechos, que establece una visión binaria de los hechos, buscando víctimas y victimarios y ubicándonos a nosotros mismos en la parte buena, aunque eso no signifique cambiar las cosas. Como dijo George Orwell: “El verdadero enemigo es el espíritu reducido al estado de gramófono”.

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